La escritora argentina Selva Almada emparenta el universo de la ópera prima de Leonor García con la literatura de Felisberto Hernández y Silvina Ocampo. La conexión es acertada no sólo por las ambientaciones domésticas, la humanización de algunos objetos y el arte de dotar de sentido lo no dicho, sino también por una cuidada morosidad en las descripciones y por la forma en que la autora desarrolla y pone en escena paisajes y personajes, limitándose a breves pinceladas de efecto que sumergen a pleno al lector en un mundo que parece dormido, engañosamente dormido. Hay otras filiaciones más sutiles, como las de Marosa Di Giorgio y Antonio Di Benedetto.