Una caravana multitudinaria se despliega a lo largo de la rambla. Un pueblo emocionado y cientos de niños que sonríen y saludan desde los ómnibus Leyland de la época. El motivo no era el acto del obelisco ni la proclama leída por Alberto Candeau. Tampoco la recordada Marcha del Estudiante o la celebración, después de tanto, del 1° de mayo, sino un vuelo de 154 niños hijos de exiliados que arribaban al país en medio del año 1983, instalando el desexilio en la agenda nacional e internacional.
Este hecho sin precedentes, que se llamó el “viaje de los niños”, se convirtió en un emblema: hoy volvían los hijos, pronto retornarían los padres. Pero aun así, con este cierre clave para un año fundamental en la lucha contra la dictadura militar, el hecho fue pasando a un segundo plano en la historia reciente, hasta tal punto que muchos de los que participaron en esa prolongada caravana (los ómnibus demoraron cuatro horas en llegar desde el aeropuerto a la sede de AEBU), hoy apenas lo recuerdan como una nebulosa fantasía. En 2013, cuando se cumplieron 30 años de aquel vuelo, tanto los medios de prensa como varios de los involucrados organizaron actividades que homenajearon aquella quijotesca cruzada.
Luego se sucedieron dos hechos significativos de manera paralela: por un lado, en diciembre se publicó el libro Los niños del reencuentro (de Isabel Collazo, María de los Ángeles Fein, Rosana Passeggi y Ana María Sosa), trabajo que reconstruye este hecho histórico mediante la memoria, y por otro, este mes de marzo la película Tus padres volverán, de Pablo Martínez Pessi, aguarda para circular por numerosos festivales internacionales: se exhibirá por primera vez el 4 y 10 de abril en el Festival Internacional de Cine de Cinemateca, dentro de la sección Derechos Humanos. El 13 se proyectará en Río de Janeiro y el 14 en San Pablo, dentro del Festival É tudo verdade. El viernes 17 del mismo mes se exhibirá en el Festival de Málaga, y si bien el estreno en Montevideo está previsto para julio, los días 24, 25 y 26 de abril se estrenará en la Cineteca de Madrid.
Candombe del recuerdo
“Tus padres volverán”. Ésa era la consigna que coreaba la multitud en medio de una de las tardes más calurosas del año, mientras de boca a boca comenzaba a circular una sola noticia: “reabrieron la 30”, en alusión a la clausura de la radio CX30 de José Germán Araújo. Y si bien la clausura se levantó unos días después, no faltaron los numerosos carteles que rezaban “Transmite CX 30”.
La película de Pablo Martínez Pessi se centra en seis de los 154 niños que volaron solos desde Europa a Uruguay para conocer a sus familiares o reencontrarse con ellos: Fernando de Meersman y Salvador Banchero residen actualmente en Uruguay, los demás volvieron a radicarse en el exterior: Cecilia Rodríguez (España), Marcos Medina (Bélgica), Jorge Garibaldi (Dinamarca) y Guzmán Tierno (Italia).
Cuando Martínez Pessi vio un informe de María Inés Obaldía al conmemorarse los 25 años del viaje, no podía creer que eso realmente hubiera sucedido. En 1983 el director vivía en Dolores y tenía sólo tres años, como varios de los niños que viajaron en aquel chárter proporcionado por el gobierno español.
En ese mismo momento comenzó a buscar información, y dos años después (2010) ya iniciaba una investigación junto al periodista Gabriel Farías, recabando los datos sobre el hecho concreto y la llegada de los niños a Uruguay.
En el proceso de gestación del viaje participó el dirigente sindical y militante socialista en el exilio Artigas Melgarejo, quien le propuso a Enrique Quico Mañero -secretario de la Juventud Socialista en España- organizar esta movilización. También el político uruguayo Víctor Vaillant, que luego de viajar a Europa para reunirse con las colectividades de exiliados uruguayos en varios países europeos, se encontró con Melgarejo en Madrid durante los primeros días de noviembre de 1983, cuando concibieron la idea de organizar un viaje a Uruguay que concentrara los hijos de los exiliados políticos. Pocos días después, de regreso en Montevideo, Vaillant escribió un editorial en el semanario Convicción lanzando la idea. Sólo 24 horas después ya se creaba la Comisión del Reencuentro de los uruguayos, presidida por Vaillant, para organizar el viaje a nivel local. El 26 de diciembre, ante el desconcierto de la dictadura, un vuelo de Iberia llegaba a Montevideo con 154 niños, provocando una de las movilizaciones populares más importantes del año.
