Por lo general, los estudios sobre 1968 empiezan por constatar el carácter internacional y simultáneo de una serie de eventos políticos y culturales contestatarios de lo más diversos, como el mayo libertario de los estudiantes y trabajadores franceses, la masacre de estudiantes en la Plaza de las Tres Culturas de México en octubre, las insurgencias estudiantiles en Japón, Alemania, Italia y muchos otros países, las revoluciones de liberación nacional (Cuba, 1959, la independencia de Argelia en 1962, la guerra de Vietnam, las luchas en las colonias portuguesas de África y otras), la Gran Revolución Cultural Proletaria de China en 1966 (que a los ojos de adeptos occidentales parecía contestarle al socialismo burocrático de inspiración soviética), el movimiento pacifista de los hippies, el desafío existencial de la contracultura, la organización de guerrillas en América Latina, la Primavera de Praga y otros intentos de crear alternativas dentro del bloque soviético, las manifestaciones en Estados Unidos, en Inglaterra y en todas partes contra la guerra en Vietnam.

Esos estudios, habitualmente, empiezan por registrar los más diversos sentimientos y prácticas de rebeldía y de revolución contra el orden que comenzaron a fines de la década de 1950 y continuaron hasta mediados de los 70, particularmente en el año 1968. Hecha esa constatación, la tendencia es concentrar cada investigación en un caso nacional específico: el Mayo francés, el 1968 brasileño, el movimiento estudiantil en Japón, la contracultura en Estados Unidos y así sucesivamente.

Este escenario comenzó a cambiar con la aparición de estudios que analizan específicamente el carácter internacional e interrelacionado de los fenómenos de 1968, no como telón de fondo sino como centro mismo de la investigación, en parte acompañando una tendencia general de la historiografía reciente, cuya mirada está menos centrada en Europa y Estados Unidos. Tal vez el mejor ejemplo que exprese este fenómeno haya sido la reciente edición del libro The Routledge Handbook of the Global Sixties: Between Protest and Nation-Building (Guía Routledge de los sesenta globales: entre la protesta y la construcción nacional, editado por Chen Jian). Desde el título, la obra muestra la complejidad del emprendimiento: utiliza al mismo tiempo términos consagrados, como “protesta” y “construcción nacional”, y la denominación difundida en los últimos años, los “60 globales”, que acentúa las conexiones transnacionales de los fenómenos del período.

En el actual contexto de internacionalización del conocimiento, que incentiva el intercambio entre alumnos y profesores, era de esperar que también las investigaciones sobre los años 60 ganasen una dimensión mundial, dado que el propio objeto de estudio está cargado de articulaciones internacionales. En 1968 el mundo ya se había convertido en una “aldea global”, en la expresión del sociólogo canadiense Marshall McLuhan, que se hizo célebre en la época al anunciar el fin de la era de la prensa escrita y su sustitución por la era de la comunicación audiovisual inmediata en todas partes. La difusión de las noticias y modos de vida en la aldea global constituye uno de los aspectos para comprender la generalización internacional de eventos como las manifestaciones estudiantiles o las protestas contra la guerra de Vietnam.

Pero había muchas otras articulaciones internacionales en juego que merecen análisis, como la organización de los países del tercer mundo —por ejemplo, a partir de la Primera Conferencia Tricontinental de 1966 en Cuba—; el papel de las organizaciones vinculadas a las Naciones Unidas, como es el caso de la Comisión Económica para América Latina y el Caribe, con sede en Santiago de Chile; los intercambios estudiantiles y académicos patrocinados por Estados Unidos, la Unión Soviética y otros países; los congresos internacionales de la juventud; los festivales y muestras internacionales de teatro, cine, literatura, música y artes plásticas; la articulación transnacional de aparatos represivos, tanto en el ámbito de los países del tercer mundo (caso de la célebre Operación Cóndor, de colaboración e intercambio de información compartida entre los regímenes militares del Cono Sur) como en lo que refiere a las conexiones de las policías locales con sus respectivas congéneres en el exterior, principalmente en países centrales como Estados Unidos y Francia.

