Esteban Rodríguez Alzueta es abogado y magíster en Ciencias Sociales. Es argentino y trabaja como profesor e investigador de la Universidad Nacional de Quilmes y de la Universidad Nacional de La Plata. Se enfoca en la sociología del delito, la violencia y la inseguridad.

Ha escrito varios libros sobre estos temas, entre ellos Temor y control: la gestión de la inseguridad como forma de gobierno (2014), Vida lumpen: bestiario de la multitud (2007), Justicia mediática (2000), Hacer el bardo: provocación, resistencias y derivas de jóvenes urbanos (2016), Vecinocracia: olfato social y linchamientos (2019), Prudencialismo: el gobierno de la prevención (2020).

Entre sus ideas están que “los pibes chorros no existen”, sino que son una construcción identitaria que surge como una reivindicación para dar respuesta a la continua discriminación que atraviesan; una profesía autocumplida, una forma de responder mediante la identidad al ataque sostenido. También plantea que no hay “olfato policial” sin “olfato social”, por eso la “vecinocracia” es un elemento clave para la configuración de la seguridad y los objetivos de persecución policial y penal.

Invitado por la organización uruguaya Renacer, participó en el conversatorio “Criminalidad de la violencia y disputa de territorios”, en el que se habló sobre los enfrentamientos violentos, la violencia letal y la disputa del territorio, entre otros temas. También participaron Nilia Viscardi, doctora en Sociología y especialista en el análisis de la violencia con énfasis en la adolescencia; y Willian Rosa, fiscal de Flagrancia y Presidente de la Asociación de Magistrados Fiscales del Uruguay, de cuyas intervenciones daremos cuenta en otros artículos.

Sandra Sande, representante de Renacer, explicó que este encuentro surgió “de la vivencia práctica en los territorios” y de algo que genera una “preocupación sensible y racional”: el avance de la violencia para adolescentes y jóvenes y cómo la letalidad en esta población no es vista como un problema sino como “una solución”, porque “se matan entre ellos”.

Entrenamiento de la violencia como habilidad productiva para los mercados ilegales

Para Rodríguez Alzueta, “los barrios de las periferias de las ciudades ya no son los de la década del 90”. “Han ido mutando y son el epicentro donde la violencia aparece como un recurso cada vez más recurrente, que está adquiriendo cada vez más protagonismo y que compite y desplaza a otros recursos”, señaló. Explicó que “son barrios en los que la violencia se está convirtiendo en una moneda de circulación que organiza el intercambio entre actores”. “Son nuevas conflictividades sociales”, afirmó. Y desagregó que “son conflictos entre vecinos, cada vez más violentos, conflictos desarticulados, caracterizados por una violencia altamente lesiva, instrumental y expresiva”.

Rodríguez Alzueta habló de “ilegalismos plebeyos”, que se suman a las economías ilegales más típicas en los barrios, como son el tráfico de drogas o el robo y desguace de autos. Indicó que “se suman otros ilegalismos”, como son la ocupación de tierras y los desalojos que se hacen mediante extorsiones y amenazas. “Hay un mercado inmobiliario informal que se disputa a través de la violencia”, señaló.

Las “nuevas conflictividades sociales” son “los delitos de siempre, que ahora vienen con un plus de violencia”, sobre la que “no hay que apurarse a cargar a la violencia instrumental, sino que hay que pensarla asociado a los ilegalismos antes mencionados”, porque “son campos de entrenamiento que permiten desarrollar y desplegar destrezas” que después van a ser “habilidades productivas para los mercados ilegales”. “La violencia puesta en práctica en los delitos callejeros suele ser referenciada como un recurso productivo por los pequeños empresarios de emprendimientos ilegales e informales”, afirmó.

Por otra parte, un elemento clave de este ecosistema es “el surgimiento y la expansión de los colectivos punitivos: “Grupos de vecinos ensayan, por mano propia, para reponer umbrales de tolerancia en determinados barrios”. “Cuando se deterioran los relacionamientos y las agencias del Estado como la Policía son incapaces, los vecinos, a veces individualmente y otras veces de forma colectiva, recurren a formas alternativas -no nuevas- y violentas para encarar los conflictos”, explicó.

