Tiene 65 años y no para. Es argentino y en él conviven multitudes. Es el que se puso al frente de la banda Arco Iris, de muy joven, en 1968, pero también el que ganó dos premios Oscar a la mejor banda sonora por Secreto en la montaña (2005) y Babel (2006). A su vez, es el mismo que cobijó a varias bandas de rock latinoamericanas bajo su ala productora, desde Molotov y Bersuit Vergarabat hasta El Peyote Asesino y La Vela Puerca. Se llama Gustavo Santaolalla y acaba de editar Raconto, un disco en vivo en el que repasa su extensa carrera. Aunque está trabajando en un nuevo disco de Bajofondo y en la música del videojuego The Last of Us 2, le dio el tiempo para conversar con la diaria.

–Es la primera vez que te presentás como solista en Montevideo.

-Sí. Siempre estoy en nuevos proyectos, tratando de salir de la zona de confort, y quizá a veces un poco en la vanguardia. No construí mi carrera en base a la nostalgia. En este caso, tiene que ver con haber pasado los 60 años y también con cosas íntimas, personales. Me dieron ganas de hacer un repaso de mi vida a través de las canciones, algo simple que me acompaña desde muy chico, porque escribir canciones es de las primeras cosas que hice. Fue una experiencia muy reconfortante, porque en esas canciones encontré algo atemporal que me encanta; de hecho, hay muchos de los temas que son sumamente modernos y hasta futuristas. Y también siento que es como una especie de revancha personal –en el buen sentido–, porque hay mucho de mi obra que no se conoce.

–Tu primer disco solista, Santaolalla, de 1982, prefiguró varios colores del abanico del rock argentino que vino después. El reggae, por ejemplo.

-Totalmente. Los chicos de Virus venían a ver cuando estaba grabando el disco. Yo venía de mi grupo Wet Picnic y de toda la escena funk muy fuerte de Los Ángeles [California], con grupos como The Blasters. Fue un disco que marcó un modernismo en el rock argentino, como mi incursión en todo lo que es el folclore y la identidad en la música. Hay un tema de Arco Iris que se llama directamente “Zamba” [1971], y es una zamba pero con guitarra eléctrica. La crítica que recibí en aquel momento de la inteligencia del rock fue total. “¿Cómo vas a tocar una zamba? ¿Qué es eso? ¿Un charango? Eso no es rock”. Y yo no coincidía, porque mirando a The Beatles, que son mis grandes referentes, veía que mezclaban todo tipo de música con la suya y no dejaban de ser nunca The Beatles; entonces, ¿por qué no darle una identidad a nuestro rock? No solamente cantando en castellano, sino también tocando cosas que tuvieran contacto con nuestros ritmos y nuestros timbres. Eso lo mantengo hasta el día de hoy, desde Arco Iris hasta Bajofondo. Hoy ya es común y normal que las bandas metan desde candombe, murga y cuartetazo hasta milonga y chacarera, pero antes no lo era para nada. Los únicos que lo hacíamos éramos nosotros, Arco Iris.

–Y también metían temas progresivos de diez minutos.

-Exacto, con partes instrumentales larguísimas. El disco rosa [Arco Iris], que salió en 1969 y ahora acaba de reeditarse en vinilo, para mí es seminal. Ha sido medio pasado por arriba, pero ahí está el blueprint de mi carrera: la música de las películas, la instrumental y mis canciones. Siento que es un álbum sumamente contemporáneo. Además, en él hice mis primeros trucos de producción, como grabar cosas a mitad de velocidad y después pasarlas a velocidad normal –grabábamos en cinta, en cuatro canales–, por eso siento que este proyecto [el espectáculo que trae a Montevideo] es como una revancha: que la gente finalmente conozca algo que amerita ser conocido. Si no, no lo haría.

–Leí por ahí que Dana, la guía espiritual de Arco Iris, les imponía la prohibición de la carne, el alcohol, las drogas y especialmente el sexo. ¿Es verdad?

