Tirar un libre en el básquet es un momento personal. Cada jugador tiene su técnica. Algunos caminan un poco para recuperar el aire, otros pican la pelota tres veces, respiran hondo y aflojan tensiones. Nadie apura y la confianza es clave para hacerla entrar. Pelota, jugador y aro. Nada escapa de esa tríada. Para Gustavo Cabrera, los libres tuvieron un gusto diferente en cada momento de su vida. Le tocó tirar libres mientras jugaba en las formativas de Colón, con amigos y familia en la tribuna y también en el plantel principal, ya con hinchada. Tiró cuando estaba preso en el Cilindro Municipal en 1975, mientras las tribunas hacían las veces de camas, y luego por cuatro años y medio, en el penal de Punta Carretas, también tiró. En 1981, cuando fue liberado, volvió al Cilindro a jugar y le tocó tirar de nuevo. Y ahora sigue tirando mientras viste la celeste de la Unión de Veteranos de Basquetball del Uruguay.

“Si bien yo fui mal jugador de básquetbol, era aguerrido, marcaba y me la daban siempre a mí para tirar”, contó Cabrera a Garra, y agregó: “Cuando los milicos me fueron a buscar yo era titular en Colón, había subido de segunda a primera y el 2 de julio empezaba el Campeonato de Invierno. La primera fecha era contra Aguada, pero a mí me fueron a buscar el 27 de junio. Me cortaron la carrera, era base y titular”.

De ese momento guarda un recuerdo que sus compañeros de equipo le contaron, pero es como si lo hubiera vivido: “Lo que para mí fue tremendo es que mi director técnico era Bernardo Larre Borges, padre de un compañero que estuvo preso también. Los juntó a todos en la primera práctica en la que yo no estaba y les dijo: ‘Bueno, nos llevaron a un compañero preso, lo mejor que podemos hacer es rendir el homenaje y seguir esforzándonos’”.

Memoria

“Me mudé al club Colón, en las calles San Martín y Fomento, cuando tenía diez años. Lo recuerdo porque fue el año 64 y me acuerdo de que fue un jolgorio, porque Colón había salido campeón de la B en fútbol y había subido a primera”, relata Cabrera sobre su infancia con lujo de detalles.

Para el niño Cabrera, era “un mundo de gente” en esas calles. “Para mí fue todo un impacto porque hace pocos días habíamos llegado al lugar”, recuerda. A los 11 años empezó a practicar básquetbol en Colón y pasó por todas las categorías formativas: mini, cebollita, menores, hasta el plantel principal. “Me crie ahí prácticamente. Rato que tenía libre en casa, rato que me iba al club a tirar. Tenía tiempo para perder el tiempo, como decía [Eduardo] Galeano”, contó.

En 1971 terminó el liceo y al año siguiente empezó a estudiar Magisterio, en una época donde fermentaron muchas cosas, “con la creación del Frente Amplio; recuerdo mis primeros momentos de militancia y muchos estudiantes muertos”. En 1971 asesinaron a Heber Nieto y a Julio Espósito, entre otros, y Cabrera lo lleva grabado: “A Nieto lo matan el día de mi cumpleaños número 17, un 24 de julio de 1971. Para mí fue algo muy difícil, que hasta el día de hoy cada vez que cumplo años lo recuerdo. Porque él era militante de la Resistencia Obrero Estudiantil (ROE), grupo al que después yo me integré a militar mientras estudiaba Magisterio”, lamentó.

Durante los años 1970 a 1972 compartió su vida entre estudiar Magisterio, jugar al básquetbol en Colón y sus primeras experiencias de militancia en la ROE. “En el 73 viene el Golpe de Estado, mientras yo militaba muy fuerte en Magisterio, pero también vivía intensamente el hecho de ser jugador de básquetbol. Me encantaba y era otra parte de mi vida”, explicó Cabrera.

El momento de quiebre fue en 1975, según relató: “Me agarran en el 75, cuando ya no militaba y hacía siete u ocho meses que había perdido contacto con la ROE. Al mismo tiempo, era titular de Colón, justo en ese momento que había subido a primera. Pero bueno, no llegué a plasmar mi titularidad, porque el 27 de junio me detuvieron y el 2 de julio empezaba el campeonato de preparación de primera. Marché durante cuatro años y pico, pero seguí jugando al básquet, primero en el Cilindro y luego en Punta Carretas”.

Jugar distinto

Antes de que lo apresaran había jugado entre 15 y 20 partidos de básquetbol de formativas en el Cilindro, que era un lugar de referencia deportiva. “Tengo recuerdos de chico, en las divisiones inferiores nos dejaban entrar cada uno con su equipo para cumplir el rol de acomodadores en el público. El Cilindro estaba lleno de gente para ver a Uruguay Campeón del Sudamericano en 1969, en el que jugaba Manolo Gadea”, evocó Cabrera y sentenció: “Para mí estar preso dos meses ahí en el Cilindro fue un impasse”.

“Estuvimos un mes y medio en Inteligencia y enlace. En todo el proceso de interrogatorio éramos una veintena entre gurisas y gurises de la ROE, y cuando terminó la etapa del interrogatorio nos llevaron al Cilindro”, aseguró Cabrera, y especificó que en ese momento se encontraban a finales de julio o primeros días de agosto de 1975.

