Uno de los mayores -y más irrelevantes- misterios de la literatura contemporánea ha sido durante años la identidad “real” de la escritora Elena Ferrante, sumamente exitosa y respetada por la crítica. Ferrante, considerada una de las 100 personas más influyentes por la revista Time, viene editando novelas en italiano desde 1992, y alcanzó el cenit de su prestigio literario con la tetralogía Dos amigas, también conocida como sus “novelas napolitanas”, una Bildungsroman (novela de formación) sobre el crecimiento y desarrollo sexual y sentimental de dos mujeres en el entorno ocasionalmente violento de los alrededores de Nápoles (ver reseñas de los dos primeros libros en http://ladiaria.com.uy/ULl y http://ladiaria.com.uy/ULm; la de los dos últimos se publicará esta semana).

La identidad y biografía de Elena Ferrante -un seudónimo literario reconocido como tal desde el comienzo de su carrera- se conservaron durante más de 20 años como secretos celosamente guardados por sus editores, y se convirtieron en una incógnita similar al misterio de la personalidad del pintor y activista cultural británico Bansky.

Aunque la autora había dado a conocer, mediante textos autobiográficos y entrevistas mediante correo electrónico, varios aspectos de un relato de su vida, su persona venía siendo objeto de especulaciones intelectuales desde el éxito de la mencionada tetralogía. Por ejemplo, la del filólogo Marco Santagata, quien este mismo año arribó, mediante el estudio de sus textos, a la conclusión de que Ferrante debía ser nacida en Pisa, a causa de sus frecuentes referencias a la ciudad de la torre inclinada, y que actualmente vive en Nápoles, identificándola con una profesora de esa ciudad y pasado pisano llamada Marcella Marmo.

La hipótesis fue negada terminantemente por Marmo y por el editor de Ferrante. Sin embargo, considerando que estaba ante todo un reto periodístico, el investigador Claudio Gatti decidió realizar una pesquisa más digna de un reportaje sobre algún delincuente que de la solución de un tímido seudónimo. Evidente admirador de la película Todos los hombres del presidente y de su famosa frase “sigan al dinero”, Gatti rastreó los envíos de pagos de derechos de autor y transacciones económicas varias relacionadas con Ferrante y su editorial, hasta que el domingo anunció al mundo, en una extensa nota, que la verdadera Elena Ferrante es Anita Raja, una traductora nacida en Alemania y residente en Roma, hija de una judía polaca sobreviviente del Holocausto y un padre italiano, casada con el escritor Domenico Starnone, quien a su vez había sido uno de los sospechosos de ocultarse detrás del nombre ficticio.

El artículo sobre la revelación, lleno de detalles dignos de Wikileaks o de las notas de The Washington Post sobre el caso Watergate, fue publicado simultáneamente por cuatro medios en distintos idiomas; el italiano Il Sole, el alemán Frankfurter Allgemeinen Sonntagszeitung, el estadounidense The New York Review of Books y el francés Mediapart. Pero, pese a la euforia con que el periodista anunció su descubrimiento, las reacciones, tanto de los fans de la escritora como del mundo literario, distaron mucho de ser laudatorias: casi todos preguntaron, entre el fastidio y la plena cólera, cuál era el objetivo de develar ese secreto, y unos cuantos sostuvieron que lo que hizo Gatti se puede considerar un acto de violencia.

Aunque el caso tenía similitudes con la festejada exposición de que tras el seudónimo Robert Galbraith se ocultaba JK Rowling (como reveló a una reportera la indiscreta esposa de uno de los abogados de la creadora de Harry Potter), Ferrante había confesado en entrevistas que el uso de ese nombre se había debido en un principio a su timidez, y que luego -al convertirse en una autora millonaria en ventas- el secreto se había vuelto parte de una deliberada reacción contra la costumbre de las editoriales de vender a los escritores exitosos como personajes, a los que se les crean personalidades de atractivo comercial. Esta decisión personal obviamente se desintegró por el artículo de Gatti, lo que causó la furia de los fans que respetaban la voluntad de la escritora; de los críticos que consideraban ese misterio parte integral de su obra -y una delimitación entre lo que pertenece a ella y lo que no-, y de no pocas feministas, que consideraron que el artículo de Gatti es una llana y lisa violación de la intimidad de una mujer, que la entrega a una indeseada, incómoda e incluso peligrosa exposición. Gatti adujo que el descubrimiento era “inevitable”, lo cual no evitó que se convirtiera en el hombre más odiado de las páginas literarias de los medios del mundo entero. Sandro Ferri, editor de Ferrante y uno de los escasos conocedores de su verdadera identidad, no confirmó ni desmintió el descubrimiento de Gatti, sino que tan sólo dijo: “Creemos que ese tipo de periodismo es repugnante”.

Pero entre las numerosas voces molestas con la innecesaria revelación, posiblemente la más lapidaria y definitiva haya sido la de la periodista británica Deborah Orr, quien en una extensa nota para The Guardian definió lo medular del asunto de la siguiente forma: “Ferrante, sostiene Gatti, es realmente Anita Raja, una traductora alemana que vive en Roma con su esposo, el escritor Domenico Starnone. Gatti es un idiota. Por supuesto que está equivocado. Elena Ferrante es en realidad Elena Ferrante. Anita Raja es en realidad Anita Raja. Domenico Starnone es realmente Domenico Starnone. Claudio Gatti, desafortunadamente, es realmente Claudio Gatti”.