Figura de culto, el poeta argentino Néstor Perlongher (1949-1992) vivió y escribió a contracorriente: sobre los crímenes de la dictadura, sobre las injusticias cometidas en contra de los homosexuales, sobre los cambios que atravesaban las sociedades del Cono Sur.

En 1983 la dictadura más cruel de la historia argentina llegaba a su fin. Tras siete años y medio de gobiernos militares, el 30 de octubre se celebraron nuevamente elecciones y Raúl Alfonsín se convirtió en el nuevo presidente. Días después, en una calurosa noche del verano porteño, un grupo de jóvenes se acercaba al centro cultural San Martín, lugar clave del arte local, ubicado sobre la calle Corrientes, para presenciar una lectura del poeta Néstor Perlongher.

“Fue en el patio trasero, a la vuelta, sobre la calle Sarmiento. Por Corrientes transitaba la cultura careta; a Perlongher no lo hubieran dejado leer ahí”, recuerda el sociólogo y profesor universitario Christian Ferrer, una de las casi 30 personas que estuvieron esa noche.

Empezó Perlongher:

Bajo las matas

en los pajonales

sobre los puentes

en los canales

hay cadáveres.

En la trilla de un tren que nunca se detiene

en la estela de un barco que naufraga

en una olilla que se desvanece

en los muelles, los apeaderos, los trampolines, los malecones

hay cadáveres.

Cautivados por su voz aflautada y envolvente, los asistentes formaron un círculo a su alrededor. Vestía pantalones claros y una camisa blanca desabrochada sobre su torso angosto. Mientras su melena marrón flameaba al compás del viento, sostenía el micrófono con una mano, como un rockero, y daba unas rítmicas pataditas al suelo marcando el tiempo cíclico de “Cadáveres”, su más largo y recordado poema.

De alguna manera, esas casi 30 personas sabían que estaban viviendo un hecho fundante de la contracultura argentina de la década del 80. “El poema hacía explícito lo que había pasado y era una especie de réquiem, de cierre de todo eso. Para algunos el fin de la dictadura fue cuando se llamó a elecciones democráticas, para otros cuando Alfonsín recibió la banda presidencial. Pero para nosotros fue cuando Néstor Perlongher leyó en el hall del teatro General San Martín su poema ‘Cadáveres’. Ahí sentimos que había caído la censura”, cuenta la escritora María Moreno.

“Cadáveres” es un extenso poema que alude al genocidio, en el que Perlongher juega con la jerga popular, con diálogos cíclicos y la mención constante de cuerpos. “Es un poema que escribí en el 82, después de un viaje a la Argentina, donde estaban apareciendo los cadáveres. No se hablaba de otra cosa entonces, era lo que estaba en la calle. Emergían de todas partes, cadáveres y más cadáveres”, explicó en una entrevista realizada por el poeta uruguayo Eduardo Milán publicada en el semanario Jaque.

“Había que mostrar que el barroco no era una mera etereidad que quedaba en un plano completamente separado de lo que pasaba sino que tenía la fuerza suficiente como para meterse en otras zonas”, dijo allí Perlongher, que apareció para romper con las corrientes poéticas dominantes que había en ese momento en Argentina: la poesía social y el neorromanticismo. Heredero del neobarroco de su admirado José Lezama Lima, le puso barrio y barro del Río de la Plata y logró lo que él mismo llamó el “neobarroso”.

Por aquel entonces, Perlongher había publicado solamente un poemario: Austria-Hungría, el único libro que editó viviendo en Argentina. Su segundo libro, Alambres, salió recién en 1987, y para entonces ya residía en Brasil desde hacía seis años; se había marchado de su país luego de recibirse de sociólogo en busca de oxígeno y paz y en pos de no terminar todas las semanas en un calabozo. Aquella época fue denominada como “el tiempo de los mataputos” por el poeta y amigo de Perlongher Fernando Noy. En una entrevista con el Miami Herald, Perlongher se proclamó un “exiliado sexual”. Al llegar a Brasil dio clases de antropología en la Universidad de Campinas, hizo una maestría y desarrolló su faceta académica.

