Después de un año complejo para el cine nacional, en el que se invalidó el Compromiso Audiovisual acordado por el Estado en 2014 y se registraron notoriamente menos estrenos, se vuelven a enfrentar el estatal Instituto del Cine y el Audiovisual Uruguayo (ICAU) y la Asociación de Productores y Realizadores de Cine del Uruguay (Asoprod).

En 2015 se declaró al sector audiovisual en estado de emergencia (ver www.ladiaria.com.uy/UJ8), entre otras cuestiones, por el deterioro de los apoyos estatales: en un marco de restricción del gasto público, cayó el convenio con el Banco República destinado al estreno de películas nacionales, y otros organismos públicos tomaron acciones en el mismo sentido, como la Dirección Nacional de Telecomunicaciones y Servicios de Comunicación Audiovisual, que suspendió los premios que otorgaba a la producción de contenidos infantiles y televisivos, y Antel, que en su momento desestimó la creación de una plataforma en internet con streaming de películas nacionales. También se reclamó la actualización del Fondo de Fomento Audiovisual en función del Índice de Precios al Consumo, y esto fue algo que se logró, aunque de forma parcial.

Hace menos de una semana, Asoprod envió un comunicado en el que expresaba su preocupación por lo que Martín Papich -director del ICAU- había dicho en una entrevista con El Observador Tevé. “Sus palabras caen en contradicciones y omisiones graves, que se apartan de forma explícita y alarmante de lo establecido en la Ley de Cine”, advierte el comunicado, al “sugerir que la crisis actual que enfrenta la taquilla del cine nacional 'tiene que ver con el tipo de historias que se construyen'”. Asoprod interpretó que Papich trasladaba responsabilidades a productores y realizadores, y que parecía “pugnar por un instituto que tenga incidencia sobre el tipo de películas a producir, pasando por alto que todos los proyectos que reciben el apoyo del ICAU son sometidos a concurso público ante un jurado plural, nacional e internacional”. Por otra parte, señaló que el director había citado “dos ejemplos del tipo de películas a las que, según él, el cine nacional debería aspirar: Relatos salvajes y El clan”, sin mencionar que esas películas fueron producidas en el marco de un sistema en el que el Instituto Nacional de Cine y Artes Audiovisuales (INCAA) argentino subsidia a más de 120 cada año, además de que los presupuestos de esos films rondaron los tres millones y medio de dólares en ambos casos, es decir, “tres veces y media más” que el monto total previsto en la Ley de Cine uruguaya para cubrir todas las áreas.

El lunes, la página web del ICAU publicó la respuesta de Papich a esta misiva, asegurando que el 26 de enero se comunicó con Asoprod ofreciendo la posibilidad de compartir, en un ámbito abierto, los planes y los focos sobre los que se piensa trabajar, y enfatizando su “vocación de diálogo franco”. En estas mismas páginas publicamos una entrevista con el director del ICAU, realizada antes de que se conociera el comunicado de Asoprod, en la que el jerarca expone sus intenciones de trabajo.

El documentalista y realizador Juan Álvarez Neme (El cultivo de la flor invisible, Avant) dijo a la diaria que el diagnóstico de Papich sobre la crisis de taquilla “es erróneo y responsabiliza a las películas desde el lado más fino de todo el sistema”. “Por cómo ha cambiado el sistema de consumo en estos días, comenzar por ahí es sesgar el resultado y la discusión real, ya que todo el sistema de distribución de este país funciona con una lógica comercial y nunca se han creado políticas públicas en ese sentido. A partir de la Ley de Cine se fortaleció la producción, pero nunca se llegó a tratar los temas de la distribución y la exhibición. ¿Cuántos discos vende [Ruben] Rada en Uruguay? Eso nadie se lo cuestiona, porque estamos todos de acuerdo en su valor patrimonial, cultural. No entiendo por qué la discusión del cine parte de ahí”, comentó.

