La dupla de directores argentinos Duprat y Cohn tiene más de dos decenios de actividad, en los campos del video experimental, de la televisión y del cine. Causaron especial sensación con El hombre de al lado (2008) y este es su cuarto largometraje de ficción (hicieron además documentales), siempre sobre guiones de Andrés Duprat (hermano de Gastón). Este nuevo lanzamiento fue seleccionado para el último festival de Venecia, donde Óscar Martínez ganó el premio a la actuación masculina, y es el candidato de Argentina para las nominaciones al Oscar de película en idioma no inglés. Hay muchas constantes temáticas entre El hombre de al lado y El ciudadano ilustre. Ambas asumen el punto de vista de un artista-intelectual de élite y no muy simpático, en un momento en que determinadas circunstancias hacen desaparecer la distancia segura que lo protegía de otros personajes de clase y cultura populares. La corporificación de esas diferencias estalla en conflictos e incluso en peligros.

El escritor argentino Daniel Mantovani, personaje principal, gana el Nobel de Literatura. Es un hecho tan ficticio como el personaje, pero verosímil (la tierra de Borges, Cortázar y Bioy habría podido ostentar más de uno de esos premios), y la película lo trata con naturalidad. Empieza con la ceremonia de entrega en Estocolmo, y el insólito y espléndido discurso de agradecimiento del escritor, si fuera verdadero, bien podría contarse entre los más ácidos y subversivos de la historia del premio. Mantovani señala que para él el Nobel no es un inicio, sino, más probablemente, un final: una canonización, la señal de que su obra se ha vuelto cómoda en la opinión de académicos, jurados y reyes, perdiendo la función perturbadora e incómoda que debería tener el arte verdadero. Con una hábil y elegante voltereta retórica, el escritor logra terminar ese discurso implícitamente agresivo con un tono de agradecimiento, que de todos modos es insuficiente para subsanar el shock de la platea, que tarda varios espesos segundos en estallar en aplausos.

Cortamos a cinco años después en la fabulosa residencia del premiado en Barcelona. Con una agenda digna de un estadista, Mantovani rechaza, abúlico, impresionantes honores y convocatorias que vienen dominando su existencia y que, en conformidad con lo previsto en su discurso, parecen haberle impedido escribir una sola línea luego del Nobel. De pronto aparece una humilde invitación a Salas, su pueblito natal, donde quieren nombrarlo ciudadano ilustre. Tras meditar un poco, parece hallarle alguna gracia a aceptar ese premio insignificante. Será su primer regreso a Salas luego de 40 años, y le dice a su secretaria que es un pueblo del que sus personajes nunca pudieron salir, y al que él nunca pudo volver. Como James Joyce, que se fue tempranamente de Dublín y nunca regresó, pero usó su ciudad natal como escenario para toda su obra.

En su estadía de algunos días en Salas, el Nobel se va a encontrar con unos pocos viejos conocidos y lugares familiares. Algunos hechos notoriamente provincianos y simplones de pronto derriten su coraza crítica y su arrogancia, y le producen una emoción profunda; con otros no será capaz de comulgar. La dimensión casi sobrehumana de su prestigio y algunos rasgos de su carácter van a terminar causando roces, que al inicio pueden implicar incomodidad y pronto tendrán consecuencias mayores.

El tratamiento, muchas veces humorístico, de la película con respecto a las peculiaridades de ese pueblucho se mimetiza con la mirada de Mantovani, y oscila entre lo tierno, lo sobrador y el rechazo. Como parte de la ternura, se observan la inocencia, la gentileza de unos veteranos que van a ofrecerle un mate, los esfuerzos bienintencionados por hacerle justicia con los parcos recursos disponibles, el goce de Antonio borracho, bailando. Algunas de esas observaciones de pronto se tiñen de cierto paternalismo o directamente se deslizan hacia la burla, y aun la complacencia hacia lo ingenuo termina implicando una mirada exotista, que aísla al otro en su diferencia: están la secuencia de montaje de las fachadas de casitas chicas, detalles kitsch, la gente que sigue a Mantovani casi con reverencia por la calle, el arte muy naïf de la exposición de pintura, los discursos simplones, el busto muy poco parecido que se inaugura en la plaza. Lo malo probablemente predomina: claustrofobia, machismo, monotonía, apelación a un inflado orgullo localista y su contrapartida de resentimiento.

Como el personaje, la película tiene un componente antipático: es la realización de bonaerenses exitosos que se permiten burlarse de la cultura periférica, de la precariedad, de la diferencia. Pero es también la incómoda desmitificación de ciertos mitos benevolentes con respecto al valor de lo chiquito, ingenuo, “auténtico”, y a la bondad primordial que podría subsistir en esos rincones todavía no estropeados por la gran ciudad y el cosmopolitismo.

Mantovani mismo, pese a su aparente firmeza, parece indeciso con respecto a cómo pensar y cómo proceder. Muchas de sus premisas de comportamiento, alimentadas por una lógica y una ética impecables, hacen agua cuando se confronta con determinadas situaciones prácticas, y él tiene que optar entre ser fiel a sí mismo, permitirse cambiar y crecer, o directamente capitular por motivos de fuerza mayor. ¿El desprecio por las características provincianas es un prejuicio o un “posjuicio”? ¿Hasta qué punto el respeto por ellas no configura una especie de apología conformista de la ignorancia y la carencia? ¿La idea misma de ir a Salas partió del propósito de un reencuentro, o fue una especie de gesto estético narcisista? ¿Mantovani es coherente consigo mismo cuando ejerce su supuesto papel de figura incómoda y subversiva en Salas, o será que, al revés, la realidad de Salas implica para él ciertos niveles de incomodidad que lo desestructuran y lo ponen en cuestión?

Aludiendo al oficio de escritor y a determinado aspecto con el que se va a lidiar en el epílogo, la película está dividida en capítulos. Puede incluso quedar en duda si lo que se narra realmente le ocurrió a Daniel Mantovani, o si estamos viendo uno más de sus relatos ficticios.

El tratamiento es mayormente serio, pero hay momentos de gran comedia. La realización es impecable, muy económica en el manejo de la cámara y el montaje (basado mayormente en planos extensos, con la cámara en mano pero usando un mínimo de movimientos), y un tremendo casting, con el destaque debidamente premiado para Óscar Martínez (muy austero y discreto en el manejo del cuerpo, cargando mucho de su interpretación en el efecto de su voz impresionante).

El ciudadano ilustre

Dirigida por Gastón Duprat y Mariano Cohn. Con Óscar Martínez, Dady Brieva, Andrea Frigerio. Argentina/España, 2015. Grupocine Punta Carretas y Torre de los Profesionales; Life Cinemas 21; Movie Punta Carretas y Alfabeta; Movie Montevideo, Nuevocentro, Portones y Punta Carretas; shoppings de Colonia, Paysandú, Punta del Este, Rivera y Salto.