-¿Cómo comenzó tu contacto con el campo y los mataderos?

-Nunca viví cerca de los mataderos, pero ya mi tercer libro Entre rinhas de cachorros y de porcos abatidos, sucedía en un lugar donde se matan cerdos, y si bien tuvo que ver con el ambiente de un matadero, era uno muy pequeño, en el fondo de un mercado, además de que era en un suburbio y no en una zona rural. De ganados y de hombres, que viene a ser mi quinto libro, es más bien coral y no pertenece a un lugar específico, es ficcional. Mis libros en general no se ambientan en un espacio geográfico definido. Incluso podrían desarrollarse aquí, en Uruguay. Ubico al matadero en los años 80 y 90, se utilizan métodos de aturdimiento de las reses más antiguos. Ahora el método es un poco más moderno, para quitarle dramatismo al proceso, pero causa el mismo efecto.

-¿Cuándo comenzaste a vincularte con la escritura? ¿Fue a partir de los guiones?

-Primero escribí novelas y publiqué, los guiones y cuentos vinieron después. El guion más consistente que escribí fue hace cinco años, ahora se está por estrenar la película en Río de Janeiro. Pero soy una guionista sin currículum, porque no todos los proyectos funcionan y algunos ni llegan a filmarse.

-Tu obra está marcada por un mundo masculino, marginal y brutal, en el que casi no hay mujeres.

-Yo no llevo a la literatura mi experiencia femenina, simplemente la vivo. Lo que me gusta de la literatura es la observación del otro. Los hombres están lejanos de nosotras, las mujeres, construyen un universo muy propio, así como el femenino es muy distante de ellos. Entonces, una cosa que me gusta mucho es dedicar tiempo a sondear e investigar a ese otro tan distante. Y este universo está especialmente lejos porque no sólo es masculino, sino que además es un masculino bruto, coral y de las profesiones más pesadas y difíciles que, incluso terminan siendo marginalizadas. Los personajes no son marginalizados por bandidos, sino por lo que hacen. Hasta un bombero -o un basurero, o un plomero- es una persona marginalizada.

-¿Te interesan esas profesiones porque están al margen de la sociedad?

-No, porque me seducen. Ése es mi lugar de escritura. Muchos escritores no escriben sobre un personaje, sino sobre la escritura en sí. Se colocan en un lugar más confortable para el propio escritor. Pero eso no me interesa. Tampoco me interesa escribir sobre un intelectual o un profesor académico o un hombre letrado. No me interesa el letrado dentro de la ficción, y por eso voy hacia otros lugares, porque la literatura lo posibilita. Y no hago una literatura política, aunque después sí se vuelva política.

-Pero es una literatura social.

-Exactamente. Y en ese caso, menos es más. Cuando hablo de un asunto y lo muestro, intento que no sea escondido por otras capas. En los cinco libros intento evitar las coberturas. Sólo eso, no juzgo, no critico. Simplemente muestro. Ahí los lectores son los que interpretan.

*-A partir de un estilo lacónico y despojado. *

-¿Qué me llevó a escribir de una forma tan seca, tan directa y objetiva? No fue la literatura, no fueron los autores que leí; los que me llevaron a escribir de ese modo fueron los personajes. La historia está filtrada por los personajes. Yo no podría escribir florido sobre un hombre duro, de un vocabulario muy reducido, un hombre que no tiene crisis existenciales y que ni sabe lo que es una crisis existencial. Muchos caen en eso de escribir sobre determinados lugares de una forma muy florida, muy bonita. Cuando escribo filtrada por los personajes, ese filtro vuelve el lenguaje muy seco porque ellos lo son. En mis dos primeros libros se habla mucho más, porque son personajes distintos. Mi próximo libro va a tener más que ver con el universo llamado policial, aunque no sea un policial como tal. Se despega mucho de este último.

-En un momento de la novela, unos estudiantes deciden conocer el matadero: esa cultura letrada y urbana invade el lugar de Edgar y ataca su propia identidad, incluso cuando él se reconoce como un verdugo.

-Ese grupo de estudiantes que llega al matadero somos nosotros. Pero con esa mirada no se llega a ningún lado, en este caso es un ejercicio de literatura. El tiempo de ejercicio con el que ya cuento hizo que me interesara mucho por esas profesiones. Veo e identifico quiénes pueden ser parte de un libro y quiénes no. Básicamente, ése es mi interés inicial.

-¿Qué implica ser un hombre del ganado y de la sangre?

-Nosotros somos personas de ganado y de sangre. La gente come muchísima carne de vaca, a toda hora, y además toma leche, come queso. La verdad es que cuando decidí escribir ese libro me tomé un tiempo de reflexión. Desde el inicio del Antiguo Testamento, y después del diluvio, al hombre le fue dado el derecho de comer carne. A partir de ahí él pasó a criar ganado. La riqueza de un hombre se medía por las cabezas de ganado que tenía, y él se alimentaba de ese ganado. Cuando la enfermedad alcanzaba al hombre también alcanzaba al ganado, y creo que hoy sigue sucediendo lo mismo.

-Está muy presente la Biblia -sobre todo el Éxodo- a partir de las plagas, como el río de las moscas convertido en sangre, pero también el suicidio irracional

-La idea es ésa. Y lo cierto es que la gente sigue comiendo muchísima carne pero no carnea a la vaca, sino que compra en la carnicería; ya no cría la vaca para tomar leche, sino que se la compra en el mercado, salvo los que viven en el campo. Pero, a fin de cuentas, todos somos personas de sangre y de ganado.