-Sí, pero no era una prohibición, sino algo que tenía que ver con un trabajo. Hoy en día lo veo a la distancia y el grupo tenía muchas cosas positivas, pero también otras negativas. Por momentos tenía cosas típicas del culto religioso, eso eran cosas muy negativas, pero lo otro simplemente era llevar una vida ascética. Ahí aprendí, por ejemplo, todo lo que es el tantra y el yoga, cosas que después fueron normales, pero en aquella época... Éramos vegetarianos. No sabés lo que era decir que eras vegetariano en Argentina, te miraban... “Pero, ¿está bien este pibe? ¿No le pasa nada?”. Obviamente, no existían los restaurantes vegetarianos ni nada por el estilo. Entonces, llevábamos una vida muy ascética y disciplinada, y la parte del ascetismo involucraba el celibato, como los monjes. Aprendí el kundalini: con la respiración, transmutar la energía sexual en otra energía. Son cosas que me han servido después para el resto de mi vida. Después dejé el celibato y recuperé el tiempo en que me había mantenido célibe. Hice todas las cosas que no hacía y estaban prohibidas. Y mucho.

–¿Cómo recibió la crítica la mezcla de tango con electrónica y rock de Bajofondo?

-Con Juan [Campodónico] gestamos el proyecto con una idea bien clara de que fuera rioplatense, de unión de Argentina y Uruguay, con ese río que para alguna gente nos divide, pero para nosotros nos une. Realmente sentimos una comunión muy especial en la banda, somos los mismos integrantes hace diez años; eso no pasa mucho. Y sabíamos que corríamos el riesgo de ser quemados en la hoguera, por un lado por los músicos de rock y electrónica, y por otro por los tangueros tradicionales, pero no pasó nada de eso. De hecho, después hice el proyecto Café de los Maestros [2005], con los más grandes representantes de la época de oro del tango, los años 40, donde participó la gran Lágrima Ríos, y, por el contrario, sentí un respeto y un afecto muy especial de parte de ellos. Lo de Bajofondo también es interesante porque ha ido mutando, de una producción muy hecha en un estudio y de laboratorio a una banda, donde hoy en día la parte programada es mínima, la mayor parte es tocada, y con un lenguaje nuestro que tiene mezcla de todo: tango, milonga, candombe y murga, pero también rock, música clásica, progresiva y electrónica.

–Realizaste varias bandas sonoras de películas, pero también la de The Last of Us, que es un videojuego de PlayStation 3. ¿El encare de la composición es distinto? Porque un gamer puede estar ocho horas seguidas jugando y además hay más interacción que en una película.

-No es lo mismo, pero al fin y al cabo es acerca de contar historias. Por lo pronto, hay que componer más música que para una película, el triple o más. Y se trabaja de una manera muy interesante, a partir de pistas que por momentos se escuchan completas, cuando llegás a distintas partes del juego, pero también hay una deconstrucción, y en otro momento suenan partes de las pistas. Además está la genialidad de los programadores que lograron que puedas estar 15 minutos dando vueltas en un lugar del videojuego y no se repita la música. Me di el lujo de que el tema principal de The Last of Us sea un 6 x 8, chacareroso y tocado con un ronroco, que es un charango grave. Eso me encanta, porque sigo en mi música, reflejando mi identidad.

–¿Es verdad que estás musicalizando un documental sobre Eric Clapton?

-Sí, lo más gratificante de eso es que fue él quien pidió que yo hiciera la música; entonces, tiene un valor agregado muy grosso. Y tuve la oportunidad de conocerlo, es una persona muy agradable. Tuvimos un muy lindo encuentro.

–¿Conocía tu música?

-Sí. Lo más increíble es que no solamente conocía la de las películas, sino también mis canciones. Tuvimos una coincidencia a partir de una cosa que él tenía compuesta que tenía mucho que ver con una canción mía. Me la mandó y yo no lo podía creer. Le mandé mi canción y me dio piel de gallina, porque el tema de él, que nunca terminó, tiene una secuencia de acordes exactamente igual –en el mismo tono y el mismo tempo– que un tema mío. Coincidencias cósmicas.

–¿Clapton está bien de salud?

-Sí. Tenía un problema y no le encontraban qué era, pero finalmente se lo encontraron y está bien. Tenía un bichito que te pica cuando andás mucho entre animales. A él le gustan mucho la caza y la pesca, y andaba con eso. Además, ahora se había agarrado una gripe, pero está bien. En setiembre va a tocar a Los Ángeles.

–Al final, Clapton no es Dios, tiene problemas como todos los mortales.

-Todos somos Dios pero también seres humanos.