En América Latina en general, y en Brasil en particular, han sido varios los ejemplos de investigaciones que se centran en las articulaciones internacionales para comprender los años 60. Para quedarse en algunos pocos ejemplos recientes, véase el libro de João Roberto Martins aparecido este año (Segredos de Estado: o governo britânico e a tortura no Brasil, 1969-1976) sobre las conexiones del aparato represivo brasileño con el británico durante la dictadura militar, en cierto modo inesperadas, pues los interlocutores principales de Brasil en la esfera de la represión eran Estados Unidos y Francia, entre los países democráticos. El año pasado, Larissa Corrêa publicó Disseram que voltei americanizado: relações sindicais Brasil-Estados Unidos na ditadura militar. Por su parte, Daria Jaremtchuk viene investigando la acogida de artistas plásticos brasileños en Nueva York en los años 60 y 70, cuando se integraron al mercado internacional del arte. Yo mismo he ahondado en las relaciones de sectores de la intelectualidad brasileña con el Congreso por la Libertad de la Cultura, con sede en París y financiado por Estados Unidos, tema que también investigaron Elizabeth Cancelli y Patrick Iber, entre otros. En los países de América Latina hasta ahora menos estudiados, como Uruguay y Colombia, han surgido investigaciones innovadoras, como las de Vania Markarian, Aldo Marchesi y Álvaro Tirado Mejía, con foco en las conexiones internacionales de los movimientos de 1968 para comprender los casos nacionales. Muchos de estos trabajos resultan de intercambios universitarios o como consecuencia de tesis de doctorado e investigaciones de posdoctorado en Inglaterra, en Francia y principalmente en Estados Unidos, donde los estudios internacionales han sido incentivados en el contexto de la globalización económica y la mundialización de la cultura, lo que incluye la creación de centros de estudio orientados a las más diversas partes del mundo, sobre todo en universidades norteamericanas.

Esta tendencia a los estudios internacionales y el uso reciente del término global sixties no implican que aquella época no haya sido pensada entonces en términos de conexiones exteriores, incluso por el sentido común conservador, que acusaba, por ejemplo, a la izquierda brasileña de ser títere de Cuba, de China, de la Unión Soviética o de los estudiantes de París, o por quienes detectaban la influencia del gobierno de Estados Unidos en los varios golpes militares en América Latina en las décadas de 1960 y 1970.

Los límites del concepto global sixties —que no es nativo, como dirían los antropólogos, sino creado sobre todo en la academia en los años 2000— han sido reconocidos por los autores que lo defienden. Admiten que se trata de “un subproducto inevitable de la tendencia hacia una historia global” que ha predominado sobre todo en los estudios de historia contemporánea, y se cuestionan, por ejemplo, si ese concepto no correría el riesgo de “imponer una falsa uniformidad a movimientos, objetivos y formas culturales muy diversos y más limitados local y regionalmente”, en términos de Martin Klimke y Mary Nolan (en la introducción de The Routledge Handbook...). A pesar de ello, argumentan que se trata de una “categoría heurísticamente útil e históricamente sugestiva”, acompañando propuestas como la de Eric Zolov (ver Lento Nº 62, de mayo de este año), organizador de una publicación colectiva sobre “la América Latina en los años 60 globales”.

Escribe Zolov en su artículo “Latin America in the Global Sixties”, de 2014: “Los 60 globales reflejan una aproximación conceptual nueva a la comprensión del cambio local dentro de un marco transnacional, constituido por múltiples corrientes cruzadas de fuerzas geopolíticas, ideológicas, culturales y económicas. Estas fuerzas produjeron una simultaneidad de respuestas análogas en contextos geográficos dispersos, lo que sugiere que sus causas están interconectadas”.

La internacionalización del estudio del tema es, al mismo tiempo, tanto una demanda del objeto —ya que las conexiones internacionales eran muchas y complejas en el contexto de los años 60— como una percepción típica del sujeto de conocimiento en nuestros días, a fin de cuentas mucho más globalizados que los de 1968. El lugar desde el que se habla hoy —la universidad mundializada— favorece la mirada de los aspectos internacionales, pero a riesgo de perder de vista la especificidad de aquel momento, muy fuertemente marcado también por las luchas de liberación nacional. Varios investigadores reconocen este aspecto, y así es que el subtítulo de la colección del libro de Routledge remite al tema de la construcción nacional.

La ola de estudios sobre 1968 desde perspectivas internacionales es pertinente, pero no deja de expresar una paradoja respecto de las luchas de aquel período. Hoy, cualquier alumno de programa de posgrado aprende pronto la palabra mágica preferida de las agencias de fomento de la investigación: “internacionalización”. Imagínense qué diría un militante de la década del 60, crítico del imperialismo y de la organización universitaria, de un emprendimiento como la referida guía de Routledge, producto de seminarios realizados en la Universidad de Nueva York tanto en su sede estadounidense como en sus campus de Shanghái o Abu Dabi; el libro, entonces, es una iniciativa de una de las más prestigiosas academias de la metrópoli norteamericana y de sus filiales en lugares que no serían ejemplos de democracia ni de socialismo, por lo menos desde el punto de vista contestatario de 1968. Eso no afecta la calidad de la obra, pero dice mucho sobre cómo las luchas de los años 60 y los estudios sobre ellas se institucionalizaron y se volvieron poco ofensivas para el sistema, independientemente de sus contenidos realmente interesantes, como es el caso.

La expresión global sixties tiene la ventaja de condensar el foco en las conexiones transnacionales, pero prefiero no utilizarla, para evitar el peligro del anacronismo y no perder de vista los condicionamientos locales específicos. Por ejemplo, las manifestaciones brasileñas de 1968 estuvieron en sintonía con lo que ocurría en todo el mundo en el período, pero tuvieron la particularidad de insertarse en la lucha contra una dictadura que había interrumpido el proceso democrático en 1964.

