Los lentes de sol deportivos le cubren los ojos azules, y el pelo lacio rubio le cae en la espalda. María Cecilia R. juega con la arena mientras habla: la agarra, la estruja y la deja deslizarse entre los dedos con un movimiento mecánico. Una y otra vez, diez, 20, 30, a intervalos regulares, durante dos, tres horas. Cada tanto, pierde la conducta y golpea el puño contra el suelo.

—Quiero que me pidan perdón —dice. Después, hace silencio.

Alrededor, el bullicio de chicos, familias, perros que corren, juegan, nadan y gritan. El calor es agobiante este mediodía de marzo en la ciudad de Rosario, a 300 kilómetros de Buenos Aires, y el balneario La Isla es el lugar en el que todos buscan refugio.

Ella no les presta atención. La arena se escapa de la mano chiquita y blanca de esta mujer de 55 años y su mirada, oscilante entre el suelo y la nada, ahora se pierde al otro lado del río Paraná, en los edificios de lujo que forman una pared en el horizonte. Detrás de ellos, en alguna de las calles apacibles de un barrio residencial de clase media alta, en un colegio parroquial, en 1973, María Cecilia escuchó por primera vez las palabras “Opus Dei”.

—Entré a los 15 y salí a los 45. Treinta años. ¿Vos sabés lo que son 30 años en la vida de una persona?

Dice la biografía publicada en la web del Vaticano que el santo Josemaría Escrivá de Balaguer fundó el Opus Dei —“Obra de Dios” en latín— “por inspiración divina”.

Era 1928 y el ya sacerdote tenía 26 años. La vocación religiosa había sido temprana y como seminarista resaltaba entre sus pares: ningún otro llevaba sus tareas con tanta pasión ni pasaba tanto tiempo en el oratorio, solo —a veces de noche, a veces al amanecer, varias veces al día—; nadie leía con esa voracidad los evangelios y los textos canónicos de su tiempo. Rezaba en latín. Y también en latín le pedía a Dios que le señalara su misión en el mundo.

Domine, ut sit! Domine, ut videam! (“¡Señor, que sea!, ¡Señor, que vea!”).

Una tarde, durante un retiro espiritual en Madrid, pudo “ver”: su misión sería acercar la vida ordinaria de los hombres bautizados al camino de la santidad “encendiéndoles en el deseo de poner a Cristo en la entraña de todas las actividades humanas mediante un trabajo santificado, santificante y santificador. [...] Conocer a Jesucristo; hacerlo conocer; llevarlo a todos los sitios”.

Dos años después, también por inspiración divina, la misión se extendió a las mujeres.

Eran tiempos de entreguerra, pobreza y dictadura para España: Miguel Primo de Rivera gobernaba respaldado por el rey Alfonso XIII y por una Iglesia católica muy poderosa y conservadora. Si bien Escrivá recibió apoyo de la jerarquía eclesiástica, recién en 1941 el Opus Dei fue aprobado por el obispo de Madrid, y se creó la Sociedad Sacerdotal de la Santa Cruz, una figura jurídica que habilitó la asociación de presbíteros y diáconos y la ordenación de sacerdotes propios.

La expansión mundial comenzó en 1950 con el reconocimiento del Vaticano como instituto secular, una figura que lo habilitó a regirse por estatutos autónomos y a depender de su propia congregación de religiosos.

Ese mismo año llegó a Argentina por iniciativa del obispo de Rosario, Antonio Caggiano, formado en la Acción Católica y vicario general del Ejército argentino en la década del 30, que mantenía desde hacía años un intercambio epistolar fluido con “el Padre” Escrivá y fue uno de los primeros entusiastas de sus ideas en Sudamérica. En esa ciudad se instaló la primera sede. Dos años después, el Opus Dei tenía su segundo centro, esta vez en Buenos Aires.

Hoy está presente en 68 países y, según el Anuario Pontificio de 2017, cuenta con 92.667 miembros, de los cuales 2.109 son sacerdotes y el resto laicos; 90% viven en Europa y América y 55% son mujeres.

En Argentina, se estima que esta organización tiene unos 5.000 miembros, una cifra que coloca al país entre los de mayor inserción —después de España e Italia en Europa y de Chile en Sudamérica—, pero lejos de sus tiempos de gloria, las décadas del 60, 70, 80 y 90. Fue en esos años cuando los centros o casas de Buenos Aires, Rosario, Salta, Tucumán, Mendoza, San Juan y Bahía Blanca estuvieron “repletos de numerarios”.

El primer acercamiento al Opus Dei es en la adolescencia. La edad “ideal”: entre los 14 y los 16 años.

Todo empieza con una invitación a una reunión de jóvenes, a una actividad recreativa después de clases o a un campamento durante el fin de semana de un compañero de colegio, una vecina del barrio, un amigo del club o un profesor de catequesis. Y allí, entre caminatas, juegos, fogatas, oraciones y guitarreadas, los adolescentes se encuentran con Camino, el libro en el que Escrivá condensó la misión de la obra y el “plan de vida”: las reglas que cada miembro debe seguir.

Tiene 140 páginas, 46 capítulos y 999 postulados —“consejos”, los llamó Escrivá—. Se publicó por primera vez en 1934 con el título Consideraciones espirituales, y ya en su siguiente edición recibió formato y nombre definitivos. Desde entonces, se imprimieron 4,5 millones de copias y se tradujo a más de 43 idiomas.

Son cosas que te digo al oído, en confidencia de amigo, de hermano, de padre. Y estas confidencias las escucha Dios. No te contaré nada nuevo. Voy a remover en tus recuerdos, para que se alce algún pensamiento que te hiera: y así mejores tu vida [...]. Y acabes por ser alma de criterio.

Extracto del prólogo de Camino

Quien quiera pertenecer al Opus Dei puede hacerlo siendo numerario, agregado o supernumerario, en ese orden de mayor a menor en cuanto a grado de compromiso apostólico.

Los numerarios son los que hacen funcionar la estructura, sea con su dinero, con su trabajo o con ambos. Son laicos que viven bajo compromisos de castidad, pobreza y obediencia en residencias o centros de la institución de los que sólo salen si tienen un empleo afuera o por tareas y actividades del Opus Dei. Salvo excepciones, no salen solos. Si trabajan fuera de la institución entregan su salario; en este caso la mayoría son hombres. Los que trabajan dentro no reciben remuneración; casi todas son mujeres y se dividen básicamente en dos categorías: las numerarias a secas, con tareas de administración y “gobierno”, y las numerarias auxiliares, chicas de menor extracto social que reciben formación en tareas domésticas.

—Los numerarios son como los obreros de la multinacional —dice María Cecilia R., y sigue revolviendo la arena.

