Más conocido –con razón– como Dick el Demasiado, nació en 1954 y su actividad abarca diferentes áreas, que van desde lo que bautizó “cumbia lunática experimental” (una combinación de música tropical con electrónica) a la escritura, pasando por el cine y las artes plásticas. Este domingo, en el marco del festival Phono-Cinema, se estrenará a las 21.00, en la sala Zitarrosa, el documental Es verdad pero no aquí, del también holandés Luuk Bouwman, que retrata su particular estilo de vida y su acercamiento al arte.
–¿Cómo estás?
–Es una simple pero buena pregunta. Estoy muy bien, muy feliz con lo que hago, con lo que me rodea, y, por encima de todo, con la gente a la que le tengo cariño. A la vez, estoy con dificultades de calibrar a qué nivel estamos en el mundo: la desensibilización a nivel internacional es muy rara. Nos hemos informado acerca de todo lo que pasa en todo el mundo, y ahora ya estamos desarrollando callos para que esa información no nos mate. Esta mañana estuve leyendo a John Cassavetes [1929-1989, actor y director de cine estadounidense, realizador de películas con un importante margen para la improvisación, como Faces –1968– o Una mujer bajo la influencia –1974–]. Sus pensamientos son tan cálidos, tan amplios y con tanta ambición de participar en un mundo para mejorarlo (en su caso, la sociedad de clase media de Estados Unidos), que te asusta ver el nivel de cinismo en el que estamos muchos ahora, cuando hacer un grafiti sobre la pared de un shopping (muchas veces pagado por el propio shopping) se considera una expresión de libertad.
–¿Qué te pareció el documental Es verdad pero no aquí?
–Me pareció fabuloso. Mientras se filmó, durante cuatro años, no le hacía caso. Le tenía y le tengo mucha confianza a Luuk [el director], ya que se me acercó con amistad, porque le gustaban mis trabajos y le sorprendía su amplitud. Así que no era una barracuda en busca de un sujeto a arrinconar. Vi una versión intermedia de la película y no entendí muy bien las prioridades de la edición. Él tampoco estaba muy seguro. No hice ningún comentario, y dos meses después vino esta versión. Creo que la estrategia de Luuk en este caso, en esta versión definitiva, es sobre todo transmitir la libertad que me propongo y que contagiosamente logro proponer a unos cuantos otros. Refleja más mi manera de trabajar que si fuera la suma de algunas obras mías acompañadas por comentarios y conclusiones. No es una película de rockero, de DJ hipster o de artista rodeado de curadores saltando de bienal en bienal. Creo que el documental es muy importante porque logra transmitir que el choque entre diversas culturas es algo que se puede festejar en lugar de temerle.
–¿Dónde estás viviendo ahora?
–Vivo entre Holanda, Latinoamérica y el pueblo natal de Buñuel, Calanda [en España], donde tengo mi taller de 400 metros cuadrados relleno de trabajos. Ahora mismo estoy en Aragón, un muy buen lugar. Es invierno casi, hay un viento frío, pero el cielo es celeste. Lo que me hace este lugar no es lo que se describe con la palabra “inspirar”, sino que más bien me hace vivir intensamente.
–¿En qué estás trabajando?
–Siempre trabajo en varias cosas al mismo tiempo. Acabo de terminar la edición de mi película de ficción Viva Matanzas, que dura 50 minutos y trata de una batalla naval histórica que libraron dos continentes sin que muriera nadie. Todavía me queda terminar de grabar y mezclar la banda sonora, y hacer los gráficos y el grading. A la vez, estoy iniciando mi tercera novela en castellano, que se tendría que llamar El mocasín del amor, y Cain Press acaba de publicar en Colombia mi segunda, El puré de más papas. También estoy dibujando y haciendo esculturas.
–En la película decís que todos los días vivís un momento poético, y eso me encantó. ¿Creés que los momentos son poéticos por sí mismos o que se trata de una lectura poética de ciertos momentos?
–Creo que es una lectura, y si sabés leer (eso se aprende, se hereda o es un lujo, no lo sé), lo ves en todo. Pero lo ves, no es que esté necesariamente. Hay un dicho que es como un submarino enemigo que entra en el puerto: “Para el hombre feliz, el mundo es feliz”. Es durísimo. Ahora que lo pienso, es un poco lo que hago: ver poesía y a continuación traducirla de tal manera que la gente la pueda leer, y así vivirla o sentirse invitada a ese mundo.
