El cine uruguayo es aún demasiado joven para encontrarle escuelas, corrientes y maestros, pero en los últimos años la profusión de películas ha permitido comenzar a esbozar una noción de obra alrededor de algunos directores. Así, con Mirando al cielo Guzmán García continúa, dentro de ciertos parámetros estéticos y narrativos, por la senda iniciada en Todavía el amor (2012). En aquel debut entrevistaba a habitués de una tanguería, indagando sobre las idas y vueltas de su devenir amoroso, sobre el que la sociedad, cuando se trata de veteranos, no quiere saber mucho. La idea central era que esas personas, a las que la gente prefiere imaginar como viejos castos o abuelos amorosos y asexuados, hablaran sin tapujos, o más bien permitirles narrar su historia a su medida, revelando sensaciones y sentimientos que a diario ignoramos.

Aquí sigue una línea similar, penetrando en las vidas de gente de extracción humilde que ensaya en un grupo de teatro comunitario. La obra ocurre en una cárcel en la que se les encomienda a los presos montar una función de circo, y estos la ven como una oportunidad para intentar fugarse. Pronto nos damos cuenta de que, más que una filmación del proceso de esa obra, Mirando al cielo es un retrato del grupo de actores no profesionales. No todos son igual de buenos sobre las tablas, pero una vez apartados, sentados en las butacas vacías y hablando de sí mismos, García hace aflorar una inusitada honestidad, y muchas de las historias son más sorprendentes o tristes que las montadas en escena. Hay entonces, como en el anterior documental, un tema moral, al permitirles configurar su propia historia a integrantes de un grupo social del que, por lo general, sólo se quiere escuchar la confirmación de algunos prejuicios.

De cierta manera, el documental es un reverso estilístico de César debe morir, de los hermanos Taviani, en el que presos de la cárcel de máxima seguridad de Rebibbia montaban una obra que se confundía cinematográficamente con sus vidas. En Mirando al cielo hay un grupo de gente que interpreta a presos, y sus vidas personales comienzan a invadir la obra ensayada o a entremezclarse con ella.

En el momento más importante del film, el director del grupo teatral propone que cada actor invente una razón por la que su personaje está preso. Esto tiene una función medular, porque más tarde sabremos que esas historias se inspiran parcialmente en la vida de quienes las imaginan, pero siempre con alguna ligera alteración en la que parecen incidir anhelos o miedos. Un actor recuerda la vida de su padre, preso en tiempos de dictadura, que una vez libre nunca supo cómo vivir en el sistema capitalista, y terminó por convertirse en ladrón; cuando realiza el ejercicio, la extracción política que le critica a su padre es central en la historia de su personaje, de modo que él termina interpretando a esa figura crucial que no volvió a ver. Una señora imagina que su personaje ingresó a la cárcel por matar a un marido que abusaba de ella, y cuando narra su propia vida vemos que fue durante mucho tiempo víctima de vejámenes. Un personaje casi siempre ingenuo y aniñado es compuesto por otra mujer cuya vida quedó partida en dos por un embarazo temprano, y en la que persiste un dejo inmaduro, criticado por su propio hijo.

Todo esto parece beber de los afluentes del cinéma vérité, pero más que nada del cine del brasileño Eduardo Coutinho, pero Mirando al cielo se diferencia de este en su anhelo de no hacer tan visible el dispositivo cinematográfico. En la obra de Coutinho, la situación de entrevista entra más en escena, para ser contemplada como un elemento más de la composición, mientras que en el montaje y en la presentación de García su participación intenta ser mínima, o al menos pasar lo más inadvertida que sea posible.

Podría decirse que el punto más flojo del documental se da en la filmación de la actividad teatral, ya que la obra no parece, o no logra, ir más allá de un soporte para las posteriores entrevistas. De cualquier forma, García logra en estas, como ningún otro director uruguayo, la inusual sinceridad ya señalada, y es un placer percibir ciertas inflexiones y formas de decir -o de no decir- de los filmados. Se trata de un auténtico dispositivo cinematográfico que podría rendir para muchas películas más, y aunque es temprano para hablar de “el gran entrevistador uruguayo”, el director muestra la belleza posible en un formato tan denostado como el de las “cabezas parlantes”, por más dura que sea la historia y más conocidos que sean los recursos.

Mirando al cielo

Documental dirigido por Guzmán García. Uruguay, 2017. Sala B del Auditorio Nelly Goitiño.