Luego están los agregados, que también hacen compromisos de pobreza, castidad y obediencia, pero no están obligados a vivir en un centro residencial. Por último, y mayormente, porque representan el 70% del total de los miembros, están los supernumerarios, y son los “colaboradores”: aportan dinero —proporcional a sus ingresos— y contactos, sea para acceder al poder político, judicial o económico, para atraer nuevas vocaciones o para ahorrar. Son los únicos libres de compromisos. Son hombres o mujeres solteros, casados o viudos, aunque la mayoría forman familias numerosas.

No por casualidad, para el Opus Dei una mujer es santa después del octavo hijo.

No me seas... tonto: es verdad que haces el papel —a lo más— de un pequeño tornillo en esa gran empresa de Cristo. Pero, ¿sabes lo que supone que el tornillo no apriete bastante o salte de su sitio?: se aflojarán piezas de más tamaño [...]. Quizá se inutilizará toda la maquinaria. ¡Qué grande cosa es ser un pequeño tornillo!

Camino, página 830, “Pequeñas cosas”

Ser miembro del Opus Dei no es una decisión personal.

—Las vocaciones son elegidas por Dios y no hay voluntad humana que pueda ni deba ir contra eso —dice desde España Agustina López de los Mozos.

Ex numeraria, periodista y algo así como la santa de los arrepentidos, en 2002, tras la canonización de Escrivá, creó el sitio de internet Opus libros, que reúne testimonios y denuncias de arrepentidos de todo el mundo bajo el eslogan “Gracias a Dios ¡nos fuimos!”.

—Cuando alguien ha pasado un tiempo de participación regular en las distintas actividades, se lo invita a declarar su vocación. A partir de ese momento, se considera que ha “pitado”.

“Pitar”, dice López de los Mozos, forma parte del argot particular del Opus Dei. La palabra pertenece a Escrivá, quien en los primeros años de la obra, cuando le preguntaba a alguno por el amigo con el que estaba haciendo apostolado, le decía: “Y Fulano, ¿pita o no pita?”, lo que equivalía a preguntar “¿cae o no cae?”, “¿pica o no pica?”, “¿se hace de la obra o no se hace?”.

María Cecilia R. pitó a los 14.

—Yo creo que a mí me agarraron porque era una chica muy insegura y con gran necesidad de afecto.

Una vez “pitadas”, las vocaciones para numerarios deben atravesar un tiempo de examen de su comportamiento y compromiso hasta que finalmente las autoridades deciden si se las acepta o no. La instancia definitiva es un examen médico exhaustivo que está a cargo de profesionales miembros o colaboradores de la obra.

—La selección es medio nazi —dice María Cecilia R. y se señala a sí misma como ejemplo—. Prefieren rubios, blancos, sin deformaciones ni enfermedades... Lo sé muy bien porque yo también apliqué esos criterios para buscar y elegir a las nuevas vocaciones.

Pasados seis meses de “pitar”, llega el pedido de admisión: a través de una carta dirigida al padre —o prelado, la autoridad máxima del Opus Dei, que reside en Roma— se declara el interés de pertenecer. Al cabo de otros seis meses se hace la “oblación”, y con ella los “compromisos” —no “votos”, según se encargó de aclarar el mismo Escrivá, aunque en la práctica sea lo mismo— de pobreza, castidad y obediencia.

María Cecilia R. traduce esos compromisos que asumió a los 21 años y con los que vivió más de 25. La pobreza implica que quienes trabajan fuera de la obra entreguen sus salarios, y que los que desarrollan tareas dentro de ella no reciban paga; todos, además, deben pedir a la institución el dinero para cualquier tipo de gasto personal —desde una maquinita de afeitar o tampones hasta un paquete de chicles—, justificar la necesidad de hacerlo y rendir cuentas luego. La castidad significa que la sexualidad está censurada en todas sus formas y expresiones, pero además que el contacto entre hombres y mujeres debe ser el mínimo posible, y que cuando lo hay, nunca puede ser “uno a uno”. Si se presenta alguna fantasía o pensamientos impropios, la confesión es la instancia para expiarlos.

Ilustración: Ramiro Alonso

Ilustración: Ramiro Alonso

—Y la obediencia es básicamente no cuestionar nada. Nunca —resume María Cecilia R.

La oblación la realiza el vicario regional correspondiente e inicialmente es temporal: todos los miembros deben renovar sus compromisos y pertenencia cada 19 de marzo durante los primeros cinco años. El número no es arbitrario: hay que ser mayor de edad para poder firmar la Fidelidad, el contrato que promete la incorporación al organismo de por vida.

Junto con la Fidelidad se firma un testamento por el que los numerarios y agregados donan toda su herencia. A partir de ese momento, si es que aún no lo hicieron, deben ingresar a vivir en una casa del Opus Dei. María Cecilia R. lo firmó. Hace ya más de una década que se fue. Nunca logró que se lo devolvieran o que lo rompieran.

La organización institucional del Opus Dei es jerárquica: la máxima autoridad es el prelado o padre, cuya sede se encuentra en Roma. La elección del prelado es interna y luego se la comunica al papa, quien la aprueba —hasta hoy ninguno de los cuatro prelados que han existido fue rechazado—. Desde enero de 2017 está a cargo del organismo monseñor Fernando Ocáriz; a él responden los presbíteros y diáconos del clero secular, como los fieles laicos, hombres y mujeres de todo el mundo.

La sede principal del Opus Dei en Argentina está en Buenos Aires, en el barrio Recoleta, a metros del cementerio y de la iglesia del Pilar, en una de las zonas turísticas y residenciales más caras del país. Sobre la calle Vicente López, entre Junín y Ayacucho, es una casa de dos plantas de ladrillos y tejas grisáceas de estilo europeo, que ocupa un frente de aproximadamente 25 metros. Tiene varias ventanas sobre la calle que, la mayor parte del tiempo, están cerradas.

En la entrada, al 1950 de la calle Vicente López, sólo hay un timbre y una placa de bronce que dice “Centro de Estudios Universitarios (CUDES)”. Allí, además de un centro educativo en el que se dictan cursos y se ofrecen actividades de extensión destinadas a jóvenes universitarios, funciona la Vicaría Regional, que es la autoridad máxima del Opus Dei en Argentina y reporta directamente a la prelatura.

En ese lugar se centralizan las decisiones, la información, la documentación y las finanzas. Desde allí se informa directamente a Roma. Lo que se hace, lo que se compra, los que entran, los que se van, las donaciones, los gastos, o sea toda la información del país, que se administra a través de dos consejos: uno de varones, llamado la Comisión Regional —que también funciona en ese edificio—, y la Asesoría Regional, de mujeres, que desde 2001 está a la vuelta, sobre la calle Ayacucho.

Hace 20 años esos edificios estaban repletos. En el CUDES llegaron a vivir 100 numerarios. Hoy no son más de diez. Por eso lo usan como residencia estudiantil.

