Estamos extrañamente acostumbrados a contar con Daniel Viglietti entre nosotros. Para convivir con la magnitud de su presencia, a veces se realizan operaciones que le dan una apariencia menos abrumadora. La más habitual es verlo como una reliquia con certificado de antigüedad.

El problema con Viglietti es que, a diferencia de los objetos venerados, no permanece silencioso dentro de una vitrina, sino que nos interpela en voz alta. Y lo que dice desde hace más de medio siglo no es -no fue nunca- una letanía que reafirma pasados, sino una convocatoria urgente a cambiar. No deja de fastidiar este hombre, que bien podría dedicarse, calladito, a cosechar medallas y mantenerlas lustrosas, mientras un coro de devotos elogia ritualmente lo innegable: su calidad artística y la consistencia de sus compromisos (es más fácil hacerlo, por supuesto, sin emitir opinión acerca del acierto y la vigencia de las causas con las que se ha comprometido, pero eso requiere que el homenajeado y su obra enmudezcan al unísono).

Lo que tienen Viglietti y su obra es que no enmudecen; siguen invitándonos con elocuencia a lo nuevo. Como cuando él y otros, desde los años 60, pusieron altos los listones y quedó claro, para quien quisiera verlo, que el “mensaje” de las canciones no eximía de responsabilidades “formales”, sino que tal vez las aumentaba; o cuando se animó a incluir una batería rockera en Canciones chuecas; o cuando nos puso al día con los cantautores de Brasil y Cuba en Trópicos; o cuando volvió del exilio con canciones que iban más hondo; o cuando sigue buscando junto a La Banda en Sol Mayor, en vez de reiterarse sobre seguro, solo con su guitarra.

No tiene él la culpa, por cierto, de que aquello del hombre nuevo y de una sociedad más libre, solidaria y justa parezca hoy viejo para unos cuantos, o de que otros trabajen para que parezca viejo.

Cuentan que alguna vez oyó que le gritaban “¡Maestro!” y que respondió: “Más maestro será usted”. Humildad y sentido del humor, claro; también, quizá, esperanza, y exhortación a quien se anime a levantar el guante.