Desde hace 20 años, la directora y dramaturga Marianella Morena se ha convertido en una referencia del medio teatral, con obras que han puesto en cuestión los relatos de la identidad nacional y sus mitos fundadores (Las Julietas), la historia reciente (Elena Quinteros, presente y Antígona oriental) y la resignificación de figuras como Shakespeare o Florencio Sánchez (Los últimos Sánchez), o de personajes tan tradicionales como el de Don Juan (Don Juan o el lugar del beso); cuestionando el lugar del teatro y apostando a la generación de nuevos lenguajes escénicos. Como actriz hizo un interesante recorrido internacional, que la llevó de Varsovia y Berlín hasta Buenos Aires, y profundizó esa experiencia como dramaturga, con repercusiones internacionales bastante sorprendentes (el año pasado, por ejemplo, el Ciclo Internacional de Teatro Latinoamericano a cargo del Teatro Español de Madrid se abrió con una pieza suya).

Cuando el teatro uruguayo no se definía necesariamente por su salida al resto del mundo, Las Julietas -estrenada en 2009, y en la que no hay ninguna Julieta, salvo en el título- realizó una exitosa gira española, que incluyó el Festival Internacional de Teatro de Tarragona y el Matadero de Madrid, y fue seleccionada por el Instituto Nacional del Teatro Argentino para participar en el circuito teatral del Bicentenario del país vecino en 2010, realizando al año siguiente una temporada en Buenos Aires, además de reiteradas presentaciones en otros países como México, Brasil y Chile.

En esa obra, cuatro actores (Leonardo Pintos, Mariano Prince, Claudio Quijano y Santiago Sanguinetti) rememoran un grupo amateur del interior uruguayo, que hacia los años 50 montaba funciones de Romeo y Julieta. Es constante la referencia irónica y parodiada a la visión de aquel momento de nuestra historia como una época de esplendor, en la que el triunfo futbolístico de Maracaná se convirtió en uno de los últimos mitos que contribuyeron a conformar una identidad nacional en el imaginario social. La confirmación de que esta pieza tocó con acierto un punto sensible fue que al público le quedaba grabado lo de: “Todo celeste, todo celeste... Es que le daban, le daban al celeste que era una cosa... De punta y hacha... todo celeste, todo celeste. El perro celeste, la mujer celeste, el agua celeste. Todo, todo... [...]. Todo era celeste. La cármica celeste, el perrito celeste, y por el fondo del corredor celeste venía el chiquito gritando: ‘Papá, papá, soy... celeste, celeste...’”.

Lo que no deja de llamar la atención es la recepción entusiasta de Las Julietas por parte de públicos extranjeros, ajenos al significado en Uruguay de algunos elementos centrales, lo que habla de la fuerza que tiene el teatro a nivel social y simbólico. Tal vez la referencia humorística a la identidad uruguaya entre el “celeste” y el “uruguayos campeones de América y el mundo...”, que hilvanaba el desarrollo del texto, prefigurara el interés extranjero por este Shakespeare criollo remasterizado, con el que se cuestionaba la identidad nacional y sus monumentos, conscientes de que, como planteó Hugo Achugar hace tiempo, la mitologización que implicaban expresiones como “la Suiza de América”, “el país de las vacas gordas” y “la Atenas del Plata” ha quedado en el pasado. En el Uruguay de hoy aquellos mitos fundadores caducaron, son caricaturas que persisten en la memoria colectiva pero han perdido su vigencia. Así, la ausencia de esas Julietas bien podría corresponderse con la evocación de aquel pasado lejano y tan ajeno que casi deja de ser nuestro.

Por tres

Las Julietas marcó un punto alto en la búsqueda que venía desarrollando Morena con sus piezas anteriores. Al año siguiente, la dramaturga estrenó Trinidad Ladrón de Guevara, obra que el sábado inauguró la XII edición del festival mexicano de monólogos Una sola voz. En este unipersonal, Cecilia Cósero interpreta a la amante de Emilio Oribe, actriz, madre y revolucionaria: ella, sola en el escenario, la compone con el cuerpo, se golpea el pecho o las piernas, taconea, hace un recitado, se detiene y cuenta. Un foco de luz enfrentado a la actriz va pautando el ritmo, y en ocasiones desdobla su figura proyectada en sombras. Trinidad no pretende ser un relato biográfico, rendir homenajes o narrar una historia mínima. Lo que Cósero encarna y transfiere con una intensidad desgarradora es el relato visceral de una memoria. “Han pasado muchas noches / y sigo sola / He parido muchos hijos / y sigo sola”, dice en un momento.

Aquí Morena vuelve a confirmar que su dramaturgia no radica en frases bonitas y conmovedoras, sino más bien en una parodia, análisis o resignificación -en este caso- de las raíces rioplatenses. Según reproducen algunas críticas mexicanas, en esta nueva puesta, el público “admiró a la actriz sobre un escenario despojado, sólo iluminado con un tacho rojo [...]. Cósero, a su vez, respondió a plenitud en el texto dramático de Marianella Morena, que no sólo tiene pasión creativa, sino también rigurosidad histórica, sumado a la avasallante personalidad que ella pone en escena. Por ello, a la conclusión de su actuación, puso de pie a los asistentes en medio de aplausos como reconocimiento a su calidad interpretativa”.

El jueves, otra de las obras de Morena, No daré hijos, daré versos (2014), en la que seis actores (Laura Báez, Mané Pérez, Carlos Rompani, Sebastián Serantes, Lucía Trentini y Agustín Urrutia) alternan sus roles y sus géneros, en una suerte de relato escénico y musical inspirado en Delmira Agustini, abrió la XXXI edición del conocido Festival de Teatro Hispano de Miami (que continuará hasta el domingo 24).

Como si esto no fuera suficiente reconocimiento internacional, el festival argentino Europa + América sólo seleccionó dos textos latinoamericanos para que sean dirigidos por argentinos, y uno de ello es No daré hijos..., que quedó a cargo de Francisco Lumerman en una versión que se mantendrá hasta octubre en la cartelera de Timbre 4. En esta pieza, Morena reflexiona sobre la historia, el teatro, la academia y lo que la memoria selecciona del pasado, qué sobrevive y cómo. El vaivén temático se estructura en torno a Agustini, a su ingreso precoz y a su retirada trágica del escenario: como decía Emir Rodríguez Monegal, “la nena, la pitonisa, la burguesita, era un escándalo”. Era una “nena” cuando escribía poemas sugestivos y audaces, y lo seguía siendo cuando algunas revistas rioplatenses la calificaban irónicamente como “una verdadera joya”. Pero a Delmira, la poeta erótica del 900, muchos la recuerdan por haber sido asesinada por su ex marido -Enrique Job Reyes- en un cuarto de hotel. Así, podemos volver a preguntarnos qué sobrevive, y cómo.