El 24 de enero al mediodía, bajo el sol feroz de La Paz, Vilma, Teófilo y sus cuatro hijos salieron bañados y perfumados para la Feria de la Alasita. Con los pesos bolivianos ahorrados en los últimos meses iban a cumplir sus sueños de todo el año, quizás del resto de sus vidas. Eso sí: en este día, los sueños son en miniatura.

Eugenio, de 24 años, fue en busca de un título universitario de abogado, aunque todavía está estudiando. Adriana, de 21, iba a comprar una peluquería toda armadita: sueña con ser peluquera y tener su propio local. Nando, de 18, quería una batería con platillos Zildjian, y Richard, de 15, una guitarra y un bajo Yamaha para tocar con su hermano.

Vilma y Teófilo tenían otras necesidades. Iban a llevarse minibolsas de cemento, arena y ladrillos, que les permitieran terminar la casa que hace años están construyendo en El Alto. Vilma, además, soñaba con un lavarropas automático, así que también guardó unos pesos para el aparato que hace casi todo solo y le simplificaría esa tarea que la tiene tan cansada.

La Feria de la Alasita, que se extiende a lo largo y a lo ancho de un predio denominado Campo Ferial del Bicentenario —en pleno centro de La Paz—, se celebra en honor al Ekeko, un ídolo aymara que simboliza la fecundidad, la alegría, la abundancia y la prosperidad.

En la zona andina es común escuchar la frase “Voy más cargado que un Ekeko”, y si algo abunda en los puestos de los feriantes es este personaje de bigotitos, rechoncho y sonriente que aparece todo el tiempo cargado de una variedad de productos en miniatura que simbolizan lo que cada persona ansía obtener. Con el tiempo, fue creciendo la devoción hacia este antiguo “dios de la abundancia”.

El escritor boliviano Antonio Pérez Candia, que dedicó su vida al estudio de la cultura y las tradiciones de su país, decía:

El Ekhako, popularizado con el nombre alterado Ekhekho, era el dios de la fortuna y representaba la prosperidad entre los antiguos kollas. Al Ekhako se rendía culto constantemente; se le invocaba a menudo y cuando alguna desgracia turbaba la alegría del hogar.

Si uno se para frente al Ekeko y mira fijo a esos ojos vivarachos notará que su expresión es de completa felicidad. La estatuilla de yeso de piernas cortas no mide más de 20 centímetros y siempre tiene los brazos abiertos para cargar desde bolsitas de arroz, fideos, azúcar o harina hasta billetes, libros, diarios, instrumentos musicales y herramientas de trabajo.

Foto: Beej

Foto: Beej

Hay personas, como Rufina, una de las feriantes más antiguas de Alasitas —vende los autos de madera en miniatura que fabrica su esposo durante todo el año—, que creen que el Ekeko también puede ser vengativo: “Si no se le presta atención él castiga quitando todo lo que tienes o con enfermedades”.

Rufina dice que una de las formas de rendirle culto y lograr los favores solicitados es haciendo “fumar al Ekeko en el momento en que se le ofrenda el objeto deseado”. Por eso el ídolo indígena tiene un hueco en la zona en la que debería estar la boca, y es allí donde se le coloca el cigarrillo encendido. “Si el deseo o el pedido es aceptado del cigarrito saldrá humo porque el Ekeko fuma”.

La tradición indica que los martes y los viernes son los días en que el Ekeko fuma. También se dice que para que tenga un mayor efecto es necesario que el Ekeko sea un regalo de amigos o familiares que desean la prosperidad.

En su puesto de Alasitas Rufina tiene su Ekeko y le ha colocado billetitos de dólar para que no falte dinero, una valija para poder ir a visitar a su hermana que vive en Argentina, un coche para que su hijo tenga uno, canastas llenas de conservas para que no falten alimentos durante todo el año, una bolsa de cereales para la buena cosecha, una pequeña tienda para que prospere el negocio, y una negrita y un negrito de yeso para mantener el amor en la pareja.

