“Terra, párese ahí en la barrera. Yo lo único que tenía que hacer era pararme en la barrera. Era un monigote. El técnico era Juan Tejera y era un equipazo: Álvaro Escames, Pablo Falcón, Pablo López, Fernando Barbosa... No me quiero olvidar de nadie. Era el Basáñez de 1999, fue mi primer entrenamiento en Primera División. Yo era muy jovencito, 17 años tenía, creo que ni siquiera los había cumplido. Me ponen en la barrera ahí, en el equipo digamos de sparring, para que los titulares hicieran el movimiento. Había jugadores importantes. Era un ejercicio pasivo para que los titulares entendieran la jugada, y el que estaba al lado mío en la barrera, cuando Tejera pita, ¡pumba!, me revienta la trompa de un codazo. Gira, se encuentra con la pelota y gol. Pero yo no iba a hacer nada, porque era pasivo, ¿entendés? Jugaba de nueve igual que yo, pero yo era un gurisito. Cuando termina el entrenamiento, el Lobo Escames me llama; yo, con la boca sangrando, no entendía nada. Tejera habló con el que me había pegado y Escames me agarró a mí: ‘Mirá, gurí, que no te tenés que dejar agredir. Lo que hizo este muchacho está muy mal. Vos sos joven, pero no te dejes agredir de esa manera’. Yo no lo nombro porque considero que a la gente que tiene mala vibra no hay que nombrarla siquiera. En la música ocurre lo mismo, es como el fútbol: hay gente con buena vibra, que te respeta, que te quiere, que te cuida y que busca hacer las cosas bien sin meterte un codazo. Y hay gente que no”.

Bruno Terra sacude la enramada de pelo de un lado a otro y abre los ojos celestes cuando habla hasta casi sacarlos del agujero donde yacen. Su hermano de la vida y de la música, Javier, hace sonar lo que recién grabaron: las primeras maquetas del tercer disco de El Santo Remedio, banda que ambos integran desde su formación en 2005, cuando Bruno sudaba la gloriosa camiseta de Rampla Juniors.

“Mis viejos siempre me regalaban casetes: de Queen, de The Beatles. Cuando todavía estaba jugando en el Terremoto, un hermano de la vida de mi padre, Omar Estrada, compositor uruguayo de la década del 70, me acercó a la guitarra y a cantar las primeras canciones. Me llevaron a grabar un jingle de Grazziela Montaña a La Batuta con 12 años, y yo jugando al baby fútbol. Después entré a las inferiores de Peñarol y después a Basáñez, y ya fueron apareciendo hermanos de la música que te van haciendo traspasos de conocimiento. El Santo Remedio nació en 2005. Yo ya me había ido de Basáñez, y tuve un breve pasaje por Cerrito con Alejandro Garay como director técnico; una eminencia, un gran docente. Estaban el Flaco Fabián Avero, la Guacha Martínez, el Beto Acosta, Álvaro Pintos, el Beto Ortega; tremendo cuadro y gente de la hostia. Aprendí un montón. Estuve hasta mitad de año en Cerrito y me fui a Rampla, también un equipazo. Ahí, en Rampla, un dirigente –no importa el nombre– me preguntó: ‘¿Vos tocás la guitarra?’. ‘Más o menos’, le dije, ‘estoy en un proceso de aprendizaje’. ‘¿Pero sos músico?’, insistió. ‘Desde los 12 años hago música’, le dije. En ese tiempo yo estaba tocando en todos lados y al tipo no le gustaba nada. Tocábamos en boliches, en el bondi, en la televisión. Él lo vinculaba a que yo pudiera ser un ente del demonio, un drogadicto, un algo que él no quería vincular con Rampla. Matosas ya sabía que yo era músico, y me hacía llevar la guitarra a las concentraciones. Cantábamos con Gastón de los Santos, el Peluquero Bengua, Gustavo Badell, Caribito Morales, Diego Ventoso. Al mismo tiempo que el dirigente me daba para atrás, el director técnico me hacía cantar en las concentraciones. Yo volvía de la práctica, comía y al rato estábamos entrenando con mi viejo en el cantero de Avenida Italia. Mi viejo se rompía todo: iba a laburar, volvía, se cambiaba y me llevaba a entrenar. Por eso yo a los 16 estaba en la Primera de Basáñez. Quiero recordar a mi hermano, el Chelo Vilches, porque él forma parte de todo esto que digo: docencia y darte para adelante en lo que te gusta. El Santo Remedio es eso: existir, ser, resistir”.

ESR: El Santo Remedio, Existir Ser Resistir. Parece un juego de palabras, pero son conceptos que brotan de una misma letra y que hacen a la esencia. Un dirigente con el prejuicio en la punta de la lengua y un técnico que te invita a cantar con los colegas a la espera de un partido como tantos. Los nombres de los compañeros hacen brillar aun más las ramas rojas de los ojos. Todos los innombrables van a parar a la bolsa de la mala vibra. Resistir agarrado de una guitarra sin dejar que la pelota se caiga, se dice Bruno Terra, un nueve de los grandes, de los que además saben con la guinda. Existir son las pilchas que dejaste, la del basa, la del cerri, la picapedrera. La del manya y la del Terremoto. La percha es otro símbolo. La de Central, la de los armenios de Ingeniero Maschwitz.