–Otra cosa que me quedó dando vueltas luego de ver el documental es el momento en que estás construyendo la escultura del alemán y la cerveza, y te preguntás si un extranjero puede ofender más a un pueblo que un nativo. Creo que hay mucha potencia en esa pregunta. ¿Podés desarrollarla un poco más?
–Esa cita y ese tema tienen dos lados en mi vivencia, que terminan siendo lo mismo. Por un lado está la delicadeza que uno aprende a manejar cuando no está en su propio territorio o país. Habiendo vivido toda mi juventud en países que no eran los “míos” (Guatemala, Argentina, Francia, Sudáfrica), aprendí a callarme en ciertos momentos. Pero mi experiencia con la cumbia me enseñó otras cosas: yo llegué a Argentina desde Holanda en 2003, diciendo en voz alta que la cumbia era más o menos lo mejor que tenían. Eso en un momento en que Argentina estaba aún atontada por el golpe bajo de la crisis [de 2001] y herida en el orgullo, porque de repente sentían que ya no eran casi europeos. Y yo, rubio y de Holanda, con un acento porteño atrofiado, les venía a decir que lo más interesante que tenían no era el tango, y tampoco Borges o los bifes o el rugby, sino la música de las sirvientas. Cuando vi la repercusión de asombro en tantas entrevistas –“¿Decime, Dick, que hace un holandés con... la... cumbia? ¿Por qué la cumbia?”– decidí ir aun más fuerte, y, viendo que se percibía como una ofensa, entonces ofender (con bondad) aun más. Y vi que era bueno. Que uno, al venir de un lugar distinto, “de afuera”, tiene otro vocabulario y metáforas y estrategias para que, de pronto, la gente perciba su entorno de otra manera. Esa es la riqueza que puede traer un extranjero. Intenté abrir placares, estanterías y puertas olvidadas para que se redescubriera lo que había adentro, desde picanas eléctricas a indígenas alacaluf [de la etnia kawésqar].
Por otro lado, y eso también está en el documental, la compañía Philips, que es de mi ciudad natal, Eindhoven, tenía como estrategia poner, de un día para el otro, a científicos especializados en acústica en el departamento de iluminación, es decir, en un lugar donde las leyes que ellos habían aprendido y aplicaban chocaban con otro universo. Eso siempre me encantó, y de hecho así hice mis canciones, porque ni soy músico ni quise ser cantante. Hice cinco discos así no más, sacudiéndome las mangas, sin ninguna de las inhibiciones que surgen cuando uno sabe de música. Las melodías y las letras de las canciones las iba grabando en un dictáfono mientras manejaba el auto hacia el estudio de grabación. Así que, para resumir: ¡los de afuera logran entrar más adentro!
–Hablaste antes del choque entre culturas. En el momento actual, ¿no te parece que el mundo se está empezando a parecer? ¿Que se están disolviendo las diferencias culturales?
–Obvio, y es un desastre. No es sólo que se empieza a parecer, sino que no se escogió el mejor molde para eso. Todos felices, aislados, con tres productos en la mano, esperando series llenas de cinematografía llena de efectos especiales e intrigas oscuras. Sólo en los negocios transnacionales queda ese pantano en que el uno caga al otro sin respetar las convenciones. El resto es puré.
–¿Creés que en estas condiciones es posible la libertad, ya sea en la expresión artística o en la vida misma?
–En cuanto a lo artístico, hoy en día todo sufre de un exceso de referencias. Es decir, se tiene tanto la impresión de que podemos ver todo, que la gente no resiste la enfermedad de categorizar. Entonces dicen: sus trabajos son un poco como tal cosa, aunque un poquito más para este lado. Quieren ubicar cada cosa en un mapa para que sea más fácil pasearse. Por eso canto en una canción: “No es fácil ser difícil”. En cuanto a la vida misma, me imagino que si ponés rejas transparentes todo el mundo se cree libre, pero esas rejas están, y aunque son transparentes, una buena patada en el vacío puede romperlas.