Manuel Soriano llega puntual y accede al pedido del fotógrafo para improvisar unos retratos en la vereda. Adentro, en el bar, los parroquianos miran desconfiados, pero en el fondo disfrutan de la escena. Incluso, cuando Soriano se sienta, asienten y sonríen. Sin que nadie llegue a notarlo, esta escena podría pertenecer a cualquiera de sus libros, sobre todo porque en su obra lo importante, la certeza que resolvería el conflicto o, al menos, lo dejaría en evidencia, siempre parece darse al margen de la narración, al filo de eso que se está contando.

Hace unos meses, cuando Soriano ganó el premio Clarín de novela -con un jurado de lujo: Leonardo Padura, Sergio Ramírez y Sylvia Iparraguirre-, los medios uruguayos y argentinos repitieron, invariables, la noticia: “escritor argentino que reside en Montevideo”, “novela sobre el mundo del tenis”, “¿Qué se sabe de Patricia Lukastic? cuenta la compleja relación de una tenista con su padre” o “vínculo entre una tenista y un padre que la preparó para ser una mina de oro”. La novela sí se refiere a ese vínculo entre la tenista y su padre, aunque en verdad es un desarrollo obsesivo, enfermizo y fascinante de todo lo que rodea a una tenista profesional: ¿qué es lo que ve? ¿qué escucha? ¿Cómo se concentra? ¿Cómo sobrevive en ese mundo exitoso de auspiciantes y premios impensados? La protagonista, Patricia Lukastic (o Luka), nació en La Pampa, en los 90 se convirtió en una referencia del tenis mundial, en el mejor momento de su carrera sufrió una lesión lumbar y a los 21 años se retiró de las canchas. Pero, a diferencia de su obra anterior, en esta novela el narrador cierra el encuadre sobre la protagonista, de modo que se narra todo lo que ella vive como si, con una cámara al hombro, la imagen se desplazara incesantemente al lado de la protagonista, registrando su pasividad y su indiferencia frente al mundo.

Crisis, dictadura y tenis

En Rugby (2010) Soriano retrató, con un cinismo muy particular, el ambiente de los colegios de elite, el mundo del rugby, los prejuicios de clase, el racismo, la inmunidad. Al año siguiente, publicó su libro más logrado, Variaciones de Koch, que ganó el premio Narradores de Banda Oriental: cada cuento tiene un protagonista en común -Koch-, que juega a ser todos esos personajes y ninguno en particular. Y en 2013 Soriano sorprendió con Fundido a blanco, una novela sobre la crisis argentina de 2001, las manifestaciones, los saqueos, la renuncia de Fernando de la Rúa y las consecuencias de la dictadura militar, narrada por dos protagonistas, el hijo de un torturador preso (Octavio) y un escritor que rechaza todo lo que se vincule con la militancia (Lucas).

En ese trabajo, la dictadura determina el presente de esa narración, pero a su vez ese presente se impone a partir de la crisis.

“El año 2001 me marcó mucho, sobre todo cómo se dio el proceso. Empecé a escribir sobre eso, y no quería escribir sobre algo que rozara la dictadura desde el punto de vista del hijo de un desaparecido. Más que nada porque ya existe, incluso escrito por personas que lo fueron, y porque también, como dice Lucas, ahora es muy fácil escribir una novela sobre la dictadura. Entonces encontré esa entrada de escribir sobre el hijo de un torturador, explorando qué le pasa a un adolescente que se va enterando, de a poco, de quién era su padre. Me interesaba ese proceso, y el contrapunto entre los dos personajes: uno era el estereotipo del tipo progre, universitario, que a su vez es el hijo de un represor, y el otro era más bien indiferente. Hasta que los dos van introduciéndose en la historia. Tuve varias entrevistas con la fundación HIJOS, y vi que era muy difícil acceder a los demás. Llegué a comunicarme con el hijo de un represor que se veía como alguien que lo padecía. Es difícil esa doble línea, cuando se cruzan los recuerdos de la infancia, de un padre idealizado, con las cosas que lo van revelando. En esta novela, en Rugby y un poco en Luka, hacia el final se da como un embudo en el que los personajes se van metiendo cada vez más a fondo y no tienen manera de volver atrás. Pueden seguir y romper con todo, o caerse. Pero no es algo que hagan de forma consciente”, dice Soriano.

Cuando la charla se detiene en ¿Qué se sabe de Patricia Lukastic?, David Foster Wallace se vuelve referencia inmediata. Soriano recuerda que este autor, que escribió mucho sobre tenis, llegó a la conclusión de que las biografías sobre tenistas no eran buenas, principalmente porque nunca quieren contar cómo fue, en verdad, su vida; y conjetura que, además, ellos son genios en lo que hacen, pero no necesariamente lo son al momento de describirlo. “Foster Wallace cita como ejemplo la biografía de una mujer que tuvo una vida trágica: a los 15 años era la número uno, hasta que tuvo un accidente de tránsito -en el que se llegó a quemar-, y su biografía (Cómo Tracy Austin me rompió el corazón) se parece a un cuento de Disney”, dice ahora el escritor.

