—Tu libro se sella con estas palabras: “No puedo dejar de escuchar cada voz que aparece en estas páginas. Cruzo los dedos para que la historia no se repita y nadie tenga que hacer un viaje como este en el futuro”. ¿Cruzás los dedos a sabiendas de qué?

—De que se va a repetir. No sabemos ni cuándo ni con qué potencia, pero si algo nos ha demostrado este grupo desde 2003 es que ha sabido reinventarse cambiando de nombre y cambiando de líderes. Tú estás escribiendo estas líneas consciente de que en unos años, posiblemente no a mí pero tal vez a ti o a otro colega le va a tocar hacer un trabajo parecido al mío, o incluso más bestia, porque cada vez que este grupo se reencarna lo hace en algo peor. Entonces yo estaba terminando el libro pensando en que a alguien le va a tocar, a lo mejor a mí mismo.

Mikel Ayestaran. Foto: Quique Kierszenbaum.

Mikel Ayestaran. Foto: Quique Kierszenbaum.

—En Oriente Medio, Oriente roto, tu libro anterior, vas al lugar de los hechos en el momento en que pasan. En Las cenizas del califato hay un cambio importante en la forma de trabajar: viajás a los lugares tras cada derrota y posterior retirada del Estado Islámico.

—Es un cambio obligado por el grupo en sí, por un tema de seguridad mínima. Las aproximaciones que hice para trabajar dentro del califato, estando ellos presentes, realmente me dieron tanto miedo que entendí que no era posible trabajar en esas zonas mientras ellos estuvieran operativos; entonces la única forma de trabajar era cuando se iban, abandonando sus lugares. Eso es lo que estaba esperando todo el día, viendo parte a parte, y según iban perdiendo terreno yo iba avanzando con las fuerzas de Irak por un lado, y en el caso sirio, con las fuerzas de Al-Assad y con los rusos. En los dos frentes los avances fueron la verdad muy rápidos; a partir de la caída de Mosul fue como un dominó. Fue un efecto rapidísimo.

—En el libro mencionás varias veces que trabajás en las zonas bajo control sirio, en las que además de tener un acompañante del gobierno sabés que están revisando todo lo que escribís. ¿Por qué la decisión de trabajar así? ¿Cómo se hace para cubrir un conflicto con estas limitaciones?

—Yo conocía Siria desde mucho antes de 2011. Por ejemplo, cuando comenzó la movida en Libia, me fui con el lado opositor, el lado rebelde; no conocía el país, no tenía ni idea. Siria sí conocía; conocía la forma de trabajar, conocía a la gente del ministerio. Cuando empieza la movida en todas las guerras tienes que elegir un bando, y yo conocía ese lado. En primer lugar por seguridad, porque Siria es un lugar que siempre me ha dado no diría miedo, pero sí muchísimo respeto. Entonces opté por ese lado y estuve un año entero sin entrar a Siria esperando un visado. Creo que el tiempo me ha dado la razón, sobre todo a nivel de seguridad. Luego las limitaciones que tienes las sabes antes de ir. Sabes que cuando trabajas en Siria hay vigilancia directa e indirecta, que tienes una persona contigo y que aparte se analiza el contenido. En cada país de Oriente Medio el sistema es diferente y trabajas sabiendo autocensurarte: aprendes a autocensurarte, y lo tienes que hacer. Ya sabes dónde estás y al final es el precio que tienes que pagar para poder volver. Entonces tienes que aprender a escribir entre líneas, tienes que aprender a trabajar bajo esa presión. Lo que no acepto es que vayas y luego te quejes: ya lo sabes antes de ir. A mí nadie me obliga a ir, yo lo sé y conozco las limitaciones que tengo antes de ir, pero sé que se puede trabajar con esas limitaciones.

—¿Perdés un poco de libertad?

—Claro, en un conflicto cada vez que eliges una parte pierdes algo de libertad, ya que pierdes la otra parte. En Siria hubo un momento en que podías ir a los dos lados, pero sólo duró unos meses.

—¿Cómo surge el Estado Islámico?