Cuando Martínez Pessi y Farías avanzaron en la investigación, se reunieron con algunos de los organizadores, como Melgarejo, Vaillant y Eduardo Lalo Fernández, “para tratar de armar la historia, ya que no estaba claro exactamente cómo había sucedido todo, en buena medida porque dependíamos del relato de cada uno de los protagonistas”, dijo a la diaria Martínez.
“Cuando veía esas imágenes en que la multitud se acercaba a los niños, me preguntaba cómo se sentiría un niño de tres años -que era la edad que yo tenía en 1983- viajando 11 horas. ¿Cómo estaba preparado? ¿Cuál era la historia que había detrás de cada uno?”, se pregunta el realizador.
Martínez recuerda que se han retratado y narrado historias sobre presos políticos, exiliados, militantes y desaparecidos, “relatos importantes para construir la memoria y la historia reciente del país”, pero se cuestiona qué sucedió con los niños: “¿Y la historia de esas personas que se vieron involucradas en la causa sin decidirlo? Esta historia de los otros no se ha contado”. Con respecto a esta perspectiva, el director sostiene que él podría haber decidido contar la historia del vuelo, del proceso para que se concretara, del diálogo con los militares para organizar el recorrido, o cómo lo ideó Melgarejo junto al grupo de exiliados y la colaboración española. En cambio, optó por tomar el hecho del viaje de los niños para hablar de la identidad, el exilio y la familia, tríada que definió como los tres ejes temáticos fundamentales de la película.
“Voy a contar la historia de cómo vivieron seis niños ese momento, y cómo el viaje influyó en el resto de sus vidas. Ellos comprendieron que eran hijos de exiliados políticos, y también por qué debieron irse sus padres”, sostiene. Consultado sobre cuándo asimilaron el exilio, Martínez no dudó en responder que los seis protagonistas lo asimilaron luego del viaje. “Porque ¿cómo interpretan y les llega el relato sobre el Uruguay de sus padres sin conocerlo? Es claro que para los más grandes fue distinto, ya que ellos sí sabían qué era Uruguay. Gabriel [Melgarejo, hijo de Artigas] ya entendía cuál era la lucha, qué eran los militares, la dictadura y la represión. Él lo comprendió y de alguna manera se acopló a esa lucha viviendo en Madrid. De hecho él era una de las personas que, en cada acto en el que participaron, tuvo un discurso para decir”.
El sorianense centró su interés en cómo vivieron estos niños la experiencia del viaje. Y si bien aclara que es una obviedad que los más grandes lo comprendían (el rango de edades iba de los tres a los 17 años), y para ellos sí se concretaba un reencuentro, para los más chicos era distinto, ya que considera que en estos casos, más que un encuentro se producía una suerte de primer acercamiento. “Partí desde este lugar para hablar sobre cómo ha sido la vida de estos niños luego del encuentro”, precisó.
La película también incluye imágenes de archivo y el testimonio de algunos organizadores. Pero el verdadero protagonismo recae en esas seis historias de vida. Tus padres volverán comienza a hablar de un supuesto viaje y una supuesta bienvenida ambientada en dictadura. El director adelanta que los espectadores irán -paulatinamente- construyendo la historia a partir del relato de esos niños. De este modo, los realizadores pensaron la película a partir de una estructura narrativa en la que, poco a poco, se devela toda la historia y su contexto: quiénes son los niños, de dónde vinieron, quiénes eran sus padres, qué significa el exilio para ellos hoy, cómo viven en sus países. “Claro que incluimos datos concretos de cómo fue la construcción del viaje, pero eso no se vuelve un tema protagónico.” Sobre esto, Martínez asegura que los seis testimonios representan lo que podrían haber sido las 154 experiencias: todos tienen historias de vida y puntos de vista diferentes, pero cree que ésta es la primera vez que se habla de los protagonistas del viaje.
