Su historia se aleja de los estereotipos y es la primera en señalarlo. “Mucha gente piensa que vengo de familia de cuna, que no tengo nada que hacer y entonces me dediqué a dar yoga en las cárceles. Y no, esto es algo muy sentido que tiene que ver en buena parte con mis orígenes. Vengo de una familia extremadamente humilde. Mi padre fue prácticamente toda su vida basurero de la Intendencia de Montevideo, y mi mamá nació en un asentamiento y a los 12 años estuvo en situación de calle. Mis padres han sido mis maestros en superación, pero a su vez yo soy hija de las oportunidades. Me he podido superar en la vida, estudiar lo que quise, viajar, tomar elecciones gracias a que hubo muchas personas que confiaron en mí”.

A los 13 años, sin dejar los estudios, consiguió un trabajo. Para entonces la familia vivía en Punta Carretas, donde eran “los pobres” del barrio. Pamela vio cómo sus vecinos tenían acceso a cosas que ellos no. “Entendí rápidamente que mis padres no me las iban a poder ofrecer y quise empezar a trabajar y a tener mi dinero”. Comenzó como cadeta en una farmacia y cinco años después era encargada de distintas farmacias de la zona.

Más adelante conoció al músico Emil Montgomery, con quien trabajó en temas de arte y dirección ejecutiva, y junto a él viajó a México. “Allí encontré un colegio que estaba enseñando lo que yo quería estudiar: todo lo que tenía relación con la medicina natural de una manera seria, enlazado a la medicina tradicional indígena”. Dio con un colegio de terapeutas naturales y florales, donde estudió cuatro años.

“A su vez, me empecé a formar en yoga”. Había llegado a la meditación de manera autodidacta en su juventud. “Ahí es donde empieza ese mundo para mí. Con 16 años tenía varias operaciones en mis piernas por una enfermedad. En México me di cuenta de que el yoga podía ayudarme mucho a rehabilitar las piernas, y fue de lo mejor que se me pudo haber ocurrido en la vida. Nunca más volví a tocar un cirujano o una medicina ortodoxa por este tema. Me trato con medicina natural y el yoga me ayudó muchísimo. Me empecé a formar en yoga, todo se fue concatenando. Toda esa información te enriquece interiormente y te va liberando de cárceles internas. Cuando me establecí en eso interiormente me di cuenta de que la mayoría de las personas que lo practican tienen un estatus socioeconómico alto o medio alto. Que no era accesible a las raíces de las cuales yo venía, y qué bien que les haría. Entonces empecé a trabajar para poder llevar estas herramientas a poblaciones que tal vez jamás en su vida se cuestionarían meditar, trabajar la relajación, el estrés, las posturas o los valores”.

Con años de voluntariado encima, conoció a Ann Moxey. “Ella es psicóloga, tanatóloga, máster en yoga, una mujer increíble que llevaba cinco o seis años trabajando el yoga en cárceles de México. Y me encantó. Me acerqué, quise saber más de la propuesta, tomé clases con ella y empezamos a generar una relación. Lo fui trabajando internamente, porque no estaba en mi momento de madurez personal como para hacerlo”.

En su última etapa en México era gerenta de un hotel ecológico en Playa del Carmen, “un lugar paradisíaco en el que toda la vida había soñado vivir”. Sin embargo, en su meditación sentía que debía cerrar un ciclo. “Me di un tiempo prudente como para que no fuera un autoengaño, y cuando comprobé que era un llamado interior, regresé. Y ya sabía, mientras estaba regresando, que era para hacer lo que hoy estoy haciendo. Lo primero que tenés que hacer después de tanto tiempo estando afuera es adaptarte de nuevo y buscar tu propio equilibrio. Encontrar un espacio donde vivir, un trabajo... Una de las prácticas que hice y recomiendo fue empezar a visualizar en mi meditación lo que quería. Me compré una agenda y la visualizaba llena con las clases, las sesiones y las terapias. Y fue lo que terminó pasando. Hasta tuve que soltar todo mi trabajo privado, porque hoy vivo casi ciento por ciento en la dirección de este voluntariado que se llama Espacio Ombijam, donde una de sus vetas más importantes es el proyecto ‘Yoga y valores en cárceles’”.

El acercamiento se dio gracias al hermano de una mujer que iba a su consultorio, quien daba talleres en la cárcel de Punta de Rieles y la contactó con las autoridades. “Fui, me presenté y les expliqué la clase piloto que quería hacer para ver si se podía instalar el yoga en la cárcel. Lo vieron como algo medio alocado”. Por fortuna para ella, encontró “respeto y escucha” y el proyecto pudo llevarse a cabo.