Por su parte, la productora Micaela Solé (Joya, El rincón de Darwin, El hombre nuevo) considera que un país no llega de la nada a producir películas como El clan o Relatos salvajes, e incluso apuntó que los primeros trabajos de sus directores (Pablo Trapero y Damián Szifron, respectivamente) fueron películas “de autor”. Agregó que hay un discurso sobre la industria cinematográfica, pero no así políticas que generen industrias, ya que las existentes “se limitan a fomentar la producción”.

Otros tiempos

“El cine nació como medio de masas -dijo el guionista y director Enrique Fernández-, y a pesar de que haya dejado de serlo, es obvio que la finalidad de una película es exhibirla en una pantalla para que alguien lo vea. Y ya que, al menos en Uruguay, el dinero que sostiene esa película es de la gente que está sentada enfrente, a la que le estoy pidiendo dinero dos veces (entre el fondo y la entrada), creo que tengo la responsabilidad y la obligación de generar ese vínculo”.

Fernández, codirector de El baño del papa, piensa que se plantean falsas dicotomías, y que una película como aquella es un buen ejemplo de cómo una buena historia puede lograr muy buenos resultados de crítica y de público. “Si todos nos situamos en la misma vereda porque lo que queremos construir es un cine uruguayo, deberíamos discutir un par de cosas vinculadas con el cine: las películas y los guiones. No existe productor que pueda salir a buscar dinero sin 120 hojas bien escritas. Lo que sucedió con nuestra película, por ejemplo, es que la gente se ofrecía para formar parte del proyecto, porque lo que estaba escrito allí interesaba. Eso sólo ocurre cuando hay escritura de buena calidad, que no sólo posibilita que un productor se juegue por algo que vale la pena, sino además que pueda existir un exhibidor que diga, 'este proyecto merece estar en pantalla y voy a invertir en eso' (cuando nosotros fuimos a Cannes nos acompañó Álvaro Caso, de la distribuidora Enec). De ahí en adelante es la gente, en el boca a boca, la que crea y hace posible la permanencia de esa película en pantalla”, evaluó, y se preguntó: “¿Quién baja Shrek o Relatos salvajes de la pantalla? Nadie. La distribución es un negocio, y los exhibidores mantendrán un proyecto en pantalla mientras haya público que lo vea. Por eso es importante que cuando se escriba se tenga en cuenta no a la taquilla, pero sí al espectador. Los personajes pueden hacer lo que quieran, pero es necesario saber dónde está el espectador para mantenerlo interesado”. En ese sentido, para el realizador lo importante es la posición que pueda adoptar la televisión en relación con el apoyo al cine nacional, ya que “es difícil pensar que las cadenas se interesen por proyectos que no convoquen gente”.

Consultado sobre el tema de la formación de públicos, al que se hace referencia constante en estas polémicas, Fernández recuerda cuando visitó el festival iberoamericano de Huelva, donde, si una exhibición comenzaba a las 16.00, desde las 9.00 se veía entrar y salir escolares. “Eso para mí es formación de público: volver a llevar a los niños a una sala de cine para ver una película en las condiciones para las que fue creada”. En cambio, “lo que acá se entiende por formación de público parece responder a un estereotipo: 'ustedes son el público y no saben nada. Nosotros les vamos a dar películas de calidad, y ahí sí van a empezar a ser un público culto'. Pero ése es el mismo público que fue a ver a los Rolling [Stones], que va a ver a Rada y a [Hugo] Fattoruso, y que cuando venga el Cirque du Soleil también lo verá. Resulta que el público, inteligente para elegir todas las otras manifestaciones artísticas, no lo es para el cine. Es rarísimo. Hay muchos argumentos que evitan dar la discusión hacia adentro”, opinó.

“Mientras el canto y el teatro nacional luchan por ser populares, el cine lucha por lo contrario. Está distorsionado porque todo el dinero es del Estado, y por ese dinero nunca debe rendir cuentas”, afirmó Fernández, y aclaró que su planteo no se vinculaba con los dichos de Papich.

