Denise Braz, antropóloga, activista y feminista afro, me dijo: “Hay que puntuar cosas que están más allá del fútbol. En el fútbol hay situaciones racistas, no sólo tiran bananas e insultos. Es una muestra más de cuestiones étnico-raciales muy fuertes. La violencia con la población afrodescendiente en Brasil es gigante. Es horrible. Somos la población a la que más asesinan en Brasil. Mirá el caso de Marielle Franco, que hasta hoy no tiene resolución. Además, la mayoría de la población carcelaria está compuesta de personas negras. Brasil todavía no hizo las paces con las cuestiones étnico-raciales. Hay una mentalidad colonial, una falsa democracia racial, porque es como que está todo bien la mezcla, pero siempre hay más para blancos que para negros”.

Denise, a quien siento como una amiga porque, entre otras cosas, me invitó a su casa a comer pescado junto a los suyos, continuó: “Brasil es el país que mata más transexuales en el mundo, y cada dos horas una mujer es asesinada en un feminicidio. Buscá la información por ahí. Es un país que tiene muchas cosas para resolver. Por suerte, en el fútbol, Marta empezó el debate de género en el campo. La última vez fue antes del Mundial femenino, cuando no aceptó ninguna marca para hacer publicidad porque le iban a pagar menos que a Neymar”.

Es cierto. Y un poco más: después de quedar eliminada de la Copa del Mundo femenina, Marta dio una nueva muestra de dónde está parada. La goleadora histórica de los mundiales –de mujeres o de varones, por si todavía no lo sabés– fue entrevistada al terminar el partido por los octavos de final en el que Brasil cayó frente a Francia. Les habló a las suyas, a su género. “El fútbol femenino depende de ustedes para sobrevivir. No van a tener una Marta para siempre, una Cristiane, una Formiga. Es un momento especial y la gente lo tiene que aprovechar. La gente pide tanto, pide apoyo, pero también tiene que valorizar. La gente está sonriendo acá, y creo que eso es lo primordial: llorar al principio para sonreír al final”, manifestó con visibles gestos de emoción Marta Vieira, de 33 años, seis veces la mejor jugadora del mundo, más goleadora en mundiales que nadie, quien reconoció el dolor de la causa feminista, plantó la semilla de los cambios para siempre, rompió el lado frío de quienes creen que los deportistas no deben tener posicionamiento en cuestiones sociales.

Antes de que terminara el último partido que jugó el equipo femenino de Brasil con Francia, muchas personas en las redes sociales atacaban a la defensa francesa Wendie Renard con ofensas racistas. Al respecto, Denise apunta: “El cabello de Wendie fue el gran disparador. Un cabello afro, que sale de la construcción de patrones mundiales establecidos de belleza, de la belleza blanca, preferentemente la europea, obvio. Un cabello llamó más la atención que su currículum impecable como deportista. Wendie ganó 13 campeonatos franceses, seis Champions League, fue elegida varias veces mejor jugadora del fútbol femenino y es la tercera jugadora con el mejor sueldo. Pero fue reducida en Brasil a ‘la negrita con el pelo feo’”.

En alguna inmediación del barrio de Botafogo juegan dos niñas y tres varones. Al fútbol, sí. Un poco más lejos está la playa, con el agua contaminada donde no aconsejan meterse. Arriba, de frente, el Pan de Azúcar. Atrás, de refilón entre los edificios, el Cristo Redentor y eso de estar cerca del cielo. Abajo, el juego y el peso de la vida, la discriminación, las carencias, el rato permitido de risas y emociones de cinco botijas, el respiro antes de llegar a casa, Bolsonaro y Lula jugando al ajedrez con reglas en condiciones desparejas, las contradicciones de una zona sucia en una ciudad a la que el mismo turista que la llama cidade maravillosa colabora tirando papeles –o sea, mugre– en la vereda.

Entre la tierra y las nubes, las paredes. Hay una que habla de Botafogo, el club. Ahí, Mané Garrincha: saúde, maestro. A Manga y al Loco Abreu los conocemos. Bien a la izquierda, Afonsinho. Dónde, si no.

De Afonsinho, peludo y barbudo siempre, en un documental de Fútbol Subverso dedicado al crack de los años 60 y 70 dice el historiador Flávio de Campos: “Es el primer ejemplo de rebelión de su generación”. De cajón: los represores y los civiles mandaderos siempre lo tuvieron en la mira.

Por sus convicciones y acciones, Afonsinho fue (y es) un símbolo de la lucha social, contra la discriminación y contra la dictadura militar brasileña. En lo deportivo lo pagó caro: en su mejor momento no lo convocaron a la selección verdeamarela por considerarlo subversivo. Afonsinho, además, mucho antes que la Ley Bosman, fue el primer jugador en Brasil en luchar para poder quedar libre de un club que lo sentía de su propiedad, algo que se parece a la esclavitud en época colonial.

Cuenta la leyenda que Afonsinho, futbolista y médico psiquiatra, cada tanto enseña fútbol a niños y niñas. Tal vez Marta también. Más allá de lo cierto, ambos enseñan con el decir y el hacer de sus actos. Y no sólo sobre el juego: es usar la tribuna, a los públicos acostumbrados a otra cosa, para insistir con el discurso de que el fútbol dura (y duele) un rato, pero los problemas étnico-raciales y de género han durado demasiado y siguen doliendo. Es hora de otro partido.

Son cinco pero se multiplican por miles. Hijos e hijas de Marta y Afonsinho. No corren cerca del show de los estadios, más bien juegan en el ocaso. Gilberto dirá que “fazer um gol nessa partida não é fácil, meu irmão”.