Pero antes de convertirse en un poeta de culto y en un destacado antropólogo en Brasil, Perlongher recorrió varios caminos que luego, fiel a su esencia experimental y crítica, fue desandando.

Néstor Osvaldo Perlongher nació en la Nochebuena de 1949 en el barrio suburbano de Avellaneda. Hijo de una costurera y un chofer de taxi, no tuvo una buena relación con sus padres, aunque el tema está ausente en su obra y en las 16 entrevistas que dio a lo largo de su vida, que se encuentran recopiladas, junto con otros textos, en el libro Papeles insumisos (2004).

La literatura no le llegó por mandato familiar: en la casa donde se crió casi no había libros. Igualmente se topó de chico con la poesía. Antes de cumplir diez años, escribió su primer poema. “Un poemita ridículo sobre la provincia de Buenos Aires”, explicaría. Ya en secundaria, donde era discriminado por su interés literario, ganó un concurso de poesía. “Los compañeros del Comercial de Avellaneda me miraban con desconfianza; la poesía era cosa de maricones”, dijo en una entrevista publicada en la revista Babel.

Llegando al fin de la adolescencia, se metió en un taller literario y empezó a frecuentar la bohemia de los bares de la calle Corrientes. Fue en aquellos tiempos también cuando comenzó su militancia política. Atraído por el trotskismo, se unió a Política Obrera, espacio que dejó por no obtener respuesta a su intento de incorporar la lucha por los derechos sexuales a la plataforma de la agrupación. Luego de esa incursión fundó el Grupo Eros, con el que formó parte del Frente de Liberación Homosexual, un amplio conglomerado de agrupaciones autónomas que coordinaban acciones en conjunto. Las principales banderas del Frente de Liberación eran la lucha contra la represión policial antigay, la derogación de los edictos antihomosexuales y la libertad de los compañeros presos.

En ese tiempo, Perlongher andaba siempre con unas planillas encima, en las que juntaba firmas contra los edictos policiales. También realizaba informes sobre la situación de la comunidad gay de cada ciudad a la que iba, que luego copiaba con papel carbónico y él mismo repartía. Recorría muchos lugares porque trabajaba haciendo encuestas. “Viajaba por todo el país, me metía en barrios pobres, marginales, era un contacto que me encantaba. Si un día me levantaba deprimido, iba a trabajar y volvía como nuevo”, contó en una entrevista.

Y fue gracias a ese trabajo que publicó su primer libro. Una de las consultoras para las que trabajó era del escritor Rodolfo Fogwill. Además de la consultora, Fogwill tenía una editorial, Tierra Baldía, que editó el primer poemario de Perlongher, Austria-Hungría. “Nadie había descubierto la bisexualidad del lenguaje como lo hacía Perlongher en sus primeros poemas”, dijo Fogwill en Rosa patria (2009), un documental sobre Perlongher y la historia del Frente de Liberación Homosexual realizado por Santiago Loza.

“Me acuerdo de que cuando apareció Austria-Hungría no sabíamos de dónde había salido algo así. No tenía nada que ver con lo que había. Su escritura tenía otra velocidad asociativa, nos llevaba a un lugar nuevo del lenguaje. Tuvimos que aprender a leerlo, y eso es lo que pasa con un gran poeta: te propone aprender a leer de nuevo”, dice Reynaldo Jiménez, poeta y amigo de Perlongher.

Siete años después de Austria-Hungría llegó Alambres, su libro preferido. En este segundo poemario lo histórico también aparece como una de las herramientas movilizadoras de los textos, pero aflora además el elemento más característico de la poética y de la vida de Perlongher: el deseo. Él mismo dijo que ese libro tenía una división: la serie histórica y la que llamó “la línea del deseo”.