—Es la última criatura que ha parido el trío de los Azores, formado por George Bush, José María Aznar y Tony Blair. Es la última consecuencia de la invasión de Irak, o la última que hemos visto; habrá más. Al principio era un grupo muy relacionado con el grupo madre Al Qaeda, a raíz del vacío que se genera en Irak por el derrocamiento de Sadam Husein, y sobre todo por haber quitado el Ejército, la Policía y demás. Se podría decir que ellos surgen al principio como un movimiento antiocupación, pero sobre todo como un movimiento que busca aunar todo el enfado suní frente a la mayoría chií, que se hacía con el poder de la noche a la mañana. Es un grupo que siempre ha tenido un gen muy marcado que lo hizo separarse de Al Qaeda por dos motivos: ellos tenían el chip sectario mucho más interiorizado que el resto de las facciones de Al Qaeda que yo he conocido, y por otro lado tenían la visión de establecer un territorio con fronteras físicas. Es precisamente cuando comienza el conflicto en Siria que se saltan la norma de organización; cruzan a Siria aunque Al Qaeda no se los permite. Ahí no solamente rompen con la organización, sino que se enfrentan entre ellos y se convierten en un ente autónomo que desafía a la propia organización madre. Creo que para entenderlo tenemos que remontarnos a la decisión de invadir Irak, y que el Estado Islámico se genera en los pechos de Al Qaeda pero adquiere vida propia.

Calles de Tadmur, Siria, la ciudad moderna levantada junto a Palmira, tras la liberación de la ciudad de manos del Estado Islámico. Foto: archivo de Mikel Ayestaran.

Calles de Tadmur, Siria, la ciudad moderna levantada junto a Palmira, tras la liberación de la ciudad de manos del Estado Islámico. Foto: archivo de Mikel Ayestaran.

—¿Qué papel concreto jugó la invasión de Bush a Irak en 2003?

—Cuando se “descolonizó” esta zona del mundo con los acuerdos Sykes-Picot [1916] y demás, la estrategia de los franceses y los ingleses fue, básicamente, darle el poder a las minorías en cada país. En caso de Irak se lo dieron a los suníes, y lo que ocurrió con la llegada de los estadounidenses, con la democracia en una bolsita de Ikea, es que la mayoría chií se hizo con el poder de la noche a la mañana. No solamente eso, sino que los norteamericanos crearon un nuevo ejército basado en la milicia Al Badr. ¿Cómo se puede hacer algo semejante en un lugar tan sensible? Saltó por los aires una estructura, una forma de vida, relaciones entre sectas y confesiones en Irak durante décadas. En ese contexto se fortalece, sobre todo en el lado suní, el sentimiento de unirse contra la ocupación.

—¿El ascenso del Estado Islámico fue meteórico? ¿O se hizo la vista gorda para que ganara terreno de forma tan rápida en Siria e Irak?

—Tú llevas en la zona más tiempo que yo y sabes que las teorías de la conspiración están aquí en cada mesa, cada persona en este bar tiene una teoría diferente. Yo no soy conspiranoico, pero la verdad es que son cosas alucinantes. Desde el punto de vista militar, no entiendo cómo una caravana de vehículos con barbudos viaja desde Mosul a Tikrit y no les detiene nadie. Estábamos viendo el Mundial y esta gente se hace con el control de Mosul; Mosul no es un barrio de Montevideo, es una señora ciudad, y se hacen con el control militar de la ciudad. Veinticuatro horas más tarde estaban en Tikrit y anunciaron que llegarían a Bagdad. De Mosul a Tikrit son unos 110 kilómetros, ¿nadie vio ese convoy? En el caso sirio, ¿cómo se pudieron hacer no una, dos veces con el control de Palmira, que es un oasis en mitad del desierto? Esta gente no venía en camellos o viajaba por la noche, esto era un convoy de vehículos blindados con gente armada. No sé cómo explicarlo. Creo que cada una de las partes que está en conflicto, tanto en Siria como en Irak, ha sabido sacar provecho de este grupo a su debido tiempo.

—Contás que en Mosul la gente los recibió de brazos abiertos. ¿Qué es lo que atrae del Estado Islámico?