A unas 20 o 30 cuadras de allí, en un departamento pequeño y coqueto de Barrio Norte, el abogado Gustavo S. ofrece gaseosas frescas para paliar los casi 40 grados de este martes de enero. Son casi las siete de la tarde y afuera todavía es de día. En esta misma época, hace 15 años, él habría estado en el “retiro anual”, una convivencia de un mes en una de las casaquintas que la obra tiene en las afueras de Buenos Aires y que hace las veces de lugar de vacaciones de los numerarios. Esa fue su vida durante más de una década.

—Estaba convencido... Estaba programado —dice con distancia, como si aquello hubiera sido la vida de otro.

Alto, elegante, algo formal para sus jóvenes cuarenta y pico. En su caso, ser numerario no le impidió formarse ni continuar su carrera como abogado, y cuando quiso salir ese fue un pilar que simplificó la reconstrucción de una vida. Hoy conduce uno de los mejores estudios de Argentina.

Dice Gustavo que a él, como al resto, no lo eligieron al azar: las variables de selección son el estatus de la familia, su condición económica, sus posibilidades profesionales y su conexión con el poder.

—Es mucho más rápido si vos influís en los de arriba y, desde ahí, dominás a los de abajo. Ellos te lo explican así: “Pensá en la cima de una montaña nevada que, al derretirse, inunda todo el valle”. Tienen un plan de marketing perfecto. Son unos genios —ironiza.

Tres mujeres lo escuchan y asienten. Para Teresa G. esa fue también su vida en Argentina y en Paraguay por 32 años; para Laura R., durante 25, y en el caso de Catalina L. fueron 17. Ahora los cuatro se encuentran rodeando una mesa de living, algo impensado en aquellos tiempos en los que el contacto entre hombres y mujeres estaba prohibido.

Hablan con avidez. Las anécdotas se pisan unas con otras. Hay pequeños disensos en las opiniones más íntimas, pero el resto es como un relato espejado, una matriz que moldea vidas y mentes. Empieza a hablar uno, sigue otro, completa un tercero: informes de conciencia, revisión de las pertenencias y de la correspondencia, escucha de las llamadas telefónicas —cuando las había—, prohibición de visitar a familiares enfermos, control absoluto de los gastos, presiones para conseguir nuevas vocaciones y obligación de atraer colaboradores que aportaran dinero.

—El Opus Dei es una mezcla de empresa multinacional con partido político y secta —dice Laura R.

A diferencia de Gustavo, Laura no hace bromas ni usa la ironía para describir lo que vivió en los 25 años durante los que creyó que cumplir al pie de la letra con el Plan de Vida establecido por Escrivá de Balaguer la hacía una “santa en la Tierra” y la acercaba más a Dios.

Durante 25 años, dos horas cada día, Laura R. llevó ajustada a la pierna una liga metálica con puntas que le dejó marcas imborrables en la piel. En esos 25 años, además, una vez a la semana, a veces dos, rezó pegándose con un pequeño látigo de soga de tres puntas en las nalgas hasta dejarlas casi sangrando.

Bebamos hasta la última gota del cáliz del dolor en la pobre vida presente. —Qué importa padecer diez años, veinte, cincuenta..., si luego es cielo para siempre, para siempre..., ¿para siempre?

Camino, página 182, “Mortificación”

Bendito sea el dolor. —Amado sea el dolor. —Santificado sea el dolor... ¡Glorificado sea el dolor!

Camino, página 208, “Penitencia”

—El cilicio [la liga] y las disciplinas [el látigo] son como el kit de autoflagelación que te dan cuando entrás al Opus Dei —dice Gustavo, que hasta hace unos meses todavía los tenía guardados en un cajón como una reliquia de otro tiempo—. Es perfecto, porque cuando te acostumbrás a sufrir dolor físico podés aguantar cualquier cosa, o sea todo lo demás.

Lo demás es una serie de reglas cotidianas que, con variaciones mínimas, se cumplen en todos los centros del Opus Dei del mundo: levantarse al instante en el que suena el despertador, ducharse en tres minutos, elegir el lugar más incómodo en la tertulia, comer menos de lo deseado, privarse de los gustos, rechazar toda clase de regalos o desprenderse de ellos, permitir que la correspondencia sea leída antes de ser recibida y enviada, pedir permiso una y otra vez —para bañarse más de una vez al día si es verano, para escuchar música o ver televisión en los espacios comunes, para comprar cualquier cosa, para salir a la calle, para hablar por teléfono, para visitar a un familiar muy enfermo, para ir al médico—.

—La respuesta es casi siempre que no. Algunas veces, que sí —dice Gustavo.

Un día, mientras trabajaba en una computadora de un centro, el abogado se topó con un informe y apenas empezó a leerlo, aunque sólo tenía un número y no su nombre, se dio cuenta de que hablaba de él: sus movimientos cotidianos, sus pensamientos, sus secretos más íntimos, todo estaba ahí. Ahora, cuando lo recuerda, dice que se repite el miedo que sintió en forma de escalofrío aquella vez.

No fue la primera, pero sí una de las razones decisivas por las que se le rompió el encanto.

—¿Cómo sabían todo eso? Porque violan algo tan básico como el secreto de la confesión.

Un ex numerario que ejerció cargos de gobierno hasta hace poco más de una década lo explica así: “El Opus Dei es la única institución de la Iglesia que viola de manera sistemática el Código de Derecho Canónico en este tema. Es así no porque alguien lo haga: es la regla. Hay que hacerlo”.

El control está sistematizado: cada miembro tiene una “dirección espiritual” llevada a cabo por un sacerdote de la obra y un director laico de la delegación; una vez a la semana, con el primero se confiesa y con el segundo mantiene “charlas fraternas”. De ellas, cada miembro se lleva sugerencias y recomendaciones. Con ellas, los directores espirituales obtienen datos y arman informes pormenorizados de cada uno de los numerarios con la valoración de su desempeño en aspectos como sinceridad —la orden es ser “salvajemente sinceros”—, vocación y pureza, cada uno respaldado en acciones y palabras. Esos informes, a los que no se les pone nombre sino un número, se mandan a la Comisión Regional, a la delegación y a Roma.

—La clave es que todos vigilan a todos y entonces el control es constante: un “hermano” observa cualquier detalle fuera de lugar y se lo informa al director, que lo autoriza o no a hacerle la corrección al “pecador”. El pedido de autorización para hacer la corrección hace que los directores sepan todo. Ellos no lo llaman “control” sino “ayuda en la lucha por la santidad” —dice Gustavo, y con los dedos de las dos manos hace el gesto del entrecomillado.

Esas reglas corren para varones y mujeres. Pero no todo es igual.

Catalina L. tiene más de 60 años, es la mayor de los ex numerarios reunidos en la casa de Gustavo. El pelo corto aseñorado, la camisa cerrada y la pollera debajo de la rodilla. Estuvo “sólo” 17 años, entre 1970 y 1987. Dice que ya casi ni siquiera cree en Dios.