Lo que hacen los vecinos es “reactivar la herencia de tradiciones culturales grupales”: los linchamientos, la justicia por mano propia, los escraches en sus múltiples formas, las quemas de viviendas con posterior deportación de grupos enteros de los barrios, la lapidación de policías y comisarías. “Todas estas formas de seguridad vecinal son experiencias ostentosas y punitivas, y no tienen la capacidad de frenar la violencia, sino, por el contrario, lo hacen mucho más difícil y así los vecinos se sienten más inseguros e intranquilos”, resaltó.

Rodríguez Alzueta planteó que “no hay que caer en la tentación de hablar de que estos barrios son tierra de nadie o decir que el Estado está ausente”. Lo reforzó diciendo que “hay que evitar las interpretaciones pánicas, que llegan con categorías como la necropolítica, el Estado fallido o el doble poder”.

La violencia altamente lesiva [la que daña o la que mata] está distribuida de forma desigual en la ciudad. La violencia se concentra en determinados grupos de jóvenes de determinados barrios. Por eso, aclaró, también hay que comprender que no se está hablando de todo el conglomerado urbano sino de algunos barrios muy puntuales que componen las áreas urbanas. Para comprender la violencia hay que encuadrarla, dijo, y planteó preguntas disparadoras para hacerlo.

¿Qué lugar tiene la violencia en los delitos callejeros?

Según Rodríguez Alzueta, la violencia con la que son llevados a cabo determinados delitos callejeros y prelatorios es una violencia “inusual” en los últimos años, “que está excediendo la finalidad inmediata y evidente”. Explicó que “generalmente, la violencia que se emplea en los delitos callejeros se dispone para vencer la resistencia de la víctima”, por ende, “guarda proporción a la actitud de la víctima”. Pero “lo que empezamos a notar es que en los últimos años muchas veces los delitos callejeros tienen un plus de violencia”. Lo ejemplificó de esta manera: “La víctima está reducida, ya le dio lo que quería, pero sin embargo siguen ejerciendo una violencia contra esa víctima”. “Es una violencia desmedida, que cuando se la mira desde afuera es una violencia sin sentido, bárbara”, describió.

Por eso, esta violencia “merece ser desentrañada” para “comprender de qué se trata”. Para entender esta nueva violencia en los delitos callejeros “hay que alejarse de las interpretaciones economicistas que plantean que el delito es la consecuencia de la pobreza y de la seguridad social”; una herramienta ante la necesidad.

Para Rodríguez Alzueta, hay factores que “hay que tomar en serio y mirar de cerca”: “la rabia y el resentimiento”. Añadió que “ambas están vinculados a otras dos caras del delito que no suelen tenerse en cuenta: la dimensión expresiva y emotiva del delito”.

La violencia tiene una “dimensión expresiva”, es “una oportunidad que tienen los jóvenes de decir ‘yo existo’, ‘tengo este problema’”. Esta violencia “tiene un contenido”, y eso “a la política le cuesta leerlo”. “Esta ilegibilidad es parte del problema: la violencia llega cuando la política se queda sin palabras”. Cuando se quedan desarticulados, “el delito es una caja de resonancia”.

El delito tiene también “una cuestión emocional”. “Es un campo exploratorio para saber lo que puede un cuerpo”, planteó Rodríguez Alzueta. “No es sólo que se divierten y llenan el tiempo muerto”, es una forma de “motorizar la grupalidad”. “El delito es una manera de generar miedo y pilotear el miedo que se genera. El delito es una manera de agregarle adrenalina a la vida cotidiana”, afirmó.

“La rabia nos habla de la cuestión expresiva: la violencia quiere comunicar algo”, dijo. Y reiteró la estrecha conexión de esto con la incapacidad de la política: “Cuando la política y los partidos políticos tienen dificultades para reproducir a estos jóvenes, el delito es una caja de resonancia para decir que existen y que están”.

Además de expresiva, la violencia es una cuestión “emotiva” porque “se usa para articular con el resentimiento que genera el odio constante, el racismo solapado, la discriminación que ejerce la sociedad sobre estos jovenes que viven en determinados barrios”. Esto no se manifiesta sólo en las violencias que se ponen en juego en los delitos callejeros, sino en otras violencias, como “la vandalización, la quema de autos, los desplazamientos furtivos a máxima velocidad en motos”. También en actitudes grupales que, a priori, no son violentas, “como escuchar música en el espacio público a todo volumen”. Enfatizó en que “cada una de estas acciones tiene una dimensión expresiva y emotiva”.