Incluso, según cuenta Martínez, todos los personajes aceptaron participar en la película porque se iba a hablar de ellos mismos, porque interesaba su historia. Con respecto a esto, cuenta que después de participar en la película recibió muchos agradecimientos, ya que para ellos ha sido muy difícil poder hablar. Esta contrariedad llegó a tal punto que uno de los participantes se negaba a integrarse al proyecto, hasta que un día aceptó porque se dio cuenta de que ya era hora de poder hablarlo.
“Por un lado está el vuelo de los niños -reflexiona el cineasta-, y por otro el mensaje político y la reivindicación de los derechos humanos, además del mensaje sobre la existencia de los exiliados, gente que quería este país pero debió irse por luchar. Los padres querían estar en el lugar de sus hijos, y de ahí surge todo. En lugar de los padres volaron los hijos”.
El niño que fui
El conductor radial Salvador Banchero nació en Buenos Aires en 1976, y cinco años después se exilió junto a su familia en Madrid. El único uruguayo de su familia era su padre, quien en 1973 había viajado a Buenos Aires y pasado a la clandestinidad.
Banchero cuenta que en su casa el exilio siempre estuvo presente de un modo muy natural, sin que generara un clima denso. Incluso recuerda una infancia feliz y no una sensación de desarraigo, aunque justifica el hecho por la rápida adaptación que se logra en la infancia. Pese a los buenos recuerdos, hasta el día de hoy le sigue llamando la atención la conciencia que tenía sobre la situación que vivía su familia, sobre todo teniendo en cuenta lo que se podía esperar de un niño de su edad.
El periodista recuerda que cuando se abordaba el tema del exilio en su familia siempre estaba más presente Uruguay que Argentina, incluso cuando la única presencia uruguaya era la de su padre. Todo lo que Banchero conocía de Uruguay se reducía a los viajes que hacía junto a su madre a Carmelo, donde visitaba a su abuela paterna. Pero aun así, el viaje lo sumió en una emoción difícil de explicar.
“No recuerdo cuándo me propusieron el viaje, pero estoy seguro de que mis padres me preguntaron si quería venir, ya que en casa todo se democratizaba. Durante muchos años pensé que las imágenes que tenía de esos momentos estaban distorsionadas, o agrandadas por el recuerdo de la infancia. Varios años después, cuando vi algunas imágenes me impactaron mucho, porque comprobé que realmente había sido así. Tenía recuerdos de la gente como una especie de corso, que se extendía a lo largo de las cuatro horas que demoró la caravana, cosas de las que siempre había dudado”, dice.
Centrándose en la conciencia de lo que estaba viviendo, recuerda que cuando iba en la caravana le interesaban cosas extrañas. Da el ejemplo de una veterana que se subió al ómnibus llorando (las puertas estaban abiertas por el calor sofocante de ese 26 de diciembre), y entre la emoción repetía “reabrieron la 30”. Su curiosidad fue tal que se olvidó de la multitud que los rodeaba y le preguntó a alguien de qué hablaba esa señora. La respuesta tenía que ver con la clausura de la radio, que se suponía que en ese momento había reabierto y estaba transmitiendo la llegada. “Entendía perfecto qué era lo que hacíamos ahí, y no tengo el mínimo recuerdo de haber sentido miedo. Las autoras del libro [Los niños del reencuentro] me preguntaban si alguna vez había sentido miedo, y en realidad nunca me había puesto a pensar en eso, que tenía absoluta lógica”.
Como en el viaje coincidió con amigos suyos que se encontraban en la misma situación que él (estaban en el exilio pero no tenían familiares presos, muertos o desaparecidos), al comunicador le llevó mucho tiempo darse cuenta de que su realidad de viaje era diferente, y que había 154 viajes e historias distintas. Con respecto a su situación, cuenta que al llegar fue a visitar a su abuela en Carmelo, cuando otros visitaban a su padre preso, o quedaban en medio de familias maternas y paternas que se los disputaban. “Sabía intelectualmente que existían personas con otras realidades, pero no era consciente de eso. Esto me sucedió años después, sobre todo cuando comencé a hablar con otra gente que había viajado. Me di cuenta de que no todos tenían la misma percepción, y a otros no les gustaba hablar mucho del viaje, o no lo recordaban como algo positivo. Algunos, incluso, se sintieron usados. Yo sabía perfectamente a lo que venía, por más que tuviera siete años, y por eso también fue una decisión propia.”