“Ingresé de la mejor manera. Terminé dando un taller con Ann Moxey y Nano Folle al que fueron cerca de 30 internos que nunca habían tenido una experiencia en yoga. Iba a dar ese taller y después ver cómo se podía crear el espacio. Al terminar la clase, empezaron a aplaudir y a preguntar ‘¿cuándo vuelven?’. ‘Pero ya, denme una fecha’. Y les dije ‘denme dos semanas y voy a volver’. En esas dos semanas trabajé con la dirección y los distintos departamentos contando la experiencia, lo bien que había salido y que estaba dispuesta a tener un día y una hora fijos”.

Hace cuatro años, cuando dieron inicio al programa, hubo que vencer prejuicios. “Al principio venían por curiosidad, era más una novelería. Por más que se atravesaban muchos juicios y prejuicios. Para muchos era una práctica de homosexuales. He tenido policías que me han dicho ‘quiero ir y no voy por el bullying que me van a hacer’, usan esa palabra. Otros se animaron, y cuando vieron el bienestar que sentían interiormente, si ponían en una balanza sostener ese bienestar o la burla miraban la burla y se mataban de risa. Hoy ya hay más de 40 actividades socioculturales. En aquel momento, tener un grupo de ocho personas que asistieran regularmente a cualquier práctica era exitoso. Nosotros arrancamos la segunda clase con 20 personas y hasta el día de hoy el grupo tiene un promedio de 20. De todas maneras, para el programa los números son números. A nosotros nos importa que la persona venga y esté dispuesta no sólo a recibir, sino a intercambiar. Porque hoy por hoy ya no vamos a dar. Hoy lo que está sucediendo es que todos estamos aprendiendo”.

Cada clase de yoga en Punta de Rieles dura una hora y media. “Intentamos llegar media hora antes y vamos al lugar en el que tenemos práctica. Los alumnos saben que vamos antes, entonces me ayudan a acomodar el lugar, ponemos las colchonetas, y unos minutos antes nos sentamos y empezamos a compartir. Por lo general hay alguien que quiere compartir algo de la semana, que puede ser una buena noticia, que salvó un examen, el juez le dio una salida, vino un familiar a verlo, o puede ser algo negativo. Tienen la necesidad de expresar algo y con el grupo los recibimos. Se habla sobre ese tema y trato de que tenga que ver con la conducción de la clase, porque siempre tenemos una intención a trabajar; puede ser el agradecimiento, el perdón, la reparación, algo que tengo que implementar en la cotidianidad, porque lo que más tratamos de reforzar es que si lo que voy aprendiendo no lo llevo a mi celda, al trabajo, al estudio, a la charla telefónica con mi mujer el cambio no se produce por arte de magia. Y en estos cuatro años hemos visto procesos impresionantes”.

A las 16.30 en punto comienza la clase. “Empezamos acostados, porque les enseño que el cuerpo llega pero la mente todavía no. Todavía está en el parloteo que tuvimos recién, en el problema que tuve en la celda, en la discusión que tuve con mi mujer. Tomamos unos minutos de respiración consciente para alinear la presencia del cuerpo físico con la mente, generar esa congruencia, y a partir de ahí practicar ciertas posturas que van a tener un impacto directo en mente, cuerpo y emociones. Luego de la práctica de las asanas [ver apartado], pasamos a una meditación pequeña y luego una relajación. La gente tiene que entender que esto es un esfuerzo. A veces me dicen ‘estás mimando presos’. Vení a ver, tomá la clase y después decime si los estoy mimando. Estamos trabajando incluso con la voluntad que no tienen. Muchos se han fortalecido, porque el yoga te despierta una fuerza interior para que puedas sostener tu cotidianidad. Y hay alumnos hoy que son más libres que gente que está afuera, porque tienen sueños y porque saben que los pueden cumplir”.

El programa se estableció y ha conseguido voluntarios gracias al “boca a oreja”, además de que ha realizado convenios con empresas. Sin embargo, la financiación todavía “no existe”. “Gracias a todos estos convenios en unos meses vamos a tener personalidad jurídica. Gracias a la Asociación de Jóvenes Empresarios [AJE] vamos a poder estar en fondos. Hasta ahora ha sido un esfuerzo muy a pulmón, en donde incluso mi trabajo privado ha sido el que estuvo sosteniendo estos cuatro años. De ingreso, desde enero de 2017, que el Ministerio del Interior nos declara de interés ministerial, tengo un apoyo en viáticos de unos 23.000 pesos. Firme, todos los meses, es lo único que recibo. Después, bueno, dinero mío”.

Extender esa forma de trabajo “no es sustentable”. “Llegó hasta donde tenía que llegar y necesita dar otro paso. Y creo que el universo lo entendió muy bien, porque me está acercando a un equipo de personas con el que estamos creando eso. Así que yo creo que este año lo cerraremos con una plataforma bien interesante”.

“En este momento estamos construyendo una escuela dentro de la unidad 6, la primera escuela para la transformación de la conciencia que se hace dentro de una cárcel a nivel de la región. No es un templo, es una escuela que va a tener materias. Hay que cuidar el tema de la alfabetización, pero esta alfabetización es emocional. Trabajamos con un currículo que aborda el tema de las emociones, la autoestima, la confianza, cómo emprender tus logros, tus sueños, el saber que se puede, el respeto al prójimo. Es una reeducación de hábitos”. Y laica, como todo el programa. “Nosotros trabajamos con todas las creencias siempre y cuando se cumpla la premisa máxima: el respeto”.

