Cuando a fines del año pasado se presentó el Centro de Estudios Interdisciplinarios Feministas (Ceifem) de la Universidad de la República (Udelar), sus integrantes aseguraron que el objetivo era promover los estudios feministas y de género en actividades de investigación, enseñanza y extensión. La idea es que, al mismo tiempo, también apoye a la casa de estudios “en el proceso que viene dando de visibilizar, comprender y tomar medidas y acciones para superar las desigualdades de género que atraviesan a nuestras propias instituciones académicas”. Así lo aseguró el viernes pasado la politóloga Niki Johnson, co-coordinadora del Ceifem, en un conversatorio que organizó el centro justamente para enriquecer la discusión en ese sentido.

El título de la actividad, que se realizó en la Facultad de Ciencias Sociales, resume muy bien el espíritu de la convocatoria: “Desordenar la universidad: políticas para transformar las desigualdades de género”. La expositora principal fue Ana Buquet, doctora en Sociología, magíster y licenciada en Psicología e investigadora especialista en estudios de género y educación superior. Nacida en Uruguay pero con su vida establecida desde hace décadas en México, país al que tuvo que exiliarse junto con su familia durante la dictadura cívico-militar, Buquet es coordinadora del proyecto Institucionalización y Transversalización de la Perspectiva de Género en la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM). También coordina la Red Nacional de Instituciones de Educación Superior: Caminos para la Igualdad de Género y el Observatorio Nacional para la Igualdad de Género en las Instituciones de Educación Superior de México. Además, es investigadora titular del Centro de Investigaciones y Estudios de Género de la UNAM, que dirigió de 2017 a 2021.

De visita a Montevideo, y basada en su experiencia en la UNAM, la académica compartió algunas claves para aportar herramientas que puedan contribuir en el proceso hacia universidades más igualitarias. Además, se refirió a los obstáculos y a las resistencias que suelen surgir frente a estos intentos de transformación. Y fue enfática en una cosa: al menos en el caso de la UNAM, los cambios se materializaron gracias al impulso del “feminismo universitario”. “Puede haber buenas voluntades políticas, pero si no hay un movimiento atrás empujando, los cambios son difíciles”, aclaró.

Preparar el terreno

La elaboración e implementación de políticas públicas orientadas a transformar las relaciones de género dentro de las universidades forma parte de lo que Buquet identificó como la “vertiente política” del proceso. Pero para que haya avances en la parte política, es necesario fortalecer la vertiente académica, que es la que se ocupa “de la producción de conocimiento en todos los sentidos y en todos los ámbitos, pero también sobre las propias universidades”, explicó la especialista.

En ese sentido, dijo que se necesita “crear una masa crítica feminista y en estudios de género” en tres ámbitos: la investigación, la formación de recursos humanos y la docencia. En cuanto a la investigación, Buquet apuntó a la necesidad de que las universidades tengan centros, instituciones o institutos de estudios de género. “Los estudios de género han comprobado los enormes aportes teóricos, metodológicos y epistemológicos en las ciencias sociales y en otras ciencias, y la capacidad que tienen para generar cambios sociales. Entonces, no es pedir un favor, sino que las universidades reconozcan la importancia de este campo de estudios”, afirmó la investigadora.

En materia de la formación de recursos humanos, aseguró que, así como hay posgrados, maestrías, doctorados y licenciaturas en muchas disciplinas y campos de estudio, también tiene que haberlos en los estudios de género.

Sobre la docencia, abogó por la incorporación de la perspectiva de género en las carreras universitarias como una materia obligatoria y en el ejercicio docente. “Las universidades estamos formando nuevas generaciones de jóvenes todo el tiempo, jóvenes que salen a trabajar, a crear familias, que se mueven en distintos ámbitos sociales, y es muy importante que tengan una visión diferente de por qué se producen las desigualdades de género y cómo ir eliminando esa estructura social que, nos guste o no, produce la subordinación de las mujeres en todos los espacios de la vida social”, argumentó Buquet.

Una vez que haya avances en estos tres ejes académicos, se puede apuntar a la parte de la política, que es la que busca transformar a las instituciones de educación superior desde “su estructura, su cultura organizacional y sus prácticas cotidianas”. Para eso, es necesario primero hacer diagnósticos que permitan reconocer las desigualdades y, después, desplegar “todos los mecanismos para institucionalizar la perspectiva de género y finalmente lograr la igualdad”.

Respecto de las desigualdades arraigadas en las universidades, mencionó dos tipos: unas evidentes y otras más ocultas. En el primer grupo, incluyó la segregación vertical, que hace que “las mujeres siempre estén menos representadas en los nombramientos más altos, en los puestos de toma de decisiones, en los cuerpos colegiados más importantes, etcétera”, y luego la segregación horizontal, que tiene que ver con la división sexual del conocimiento y que logra establecer que “hay ciertas disciplinas y conocimientos a los que sólo pueden acceder los hombres, y otra serie de conocimientos –infravalorados frente a estos otros y jerárquicamente inferiores– a los que deben acceder las mujeres”.