Evocando esta experiencia movilizadora, Banchero cree que fue un acontecimiento “redondo”, ya que alcanzó una brillantez estratégica de comunicación sin fisuras. Tiene en cuenta que debían comunicar una situación, y para ello, a los organizadores se les ocurrió que viajaran niños junto a algunas instituciones, organizaciones y diplomáticos, y así poder blindar el asunto y quitarle el componente político (vinieron integrantes de la Cruz roja, Naciones Unidas, delegaciones del Partido Socialista Obrero Español -PSOE- y el PP). Por eso mismo al régimen militar le resultó un suceso que se le imponía de forma irrevocable.
Otro de sus recuerdos tiene que ver con que, durante muchísimo tiempo, creyó que ésta era una historia compartida con todos los que hicieron el viaje, cuando en general la gente de su edad no lo recuerda. Frente a esta situación, Banchero habla de la necesidad que sentía de poder comunicarlo, aunque le resultaba casi imposible transmitir la experiencia. “Comencé a hacerlo por estos proyectos que se están haciendo, y tal vez por eso mismo me resulta un poco más sencillo”.
Para amanecer
“Encontramos una filmación clandestina del acto del 1° de mayo en una feria barrial”, dice animado Gabriel Melgarejo ni bien recibe a la diaria en su oficina (es secretario ejecutivo del PIT-CNT y uno de los fundadores de la murga Contrafarsa). “¿Te das cuenta de cómo se cruza todo, no?”, pregunta antes de iniciar la charla.
Lo primero a lo que se refiere son las actividades de 1983, una movilización popular que -para los que estaban fuera del país- indicaba que algo estaba sucediendo. “Dentro de todo este abanico de sucesos importantes, el viaje de los niños, en términos de registro, pasó desapercibido. Creo que recién ahora se está comenzando a hacer justicia, al ubicar este hecho concreto -casi inédito a nivel mundial- en ese concierto de actividades de movilización”.
Melgarejo tenía 15 años cuando arribó al aeropuerto de Carrasco. Dice que cuenta con un recuerdo muy grato de la visita, porque ellos vivían en una suerte de fantasía, mientras se llevaba a cabo una fuerte movilización política y social. “No sabíamos a qué llegábamos porque no sabíamos qué iba a pasar. Tampoco éramos conscientes de la magnitud. Cuando salíamos del aeropuerto y veíamos toda esa gente en la calle nos dábamos cuenta de lo increíble que era, y que finalmente sería algo disfrutable”. Cuenta que cuando aterrizaron, todo el avión comenzó a cantar “Se va a acabar, se va a acabar la dictadura militar”, mientras los mayores a cargo se desesperaban por callar el cántico de los 154 niños.
Uno de los claros ejemplos de cómo la sociedad comenzaba a asumir más riesgos se vincula con el momento en que los militares y policías quisieron desviar la caravana por Avenida Italia, ya que estaban al tanto del número de personas que se desplegaba a lo largo de la rambla, pero la gente los enfrentó, impidiendo el cambio de rumbo.
“Vivimos esos 15 días como una suerte de fiesta, porque nos recibían y reconocían en todos lados, mientras la gente coreaba ‘tus padres volverán’. Por eso el título de la película de Pablo es muy sintomático, porque ésa era la consigna y lo que la gente nos transmitía en la calle. Recuerdo que íbamos al Prado, a las cooperativas, y todo era una fiesta de recibimiento. Tal vez era un contraste con lo que el país vivía en ese momento, pero la gente tenía una actitud tan propositiva de alegría, que era inevitable contagiarse. Cuando llegué a Madrid le dije a mi viejo ‘Preparate porque dentro de poquito volvemos, y si no, me vuelvo yo’”. En esta misma línea, reconoce que el viaje no sólo marcó a fuego su vida afectiva, sino también su formación política.