-¿Cómo ingresa, dentro de esta lógica, la humanización de los animales?

-Justamente, ahí se da esa cuestión. La gente tiene tanto de ese ganado en el organismo y en la sangre... ¿será que el ganado no tiene algo de nosotros?

-Edgar mató a varios hombres porque “no valían”, y en realidad fue porque no se correspondían con su modo de vincularse con el ganado, con su dignidad.

-No correspondían a la lógica de Edgar Wilson: él tiene una lógica propia que mantiene en otros libros -como el tercero y el cuarto-, y en su universo hay hechos que nunca pueden quedar impunes. Por eso asume también su rol de verdugo justiciero, y no los deja pasar. Los demás hombres cumplen su trabajo con honestidad, con dignidad, pero Zeca [a quien mata] es cruel, es malo. Es la maldad por la maldad. Y por eso para Edgar él no vale como persona. Lo mismo para el patrón. Todos comparten su lógica, y es posible comprenderlo: hasta para la maldad existe una lógica. En verdad ellos son hombres duros pero no son delincuentes ni violadores, aunque sí pueden llegar a convertirse en asesinos. Es la lógica del western. De hecho, para poder escribir este libro me inspiré mucho en el mundo de Sergio Leone, sobre todo para la ambientación. Fui criada en un lugar muy parecido a los suyos, muy caliente y árido, además de violento.

-Dentro de ese universo en el que la dignidad puede convivir con el asesinato, surge un personaje como Santiago, que viajó por el mundo, se volvió un poco loco y termina interviniendo en esa realidad (le regala al protagonista unos lentes de esquí para que la sangre no le salpique los ojos).

-En realidad yo quería hablar sobre los matadores de renos, y por eso mostré su personaje. Es una cosa muy chocante. Ese personaje desentona mucho en la historia: un brasileño que se había ido a matar renos y ahora volvía al matadero, porque su padre era amigo del dueño. Crea un vínculo de amistad con Edgar, hasta el punto en que casi viven como hermanos. Lo que sucede es que Santiago está completamente loco y por eso desentona tanto aunque sea una figura frágil, infantil. Además, le recuerda a Edgar su relación con la nieve, que ya viene de otras novelas. Allí él realmente se da cuenta de que la nieve lo ha marcado. Esto tiene que ver con que yo escribo de una manera diferente, y la historia avanza de adelante hacia atrás.

-¿Cómo sobrellevás la etiqueta de heredera de Rubem Fonseca?

-No creo que lo sea. Para mí su heredera es Patrícia Melo. Más allá de que yo adoro a Fonseca, su universo, sus personajes. Cuando se habla de la violencia en la literatura brasileña, se remite a Fonseca porque él es la referencia, más allá de que él se dedicó y se dedica a escribir otros tipos de violencias, que no son próximas a las mías. La de él es, más bien, la violencia del marginal. En ese sentido, no encuentro un par en la literatura brasileña, porque esta brecha la vengo impulsando sola.

-¿Huérfana?

-No. Surgió alguien para escribir algo que nadie venía haciendo, y me parece bueno. No escribo sobre intelectuales y no escribo sobre la burguesía, como la mayoría de la literatura brasileña, y tampoco hablo del marginal del morro, de la favela. No hablo de un lugar o elite. Fonseca no habla de los trabajadores. La que habla con violencia sobre eso soy yo. Hablo de los trabajadores porque esa violencia surge de su trabajo, la genera la propia ejecución del trabajo.

-Has dicho que a la autoficción o la novela intimista le falta virilidad. ¿Cómo es eso?

-Para mí no da, no puedo escribir algo así. La literatura debe llevarme hacia algún lugar, tiene que tener acción, los personajes tienen que hablar, ser fuertes o tener personalidad, clavar el puñal en el ojo... En este libro Edgar Wilson no es reflexivo, porque las reflexiones -mínimas- nunca son de él. Son del narrador, pero de un narrador que conoce un poco ese mundo. Edgar puede detenerse a fumar un cigarro y ser muy, muy observador, pero no necesariamente una persona muy flexible.

-Con Brasil vivimos una extraña barrera cultural, que se da sobre todo en la literatura. Accedemos, más que nada, a la canónica, como Euclides da Cunha, Machado. ¿Cómo te vinculás con tus contemporáneos?

-Me gusta mucho la producción actual, que es muy diversa; hay escritores haciendo cosas muy distintas. No se da eso de una escuela que aglutina estéticas o corrientes literarias. Es un gran momento, porque hay muchos escritores escribiendo muy bien y con regularidad.

-No tenés una escuela ni continuás una tradición, pero ¿a quién identificás como un referente?

-Tengo una referencia que me dieron a conocer, y realmente encuentro que me parezco. Es un escritor clásico, Aluísio Azevedo, que pertenece al realismo naturalista. Es un autor educado de hace casi 300 años, con el que me identifico. Cuando llegué a Argentina pasé por dos escuelas en las que habían leído mi libro, y allí me dijeron que les recordaba a El matadero, de Esteban Echeverría. Incluso una docente hará un trabajo cruzando las novelas, porque ahora se cumplen 200 años del nacimiento del autor. Paradójico, ¿no?