Lo que sí creen que existe es la rehabilitación. “Uno lo que lee, por ignorancia, es que estas personas no se pueden rehabilitar. Y hay que dejar muy claro que lo que no existen son programas que rehabiliten. Las personas sí pueden cambiar, eso está basado en la medicina y la ciencia, que nos dicen que la mente del ser humano es plasticina. Si vos nacés en un sistema en donde desde que naciste tenés que estar sobreviviendo... Muchas de las personas para las cuales trabajamos en su vida estuvieron habilitadas, olvidate de una rehabilitación. No estuvieron habilitadas a un techo, una educación, no estuvieron habilitadas al amor de una familia, a un trabajo”.

“Yoga y valores en cárceles” continúa incluso después de que el preso recupera la libertad. “No estaba en nuestros objetivos, se fue dando orgánicamente y aceptamos el desafío casi sin darnos cuenta. Porque después de dos o tres años de estar dando clases salen los alumnos de confianza. Con ellos hay seguimiento, porque no tenemos herramientas para trabajar con todos. Es más, trabajábamos sin herramientas aun con los alumnos de confianza. Nos reuníamos en un parque, en un banco, con lluvia, con sol. Después la OEI [Organización de Estados Iberoamericanos] nos prestaba una oficina, y ahora acabamos de recibir una sede del IMPO [Centro de Información Oficial]. Por primera vez en cuatro años tenemos un lugar físico muy digno para hacer el seguimiento afuera”.

Tanto dentro de la unidad como en seguimiento, acompañamiento familiar o banco laboral la esencia es empoderar a la persona a su tiempo. “Trabajamos con tolerancia artesanal con cada persona, no como una fábrica a la que entramos todos juntos y todos juntos tenemos que salir en el mismo nivel. Eso no existe y es lo que te plantea el sistema. Por eso descarta a las personas. Lo ideal sería trabajar con cada uno de ellos de una forma completamente personal. Hasta es lo más económico”.

El seguimiento incluye a las familias de los ex reclusos. “En este momento estamos dos familias, que hemos tenido la bendición de que AJE nos diera tutores empresariales para ayudar a empoderarlas económica y emocionalmente. Se les busca trabajo y se les compra despensa. Estamos con una familia que está por tener un desalojo y los ayudamos a encontrar un espacio para poder evitarlo. Es una red de acciones que busca dar contención y a su vez educar a las personas que la están recibiendo en la responsabilidad que esto implica y valorarla para salir adelante. El programa quiere que salgas fortalecido y que vuelvas a ayudar a alguien más que esté en la debilidad que vos tenías. Y eso empieza a pasar”.

Por último, está el banco laboral. “Creamos un proyecto para que las empresas se puedan involucrar con el programa. Al principio me decían ‘¿quién va a querer firmar con ustedes un acuerdo para contratar ex presos si ni siquiera tienen un beneficio tributario?’. Y esto, más allá del beneficio económico, que te lo termina dando, es por el bien común. Hay que entender que el bien común es negocio y que lo tenemos que hacer porque es lo correcto”.

Mucho más que “estiramiento relax”

Los asanas son solamente uno de los ocho componentes del yoga. “Vos ves a una persona haciendo posturas y decís ‘está haciendo yoga’. Y sí, está haciendo una parte de yoga, pero hay ocho pasos. Los dos primeros tienen que ver con yamas y niyamas, que son preceptos éticos. Primero para estar contigo mismo y luego para estar con la comunidad, no solamente las personas: el medioambiente, la naturaleza, los animales, todo lo que tiene vida. Eso te enseña y te educa en un respeto y una manera de vivir que está muy alejada de lo que el sistema propone. El tercero son las asanas, el cuarto es pranayama, técnicas para encauzar y mejorar la respiración, lo que ayuda a mejorar tu sistema energético. Después tenemos pratyahara, la reeducación de los sentidos, que está genial porque en vez de llevar los sentidos hacia afuera, te vas hacia adentro y descubrís un universo interno impresionante. Luego tenemos dharana y dhyana, que están muy vinculadas y tienen que ver con meditación y concentración. Y el último es samadhi, que abarca, integra y traspasa a todos. Como cuando uno se siente en congruencia consigo mismo y el entorno en el que está”.

No se trata de un proceso lineal. “De pronto estás haciendo asanas y estás abarcando los ocho puntos, porque estás en dharana concentrado, en dhyana meditando... Si estás haciendo las asanas completamente habilitado seguramente estás practicando los ocho pasos. Pero eso te pasa también cuando estás cocinando, en una entrevista o en cualquier cosa de la vida. ¿Cuál es la finalidad del yoga? Que estés presente”.