En tanto, las desigualdades que calificó de “ocultas” están vinculadas con la “discriminación cotidiana que hay en todos los espacios de las universidades”, que incluye desde situaciones de violencia de género a las desigualdades en la división sexual del trabajo, el uso del tiempo o las tareas de cuidado.

Claves para transversalizar el género

¿Qué se necesita para institucionalizar y transversalizar la perspectiva de género en las universidades, una vez que podemos identificar cómo se manifiestan las desigualdades? Según Buquet, implica cambios en tres niveles: en lo normativo, en las estructuras y en las políticas.

En materia normativa, hay que “armonizar la legislación universitaria con los más altos índices de derechos humanos e igualdad de género”. La académica recordó que países como Uruguay han firmado acuerdos internacionales que exigen a los gobiernos eliminar estereotipos de género y evitar la discriminación, como la Convención sobre la Eliminación de Todas las Formas de Discriminación contra la Mujer (Cedaw), que es de carácter vinculante. Sin embargo, muchas veces esas legislaciones no se condicen con lo que plantean, por ejemplo, las leyes orgánicas de las universidades, y en algunos casos “nadie quiere meter esas leyes a la Cámara de Diputados, entonces seguimos con una reglamentación casi decimonónica”, cuestionó Buquet. Frente a eso, planteó como alternativa la creación de normatividad específica para la igualdad de género en las instituciones universitarias.

Por otra parte, consideró que tiene que haber tres tipos diferentes de estructuras: las estructuras académicas; las estructuras para la igualdad, que tienen que deliberar sobre cuál es la normatividad que hay que producir; y las estructuras ejecutivas, encargadas de implementar la política institucional. En paralelo, es necesaria una estructura vinculada con los temas de violencia de género, un problema que según la experta tiene que abordarse aparte, porque “significa atender, investigar y sancionar, requiere de una estructura diferente, se necesitan abogadas, psicólogas, trabajadoras sociales, y sobre todo se necesita que esas estructuras sean completamente autónomas de las autoridades universitarias, porque ahí puede haber muchos conflictos de interés”.

En términos de políticas, Buquet dijo que “tiene que haber una política institucional que refiera qué hay que hacer en las universidades”, pero, además, tiene que haber planes de igualdad universitarios con objetivos, metas y tiempos determinados. Para la académica, debe existir un plan de igualdad central, que abarque a toda la universidad, pero también tiene que haber uno por cada servicio, porque cada facultad tiene necesidades específicas.

Otros aspectos que hay que considerar son los actores involucrados y el presupuesto. Acerca de los actores, Buquet dijo que es importante ver quiénes están a cargo en el momento de ejecutar las políticas. Como ejemplo, señaló que en 2020 se crearon y reformaron tres instancias “muy importantes” en la UNAM pero el rector eligió que las lideraran personas “que no tienen ni idea de los estudios de género, que no son feministas y que van a hacer el mejor trabajo posible pero desde otro lugar”. A su entender, esa es “una manera de quitarles la capacidad de transformación a las estructuras que la propia institución está creando”.

En cuanto al presupuesto, cuestionó que “siempre hay para todo lo demás y para los estudios de género no”, porque “se sigue considerando que las mujeres lo pueden hacer sin cobrar” y porque, además, “hay un menosprecio al conocimiento que se produce desde el feminismo en el campo de los estudios de género”.

Identificar las resistencias

A la hora de evaluar el impacto de las políticas de igualdad que se vienen implementado en universidades de distintos países desde hace décadas, Buquet aseguró que se da una “paradoja”, ya que “podemos observar universidades que adoptan el discurso feminista y de igualdad de género, adoptan sus propuestas, introducen cambios en la normatividad, crean estructuras, desarrollan políticas por escrito, pero eso no está dando los resultados esperados”. “Tenemos que pensar que estas políticas de igualdad de género son muy poco eficientes o están pasando otras cosas”, cuestionó. Esas “otras cosas” tienen que ver con las resistencias dentro de las propias instituciones.

La experta dijo que en varios países emergió una corriente académica que intenta analizar cuáles son esas resistencias que se producen frente a los intentos de avanzar hacia universidades igualitarias. Estas investigadoras –en su mayoría politólogas– identificaron dos tipos de resistencias: en las estructuras y en la cultura organizacional.

“En la cultura, se nos va de las manos porque son miles las prácticas y muchas son informales”, aseguró Buquet, y dijo que, por eso, “hay que investigarlas, entender cómo funcionan en cada universidad y cómo desarticularlas”. Sin embargo, muchas de las resistencias en las estructuras están bien identificadas: “Sin duda, toda la estructura organizacional del personal tanto académico como administrativo, con todas sus formas de segregación, pero también los criterios y procedimientos de contratación e incorporación, los sistemas meritocráticos, que se suponen objetivos y neutrales y sabemos que no lo son ni en torno al género ni en torno a relaciones personales”, detalló la académica.

Frente a estos obstáculos, una vez más, cobran relevancia los “feminismos universitarios”, que generan debate en torno a estas temáticas y empujan para incluirlas en la agenda. De hecho, en la mayoría de los casos, incluido el de la UNAM, fue gracias a las académicas y las estudiantes feministas que se logró avanzar en materia de estudios de género y feminismo en las universidades.