Dice el tango que “primero hay que saber sufrir”. Desde las primeras décadas del siglo XX, cuando el fútbol uruguayo comenzó a lograr triunfos internacionales importantes, hubo canciones que lo celebraron, pero quizá fue necesario que tanto al país como a sus representantes futbolísticos les empezara a ir muy mal para que, a partir de una elaboración en el dolor, los conceptos y las expresiones relacionadas con el fútbol -de fuerte presencia y arraigo en el lenguaje coloquial- comenzaran a usarse en forma menos directa y más poética, como metáforas de otras situaciones deplorables, especialmente durante la dictadura de 1973-1984. A tal punto sucedió esto, que en determinado momento las canciones futboleras sin doble sentido fueron rarezas que sus autores debían explicar, para que no se les atribuyeran otras intenciones.

En las últimas décadas -y especialmente en la última, asociada con mejores resultados y una renovada popularidad de la selección mayor-, todos los modos de referirse al fútbol en canciones conviven legitimados (desde las elaboraciones literarias más finas hasta el regreso de la celebración lineal, e incluso formatos tribuneros rudimentarios). Por eso, desde hace un tiempo estaban dadas las condiciones para que se escribiera un libro como este, en el que Mateo Magnone presenta un relato histórico acerca de la relación entre dos manifestaciones populares, a partir de un elogiable trabajo de investigación, destacando hitos y esbozando períodos.

Uruguayos cantores rescata y selecciona con acierto datos biográficos, información y citas relevantes por su significado, evitando los riesgos de amontonar anécdotas o de trasladar a una obra, sin filtro, todo lo que su autor haya podido recolectar (algo que, en los últimos tiempos, suele afectar la calidad de libros que se presentan como investigaciones pero son, en realidad, poco más que el resultado de googlear, copiar y pegar). Es, además, una historia bien contada. Magnone, autor primerizo, suma a su capacidad para hallar información, comprenderla y ordenarla una atendible destreza narrativa para mostrarnos, en forma fluida y sintética, los contextos y los motivos de la composición de las canciones y de su repercusión (en otras palabras, y cediendo a una tentación inevitable, no sólo recupera la pelota sino que también la juega con criterio). Quizá faltó cuidado en la última fase de revisión y pulido del texto, para evitar algunas erratas y perfeccionar la construcción de algunas frases; y quizá la obra habría sido aun más interesante con un poco más de análisis musical (o sonoro en un sentido amplio: por ejemplo, en el tema “La bocina”, de Los Olimareños -Todos detrás de Momo, 1971-, no se habla de fútbol pero se imita a un relator de la escuela de Carlos Solé). Son, de todos modos, minucias en relación con el valor de este libro, cuya lectura resulta tan placentera como provechosa.