—En el caso de Irak hay un factor clave que es Irán. Irán es el gran vencedor de la invasión de los Estados Unidos. Quiero decir que Irán apoya una serie de medidas del gobierno de Bagdad, que son también marcadamente sectarias chiíes. En zonas como Mosul esas políticas son vistas como extranjeras o ajenas y generan repulsa. El apoyo que recibe el Estado Islámico no es tanto un apoyo abierto al grupo en sí, sino un rechazo absoluto a todo lo que viene del eje Bagdad-Teherán. La gente dice: “Si son estos y encima son fuertes, porque en dos días han conseguido entrar, ¡Al-hamdu lillāh!, gracias a Dios les tenemos aquí, son de los nuestros, no son chiíes, no tienen nada que ver con los iraníes y por qué no, vamos a probar”. Esa euforia duró hasta que el Estado Islámico empezó a operar. Pero yo creo que ese recibimiento tan exaltado es una consecuencia de los 11 años de nefasta política de Bagdad, absolutamente sectaria, con maltrato a la minoría suní del país. Es una respuesta, es como decir “oye, estamos hartos, tan hartos que preferimos a esta gente”.

Jaula del Estado Islámico en Akerbat, Siria. Foto: archivo de Mikel Ayestaran.

Jaula del Estado Islámico en Akerbat, Siria. Foto: archivo de Mikel Ayestaran.

—En una era de posverdad, en la que tenés como fuentes a la propaganda del Estado Islámico por un lado y a los informes de inteligencia por otro, vos preferís hablar con la gente que ha sufrido. ¿Por qué?

—Precisamente por el hastío. Después de cuatro años de impotencia basando todo en propaganda de un lado y del otro me parecía lo más auténtico y lo más fresco. Y, sobre todo, lo que no había hecho hasta entonces. Me aportó una serie de detalles sobre el grupo y su forma de gobernar, que si no se hubieran perdido. Pero fue todo un torrente de emociones: hablar con los profesores que habían estado en las escuelas del Estado Islámico, poder ir a recoger sus libros de texto. Existía, era real, pero yo desde afuera lo había visto casi como una película. Esos montajes que hacían existían; las plazas para las ejecuciones existían, las jaulas existían, los edificios para tirar a los homosexuales estaban ahí y había gente que no lo ocultaba, que te decía “de ahí tiraron a mi primo el día 3 de mayo a las tres de la tarde”. Ha sido todo real. Antes de hablar con las víctimas tenía una sensación parecida a la que tuve todos los años que estuve trabajando en Afganistán, que pasábamos hablando de los talibanes, todo el día hablando de ellos, pero nunca pisamos una zona talibana más que empotrados con estadounidenses o con británicos; era una frustración periodística, y aquí me pasaba lo mismo, y me la quité. Quizás no son los mejores estrategas ni tienen la geopolítica en su cabeza, pero ¡joder!, te dan detalles de cómo era la vida en un mercado del Estado Islámico. Me interesa más lo que me diga una madre cuyo hijo se le ha ido con el Estado Islámico que lo que me diga un profesor de la Universidad de Bagdad sobre las implicaciones geoestratégicas que ha tenido el califato, lograr un poco de cercanía cultural en todo esto que para nosotros era algo tan lejano.

—No se puede acabar una ideología a base de bombardeos. Sólo existe una fórmula: educación. Sin embargo, muchos miembros del Estado Islámico recibieron su educación en Europa, e incluso algunos nacieron allí.

—Ellos son los que han liderado, los que han ideado todas estas torturas que hemos visto en la tele, esos asesinatos ante las cámaras. Eran europeos, perfectamente educados con nuestros sistemas y demás, pero algo ha fallado. Ellos eran el cerebro, pero este cerebro no podía hacer nada sin el músculo, que lo ponían los sirios, muchos iraquíes, y en su caso ellos peleaban por un plato de arroz, no por ideales. En el caso europeo yo creo que la educación es la misma que hemos recibido nosotros, pero ha fallado algo más, llámale la integración, o su propaganda ha tenido éxito. Pero cuando hablo de educación me refiero a Siria y a Irak, que es donde está la base: ahí yo creo que hemos fallado de forma severa, porque ni norteamericanos ni rusos están invirtiendo una mínima parte de lo que están gastando en bombardear en ayudar a esta gente a reconstruir, a rehacer sus vidas, a poner nuevas escuelas. Entonces vuelves a tener el mismo caldo de cultivo para que la gente comience otra vez a unirse a este mismo tipo de grupos por comida. Por eso pienso que si inviertes en infraestructuras mínimas y esta gente tiene otras cosas en la cabeza no la van a engañar de esta forma, no se van a ver forzados a hacer esto.