“Esto no tiene nada que ver con la política”, dice el quinceañero Melgarejo a El Diario, el 2 de enero de 1984, cuando el periodista le pregunta: “¿De qué forma calificarías la visita tuya y de los otros chicos al Uruguay?”. Él y otros compañeros eran, en cierto modo, la cara visible del viaje, y por eso mismo tenían muy claro qué le debían decir a la prensa. Sobre esto, el secretario de la central cuenta que venían adoctrinados, ya que debían transmitir un mensaje: la idea fuerza fue que ellos no eran 154 niños, sino que representaban a todos los uruguayos que no podían estar en el país por razones de exilio, y el mensaje era, precisamente, la necesidad del reencuentro de los uruguayos.
“Queríamos oponer la imagen que daba la dictadura de que esto era un operativo político -que obviamente lo era-, y en las declaraciones nosotros debíamos contrarrestar el concepto, ya que lo fundamental era lo humanitario de la misión, y la necesidad de plantear el problema latente de la cantidad de uruguayos que estaban en el exterior por no poder expresar sus ideas libremente. Hoy lo digo a 30 años de distancia, con 46 años y con plena conciencia de mi intelectualidad política, pero en aquel momento era un niño. Hay que trasladarlo a ese momento: un niño con un discurso político o con un marco de discurso político dentro del cual debía dejar un mensaje. Era una movida muy pesada y compleja. No sé si yo haría lo mismo con mis hijos, y no estoy juzgando a nuestros padres. Al contrario, fueron gestores de un hecho importantísimo en la historia reciente de Uruguay”.
Tal vez por lo difícil que resulta procesar este tipo de experiencias, Melgarejo explica que se ha encontrado con muchas personas que compartieron el viaje, y que recién ahora, después de 30 años, comenzaron a animarse a contar la historia.
Cuando se le pregunta por la gestación del viaje no puede evitar sonreír y definirla como “muy particular”. Después del proceso inicial entre Quico Mañero, el diálogo con el entonces presidente Felipe González y el PSOE, se inicia una segunda etapa que tiene que ver con la selección de los niños, ya que eran muchas las familias que querían enviar a sus hijos. Artigas Melgarejo junto a otros integrantes de la colonia de exiliados de Madrid asumió la responsabilidad de estudiar caso por caso, ver de dónde venían, cuál era la situación de los niños y de sus familias en el país, y también comprobar que existiera un tutor que los pudiera recoger en AEBU. Su hijo recuerda que fue un largo trabajo de ingeniería burocrática, ya que implicaba la conexión de esa oficina en Madrid y la Comisión del Reencuentro de Uruguay.
En el transcurso de esos días sucedieron muchísimas cosas. Por ejemplo, a las tres de la mañana sonaba el teléfono en la casa de la familia Melgarejo: era una madre que vivía en Bélgica y lloraba diciendo que su marido estaba en el Penal de Libertad y que ella quería que su hijo pudiera conocer a su padre. “Como la lista ya estaba completa, mi viejo nos bajaba del avión a mi hermano y a mí. Esto pasó muchas veces, y hasta último momento no sabíamos si veníamos”.
En cuanto a Tus padres volverán, considera que es muy interesante el enfoque de la película, ya que se centra en un punto de vista más humano que político, para así poder retratar cómo repercutió y transformó la vida de esos niños.
Una de las grandes preocupaciones actuales de Melgarejo se vincula con la percepción de que la memoria reciente se vuelve cada vez más acotada. Cree que es un deber proyectar e intentar ofrecer herramientas para que las personas puedan conocer qué es lo que sucedió. “En esta época en la que contamos con una democracia muy estable y podemos disfrutarla, perdemos la perspectiva de que para que esto exista fue necesario haber padecido todo aquello. Me preocupaba que las nuevas generaciones conozcan esta perspectiva, y también me preocupa mucho la proyección de aquellos hechos hacia el futuro”.
Teniendo en cuenta que toda historia de vida resulta fragmentaria y subjetiva, la realidad irreal del exilio vuelve a exhibirse, esta vez desde la perspectiva infantil de un suceso que marcó la historia reciente. Aun hoy, sorprendido, Melgarejo reconoce que recién al llegar a Madrid comprendieron “lo que significó aquel viaje”, mientras la consigna “tus padres volverán” aún continuaba resonando a lo lejos.