No hay diferencias entre las reglas de entonces y las que años después vivieron Laura, hasta el 2000, o Teresa, hasta el 2007. Por ser mujeres, la primera regla a la que tuvieron que adaptarse fue a dormir en una tabla de madera cubierta con una frazada sobre la que se tiende la cama como si fuera un colchón.

—Nosotros no. Los varones dormimos en unas camas bárbaras —la sonrisa de Gustavo le ahorra explicar lo obvio: en el Opus Dei no es lo mismo ser mujer que varón—. Tampoco las tendemos. Para eso están las numerarias auxiliares, que son todas mujeres.

Ausencia, aislamiento: pruebas para la perseverancia. —Santa Misa, oración, sacramentos, sacrificios: ¡comunión de los santos!: armas para vencer en la prueba.

Camino, página 997, “Perseverancia”

El aislamiento es también informativo: los diarios llegan recortados y hay un índice de libros permitidos. En cada centro no suele haber más de un televisor, bajo llave y que se enciende a veces. Y sólo se usa para ver películas o algún documental.

—Siempre es mejor que sean de guerra y no de amor. De amor, nada —dice María Cecilia R.

No solamente está prohibido que un hombre y una mujer estén a solas, sea dentro o fuera de los centros: además se recomienda evitar todo tipo de celebración, sobre todo los casamientos, porque son los más peligrosos para los célibes.

—Los entierros también, porque la gente se abraza, ¿viste? —ironiza por primera vez.

A pesar de las restricciones, que cumplió casi a rajatabla, María Cecilia R. tenía cada tanto “sensaciones” en el cuerpo. Y sí, a veces se masturbaba. Aunque se castigara duro después, aunque tuviera que confesarlo. Porque ser “salvajemente sincero”, tal como dice un ex numerario que tuvo varios cargos de gobierno, es decirlo todo.

—Había una fórmula para hacerlo sin necesidad de detallar las acciones: “Me confieso contra el sexto mandamiento”. No necesitabas decir nada más.

Cualquier expresión física hacia otro está prohibida. No sólo entre varones y mujeres.

Desde España, López de los Mozos agrega:

—No se puede tener amigos que sean de la obra, sólo puedes desahogarte con la persona con la que tienes que hacer la charla y con el sacerdote. Si ves llorar a alguien, por ejemplo, lo único que puedes hacer es ir a su directora y decirle “esta persona está llorando”. Ella se encargará de ir a hablarle.

María Cecilia R. recuerda una vez en la que ella, ya en un cargo de gobierno, no pudo hacer nada cuando a algunas numerarias auxiliares les dijeron “lesbianas” porque una estaba mal y otras la abrazaron.

Así se combate la homosexualidad puertas adentro. Afuera es distinto. Lo explica el ex numerario que estuvo en varios cargos: cuando un varón soltero —no numerario— le manifiesta “una inclinación homosexual” a un sacerdote del Opus Dei, lo habitual es que se le aconseje que intente salir con mujeres y casarse.

—Asumen que es gay, que lo será toda la vida y que cada tanto será infiel a su mujer con hombres. Les parece que eso es mejor que salir del clóset, y que lo que tienen que hacer es confesarse seguido y tratar de que la mujer nunca se entere. Hay muchos supernumerarios y cooperadores del Opus Dei que son gays y están casados, llevando una perfecta doble vida.

A las 18.30 de este viernes, la Plaza de Mayo es un ir y venir constante de gente que se mete en la boca del subte, espera colectivos y camina de un lado al otro. Hace frío y todos parecen apurados por ir hacia algún lado. En la galería y las escalinatas de la catedral se multiplican pequeños grupos de personas. Dos parejas de entre 50 y 60 años conversan y sonríen. Visten elegantemente: ellas, polleras hasta la rodilla y tapados; ellos, saco y pantalón de vestir. Cerca, un grupo de jóvenes que parecen estudiantes reparte folletos con indicaciones para bajar una app que permite encontrar en segundos los horarios de misa en la iglesia más cercana. Su encabezado es una frase de san José María Escrivá: “La Santa Misa es la fuente y raíz de la vida interior”. En la puerta principal, una a cada lado, dos mujeres de unos 30 años convocan a una marcha “pro vida” —contra el aborto— que se va a realizar el miércoles siguiente frente al Congreso de la Nación. Entran jóvenes, parejas con bebés y niños, hombres y mujeres solos o en grupos.

Todos van a misa.

Adentro, más de 100 personas están de pie; ya fueron colmados todos los asientos. En total, son cerca de 500. En el altar, el cardenal Mario Aurelio Poli, arzobispo de Buenos Aires desde que en 2013 Jorge Mario Bergoglio asumió como papa Francisco, inicia la liturgia. A su lado, sobre un atril, una foto de José María Escrivá de Balaguer. Como cada 26 de junio, aniversario de su muerte, la homilía de la iglesia más importante de Argentina —y la de muchas otras iglesias del país— está dedicada a él.

Poli cita la Evangelii Nuntiandi del papa Pablo VI:

—Busquen el reino de Dios y su justicia y todo lo demás se les dará por...

—Añadidura —responde una parte de la multitud a coro.

—¡Cómo sabe la gente de la obra, eh! —los festeja el cardenal.

Una risa coral retumba en la cúpula del edificio colmado.

A lo largo de más de una hora, la máxima autoridad eclesiástica de la ciudad de Buenos Aires se dedica a enaltecer la figura de Escrivá y lo reivindica como “el santo de las cosas profundas”:

—No puede ser que pasen desapercibidas páginas tan hermosas de una vida que ha obrado al servicio del Evangelio y de la gente como Jesús la amó. Y que pasó por este mundo haciendo el bien. Por eso, como ya lo hice el año pasado y antes lo hizo el papa Francisco, celebro hoy al santo José María Escrivá.

Ilustración: Ramiro Alonso

Ilustración: Ramiro Alonso

Era 2014. No llevaba más de un año en la jefatura máxima de la Iglesia católica cuando el papa Francisco dijo en una homilía algo que cualquier ex miembro del Opus Dei sintió como una señal de que vendrían cambios con su llegada:

—Cuando la Iglesia se encierra en sí misma y se cree una universidad de la religión se vuelve estéril. El cristiano que no da testimonio se vuelve estéril, sin dar la vida que ha recibido de Jesucristo. No sean como la secta. ¿Cómo es mi testimonio? ¿Soy un cristiano testigo de Jesús o soy un simple numerario de esta secta?

La relación entre la Iglesia y el Opus Dei tuvo matices a lo largo de este casi siglo de historia, pero siempre con buen trato y nunca peligró la permanencia de la orden dentro del catolicismo.

—Lo peor que les pasó en 90 años de historia fue que un jesuita se convirtiera en papa, sin duda —dice María Cecilia R.