“La Mutual ha sido mi casa. Me han tratado siempre bien. Me han permitido manifestarme, decir las cosas, me han ayudado en momentos complicados. Con otros también tuve muchas discrepancias y muchas diferencias. Yo hoy no soy futbolista profesional, pero me siento parte, soy parte. Todo el que hizo una carrera de futbolista profesional es parte. Porque llegar a Primera no es fácil, mantenerse menos. Fernando Barbosa fue un profesor mío. Jugué mucho tiempo detrás de él. Me dirigió después en Uruguay Montevideo y formó parte de la Mutual durante mucho tiempo. Yo era un gurí, estaba conociendo el mundo. Llegué un día a un vestuario de Primera y me dijeron: ‘Cambiate ahí, gurí’. Era como una clase, era gente grande de oficio. Gente de fútbol de la vieja escuela. Tengo mis mejores amigos del fútbol, amigos, familia. Tuve una depresión muy grande cuando me di cuenta de que no iba a jugar más profesionalmente. Muy grande y muy interna. Yo seguí para adelante metiendo, capacitándome, haciendo el curso de técnico, porque quería ser docente. Es angustioso dejar de jugar. Cuando dejé de jugar me desvinculé totalmente de la Mutual. Yo dejo la carrera y corto. Como un amor, corté con un montón de cosas. No fui más a ver fútbol, no fui más a la Mutual. La vida te lleva. Y me perdí una parte muy importante. Un día me llama Bigote [Santiago López] y me dice: ‘Bruno, están pasando cosas, la cosa no está bien’. La Mutual somos todos. El aura son los futbolistas profesionales, o quienes vivieron de eso; la gente que sabe la problemática, que sabe el día a día. Gente, seres humanos, gente divina que me formó, que me abrió las puertas. Gente con la que tuve mucha discrepancia, gente a la que le molestaba que yo me manifestara. Gente que ni iba. Gente que se quedó con plata, gente que no. No voy a señalar con el dedo a nadie si se manda una cagada; es la ética personal la que me importa. Si vos tenés acceso a un cargo y ese cargo te permite tomar ciertas decisiones, manejar dinero, manejar tiempo, meter un gancho por mucha gente, ese poder –como dijo el tío de Peter Parker– conlleva una gran responsabilidad. Yo no quiero esa responsabilidad. Yo estoy en el área docente y estoy para ayudar emocionalmente, como cuando era un guacho y me ayudaron. Los dirigentes tienen ese gancho, esa firma. El dirigente es muy importante, pero tiene que tener un código de ética, tiene que ser un samurái. Cuando veo este lío de la AUF me pongo a mirar a los niños que juegan. Tendríamos que darnos cuenta de que tenemos un prócer que es el Maestro Tabárez, y copiar ese modelo en el día a día. Nos está enseñando y reenseñando. Hay gente del fútbol que habla de Tabárez pero si se puede quedar con algo se queda, transa, vende; hay que copiar lo bueno, la esencia, y aplicarlo en el día a día; eso te libera de cualquier asociación ilícita, te hace ser mejor persona, y si sos buena persona y estás en el fútbol estás nutriendo al fútbol, y al que no es una célula cancerígena que con el fútbol está saciando sus necesidades. De esos está lleno, la puta que lo parió”.

Bruno se cuestiona el ser, también las macanas que ese ser se manda, pero le importa le ética personal, cómo somos. Insiste en no querer olvidarse de nadie cuando arranca a nombrar gente o armar equipos o las dos cosas. Hace un repaso de su historia en el oficio de futbolista, de su actividad gremial y del abrazo como esas cosas fundamentales para no sentirse solo. La Mutual como una casa para encontrarse con uno mismo, con el otro, sin botines y por lo que nos pasa, como por la camiseta de turno. Dirigentes como samuráis, directores técnicos como docentes y el gremio como una casa son conceptos para refrescar en los tiempos que corren, que no corren precisamente tras la pelota.

“En la dirección técnica trazo el paralelismo constantemente con la música, porque el arte se puede fusionar, y la música y el fútbol son procesos creativos. El fútbol es creación. Ahí en la pantalla está mi socio y mi hermano fundador de El Santo Remedio, Javier Díaz, con quien estoy maquetando el tercer disco. Es como ese punta que llega al fondo y vos sabés que llega y la mete para atrás y vos venís esperándolo. La música tiene un espectro amplio de cosas: la parte emocional de escucharla, hacerla, bailarla, y una parte técnica, como para tocar un instrumento. Ahí hay un vínculo directo con el fútbol, que sobre todo es pasional; también hay un instrumento y tiene una parte técnica que es esencial. Así como uno puede escribir un delantero, puede crear un dribling en una baldosa, y eso vos se lo podés transmitir a un jugador: el fútbol es un arte. Y no estoy descubriendo nada con eso”.

Al disco habrá que esperarlo, macerarlo, escucharlo. Llegará a nuestros oídos el resultado del proceso creativo. La recompensa estará en el camino, en las horas frente a la pantalla de Javier moviendo guitarras y saxos, en el cuelgue de militar la música con los años y ponerle un nombre a eso. En el camino estarán los amigos musicales haciendo de las suyas para transformar la idea inicial en una cosa colectiva. El fútbol es casi lo mismo: articular un lateral derecho con un cinco que la filtra para un nueve que hace de pivot con el enganche que la abre para que venga el centro del mismo lateral del comienzo para el mismo nueve que giró y fue a buscar. Bruno lo sabe: es gente de fútbol, gente de música, gente que no.