—¿El Estado Islámico ha sido derrotado?

—Se ha conseguido derrotar militarmente al califato. Esas plazas que llegaron a controlar, esas fronteras que llegaron a marcar, eso es lo que se ha llegado a derrotar militarmente. Los han aplastado, pero al grupo no. El grupo tal y como lo hemos conocido va a mutar; no sabemos en qué, pero va a mutar. Lo que pasa es que no le vamos a prestar atención hasta que no nos vuelva a picar, hasta que no volvamos a tener algo en Europa o en Estados Unidos; vamos a seguir dejando la basura debajo de la alfombra hasta que de repente la alfombra sea un montículo y reviente. Creo que esa matización es importante: se ha derrotado al califato, se ha triunfado militarmente, pero creo que con el grupo Estado Islámico todavía no se ha acabado.

—Occidente cree que el terror del Estado Islámico tomó como objetivo a su población, pero la mayor cantidad de sus víctimas han sido árabes. ¿Hay un problema en Occidente sobre proporciones?

—Hay un problema de proporciones, hay un problema de proximidad. Hemos perdido la noción, y eso pasa siempre: dos muertos en España valen mucho más que 500 en Bagdad. Creo que se ha perdido esa noción y las principales víctimas están aquí; dicho esto, considero que el trabajo de inteligencia que se ha hecho en Europa con el tema de los combatientes europeos, sobre todo después de golpes muy duros como el de París y el de Bruselas, es importante, porque esa gente ya está fichadísima. Pero sí es verdad que cuando lo vemos lejos es como que no nos preocupa, nos duele mucho menos. Es como que “ya están estos matándose de nuevo”. En eso creo que el Estado Islámico ha sido más hábil que Al Qaeda, que buscaba grandes operaciones o ataques contra embajadas estadounidenses; esta gente ha buscado una yihad de “háztelo tú mismo”, no tienes que irte a Afganistán a aprender manejo de explosivos, no tienes que hacerte túneles sofisticados, no, no: coge el coche de tu padre y vete al paseo del pueblo y te conviertes en guerrero santo. Han dado un salto cualitativo tan importante que hace que sientas mucho más miedo, yo creo, que el que podías sentir antes. Todos somos objetivos.

—¿Cómo se reconstruye un lugar tan sectario como Irak? ¿Qué posibilidades hay de detener algo que parece una guerra infinita?

—Irak no es un país nuevo que ha surgido de la noche a la mañana. Estas diferentes confesiones y etnias llevan ahí cientos y cientos de años; vivían juntas pero no mezcladas. A partir del Estado Islámico eso ha saltado por los aires, porque al final han sido vecinos contra vecinos. Tu vecino suní que se ha unido a sus filas se ha quedado con tu casa; o al revés, como en 2003, cuando surgieron las milicias chiíes, que eran auténticos escuadrones de la muerte que mataban por tu carnet de identidad. Yo creo que a corto y medio plazo sí vamos a ver reconstrucción de ciudades, de casas, edificios, calles, avenidas. Pero lo que tú me has preguntado es la clave y no lo vamos a ver a corto o medio plazo, esa confianza ha saltado por los aires. ¿Cómo se para eso? Sobre todo, que callen las armas y que pase el tiempo. Pero esto va a durar generaciones.

—Contame sobre la relación personal con tus fixers, los productores e intérpretes locales con los que has cubierto los territorios del Estado Islámico. El libro da la sensación de que ellos siempre se quedan y que la realidad que están cubriendo es, además de una historia, su propia vida.

