La noción de imperialismo: vigencia y debates
El concepto de imperialismo es central para los principios, valores y definiciones de la izquierda. Movimientos y partidos de izquierda en distintas partes del mundo, entre ellos el Frente Amplio, se definen como “antiimperialistas”. ¿Cuál es la vigencia y pertinencia de esta definición? ¿Qué aspectos del concepto se mantienen y cuáles han cambiado en las últimas décadas? Esta será la discusión de Dínamo este mes.
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Para la economía política, las relaciones económicas internacionales son un eje central de las relaciones de dominación a nivel mundial y un factor central de la acumulación capitalista mundial. La economía política clásica y sus fundadores (Adam Smith y David Ricardo), ideología del desarrollo capitalista, ubicaba estas relaciones en el centro del debate. Para ello construyó la llamada “teoría de las ventajas comparativas”, que nos decía que “cada país se debía especializar en los recursos que tenía abundantes, lo cual provocaba el bienestar de todos”, creando la división internacional del trabajo “clásica” (exportadores de materias primas y alimentos versus productores de bienes industriales con alto capital invertido).
El pensamiento marxista cuestiona esta idea de las bondades del comercio internacional. Plantea que las relaciones internacionales son desiguales y de allí se llega al concepto de imperialismo. Los principales autores son Lenin, con su libro Imperialismo, fase superior del capitalismo; Rudolf Hilferding, con su concepto de capital financiero; Rosa Luxemburgo y León Trotsky, con su concepto de desarrollo desigual y combinado, y, sobre todo, Nicolás Bujarin, con su libro La economía mundial y el imperialismo.
Las principales características del imperialismo son:
» La concentración y centralización del capital con los grandes monopolios.
» La relevancia que adquiere el capital financiero, como fusión del capital industrial y bancario.
» El reparto del mundo entre las grandes potencias.
» La exportación de capital para insertar la relación social capitalista en todo el mundo.
En pleno siglo XXI, esta caracterización sigue vigente. No obstante, a partir del desarrollo desigual y combinado de los últimos 20 años, se pueden apreciar algunos fenómenos de la etapa actual del imperialismo. La concentración y centralización del capital y el surgimiento de los grandes monopolios ha incrementado la desigualdad al interior de los países a niveles históricos. El desarrollo del capital financiero como fusión del capital industrial y bancario, junto con el desarrollo de las tecnologías de la información, ha dado lugar al que se podría llamar “capital digital”, que acumula no sólo riqueza, sino también información sobre el comportamiento de las grandes masas y de cada uno de nosotros, lo que permite desarrollar herramientas de dominación ideológica y cultural de alto impacto. El reparto del mundo entre las grandes potencias está en proceso de transformación por la aparición de potencias como China e India y por el rol desafiante de Rusia para con las potencias hegemónicas del siglo XX.
La dependencia
Después de un largo período de impasse en el debate sobre las relaciones de dominación en la economía mundial, surgió en la segunda posguerra, especialmente en América Latina, la teoría de la dependencia. La esencia de esta teoría es la ley del desarrollo desigual y combinado en el capitalismo como sistema y en las economías capitalistas mismas.
Se plantea que el aumento del grado de mundialización (que opera desde los inicios del capitalismo) supone un proceso de unidad del sistema, pero desarrolla una unidad dialéctica de contrarios. Es decir, supone un desarrollo global de las fuerzas productivas desigual y combinado. Desigual, porque el ritmo de crecimiento de las diferentes zonas del mundo, de los diferentes países y de las diferentes regiones está sustentando en una brecha creciente entre unos y otros. Combinado, porque el mayor desarrollo de unos se sustenta en el menor desarrollo de los otros, y de esa articulación surge el marco necesario para sostener la acumulación mundial liderada por los países centrales. No se trata de modernidad y retraso, sino de articulación mundial desigual.
Así se define la dependencia como una situación condicionante, en la que las economías de ciertos grupos de países (llamados “dependientes”) están condicionadas por el desarrollo y la expansión de otras (llamadas “dominantes o centrales”). Dichas economías dependientes redefinen la situación condicionante a partir de sus características económicas específicas y sus relaciones de clase.
El proceso de mundialización va construyendo dialécticamente estas relaciones y, si bien al máximo nivel de abstracción existen el centro y la periferia dependientes, en un proceso de concretización progresiva existen múltiples relaciones de dependencia. Existen centros y periferias en el centro y en la periferia. El sistema se desarrolla sobre la base desigual y combinada de una red de relaciones de interdependencia asimétricas, cuyos nodos más poderosos tienen la capacidad de dominar y extraer plusvalor de los nodos menos poderosos.
Las formas de la dependencia
La dependencia tiene diferentes facetas que se acumulan y corresponde a diferentes fases del desarrollo capitalista. Primero, el intercambio desigual de mercancías en el mercado mundial. Segundo, la poscrisis de fines del siglo XIX, los movimientos de dinero para financiar la acumulación capitalista en los países dependientes. Tercero, en la poscrisis de 1929, se integra la dimensión productiva, es decir, el desarrollo de las llamadas “empresas transnacionales”. Cuarto, el proceso de mundialización avanza con el desarrollo de la fragmentación de los procesos productivos y la generación de cadenas de valor internacionales lideradas por las empresas transnacionales. Cada una de estas formas implica, por un lado, una transferencia de excedentes (intercambio comercial desigual, pago de intereses, remisión de utilidades, pagos por patentes y uso de tecnología) y un condicionamiento de la estructura productiva por la adecuación de la estructura productiva y laboral interna a dicha división internacional del trabajo y, por otro, por el perfil de los préstamos y las áreas de producción priorizadas por el capital transnacional.