Se imagina la escena de la cúpula del Opus Dei porteño sentada alrededor del televisor en el momento en el que se anunció que el nuevo jefe máximo de Roma era Jorge Bergoglio, y dice que vivir ese momento y verles las caras sería la única razón por la que volvería a entrar ahí.

Es que si hay un enemigo del Opus Dei dentro de la Iglesia es La Compañía de Jesús, que fue la única orden que en la década del 50 lo combatió e intentó desarmarlo por su alianza con la dictadura de Francisco Franco. No lo logró, pero la herida quedó para siempre: Escrivá hizo un reglamento interno que prohibió la entrada al Opus Dei de cualquier jesuita, fuese quien fuese, a un centro de la institución. Ni en su peor pensamiento un jesuita llegaría a papa.

—Ya deben haber hecho desaparecer ese documento. Porque son cerrados, pero no tontos —dice María Cecilia.

Los ex numerarios esperaban que la llegada de Francisco al Vaticano marcara el comienzo de una reforma. Sobre todo respecto de Juan Pablo II, que fue el gran benefactor de “la obra”: en 1982 le concedió la figura, única en toda la Iglesia católica y clave para la expansión internacional y económica, de prelatura personal. Eso significa que no está, como el resto de las prelaturas o dignidades jurisdiccionales, delimitada por un territorio sino por un criterio personal, y para eso creó especialmente la constitución apostólica Ut sit —“que sea”, tal como el creador clamaba en busca de su vocación—. Además, consagró a Escrivá como santo en 2002, previa beatificación diez años antes.

—La celeridad con la que se investigaron y confirmaron sus milagros fue inédita. Y no se aceptó un solo testimonio en contra de Escrivá, que había muchos —dice López de los Mozos.

Los favores otorgados no fueron sólo una cuestión ideológica: el Opus Dei salvó con 250 millones de dólares el escándalo del banco Ambrosiano en 1985 y evitó la quiebra del Estado de la Ciudad del Vaticano.

Desde su llegada a Roma, el 13 de marzo de 2013, Francisco no hizo muchos movimientos contra el Opus Dei. Incluso puso su mejor cara para beatificar a don Álvaro del Portillo, el discípulo más fiel de Escrivá y su sucesor al frente de la prelatura. El proceso de beatificación lo había iniciado Juan Pablo II, pero le tocó ejecutarlo a Francisco. También le dio la bienvenida al prelado actual, Fernando de Ocáriz, que asumió en 2014, tras la muerte repentina de Javier Echevarría, quien había sucedido a del Portillo. Pero también se lo puede leer en sus omisiones: aún no lo nombró obispo, algo que se hace casi de inmediato, y por lo tanto no puede ordenar sacerdotes.

María Cecilia R. no tiene ninguna esperanza:

—Francisco tiene una cabeza diferente, sin duda, pero no va a poder hacer nada. La Iglesia sigue siendo comandada por los conservadores. Y cuando los canse, lo rajan.

Sin embargo, el Opus Dei sí hizo algunos movimientos: antes de la muerte de Echevarría nombró como tercero de la prelatura en Roma a monseñor Mariano Fazio, un argentino que era vicario regional y a quien Francisco conocía (Fazio escribió un libro en 2014 sobre el actual papa). Fue un hecho inédito que quedara en primer lugar en la línea de sucesión, ya que históricamente los líderes de la obra fueron siempre españoles.

Para Agustina López de los Mozos, la llegada de Francisco a Roma ha desatado un conflicto interno feroz:

—Ellos intentan nadar entre dos aguas, como lo hacen siempre. Hacia afuera se muestran en comunión con el papa porque es lo que les conviene, pero hacia adentro no pueden soportarlo.

Es que, señala la ex numeraria española, Francisco viene a explicar el Evangelio tal como es el Evangelio:

—Su mensaje es para los pobres, los refugiados, los desahuciados, todo eso que el Opus Dei no conoce ni por asomo.

Sin embargo, aunque cree que el papa tendrá hacia ellos la menor cantidad de gestos a favor posible, como lo viene haciendo, asegura que no va a ir en su contra.

En tanto, el Opus Dei sigue lanzando señales al aire que son mensajes directos. Primero fue el propio Fazio que, luego de una embestida ultraconservadora contra el papa por algunas declaraciones de apertura de la Iglesia a los fieles divorciados, en una entrevista con el diario La Nación —con vínculos estrechos con el Opus Dei en Argentina— dijo: “El Opus Dei, como todos los católicos, siempre está con el papa, es una tradición continua en la historia de la obra que hemos aprendido de san Josemaría Escrivá de Balaguer. Siempre estaremos con el papa”.

Y hace unos meses el máximo responsable del Opus Dei en Estados Unidos, Thomas G. Bohlin, escribió una carta publicada en The New York Times en la que desmintió un editorial del diario que afirmó que a Francisco no le gusta el Opus Dei: “Quiero afirmar que todos nosotros, en el Opus Dei, apoyamos al papa y su trabajo como pastor de la Iglesia universal. También puedo decir que hemos visto muchas señales del aprecio de Francisco por el Opus Dei y sus actividades. Él ha rezado en la tumba del fundador del Opus Dei en Roma, ha beatificado al primer prelado del Opus Dei, Álvaro del Portillo, y ha nombrado a varios sacerdotes del Opus Dei como obispos de todo el mundo”.

Lo cierto es que, a pesar de las omisiones del papa, las cosas en Buenos Aires no han cambiado mucho: el 12 de mayo pasado, el obispo auxiliar de Buenos Aires y vicario para la pastoral en villas de emergencia, monseñor Gustavo Carrara, presidió una misa en la capilla del colegio Nuestra Señora del Buen Consejo, del barrio porteño de Barracas, una de las escuelas del Opus Dei más viejas y tradicionales.

Me han dicho que tienes “gracia”, “gancho”, para atraer almas a tu camino. Agradécele a Dios ese don: ¡ser instrumento para buscar instrumentos!

Camino, página 803, “Proselitismo”

Conseguir nuevos cooperadores y nuevas vocaciones son dos de las principales obligaciones permanentes de los numerarios.

—Se ve que yo le caía bien a las viejas, porque siempre me elegían para ir a visitar a señoras adineradas, viudas y preferiblemente sin herederos —dice Gustavo.

Junto a dos sacerdotes, el abogado de buena presencia, aspecto amable, modos refinados y hablar fluido iba a tomar el té con las ancianas predispuestas. Les hacía compañía, les llevaba masas, rezaba con ellas.

—Así cada semana, hasta que terminaban donando su fortuna o buena parte de ella. O un departamento. O algo.