“Dormíamos en colchones en las gradas, teníamos relativa libertad para deambular bajo la mirada de la Policía, los milicos azules, como les decíamos nosotros”, afirmó, y consideró que el nivel de represión era muy bajo. Tan así que salían a sacar la basura a los contenedores de la calle Centenario, “sin ningún tipo de guardia o compañía”. Por eso mismo, “estábamos convencidos de que nos iban a largar, éramos todos militantes de periferias, ninguno ocupaba un cargo de responsabilidad en la ROE, y teníamos entre 18 y 21”, aseveró.

Los tiempos de ocio y esparcimiento eran permanentes en el Cilindro, contó Cabrera. “Era una cancha de básquetbol, no podíamos no hacer ejercicio”, expresó y aclaró: “No eran muchos los partidos de básquetbol, porque el fútbol era más popular y siempre se armaban dos arcos. Al básquetbol no jugábamos muchos, pero cuando se daba y me tocaba jugar, lo disfrutaba”.

En esos partidos de básquetbol entre compañeros sucedían momentos especiales, narró: “A veces me paraba, porque tirar un tiro libre personal es un momento de mucha reflexión: yo, la pelota y el aro. Recuerdo que estando preso en el Cilindro, cuando iba a tirar libres pensaba 'la puta madre, pensar que estuve acá hace poco tiempo jugando al básquetbol de verdad y ahora estoy, bueno, acá jugando'”.

Tiempo para procesar

Dos días antes de que los procesaran y llevaran al juzgado hubo un cambio de guardia sorpresivo: “Los milicos de comisaría no estaban entrenados para reprimir, su condición no era esa”, consideró Cabrera. Por otro lado, enfatizó: “Represión y cero movimientos tuvimos esos dos días con guardia de choque, y de ahí nos llevaron para el penal de Punta Carretas el 9 de octubre del 75, estuvimos todo agosto y todo setiembre en el Cilindro”. La guardia de choque cambió todo, “desde la vestimenta, te veían permanentemente, con palos, caminaban de madrugada y pasaban golpeando los asientos de hormigón”.

“De haber sabido que allá por fines de setiembre nos iban a procesar a todos con carátula de asociación subversiva, que implicaba un mínimo de seis años de prisión a un máximo de 18, nos hubiéramos intentado escapar”, aseveró Cabrera. Antes del procesamiento tenían visita dos veces por semana, de familiares o amigos, pero luego no tan frecuentemente. “Cuando nos procesaron fue un bajón tremendo para nuestros familiares, fue muy fulero, me pongo en el lugar de nuestros padres”, reflexionó.

Sobre su tiempo en el penal de Punta Carretas, recuerda con emoción un día en que se organizó un partido entre Colón y la selección de presos comunes: “El plantel de primera de Colón entró a la cancha en fila india, se pararon en una formación perfecta y me empezaron a saludar uno por uno, fue un momento muy emotivo”.

Jugar de nuevo

Cuando Gustavo Cabrera fue liberado tenía 25 años, “era un guacho, había perdido cuatro años y pico, pero volví a jugar en el 81 y 82 al basquet profesional. Incluso volví a jugar al Cilindro”, destacó. Antes, durante y después. “Volver a jugar en el 82 al básquetbol en serio fue otra experiencia, era dictadura todavía, pero el Cilindro volvió a tener fines deportivos”, indicó Cabrera.

En los entretiempos, cuando jugaba con Colón por la Liguilla en el Cilindro, iba y agarraba la pelota. “Me paraba en el mismo punto del tiro libre personal, como hacía hecho años atrás. Ahí mismo lo identificaba como un momento de mucho disfrute”, valoró. Después de jugar esos partidos en 1982 decidió dejar de jugar profesionalmente porque nació su primera hija, empezó a trabajar y se apartó del básquetbol.

Cuando mira hacia atrás, reconoce que en el momento en que lo detuvieron reclamaba algún aviso previo de sus compañeros, al menos de “avisar que se venía pesada la mano, para que tuviéramos cuidado porque nos podían venir a buscar. De mi grupo político, 90% se fue a Buenos Aires y después empezó a organizar el Partido por la Victoria del Pueblo [PVP]”. Pero luego de salir, reconoce: “Capaz que eso me salvó la vida. Si me hubiera ido a Buenos Aires hoy podría estar desaparecido, como 90% de mis compañeros, que hoy están desaparecidos. Quienes estudiaban conmigo Magisterio, los padres de Mariana Zaffaroni, eran como mis jefes. Doy gracias a la vida por seguir viviendo, haber tenido hijos y a mi compañera”.

En cada tiro libre, “ahora, de viejo, disfruto mucho porque digo 'gracias a la vida, que a los 65 años todavía estoy disfrutando con la camiseta celeste puesta y tirando este tiro libre'. Pila de gente, que fueron mis compañeros, están desaparecidos. Mi padre, que a mi edad no estaba vivo, y otros compañeros que están maltrechos de salud. Todo eso me pasa por la cabeza en un libre”, expresó Cabrera, y concluyó: “Soy un agradecido a la vida realmente por dos hijos maravillosos, con los que tengo una excelente relación y saben que el básquet hasta hoy es mi cable a tierra”.