El papel de las clases dominantes en los países periféricos
Para un análisis comprensivo de la dependencia, es necesario profundizar en los determinantes del poder (las fuentes de la dominación), así como en las estrategias de dominación y sus herramientas. Al máximo nivel de abstracción, entre clases sociales, y ya no entre países, la propiedad de los medios de producción es la fuente de dominación del capital sobre el trabajo y la dependencia se manifiesta en que el trabajador que sólo dispone de su fuerza de trabajo no tiene otra alternativa que venderla al capital. Por tanto, es necesario plantear que este desarrollo desigual y combinado, sustrato de la dependencia, no se refiere a un tema de oposición de países, sino que la vehiculización de dichas relaciones se establece en las propias clases sociales internas. Por una parte, quienes sustentan sus ganancias en los mecanismos de la inserción internacional desigual y, por otra, quienes son desplazados de dichos beneficios.
La forma dominante actual de la dependencia
Asistimos hoy a un fuerte proceso de deslocalización productiva basada en la fragmentación del proceso productivo, que permite producir un bien en diferentes lugares del mundo. Ello da lugar a la creación de cadenas de valor globales que sustituyen la división internacional basada en sectores y productos por una basada en el nivel tecnológico que se ocupa en las cadenas de valor. En este esquema, la inversión extranjera directa es la principal forma de inserción internacional de nuestras economías.
Roberto Kreimerman caracteriza esta nueva división internacional del trabajo, que supera la “clásica” de materias primas versus productos industriales, de la siguiente manera:
» los de frontera tecnológica, especializados en la investigación y el diseño, que lideran sectores industriales y de servicios basados en el conocimiento;
» los que desarrollan tecnologías dinámicas pero distantes de la frontera tecnológica;
» los que ensamblan la producción o bien son productores de bienes de baja tecnología con fuerte peso de la dotación de mano de obra;
» los proveedores de materias primas, entre los que destacan los países latinoamericanos y africanos.
Por tanto, en la fase actual del capitalismo la dependencia se concentra en la dotación de tecnología y, por ende, en la innovación productiva, y organiza la dependencia comercial y financiera sobre dicha base.
Alternativas a la dependencia
Para pensar las alternativas hay que cuestionar la idea de que los países subdesarrollados tienen que adecuarse a la racionalidad económica establecida por la globalización neoliberal o, de lo contrario, se extinguirán. Esa idea fue central en nuestras economías e implicó la liberalización interna total y la privatización de los servicios públicos.
En esta dirección, un trabajo relevante fue la llamada “teoría de la desconexión”, desarrollada por Samir Amin, que propone que los países dependientes ejerzan el control del proceso de acumulación interna, que les permita un desarrollo más autónomo, no sujeto a la dinámica e intereses económicos, sociales y culturales de los centros, de las elites económicas nacionales y de las empresas transnacionales. El camino hacia el desarrollo requiere economías autocentradas, con planes nacionales que sometan la inserción internacional a los objetivos internos. Para ello se considera necesario el dominio de las condiciones esenciales de la acumulación:
» El dominio local de reproducción de la fuerza de trabajo, lo que supone asegurar la producción de excedentes alimentarios en cantidad suficiente y a precios adecuados y, al mismo tiempo, garantizar el acceso a servicios sociales claves.
» El dominio local de la centralización del excedente, lo que supone la existencia de entidades financieras nacionales y, al mismo tiempo, que estas sean relativamente autónomas respecto de los flujos del capital transnacional, para garantizar la capacidad nacional de orientar su inversión.
» El dominio local del mercado, ampliamente reservado a la producción nacional, y la capacidad complementaria de ser competitivo en el mercado mundial.
» El dominio local de los recursos naturales, que supone, más allá de su propiedad formal, la capacidad del Estado nacional de explotarlos e incluso reservarlos.
» El dominio local de las tecnologías, inventadas en el país o, si son importadas, que puedan reproducirse rápidamente sin tener que importar siempre los insumos esenciales.
Desde el punto de vista político, este control de la acumulación interna no debe recaer en las elites nacionales aliadas con el capital transnacional, sino en una gran alianza de las fuerzas y los movimientos populares.
Algunos ejemplos de la desconexión
Quisiera terminar planteando cuatro cambios estructurales de la economía uruguaya que fueron relevantes para transitar el camino de la desconexión:
» Los consejos de salarios y la reforma de la salud, ejemplos de control por parte de la reproducción de la fuerza de trabajo en función de objetivos de las clases populares, y no del centro.
» El sistema financiero en Uruguay, mayoritariamente estatal, ha tenido con el gobierno del Frente Amplio una orientación reguladora para que el excedente financiero responda a una lógica de acumulación interna, y no del centro.
» El cambio en la reglamentación de la ley de promoción de inversiones, generando una estrategia nacional que priorizó el empleo y la descentralización de la inversión, es otro ejemplo de guiar la acumulación en línea con los objetivos nacionales, y no del centro.
» Finalmente, la integración regional y subregional adquiere, en esta alternativa, gran importancia: permite una ampliación de mercados y una especialización e inserción de las cadenas de valor que refuerzan el poder de la región.
Daniel Olesker es economista del Instituto Cuesta Duarte