Pero la referencia al estadounidense no sólo se limita al aspecto biográfico de los jugadores. “En sus ensayos, él juega de manera constante con ese espacio entre la conciencia y la inconsciencia. El tenista necesita estar en un limbo vacío, inconsciente. Ellos juegan algo que practicaron toda su vida y que ya tienen mecanizado. De hecho, tienen gestos o tics -como cerrar el puño cuando le pegan a la pelota-, pero lo hacen de forma totalmente inconsciente. Si se detienen a pensarlo, se les desmorona toda la estructura mental que los mantiene en ese estado. Esto me encantó, sobre todo pensar en ese círculo que te va engullendo sin que puedas hacer nada para detenerlo”.

En la novela de Soriano hay un personaje que aspira, desesperadamente, a esa concentración absoluta. Busca distintos métodos, e incluso llega a golpearse contra la puerta, “buscando ese estado de nirvana en el que no se piensa, sólo se juega de la manera más libre. No es algo tan lejano: esto también se puede dar en una relación sexual, en la que si uno es autoconsciente el erotismo desaparece. Ese juego entre lo consciente y lo inconsciente se mantiene a lo largo de toda la novela. Ahora la mayoría de los partidos se ven por televisión. Y los primeros planos muestran a muchos jugadores como una especie de autómatas. No se puede descifrar nada de lo que están pensando. De hecho, tampoco exteriorizan sus emociones -si están lastimados o sufriendo-, para no advertir al rival”, dice Soriano. Pero la concentración en la cancha también se gesta antes del partido, y se vuelve un ritual imprescindible y determinante. “Steffi Graf, por ejemplo, contaba que antes de un partido se iba y manejaba -en Alemania no tienen límite de velocidad- a 250 kilómetros por hora, porque eso la sedaba. Ese límite entre la cordura, la locura y lo profesional fue lo que más me interesó de la novela”, reconoce el autor.

La narración de ¿Qué se sabe...? adopta un estilo lacónico y preciso, casi sin adjetivaciones, asimilado y pautado por la postura indiferente de Luka. Si bien es una novela más intimista y personal que las anteriores, y si bien Luka parece desarrollar un ejercicio inconsciente de ajenidad y de indiferencia mientras vive en habitaciones impersonales, ella, tanto como Mocho, el peruano de Barrio Parque protagonista de Rugby, o cualquiera de las variaciones de Koch, u Octavio y su condena heredada, están acorralados por distintas situaciones y viven en un estado constante de incomodidad, de tensión. “En Luka hay una idea de fatalidad sobre algo que va a suceder, pero hay otros momentos en los que se olvida, y éstos son los momentos que más me gustan en la novela, como cuando ella hace sus escapadas nocturnas, que con los días se vuelven progresivas: la primera es un viaje tranquilo en taxi, la siguiente sale a manejar de noche, y la última es la que se va a pasar la noche a la playa, después de visitar un bar de chinos. Esas salidas manifiestan que está en un punto de no retorno, y que en realidad no le importa qué es lo que pasa en el siguiente partido”.

“Pero ella es un personaje absolutamente blindado. Se ve muy poco de lo que realmente piensa, y apenas se llega a ver a través de algunos hechos”. La ficción se crea a partir de un relato que ella le cuenta a un biógrafo, y eso implica una interpretación insistente, que intenta descifrar lo que realmente sucede: “Porque nunca está del todo dicho. Muchos me comentaban que era un personaje que estaba muerto en cuanto a sus sentimientos. Eso siempre lo tuve presente, basándome en el personaje de El extranjero, de Albert Camus -incluido en el epígrafe-, porque es alguien a quien le pasan algunas cosas, pero él las acepta de una manera absolutamente fría”.

Detrás de la cancha

Hablar sobre deportes se le convirtió, simplemente, en una excusa para retratar todo lo que los rodea. Lo que más obsesionó a Soriano dentro del círculo del tenis fueron sus absurdos. “Es absurdo que alguien le dedique 20 horas por día a algo tan específico como puede ser un golpe. Es un deporte en el que las mujeres empiezan mucho más chicas por una cuestión de desarrollo físico, y a los 11, 12, 13 años ya comienzan a ser profesionales. Las que viajan con su padre entrenador tienen una relación de 24 horas con él, en una etapa de la vida en la que al padre no se lo quiere ver demasiado, y esa relación de padre-jefe se volvió la base de lo que me interesaba trabajar”, plantea. Otra de las cuestiones que le interesaban era que los jugadores practicaran un golpe toda su vida y en un momento lo perdieran. “No es permanente. Pero incluso si flaquean en un partido, a veces no logran pegar como saben. Y no es algo que se pueda solucionar con fuerza o concentración -como si fuera fútbol-, es algo totalmente mental, que cuanto más se piensa, más se da; algo que en el fútbol sólo se podría comparar con el momento de ir a patear un penal, porque es algo que casi no se puede dominar, es mental antes que físico”. Ese estado de tensión inquietante se mantiene a lo largo de toda la novela.

“Vas a tener que acostumbrarte”, le dice un personaje a Luka. “De acá a dos años vas a estar entre las mejores, vas a estar en todos los televisores del mundo y vas a ser la cara visible de una campaña publicitaria de Kellogg’s o Nescafé, y entonces vas a tener más momentos extraños que normales en cada hora despierta del día, y lo irónico es que esos momentos nunca dejan de ser extraños, por más cotidianos que se vuelvan”. Así, en su última novela, Soriano vuelve a escribir sobre lo irregular, sobre aquello que no cierra, sobre fisuras que no pueden ocultarse. Y vuelve a confirmar que la redención no existe, que las cosas se dan a su modo y no como quisiéramos.