¿Qué papel juega la violencia en las relaciones interpersonales?

Para Rodríguez Alzueta, “tenemos que abordar estos temas sin contarnos cuentos”: “Las disputas entre jóvenes no son una novedad, pero estas disputas se han vuelto fuertemente lesivas”. No duda en decir que “esto hay que cargárselo a la cuenta de las armas”. “Antes se agarraban a piñas, ahora a tiros”, explicó.

Esto no es sólo porque “es fácil conseguir un arma, sino porque el arma prestigia”. La disputa “ha adquirido centralidad en la vida de los jóvenes y en la composición de las identidades, que casi siempre está asociada a una grupalidad y que se forja en un enfrentamiento con otros grupos”. “Con las peleas buscan respeto, ganar, tener algo que no obtienen en otro lugar”, señaló. “La grupalidad es central y es vivida como un paraguas moral”, explicó. “No son peleas de individuos sueltos, sino de personas que forman parte de distintos grupos. No importa que haya sido entre dos personas, lo que importa es la membresía a grupos determinados”, agregó.

Según el experto, “son jóvenes desenganchados de la política y de la escuela”. “Las escuelas, los movimientos sociales y los políticos son cada vez más impotentes para escucharlos y para hacer algo por medio de estas instituciones”, afirmó. Y acotó que “encima, el mundo del trabajo no existe o es muy marginal en sus vidas. El trabajo no es vivido como una fuente de dignidad y respeto. Al contrario, el trabajo que conocen es una fuente constante de humillaciones y violaciones de distinto tipo”.

Por otra parte, “las peleas construyen masculinidades, que se van a representar después en el espacio público”. Y esto “no es sólo para reproducir la cultura patriarcal”. La finalidad es otra: “Lo que buscan los jóvenes mediante las peleas es desarrollar una cultura física y moral que después van a necesitar para medirse con otros actores y con otros procesos de humillación”.

Las disputas interpersonales suelen organizarse por medio de “dinámicas vindicativas”: “Son violencias que generan violencia. Son violencias cada vez más miméticas, sin capacidad para detener la violencia; no ordenan las relaciones, al contrario, las desordenan”.

La búsqueda de prestigio y de respeto también es lo que está detrás de las peleas: “Se necesitan enemigos para probar la valía, pero también para sentirse importantes para alguien que está próximo”. La describe como una “violencia paradójica”, porque “lo que está en juego es el reconocimiento del otro, de los demás, de los cercanos y de los lejanos”.

¿Hay relación entre la violencia policial y las disputas interpersonales de las que estos jóvenes son sujetos protagonistas?

“Gran parte de la violencia policial de la que son objeto los jóvenes es un insumo para componer una identidad, para sacarse chapa o cartel que después van a hacer valer dentro de su grupo de pares y de otros grupos de pares con los que mantienen disputas o rivalidades”, explicó Rodríguez Alzueta.

A su vez, también tienen una función: “Hacer frente a los procesos de humillación de los que son objeto estos jóvenes en sus relaciones con los vecinos cuando los degradan y los estigmatizan”. “Para eso también se necesita un cartel que les permita andar por el barrio con el mentón alto”, señaló.

“La rudeza no es algo que se compra en el quiosco de la esquina ni que se aprenda mirando un tutorial de Youtube; la rudeza se aprende y se compone en la calle” y, entre otras formas, “enfrentando a la Policía” y “aguantando el verdugueo policial”. “Y más allá de que cuando enfrentan a la Policía cobren fiero y les toque perder en ese momento, acumulan un crédito moral que van a hacer valer en diferido cuando se encuentren con otros grupos con los que mantienen rivalidad”, afirmó. Aclaró que “no es que busquen y provoquen la violencia policial”, sino “cómo la direccionan y convierten en un insumo para componer una identidad de pibe rudo, que se la banca y que tiene huevos”. Eso es algo que “les va a permitir adquirir prestigio en sus grupos de pares”.