El régimen brasileño enfrentaba tres frentes de protesta social y política: el movimiento estudiantil, el movimiento obrero y la agitación cultural promovida por intelectuales y artistas. Estas luchas sociales culminaron con la proclama del Acta Institucional Nº 5 el 13 de diciembre de 1968, que abrió las puertas al terrorismo de Estado y prevaleció hasta mediados de los años 70. El Congreso Nacional del Brasil y las asambleas legislativas estatales entraron en receso y el gobierno pasó a tener plenos poderes para suspender derechos políticos de los ciudadanos, legislar por decreto, juzgar crímenes políticos en tribunales militares, revocar mandatos electivos, despedir o jubilar a jueces y a otros funcionarios públicos, entre otras medidas.

Al mismo tiempo, se impuso una rígida censura a los medios de comunicación y a las manifestaciones artísticas y se generalizó el encarcelamiento de opositores y el uso de la tortura y el asesinato en nombre del mantenimiento de la seguridad nacional, considerada indispensable para el desarrollo de la economía y del llamado “milagro brasileño”. Esta particularidad del año 1968 en Brasil, sin embargo, tenía conexiones evidentes con el contexto internacional de la Guerra Fría en América Latina en las décadas de 1960 y 1970, en las que proliferaron dictaduras apoyadas por Estados Unidos.

Independientemente de incorporar o no el concepto global sixties, varios autores ya señalaron una serie de aspectos comunes en los países en que ocurrieron los movimientos de 1968, como la difusión multinacional de información y espectáculos a través de los medios de comunicación de masas, cada vez más desarrollados e interconectados en las sociedades centrales y también en aquellas en desarrollo, como en Brasil y otros países de América Latina. Estos aspectos transnacionales favorecieron el florecimiento político y cultural del 68 en todas partes, articulados a las especificidades locales y nacionales de cada sociedad. En la época, además, había un proceso de urbanización creciente y acelerada que consolidaba culturas y modos de vida en las metrópolis, en un contexto de diversificación de las clases trabajadoras y de aumento de las clases medias, con acceso creciente a la enseñanza superior, cuando los jóvenes pasaron a tener un peso impar en la distribución etaria de la población, en parte como consecuencia del baby boom posterior a la Segunda Guerra Mundial, que desembocó en una crisis en el sistema escolar de escala planetaria. El avance tecnológico, simbolizado por la llegada del hombre a la luna o por la sofisticación del armamento, incluido el nuclear, modificaba también la vida cotidiana de las personas comunes, consumidoras de aparatos como televisores y electrodomésticos a los que tenían cada vez más acceso, así como a productos de la industria farmacéutica, que vendía, por ejemplo, la píldora anticonceptiva a gran escala, permitiendo cambios de comportamiento significativos. Se vivía una coyuntura de prosperidad, resultante de años de desarrollo económico a nivel mundial, aunque desigual y combinada con pobreza y subdesarrollo, en particular en los países del tercer mundo. Y los poderes constituidos —sea en el bloque occidental, capitaneado por Estados Unidos, en el bloque soviético o en los países subdesarrollados— revelaban poca capacidad para representar a sociedades que cambiaban rápidamente.

Estos aspectos comunes a escala mundial no explican por sí solos los diversos movimientos de 1968 en sus variadas manifestaciones de rebeldía e inconformismo, pero ayudan a construir un terreno compartido mundialmente, en el que fructificaron respuestas diferenciadas y creativas a la situación en cada contexto específico, con acciones culturales y políticas innovadoras. Este período fue caracterizado en todo el mundo por el ascenso de la ética de la revuelta y de la revolución, con su rechazo a guerras coloniales o imperialistas, su búsqueda de la ampliación de las posibilidades de participación política, su crítica a la sociedad de consumo y a los poderes establecidos, su simpatía por las propuestas revolucionarias alternativas al marxismo soviético, sus prácticas de desobediencia civil, sus cambios de comportamiento en búsqueda de la liberación personal de las restricciones de los sistemas tanto capitalistas como comunistas, con la aproximación entre arte y vida y entre cultura y política, con el surgimiento de experiencias tendientes a anunciar el pacifismo, con su defensa del medioambiente y con el avance de la antipsiquiatría, el feminismo, los movimientos de minorías étnicas, de homosexuales, y con otros que se propagarían en los años siguientes. Todos estos temas merecen ser investigados en sus contextos locales y nacionales específicos, en conexión con la ola internacional, que no es sólo académica sino que también forman parte de ella los herederos de las luchas de 1968, que han levantado, desde diversas perspectivas, la consigna “Otro mundo es posible”: un mundo en el que los valores fundamentales no sean los del lucro, sino los de la convivencia y la realización plena de las personas, en sus relaciones entre sí y con la naturaleza.