Del otro lado

El argentino Adrián Biniez (Gigante, El 5 de Talleres), radicado en Uruguay desde hace más de una década, cree que es un poco “ingenuo pensar que se tiene que hacer películas como El clan o Relatos salvajes, cuando cada una cuenta con un presupuesto muy superior al de todo el ICAU. Que el cine argentino haya llegado a ese tipo de películas es parte de la política del Estado con respecto al sector. Cada película que se hace en Argentina -y obviamente es un universo muy diferente al uruguayo- genera que se vuelva posible ese tipo de producciones. Claro que no nacen de un repollo, surgen a partir de más de 20 años de una Ley de Cine que, de hecho, es muy diferente de la uruguaya, ya que generó una comunidad cinematográfica apoyada por el Estado desde hace mucho tiempo. Incluso ahora, con el nuevo gobierno de [Mauricio] Macri, al nuevo director del INCAA lo eligió la propia comunidad cinematográfica argentina, y eso Macri lo permitió. Esto demuestra la existencia de un universo autónomo de la comunidad cinematográfica, que hace posibles esas medidas”.

En cuanto a la taquilla uruguaya, Biniez recuerda que el año pasado se redujo aproximadamente la mitad, pero que “durante los siete años anteriores se había mantenido en el mismo nivel”. Además destaca que en Uruguay “hace cuatro o cinco años, el promedio de películas nacionales con respecto a la población era casi más alto que en Argentina, donde hay una sola película que excede el millón de espectadores, y después 20 que rondan entre los 700.000 y hasta 20.000. En Argentina se producen unas 160, 140 películas por año, con o sin el apoyo del INCAA, y hay muchas -80 o 100- a las que van menos de 10.000 personas. Y eso no se ve. Se habla de la película que ganó el Oscar o el BAFTA, o de la que se convierte en un éxito de taquilla, pero no de las otras”.

En cuanto a las repercusiones que generaron los dichos de Papich, Álvaro Brechner (Mal día para pescar, Mr Kaplan) considera que es necesario “evitar lecturas generalizadas”. Volviendo al ejemplo de las películas argentinas, el director afirma que Relatos salvajes “es una sola película en un sistema enorme, con un entramado industrial, económico, cultural y político del que en Uruguay estamos lejísimos. Se debe tener en cuenta el cuantioso y constante apoyo del Estado argentino a su cine, el trabajo y la inserción política en el mercado internacional, la participación activa y financiera de las emisoras de televisión, que conviven en un medio en el que se hacen unas 100 películas al año, muy diversas en sus propuestas y ambiciones. Aun así, sólo una, de cada cinco años, es un Relatos salvajes”, subrayó.

Mientras se encontraba en la Berlinale, el festival internacional de cine de Berlín, Brechner reconoció que durante años el cine uruguayo logró hitos impensables -y “casi heroicos”- dentro de su modestia, pero que hoy “son casi imposibles, entre otras muchas cosas, porque otras cinematografías regionales, en relación con las cuales Uruguay se encontraba bien posicionado, como las de Chile, Colombia, Perú o Venezuela, han visto en el audiovisual una industria estratégica y han avanzado muchísimo, dejándonos en una situación de precariedad con la que se hace muy difícil competir, y es casi imposible convencer para obtener financiamiento internacional”.

Para el realizador, hay cosas que son discutibles y otras que no. Coincide con que es bueno ejercer la autocrítica y debatir sobre los contenidos, y opina que es muy claro que una película como la de Szifron ayudaría a dinamizar el sector audiovisual. Pero advierte que para favorecer a una industria se necesita “un panorama estructural radicalmente distinto, con más películas y más recursos”, y que, de lo contrario, “debemos aceptar contentarnos con algunos milagros espontáneos y cada vez más esporádicos en estado de gracia”, que es “como si le pidiéramos a la educación o a la salud que sus resultados sean absolutamente ajenos a los recursos que se les destinan”.