¿Qué relación existe entre las violencias prelatorias e interpersonales y las violencias que a veces se ponen en juego en los ilegalismos plebeyos o en las economías ilegales?

“No hay que confundir las disputas territoriales con las disputas interpersonales”, distinguió. “La violencia altamente lesiva suele cargarse a la cuenta del narcotráfico”, pero Rodríguez Alzueta propone complejizar uno de los principales discursos que están sobre la mesa y los discursos políticos. “Se adjudica a la disputa narco, pero va más allá”, señaló.

Sugirió que “lo que está llamando la atención es que hay barrios en los que las disputas por el territorio son muy violentas, y también lo son las disputas interpersonales”. Es necesario definir “dónde termina una y comienza la otra”, sostuvo.

“Estas disputas suelen llevarse a cabo en los mismos barrios, entre actores que viven en los mismos barrios”. Entonces, cuestionó: “¿Qué relación hay entre las disputas interpersonales y las territoriales? ¿Se alimentan una de otra? ¿Encuentran un insumo para resolver sus propios intereses?”. Para Rodríguez Alzueta, “no importa qué fue primero, sino explorar las condiciones en que se desarrolla la vida; las vivencias de esas condiciones”.

“Las disputas interpersonales y territoriales se acercan sin llegar a confundirse”, y por eso “cabe preguntarse cuán lejos estamos de que las disputas interpersonales que ponen en juego violencias expresivas y emotivas se tornen instrumentos de las disputas territoriales”. Más aún: “Cuán lejos estamos de que las disputas interpersonales se resuelvan como las territoriales, como hacen los narcos, con sicariato”.

Desde una perspectiva estadística, se presume que casi la mitad de los homicidios están asociados a las disputas territoriales. Según las cifras, les siguen las disputas interpersonales. Por eso, “hay un universo que debemos explorar mejor”.

Caligrafías de las violencias

Rodríguez Alzueta planteó que “hay que tener en cuenta que las caligrafías de las violencias no siempre tienen el mismo trazo e intensidad”. Entiende que en la región “todavía no estamos frente a ultraviolencias como las que azotan a otros países de América Latina, donde la violencia cruel se ha vuelto una violencia pornográfica, gore o siniestra”. Si bien “la crueldad es una tentación”, no le parece “que se haya convertido en un repertorio de rigor que esté enmarcando las acciones de grupos en sus disputas territoriales”, sino que “la crueldad aún no va más allá de las disputas interpersonales”.

“Puede que el resentimiento, la rabia y la diversión se unan en un acto y haya mensajes oblicuos, pero por ahora son actos catárticos para dar cuenta de la rabia, acumular respeto y devolver golpes simbólicos que reciben estos jóvenes todos los días”, afirmó. Entiende que hasta ahora “los actos permanecen desenganchados y no son un engranaje productivo de las organizaciones, a pesar de que lo relacionan con esto”.

Según el especialista en el análisis de estos temas, “las violencias de las que estamos hablando no son violencias instrumentales sino expresivas y emotivas, y forman parte de lo que algunos autores llaman la ‘cultura de la dureza’”. “Esa cultura de la dureza desplegada por estos actores en determinados barrios nos permite leer estos fenómenos”, señaló. Y agregó que “no son violencias difusas sino dinámicas, que tienden a concentrarse en lugares determinados, donde la desigualdad social, la fragmentación, la desconfianza respecto de las instituciones y políticas son muy persistentes”.

Son violencias “combinadas” porque hay que leerlas con “la violencia de otros actores”: institucional, violencia doméstica, etcétera. Aclaró que “no para postular encadenamiento sino para entender la circulación de esa violencia”.

Para finalizar, sostuvo que “son violencias diversas, heterogéneas, desiguales. Son violencias que no tienen la capacidad de detener la violencia, sino que la perpetúan y recrean las humillaciones. Son violencias que hay que leer al lado de otras prácticas vitales no violentas, como la religión, el ocio, la rutina”. “Hay que leerlo junto con esto, porque si no, si todo es violento, nada lo es. Lo que gana una categoría en amplitud termina perdiendo capacidad de interpretación para leer un problema”, concluyó.