Esa es la metodología más habitual para conseguir dinero y propiedades, coinciden los ex numerarios. La otra es pedir donaciones directamente a familiares, amigos, conocidos o conocidos de conocidos. También se organizan tés y comidas con invitación en clubes o espacios exclusivos, como el hipódromo o el Jockey Club de San Isidro, en la zona norte de las afueras de Buenos Aires, de tradición católica conservadora.

Una buena noticia: un nuevo loco..., para el manicomio. —Y todo es alborozo en la carta del “pescador”. ¡Que Dios llene de eficacia tus redes!

Camino, página 808, “Proselitismo”

Pero además, cuando hay “campaña económica” atraer donantes se vuelve la tarea central. El fin puede ser local o nacional, como cuando se construyó la Asesoría Regional en Recoleta, o internacional: en los últimos años, cada sede regional estuvo detrás de reunir dinero para aportar para la construcción de Saxum, una obra monumental cuyo proyecto se inició en 1995 y que marcó el desembarco del Opus Dei en Medio Oriente; cuanto más se aportara, mejor posicionamiento se obtendría frente al prelado. A 18 kilómetros de Jerusalén, el proyecto incluye un centro espiritual en el que podrán alojarse peregrinos, pero además funcionará como espacio de actividades y formación para los visitantes de Tierra Santa que quieran “profundizar en sus deseos de santidad y evangelización”. Así lo dice la página www.saxum.org, en la que se destaca que es la concreción de un sueño de Escrivá y que costó 60 millones de dólares. Se inauguró el año pasado, y hasta entonces en la página estuvo la cuenta regresiva de la colecta: las donaciones se podían hacer por internet con tarjeta de crédito o Paypal, telefónicamente y en persona en efectivo en las distintas sedes de la obra de todo el mundo. En el ingreso al CUDES, en Recoleta, un banner invitaba a colaborar. Todavía se puede seguir aportando.

Según el periodista estadounidense John Allen, quien reporta desde el Vaticano para la revista National Catholic Reporter desde hace décadas, el patrimonio de la prelatura en 2006 era por lo menos de 2.800 millones de dólares. La cifra, estimada sobre los valores de los inmuebles que se indican en los balances de la obra —pero no en los del mercado—, cuenta con el aval de la prelatura.

Agustina López de los Mozos se ríe desde España al otro lado del teléfono: dice que esa es la cifra que ellos están dispuestos a reconocer, pero que la verdadera es inimaginable e incalculable.

—Es imposible saber cuánto dinero tienen porque ellos no hacen públicas sus cuentas, pero lo que más tienen sin duda es dinero.

Sólo la sede de Nueva York, de 2001, costó 70 millones de dólares: con 17 pisos y ubicada en el corazón del downtown de Manhattan, Murray Hill Place es el edificio más famoso del Opus Dei y el que más se muestra al mundo. Pero lo más habitual es que no se reconozca la propiedad de las instituciones o centros con los que cuenta. Es que, según sus estatutos, el Opus Dei “no posee por sí mismo bienes materiales”, sino que actúa a través de diferentes sociedades a nombre de las cuales se inscriben sus bienes, se reciben las donaciones y los numerarios hacen sus testamentos.

En Argentina, al menos una decena de asociaciones están vinculadas al Opus Dei, mientras que en lo jurídico la relación es siempre terciada por fundaciones. Entre otras, se cuentan la Asociación para el Fomento de la Cultura (AFC), la Asociación para el Intercambio de la Cultura (AIC), la Asociación para la Promoción Deportiva, Educativa y Social (APDES). De ellas dependen sus establecimientos de educación inicial, primaria y secundaria en todo el país, con mayor presencia en Buenos Aires, Mendoza, Santa Fe, Tucumán, Salta, San Juan y Córdoba.

Lo mismo sucede con sus instituciones más emblemáticas, a las que se han destinado los mayores esfuerzos del Opus Dei en el país: la Universidad y el Hospital Austral. La red se completa con distintos institutos de formación. Uno es el Instituto de Capacitación Integral en Estudios Domésticos (ICIED). Conocido como “La Chacra”, el ICIED está ubicado en la localidad bonaerense de Bella Vista, partido de San Miguel, y fue uno de los centros del Opus Dei que Escrivá visitó en 1974, cuando estuvo en Argentina durante 21 días.

Ilustración: Ramiro Alonso

Ilustración: Ramiro Alonso

Allí se forman las numerarias auxiliares. Una ex profesora de La Chacra a la que expulsaron después de que se divorciara dice que el trato hacia ellas era miserable:

—Son chicas del interior del país, de lo más pobre de lo pobre, y las van a buscar los curas cuando tienen 14 años con la promesa de que tendrán trabajo para siempre.

Las numerarias auxiliares son las que hacen el servicio —cocina y limpieza— de las residencias y centros del Opus Dei. Viven adentro y hacen los mismos compromisos que todo numerario, por lo que tampoco cobran un salario por eso.

—Las numerarias auxiliares tienen régimen de esclavitud. Viven aisladas, trabajan gratis y nunca podrán ser nada más que siervas.

Hasta hace poco más de una década, cuando el Estado argentino obligó al ICIED a incorporarse a la enseñanza oficial, las internas de este instituto no obtenían ningún título por estudiar allí.

Este organismo tiene también centros de formación rural, clubes juveniles y residencias universitarias. Además del CUDES en Recoleta, en Buenos Aires posee Los Aleros, La Ciudadela y Larbel; en Mendoza Los Portones; en Tucumán Cebil; en Rosario Cheroga y el Centro Universitario Litoral; en La Plata el CECU; en Santa Fe Bulevares; en Córdoba El Solar; en Salta el Centro Cultural Amancay; en Mar del Plata el Centro Cultural Piedra Blanca; en San Juan el Centro Cultural Araucana. Entre muchos otros.

La Santa Sede aprueba unos estatutos —un código peculiar— de la prelatura que están en latín. Y luego los directores los traducen e interpretan para los miembros en un catecismo propio de la obra que, dicen los ex numerarios, se contradice en casi todo con lo que el magisterio de la Iglesia católica propone al resto de sus fieles: no se respetan la libertad ni el secreto de confesión; se obliga a hacer compromisos de obediencia, castidad y pobreza, algo que la Iglesia no le exige a ningún otro laico; se retiene el salario a quienes trabajan fuera del organismo o bien no se paga ni se permite elegir la tarea a realizar a quienes lo hacen dentro; se impone la firma de un testamento.

—En la traducción de lo que aprueba la Iglesia y de lo que ellos bajan puertas adentro es donde está el truco —explica Gustavo.

El Parlamento belga ha incluido al Opus Dei en la lista de las diez sectas más peligrosas del mundo, mientras que en Estados Unidos existe la asociación Opus Dei Awareness Network Inc., que se dedica a advertir, prevenir y defender a los ciudadanos de las actividades de la obra.