Hay una curiosidad en estos dos primeros libros: ambos abren con poemas relacionados con Uruguay. Uno de los poemas iniciales de Austria-Hungría se titula “Los orientales” y menciona a la Ciudad Vieja, 18 de Julio y Colonia. Alambres comienza con un poema sobre Fructuoso Rivera. “A él siempre le interesó salir de esa idea de nación que tienen los argentinos hacia una perspectiva más latinoamericanista. Y por supuesto el Uruguay para él era un foco de interés porque en la época de Juan Manuel de Rosas la élite intelectual pasó a vivir en Montevideo”, cuenta el poeta Roberto Echavarren, amigo de Perlongher, su albacea y editor de sus poemas completos a través de su editorial, La Flauta Mágica. Su vínculo con Uruguay no se limita a esos poemas. En 1986, Perlongher estuvo en Montevideo y leyó “Cadáveres” en la Biblioteca Nacional, invitado por Echavarren.

Al año siguiente, mientras en Argentina se publicaba Alambres, en Brasil se editaba O negócio do michê: prostituição viril em São Paulo, libro escrito en portugués que fue producto de su tesis de maestría en Antropología Social. Allí Perlongher se sumergió en el mundo de los taxi boys marginales de la noche de San Pablo, continuando con los mismos intereses eróticos y el afán de deseo que plasmó en su poesía.

“El libro se convirtió en un best seller antropológico. Fue un texto muy vendido porque tocaba una zona social de transformación que estuvo en la base del Partido de los Trabajadores”, cuenta Adrián Cangi, doctor en Filosofía y en Sociología, que estudió largamente la obra de Perlongher y compiló dos libros sobre él: Lúmpenes peregrinaciones (1996), junto con Paula Siganevich, y Papeles insumisos, con Reynaldo Jiménez.

Desde Brasil, Perlongher escribía poemas para Argentina. Allí compuso cinco de sus seis poemarios: Alambres, Hule, Parque Lezama, Aguas aéreas y El chorreo de las iluminaciones. Muchos de los integrantes de su círculo en San Pablo desconocían su costado lírico, porque en su estadía brasileña Perlongher consolidó su faceta académica. Dio clases de antropología en la Universidad de Campinas y también escribió en distintos medios gráficos, desde pequeñas revistas independientes hasta grandes periódicos, como Folha de São Paulo. Fue en Brasil también donde desarrolló su faceta ensayística. Enviaba textos a distintas revistas argentinas, como Cerdos & Peces y Fin de Siglo.

Quizás la distancia o quizás la libertad de la que gozó en el exilio brasileño hayan sido lo que le permitió polemizar sobre ciertos temas a los que pocos se animaban. Algunas de sus contribuciones más recordadas, en este sentido, fueron una seguidilla de tres artículos sobre la guerra de Malvinas, en los que cuestionaba el fervor nacionalista y el apoyo popular, una serie de textos controvertidos sobre el sida y una crítica sobre el trato a los homosexuales en la Revolución cubana. También se publicó en esa época un cuento en tres partes sobre Eva Perón titulado “Evita vive”, que había escrito en la década anterior, con el que se armó un enorme revuelo en Argentina. En ese texto resucita a Evita, pero ya no como Eva Perón, sino como distintas Evas, que transitan por moteles, llenas de lujuria y de tintes perlonghianos: la puta, la drogadicta, la deseosa, la clandestina.

