Al igual que el lobo de Caperucita o de tantos otros cuentos, el padre aparece retratado desde una única dimensión psíquica: ser un predador, y con una preferencia particular por las víctimas más débiles e indefensas. La diferencia es que en lugar de intentar protegerse o escapar de una fiera en acecho, de una amenaza proveniente del afuera, las niñas que protagonizan el cuento viven en la cueva del lobo, y la madre, que en los relatos infantiles aparece como manifestación de la neutralización de la amenaza y la resolución del conflicto, es, en cambio, aliada del villano.