Para los paceños la Alasita es tan importante como la Navidad. De hecho, antiguamente se festejaba los 21 de diciembre, en el solsticio de verano. Al fundarse La Paz, en 1548, la feria llegó a la flamante ciudad, pero el Ekeko fue prohibido por inmoral. Entonces se inició la etapa del amuki: silencio aymara de resistencia.

El ritual clandestino duró dos siglos, hasta que en 1781, con el bloqueo de barcos españoles, los empleados aymaras del alcalde paceño Sebastián de Segurola le salvaron la vida con alimentos originarios bien almacenados; quinua, tarwi, coca y mote fueron la comida para él y su familia. Cuando el alcalde les preguntó a los sirvientes de dónde venía el milagro, lo llevaron a un sitio clandestino y allí le presentaron al Ekeko que cuidaba esos alimentos.

Agradecido a la deidad, Segurola ordenó reiniciar la festividad y la feria, y la cambió para el 24 de enero para hacerla coincidir con la Fiesta de la Virgen de La Paz. Con más de 200 años, Alasitas es para los paceños una oportunidad sagrada para pedir cositas, abundancia y fertilidad.

Foto: Ernie

Foto: Ernie

En voz aymara alasitas deriva del verbo alathaña, que significa “comprar”, por lo que el término equivale a “cómprame”. La palabra tiene sonoridad en diminutivo y podría entenderse como “cómprame estas cositas”.

Antiguamente se vendían ispallas (amuletos) y miniaturas con el deseo de volverlas reales mediante un ritual celebrado por el yatiri (adivinador) al mediodía. Indígenas y comunidades de toda La Paz iban a la feria, que era de un día o dos y hoy dura un mes, y tras la compra las miniaturas debían ser challadas con incienso, alcohol, vino, y después bendecidas en una iglesia católica.

Desde que Evo Morales es presidente de Bolivia concurre cada año a la inauguración de la Feria de la Alasita. Ese día se genera un revuelo mayúsculo para estar cerca del mandatario que con sus políticas ha reivindicado y fortalecido este tipo de celebraciones indígenas. El año 2017 fue particularmente especial para Alasitas, porque el Comité Intergubernamental de Salvaguardia del Patrimonio Cultural Inmaterial de la UNESCO declaró a la festividad paceña como patrimonio cultural inmaterial de la humanidad.

Cuando cae el sol el aroma a comida se hace más intenso en los pasillos de Alasitas, entre puestos de chapa y otros montados con cuatro fierros y una lona. Los anticuchos salen a toda hora, los panchos y los jugos de naranja exprimidos también. Clara Mendoza vende api, una bebida a base de maíz morado; puede llegar a estar 12 horas sentada preparándola y sirviéndola.

En los últimos días de feria abundan las ofertas. Por ejemplo, por cada seis platos de fritanga consumidos, el séptimo va gratis; el plato cuesta 15 bolivianos y el puesto de comidas de la familia Quiroga es el que tiene más gente haciendo cola.

En un sector dedicado a los juegos, los chicos tiran con un rifle para voltear tarros, un señor juega a una ruleta que da premios sorpresa, una cholita demuestra lo que sabe de futbolito y un tipo se ilusiona con ganarle al que esconde la pelotita en uno de los tres vasos de plástico que se mueven sobre un mantel.

En un mundo globalizado, la Alasita no se queda atrás. Si en otras épocas las comunidades indígenas acudían por mejores cosechas y abundancia en la cría de animales, hoy las necesidades son otras y entre las miniaturas aparecen notebooks, iPhones, hornos microondas, tarjetas de crédito, visas para Estados Unidos y acciones de la bolsa.

Terminada la feria, llegará el momento de materializar los sueños. Muchos obtendrán los favores del Ekeko, mientras que otros tendrán que seguir trabajando para convencer al ídolo rechoncho de que cumpla sus deseos.