Éxitos locales

Todos los creadores coinciden en que hay una gran multiplicidad de factores que inciden en la actual crisis de taquilla. Pero el ilustrador y cineasta Alfredo Soderguit (Anina) aseguró que es una equivocación pensar que el público haya dejado de ver películas uruguayas porque no se parezcan a las producciones exitosas de la otra orilla. Recordó cuando, en encuentros informales, algunos bromeaban preguntándose: “¿Dónde está [Ricardo] Darín?”, refiriéndose a uno de los actores argentinos que más aseguran buen nivel de visibilidad para una película. En cuanto a los ejemplos de films mencionados por Papich, Soderguit expresó que “existen muchos factores que evidencian desinteligencia en ese tipo de declaraciones”, porque no se tiene en cuenta todo lo que hay alrededor de ese tipo de largometrajes. “¿Por qué acá la gente también las va a ver? Esto también responde a la difusión, la publicidad, al espacio que tienen en los cines”, afirmó.

Reflexionando sobre su último trabajo, dijo: “Probablemente Anina haya sido una de las películas a las que mejor les fue en los últimos años, por varias cuestiones: porque es infantil y de animación, porque todo el mundo escolar se alineó con la película, y además la gente la recibió muy bien. Con todo esto, fueron a verla 25.000 personas, y nosotros tuvimos que pelear día a día contra el aparato de exhibición para poder mantenerla [en cartel], superando el mínimo de la taquilla semanal. En la lógica internacional, el distribuidor se encarga de todas esas cuestiones para que la película sea un éxito, mientras que en Uruguay el distribuidor te hace un favor al darte un espacio en una sala. Y el ICAU no opera frente a eso”, apuntó.

Soderguit lamenta que el manejo de los acuerdos de distribución se vuelva muy difícil para los productores, sobre todo por ser tan informales, además de que “no hay nadie que luche para que eso cambie. En el mundo literario existe Pablo Coelho y existe [Juan Carlos] Onetti, ¿y a un Onetti hay que decirle que cambie de rubro porque no vende? El Estado no tiene que apoyar determinado tipo de creaciones sólo porque se vendan. Porque en esa lógica, ¿qué significa el mercado?, ¿qué significa la cultura?”, cuestionó.

Valorando el presente, reconoció: “De Anina, una película que resultó exitosa, muchos pueden pensar que es aburrida, o mala. Sin embargo, en Francia sigue en cartel -hasta marzo- en varias salas (ahora estará en 10 o 12 salas, y antes estuvo en 150). Es un sistema de exhibición muy distinto, porque Francia tiene otros apoyos; se apoya la existencia y la exhibición de esas películas, y la existencia de otros circuitos de exhibición”. En ese sentido, para el ilustrador la exhibición es un modelo de negocio que responde a determinados proyectos. “No es para nosotros. Y si no obligás o transformás la exhibición, y si se quiere evitar el deterioro de la relación por una cuestión de negocio, entonces no se hace nada. ¿Cuál es la alternativa? ¿Compararnos con otra realidad? La visión de Papich es muy reducida”, evaluó, a la vez que consideró que desde el ICAU “no existe ninguna política que apunte a la formación de públicos”.

“¿Qué ve de Relatos salvajes que no esté en las películas uruguayas? ¿Una historia mejor contada? ¿Un mejor guion? ¿Qué se cree en general? ¿Que la gente no está preparada para disfrutar de Hiroshima, por ejemplo?”, se preguntó preocupado. Considerando su propia experiencia, defendió la necesidad de dirigirse a la infancia: “Hay que compartir y enseñarles para que disfruten de la posibilidad de crear sus propios relatos”. Y esto no sólo se reduce a los más chicos, sino que implica también el hecho fundamental de compartir intenciones y ganas de contar nuestras propias historias.