Envalentonado por el reconocimiento académico que obtuvo en Brasil y por lo grata que fue la experiencia de migrar, Perlongher decidió irse a Francia gracias a una beca doctoral para realizar un posgrado sobre el culto del Santo Daime con la dirección del sociólogo francés Michel Maffesoli. Viajó con la esperanza de conocer a sus admirados Gilles Deleuze y Félix Guattari, pero la estadía francesa no fue lo que él esperaba y se encargó de dejarlo claro en Nueve meses en París. “En París se practica terrorismo de mostrador. Te acercás a la ventanilla y ¡zas!, ¡te muerden! Te echan el mordiscón antes de que llegués a acercarte. En comparación, los argentinos somos corderitos”, dice al comienzo de la crónica en la que expresa lo que le pasó en París: se sintió un sudaca. Y fue en la “odiosa París”, como él mismo la llamó en una carta que le escribió a Roberto Echavarren, donde se enteró de que estaba enfermo de sida.

Al verse en París solo y desgastado, de hospital en hospital, decidió regresar a Brasil, el lugar donde había sido libre y feliz. Convencido de no recurrir a la medicina tradicional, apostó por la ayahuasca como salida mística. Fue allí que incursionó en el Santo Daime. “Una religión que es una ritualización del uso de ayahuasca”, según el propio Perlongher. Y fue embarcado en esa experiencia que el autor escribió sus últimos dos libros: Aguas aéreas y El chorreo de las iluminaciones.

“Esa boludez del Santo Daime no sólo que no lo curó sino que fue lo que lo terminó matando”, dice Sara Torres, feminista y gran amiga de Perlongher, quien viajó a San Pablo cuando se enteró de la muerte de su amigo el jueves 26 de noviembre de 1992. “El entierro fue una locura, había mucha gente, más de 300 personas. Estaban los profesores de la universidad, sus alumnos y hasta los taxi boys que él frecuentó en su investigación sobre la prostitución masculina. Había mucho colorido también, fue un velorio extraño. Hasta recuerdo que algunos se me acercaban creyendo que yo era su viuda”, cuenta, riéndose, Sara.

Ahora que me estoy muriendo

aparece la parca con sus velos plateados,

me invita, ¿será que llego a sonreírle?

Me invita con un mate y el mate se me cae en la cabeza.

Me ceba, ¿será que cojo sus incrustaciones?

Así escribió en uno de sus últimos poemas, publicado en El chorreo de las iluminaciones, libro que salió unas semanas después de su muerte y que es una especie de despedida, en el que casi todos los poemas están dedicados a distintos amigos. Perlongher tenía claro que se estaba muriendo.

Como esas 30 personas que lo fueron a escuchar al patio trasero del centro cultural San Martín en el retorno de la democracia a Argentina, Perlongher siempre sospechó que sería alguien trascendente para la cultura de su país. Por eso conservó cada una de las cartas que enviaba a sus amigos desde San Pablo. “Esas cartas son literatura, son parte de su obra”, dice Cecilia Palmeiro, doctora en Letras, que se encargó de reunirlas en un libro.

El cierre del libro de correspondencias es un poema disfrazado de carta que Perlongher le escribió a su madre y que no tiene fecha:

Creí en los precipicios hasta los cuatro años, cuando tirando de las borlas del mantel de puntilla hice trizas los platos irisados de la fiesta sobre tus tetas de gomina y calcio. Néstor

Así cierra ese texto que pareciera haber sido escrito durante sus últimos años, posiblemente en su estadía en París. Haber dejado de creer en los precipicios de tan chico quizás haya sido lo que le permitió andar por la vida asumiendo riesgos permanentemente, bordeando abismos sin ningún temor.

Creador de una poesía única, luchador por los derechos de las minorías, ensayista, etnógrafo urbano, sociólogo y profesor, Perlongher fue muchas cosas. Pero usar cualquiera de esas categorías para intentar definir a un nómade urbano como él no tendría sentido. En su último viaje a Buenos Aires dio un curso en el Colegio Argentino de Filosofía y dijo algo sobre el éxtasis que bien podría ser una pequeña autobiografía, o el texto de su lápida:

No contentarse con ser lo que se es. Literalmente, salir de sí, dislocar, llevar hacia fuera, quebrar la barrera del cuerpo, retirarse, abandonar, ceder, dejar, renunciar.