A pesar de esto y de una gran cantidad de denuncias, nunca hubo un juicio que prosperara en contra de esta institución en todo el mundo. Desde el Opus Dei lo esgrimen como argumento de defensa. Sin embargo, López de los Mozos sostiene que esa razón radica en el miedo con el que salen quienes logran irse, por un lado, y en la prescripción de muchos delitos después de algunos años:

—Ellos se ocupan de que si te vas, no hables. El acoso y la persecución, además del temor y la culpa con la que uno sale de algo que se llama “obra de Dios”, pues, imagínate.

María Cecilia R. dice que la mayor eficacia del “adoctrinamiento” es que elimina cualquier capacidad de duda o planteo: si todo es voluntad de Dios, no se puede dudar de nada.

Inconmovible: así has de ser. —Si hacen vacilar tu perseverancia las miserias ajenas o las propias, formo un triste concepto de tu ideal. Decídete de una vez para siempre.

Camino, página 995, “Perseverancia”

Los países en los que el Opus Dei es más fuerte son todos hispanoparlantes, porque los textos internos de Escrivá están en español y está prohibido traducirlos. Por esta razón, quien quiera pertenecer al organismo debe hablar español. De ahí que América Latina sea, luego de España, su gran bastión.

—Y las dictaduras. Las mejores épocas del Opus Dei fueron durante los gobiernos dictatoriales: con Franco en España, con Pinochet en Chile y con Videla en Argentina —dice López de los Mozos.

El periodista que más investigó al grupo en Argentina fue Emilio J. Corbière, autor de Opus Dei. El totalitarismo católico (editorial Sudamericana), en el que explica que la primera escalada en el país se produjo durante la dictadura militar de Juan Carlos Onganía, cuando algunos cuadros se insertaron en el área de educación del gobierno. Con Jorge Rafael Videla, los abogados amigos del régimen militar formaron el Foro para la Reforma Judicial (Fores). Pero, dice el autor, cuando más cerca del poder estuvo el Opus Dei fue con el presidente democrático Carlos Menem: la conexión con Roma sirvió para disciplinar a la Iglesia argentina, muy crítica con las políticas económicas neoliberales de su gobierno, mientras que los cuadros opusdeístas llegaron a la Corte Suprema de Justicia por medio de los ex magistrados Antonio Boggiano y Rodolfo Barra. De la mano del entonces ministro del Interior, Gustavo Béliz, esta organización ocupó diversas áreas políticas en Población y Relaciones con la comunidad, en Coordinación, en la Secretaría General, en el Sistema de Información y en la Secretaría de la Función Pública.

Hay decenas de nombres en el mundo político y empresarial, pero algunos resaltan, como el coronel retirado Juan Jaime Cesio, fundador del recordado Centro de Militares por la Democracia (Cemida). También un diputado tucumano del partido del ex gobernador de facto condenado por delitos de lesa humanidad Domingo Bussi; Roberto Lix Klett declaró que se dedicó a la política impulsado por el Opus Dei. En la misma línea, el ex ministro de la dictadura militar y luego también ministro de Menem Oscar Camilión.

Pero también fueron operadores dirigentes de la Unión Cívica Radical, además de Camilión, Juan Carlos Palmero, Carlos Nino y Facundo Suárez, quienes solían dar conferencias en el CUDES. También se sabe que el actual jefe de gobierno de Buenos Aires, Horacio Rodríguez Larreta, tuvo siempre —por lo menos— buen diálogo con el Opus Dei. También lo tuvo el ex candidato a presidente Sergio Massa, antes jefe de gabinete de Cristina Kirchner, a través de uno de sus hombres de confianza, Jorge O’Reilly, muy vinculado a la obra. El periodista Diego Genoud fue quien reveló cómo el organismo intentó operar con Jorge Bergoglio cuando era arzobispo de Buenos Aires, lo que le valió a Massa la indiferencia del papa.

A su vez, la ex senadora y ex diputada justicialista de San Luis Liliana Negre de Alonso, que se formó en parte en la Universidad Austral, declaró su fascinación con Camino y sus rezos al fundador del Opus Dei. También se vinculan con el grupo el militar retirado, gobernador de Salta durante la dictadura y luego senador nacional Roberto Ulloa, así como Roberto Echarte, un ex ministro de Obras Públicas de Alfonsín, y otros ex funcionarios de Menem, como Orlando Ferreres y Aldo Carreras.

Con la llegada de Mauricio Macri y del PRO al gobierno de la ciudad de Buenos Aires en 2007, al de la provincia de Buenos Aires —distrito en el que vive casi la mitad de la población del país— y al de la nación en 2015, el Opus Dei vio que al final del túnel volvía a haber un poco de luz. Si bien no hay funcionarios directamente miembros de la obra, los vínculos son estrechos y ya lograron poner a un hombre en un lugar de peso: el abogado sanjuanino Julio Conte Grand, que fue procurador porteño cuando Macri era jefe de gobierno, a quien la gobernadora María Eugenia Vidal contrató como secretario legal y técnico de su gobierno, para desde allí ubicarlo como procurador general de la Suprema Corte de la provincia.

Otro cuadro opusdeísta notorio es el reconocido pediatra mendocino Abel Albino, presidente de la Fundación Cooperadora para la Nutrición Infantil (Conin), que tiene ramas en todo el país con la noble tarea de acabar con la desnutrición pero cuyos métodos e ideas han sido muy cuestionados tanto por la Sociedad Argentina de Pediatría como por la Sociedad Argentina de Primera Infancia. Llegó a ser candidato para el Ministerio de Salud de la Nación en 2017, pero sus declaraciones fueron tan retrógradas —sobre todo en temas de salud sexual y reproductiva, así como sobre la diversidad sexual y el debate de la ley de legalización del aborto— que el presidente debió desistir de nombrarlo. De todas maneras, le concedió un convenio con el Estado en 2018.

Por supuesto, existen muchos otros miembros de los que poco o nada se sabe: el Opus Dei tiene en su constitución —un documento, como la mayoría, secreto, redactado en 1950— un artículo, el 191, que ordena: “Los miembros numerarios y supernumerarios sepan bien que deberán observar siempre un prudente silencio sobre los nombres de los otros asociados y que no deberán revelar nunca a nadie que ellos mismos pertenecen al Opus”. El artículo se difundió en 1982 y tuvo que enmendarse por presión de la Iglesia: se redactaron nuevos estatutos y se incorporó un artículo que dice que los miembros “no participarán de manera colectiva en las manifestaciones públicas de culto, como las procesiones, sin por ello ocultar que pertenecen a la Prelatura”.

