Es una maravilla la Copa Uruguay. Está mal que lo diga porque soy parte involucrada. Esta mal que lo exprese porque me duelen prendas, pero está bien que deje a texto expreso cómo esta novel copa que va por todo el país, por todo los barrios, logra reconstituir emociones originales, placeres y dolores desde el pie, alegrías fatuas pero inolvidables.

El fútbol de barrio, el fútbol de pueblo ha vuelto. No, claro que no ha tomado el poder, que sigue siendo de otros, pero desde una tribuna entre los suyos, bañada por el sol, entre tangerinas y borlas de fraile con bolsas de nylon que sudan azúcar, uno vuelve a sentir esa cálida y placentera sensación de acompañar las alternativas de un partido de fútbol un jueves a las 15.00. Ayer fue en La Bombonera de Basáñez, que se vistió con sus mejores ropas para recibir la ilusión de la Copa Uruguay.

Una maravilla bajarse de un lejano ómnibus repleto de laburantes que vuelven de otro barrio a donde han ido a echar el lomo, y empezar a serpentear torres de edificios grises, gastadas como las ilusiones de sus pobladores, pero enhiestas. Acertar al laberinto de callecitas y callejones, entre niños que pelotean, madres cargando bebés, gorritos por encima de la línea de las orejas, chalas y armados, es reconectar con una parte de nuestra sociedad. Llegar a La Bombonera es para algunos volver a los tiempos de gloria, cuando a fines de los 80 y principios de los 90 el basa copó la parada y se hizo sentir en la B, y en la A, a la que llegó con Juanchi González y Lucho Romero.

Como antes

Parecía el partido más importante de Basáñez en 20 años. Su gente lo acompañaba con ilusión, como antes, y sus jóvenes futbolistas, impecablemente empilchados, relojeaban las cámaras de Tenfield, que finalmente no emitió el juego.

Antes del partido, el vestuario del basa era un hervidero de gente, como la reunión de los comensales en un asado de reencuentro. En la tribuna hay 150 personas repartidas a lo largo de la grada locataria: de un lado, los hinchas medianamente estándar de los arrabales del fútbol: “¡18, dejá de boquillar que no estás en la radio!”, “¡Bien, Santi, bien!”. Del otro, la barra, que empuja, canta, redobla la síncopa del bombo y saca canciones nuevas ‒siempre extremadamente heteronormativas‒, pero mira el partido. Todo el tiempo mira el partido, y entonces se multiplican las interjecciones: “¡Oh!”, “¡Ah!”; también los solos de bajos y sobreprimos: “¡Vamo’, el Basáñez, vamo’!”.

En la otra tribuna, contra el otro vestuario, hay media centena de hinchas de Ituzaingó de Punta del Este, o del sol, o de los dos, porque maridan bien. Los verdes de San Rafael también están de fiesta y sienten este partido como una gran oportunidad de seguir adelante, tal como lo están haciendo en la Copa Nacional de Clubes A.

La construcción de un triunfo

Basáñez lo ganó bien, y ajustadamente. En el primer tiempo los montevideanos sorprendieron jugando permanentemente contra el arco de Jonathan Deniz, con una receta híbrida: atrás la cuadrada línea de cuatro, recia, desprolija y segura, y de mitad de cancha para adelante una salida rápida y vertiginosa, con pelota al pie y corridas por fuera.

Les costó a los puntaesteños encontrar el partido, encontrar el ritmo a imponer. Quienes se impusieron fueron los jóvenes sangre y luto, que atacaron sin parar. La sorpresa dejó lugar a esperar el gol rojinegro, que llegó a los 42’ de la primera parte, cuando una potente e interminable carrera por izquierda de Guzmán Fernández, vestido de Juanchi González de los 90, terminó en un centro de la muerte para que, en las cercanías del arco, Santiago Ballestero la empujara a las redes, enloqueciendo a la tribuna y a las decenas de mirones desde flácidos terraplenes, o techos vecinos, que hacían honor a la familia Miranda de Garrón.

En la segunda parte, ya con Santiago Tato Barboza en la cancha y Gonzalo Gadea acompañándolo en delantera, los verdes de San Rafael jugaron buena parte del complemento cerca del área rival en busca del empate.

Estaba clavado que al Tato por lo menos una le iba a quedar; le quedaron dos, una pegó en el palo y la otra, última de última, fue una gran atajada de Ignacio Fernández. Mientras, el basa bancaba y bancaba, y trataba de inventar alguna contra. Lo hizo un par de veces respirando y buscando sacarse de encima a Ituzaingó, pero el tacuaremboense Jonathan Deniz estuvo impecable y salvó la segunda caída.

El final fue el de una serie de Netflix, con los verdes poblando con diez jugadores en el área del basa y los locales con sus hinchas genuinos del barrio, aguantando el cero, como si apretando los alambrados y gritando la pudieran sacar de cabeza, pudieran meter un planchazo o tirarse a trancar con la cabeza.

Sonó el silbato, terminó el partido y el barrio, el club, volvió a aquellos días felices que parecían perdidos en el tiempo. Basáñez ganó 1-0 en este encuentro de la Región Este, y ahora volverá a soñar en La Bombonera, recibiendo a Juventud de Las Piedras en uno de los próximos 24 partidos de la primera fase que, a partir de hoy, quedarán fijados.