—Yo no sabía cómo hacerles realmente un tributo. Es una de las cosas que más me atormentaban cuando me planteé este libro: si ponerlos al final en los agradecimientos o convertirlos en personajes activos de cada historia, que es lo que son. La relación que tengo con ellos viene de mucho tiempo atrás y trasciende lo puramente laboral, porque hemos pasado muchas horas juntos cuando esos países han sido y no han sido noticia. Mi relación con ellos no termina cuando termina el trabajo, he seguido manteniendo contacto telefónico. Ahora es muy fácil, entre Facebook, Whatsapp, entonces tenemos una relación más estrecha. En el libro era una cosa buscada que fueran parte activa. No sé si lo he conseguido o no, pero para mí era super importante. También humanizarlos. ¿Cuántas veces tendríamos que firmar nuestras crónicas entre dos o tres personas? Esta gente no son traductores, son intérpretes de todo el contexto, de todo lo que pasa, y saben que están con un blanquito que al final no deja de ser un extranjero que se va a pirar. Tenemos un trato de respeto total.

—Participé en un seminario del Centro Dart de periodismo y trauma, en Nueva York, donde nos hablaron de las “heridas morales”. En el libro contás lo que pasó con tu señora y las pesadillas de las camionetas negras, y escribís que a ustedes les aparecen en sueños pero para ellos son parte de su vida. En lo personal y lo familiar, ¿cómo afecta este tipo de coberturas?

—Las cosas que ves te desbordan; el día que no me desborden no iré. Estas cosas son alucinantes y al final se meten en tu vida diaria, se meten en tu casa, porque este es tu trabajo. Esta ha sido una experiencia muy personal y sobre todo muy concentrada, porque yo comencé en 2014 el trabajo para este libro pero al final lo tuve que terminar en forma expresa en seis meses, según iban cayendo las ciudades, y el material estaba muy fresco. Sigo manteniendo que todo esto del estrés postraumático sigue siendo un lujo que nos podemos permitir los que podemos hablar de ese tema. Me estoy acordando de mis fixers, por ejemplo, que tienen otras preocupaciones del día a día que evitan el estrés postraumático: tienen que preocuparse de cómo está subiendo la moneda cada día, la inflación, de que tienen que comprar cosas para la casa, tienen que ir al funeral de no sé quién; no tienen ni tiempo para estrés postraumático. Nosotros, en cambio, salimos de allí y tenemos vacaciones, tenemos tiempo para pensar en lo que hemos hecho o no hemos hecho, nos presentamos a premios, escribimos libros; es algo que nos podemos permitir. Ellos ni lo conocen porque viven en constante estrés.

—Y de todas maneras una de las partes finales del libro habla de todo ese estrés que ha sido transmitido a la familia, que ha entrado a tu casa.

—Claro que entra a casa. Intentas ser tú el filtro, pero claro, tus hijos ven los informativos y cuando estoy fuera saben que su padre no está trabajando en Bruselas ni Nueva York. Es complicado, porque tal vez nosotros ya somos seres anormales, somos seres que nos hemos ido preparando para esto, pero cuando ves cómo repercute en personas digamos “vírgenes”, pues sí, tiene un impacto. Por eso nos ha venido muy bien venirnos a vivir aquí, a Jerusalén, donde es mucho más fácil trabajar todos estos temas que cuando estás en San Sebastián. Creo que aquí es más fácil explicar las cosas, contextualizarlas. El efecto Jerusalén nos ha venido muy bien como familia. Pero claro que te afecta.

—¿Te impresionó la crueldad del Estado Islámico?

—Sí. A mí las jaulas me obsesionaron. Yo soy de pueblo. Siempre hemos hablado de Mosul, de Rakaa o de Kobani, pero tú ibas a un pueblo miserable, del campo, en el centro de Hama. Son gente de un islam muy conservador pero no tiene nada que ver con el del Estado Islámico, nada. Lo oí veinte mil veces, y veías las jaulas, todavía con restos de sangre, ¿cómo pueden llegar a hacer eso? Ha sido brutal, sobre todo la exhibición pública del dolor. Aquí tampoco estaban acostumbrados a esos niveles. Aquí en las televisiones se ve mucho más violencia, todo lo que es el trato de los heridos, de los muertos, es todo muy explícito, pero en el caso del Estado Islámico no tenían ni el filtro de la pantalla, porque te pasaba en la calle, todos los días en la calle de tu pueblo. Cuando hablabas con los niños, habían visto cosas que espero no ver en mi vida. Es un régimen de terror absoluto y es la única forma que han tenido de mantenerlo vivo.