La lista de empresarios multiplica a la de los políticos y son casi todos supernumerarios, es decir colaboradores externos, cooperadores que aportan con dinero y contactos: los hermanos Guillermo y Rodolfo Lanusse; el presidente del Banco de Intercambio Regional (BIR) Ángel Rafael Trozzo, institución que, bajo su conducción, en 1980 quebró y dejó a miles de ahorristas en la ruina; Juan Ángel Rómulo Seitún, integrante de la sociedad Sasetru, Salimei-Seitún-Trucco, otra empresa quebrada. También Francisco Trusso, al frente del Banco de Crédito Provincial de La Plata, que había sido asesor financiero del Vaticano y quien cuando la justicia argentina lo acusó de estafa —con fondos del Arzobispado de Buenos Aires— se fugó a Brasil.

Sin embargo, hay un empresario dilecto que todo ex numerario vio alguna vez en un centro del Opus Dei argentino. O al menos escuchó hablar de él: “el Cardenal”. Se trata de Gregorio Goyo Pérez Companc, el tercer hombre más rico de Argentina, que además de muchas demostraciones de fe, es el modelo de miembro supernumerario que cumple todos los sueños de la obra: además de sus contribuciones constantes durante décadas, cuando en 2009 confeccionó su testamento repartió la mitad de su fortuna entre distintas asociaciones vinculadas con la obra. La cifra, revelada por el periodista Carlos Romero en un artículo del diario Perfil y nunca desmentida por Pérez Companc ni su entorno, sería de entre 900 y 1.000 millones de dólares.

Dicen que en el Opus Dei se hacen planes de lo que se hará cuando esa fortuna llegue.

—Pax.

—In aeternum.

—Pax.

—In aeternum.

—Pax.

—In aeternum.

Como una contraseña fuera de época, el saludo en latín entre miembros del Opus Dei parece un juego de chicos, aunque rodeado de un halo de mística, secreto y elitismo.

—“Pax” —pronuncia María Cecilia R. como quien recién descubre el engaño—. Si querés tener paz mejor no acercarte nunca a ellos.

A los 23 años, cuando firmó el testamento por el que donó toda su herencia a una de las asociaciones del Opus Dei, creía que Dios la había llamado a ser santa. Se peleó con su padre, ateo, que culpaba a su madre por haberla mandado a un colegio parroquial. No fue a los casamientos de sus amigas, no estuvo cuando nacieron sus hijos, no pudo ser madrina de sus sobrinos, no acompañó a sus seres queridos en los momentos difíciles. No estuvo 30 años.

—La mía es una vida malograda: yo no tuve adolescencia ni juventud. No formé una familia y ni siquiera me voy a poder jubilar.

Los últimos diez años que pasó en el Opus Dei estuvo bajo tratamiento psiquiátrico y llegó a tomar 16 pastillas por día. En ese tiempo mandó tres cartas a Roma para solicitarle al prelado la dispensa, o sea la autorización para irse. Se la negaron una y otra vez, hasta que en 2005 se la concedieron. Ella dice que fue cuando se dieron cuenta de que ya no había retorno a la numeraria obediente y productiva que había sido.

El ex numerario que tuvo cargos de gobierno explica la metodología:

—La cantidad de personas con depresión en el Opus Dei es muy superior a la media. Cuando un numerario empieza a tener síntomas se lo manda a un psiquiatra que sea del Opus Dei también, de modo que los consejos que reciba el paciente siempre estén alineados con lo que piensa la institución.

En España se habla de “la cuarta planta de la Clínica de Navarra”. Tanto en opuslibros.org como en sectaopusdei.com hay relatos de ex numerarios que pasaron por allí. Es, dice López de los Mozos, el lugar en el que internan a los que empiezan con problemas psicológicos. La depresión, la neurosis y los brotes psicóticos son las patologías más habituales.

—En la Argentina —continúa el ex Opus Dei— un psiquiatra numerario uruguayo ha sido quien ha tenido a su cargo la mayoría de los tratamientos de los numerarios deprimidos o con otros problemas psiquiátricos. Su propensión a querer aplacar los síntomas de sus pacientes con pastillas le ha valido el apodo interno de “Mengele”.

Agrega que hay muchos numerarios prácticamente imposibilitados de trabajar o tomar decisiones por sí mismos por la cantidad de pastillas psiquiátricas que toman. Un dato relevante: aun cuando el psiquiatra es numerario, quienes concurren a la consulta lo hacen acompañados de su director, que está presente durante la conversación con el psiquiatra, sobre todo al principio.

La salida del Opus Dei lleva años, dice Agustina López de los Mozos, que desde que creó la web en 2002, escuchó centenares de testimonios repetidos:

—Saben cómo lograr que sientas que el equivocado sos vos. Saben cómo enloquecerte. Literalmente.

A Teresa G. irse le llevó un proceso de 12 años de depresión; la mayor parte la pasó en una cama:

—Cuando empezás a crecer adentro, te volvés un perverso o querés salir.

Es un lento darse cuenta. Es un malestar que empieza a incomodar hasta que no deja dormir. Es la necesidad de salir al mundo. Es el cuerpo que empieza a pedir otras cosas.

—Así como no caés en un día ni en una semana, no salís en un día ni en una semana. ¿Por qué es que yo tardé 12 años en irme? ¡Porque no quería fallarle a Dios! Hasta que un día, tarde, muy tarde, dije: “Dios no está acá. ¿Qué carajo estoy haciendo?” —dice Teresa.

Gustavo coincide:

—El adoctrinamiento es sobre todo para que no puedas irte. Y aun cuando lo lográs, la sensación es que sos vos el que falló. Porque Dios no falla. Cuando salís sos un paria. Afuera no te quedó nadie y los de adentro te crucifican.

—Salir es reaprender a vivir. Yo entré siendo una adolescente. Hay tantas cosas que no sabés…

María Cecilia R. sigue jugando, peleando con la arena. Se ríe cuando recuerda que en una de sus primeras salidas, que fue con amigos de su hermana, en un bar vio una publicidad que anunciaba la gira del cantautor español Joaquín Sabina, uno de los más populares en Argentina, que llena el estadio de Boca Juniors y los teatros de todo el país. Al ver el anuncio, que sólo decía “Sabina en Rosario”, ella preguntó “¿Y esa quién es?”.

Es una de las pocas carcajadas en varias horas.

Después se pone seria. Y otra vez clava la vista al otro lado del río.

—Todos preguntan: “¿Qué estuviste haciendo los últimos 20 o 30 años?”. Yo me pregunto qué estuve haciendo.

El sol empieza a caer sobre el río Paraná. La mujer vuelve a su casa, donde la espera su pareja desde hace ocho años, el segundo hombre al que conoció tras salir del Opus Dei. Hay muchas cosas que nunca contó ni siquiera a él. Hay muchas que nunca le dijo a nadie.

Esta investigación fue realizada entre 2015 y 2017. Su contenido histórico e institucional fue trabajado con Gustavo Motta, de la Asociación de Cientistas Sociales de la Religión del Mercosur (ACSRM) y de la Asociación Argentina de Retórica (AAR). Los nombres de las personas que brindaron su testimonio fueron cambiados.