Regreso a casa para una nueva travesía
Desde el año 2005 los gobiernos del Frente Amplio, con aciertos y errores, realizaron reformas de estructura, institucionales y cambios culturales que, dentro de términos de intercambio comercial parcialmente favorables, permitieron alcanzar un crecimiento alto abatiendo desigualdad, logrando mejoras relevantes de salario real y pasividades y fuertes caídas de la pobreza estructural. Desde el mundo lejano de aquel boceto programático de 1971 la historia de 35 años transportó al proceso uruguayo de cambios adentro de la atmósfera de otro planeta y asumió una praxis reformista pero sin participación ciudadana activa ni teoría ni tensión ideológica. El contraste franco entre las ideologías intensas del 70 y la atonía de las primeras décadas del siglo 21 parió la orfandad de ideología, de diálogo con la ciencia y de rumbo dentro de una perspectiva nueva de socialismo democrático.
“Todo este tiempo buscándome y no sabía que estaba perdido”
¿Qué nos dice la peripecia uruguaya moderna sobre este legado?
El socialismo uruguayo nace en 1910, luego de dos décadas de luchas del movimiento obrero y es parte del proceso de modernización productiva y social, cambio cultural, democratización política y fundación de un estado de bienestar que vive el Uruguay bajo el impulso reformista de Batlle y Ordoñez.
La primera fundación socialista se estrena en la “coalición democrática” con los liberales progresistas de Eduardo Vaz Ferreira...iniciando en el Uruguay una saludable práctica democrática…dicha coalición sostiene una plataforma electoral, dictada por el interés de los trabajadores de la República.
Asume un programa mínimo democrático, republicano y popular: separación de la Iglesia y el Estado, jornada legal de ocho horas, reglamentación del trabajo de mujeres y niños, disminución de los impuestos que gravan los artículos de consumo, protección a los trabajadores del campo, mayores facilidades para la nacionalización de extranjeros, impuesto progresivo sobre el valor de la tierra, representación proporcional, saneamiento de los barrios pobres, construcción de casas para obreros…. El Partido Socialista se dirige… a los obreros conscientes… y a los ciudadanos… que aman la causa del progreso y la civilización en el país: votar por la lista de la Coalición Democrática.
En 1921 la abrumadora mayoría del Congreso del PS se convierte en Partido Comunista y Emilio Frugoni con la feminista socialista Paulina Luisi y un puñado de militantes redactan el Manifiesto de la Refundación.
El manifiesto (recuperado por el historiador Fernando López D’alessandro) sostiene que “no rechazamos las reformas (porque) pueden ser... fértiles para el proletariado…dentro de las instituciones y costumbres políticas adelantadas, la Revolución puede hacer gran parte de su camino sin necesidad de la violencia sistemática(...) no eludimos(...) recurrir al empleo insurreccional de la fuerza, ultima ratio. Pero no queremos que el proletariado se desgaste por (...) un revolucionarismo efectista que aparte al pueblo obrero de la finalidad socialista(...) y de la legalidad en el cual tantos progresos pueden y deben realizar (...) Estamos con la Revolución de Octubre contra los ataques enconados de la reacción capitalista (...) pero no aceptamos para nuestro medio, las directrices de táctica ni los principios de disciplina ... que el partido que gobierna Rusia ha querido imponer ... Al espíritu escisionista y exclusivista de esas 21 condiciones, oponemos nuestra concepción de la unidad de las fuerzas históricas revolucionarias para la consecución de fines comunes”.
La relación del socialismo de Frugoni con el reformismo de Batlle y Ordoñez es a la vez de aliado de un programa compartido de reformas productivas, sociales, culturales e institucionales, crítico de las rémoras coloradas del pasado y presente de un partido comunitario semiestatal y motor de propuestas de cambio estructural. Dice Frugoni de Batlle y Ordoñez... Surge el Partido Socialista, gran factor de democracia, porque quiere ampliarla y consolidarla con un contenido de justicia social. En la cima del poder público un hombre de visión moderna y fuerte espíritu realizador preside ese espectáculo y marea ascendente, y (es)... un promotor formidable... ha traído...un estado activo, interventor, propulsor del progreso (...) que no cierra los ojos ante las injusticias sociales … con él se dilata el sentido de la democracia ...Batlle y Ordóñez...ocupa un sitio de excepción en los anales de la historia vinculado en calidad de impulsor de toda una corriente de reformas… divorcio, ley de ocho horas, pensiones a la vejez, separación de la Iglesia y el Estado, creación de organismos industriales del Estado autónomo...
El politólogo alemán, Hans Puhle, especialista en políticas sociales y prestigioso latinoamericanista ha dicho que Emilio Frugoni pertenece a la categoría de los grandes pensadores del socialismo democrático y el marxismo del siglo 20 y Batlle y Ordoñez a la categoría de sus grandes realizadores.
Desarrollo nacional y socialismo reformista
¿Cuál es la visión temprana del socialismo reformista sobre el desarrollo de Uruguay? El punto de partida marxista del posicionamiento ideológico del Partido Socialista es que “el socialismo solo deberá venir después que el capitalismo haya desenvuelto todas sus posibilidades y cumplido su misión histórica” y asume la perspectiva del crecimiento con redistribución: “queremos asegurar al país un ambiente de prosperidad económica, si bien, claro está, con una siempre mejor distribución de la riqueza”. Por ello “no tenemos interés en arruinar a los capitalistas que emplean su dinero en empresas útiles”.
El modelo de crecimiento se combina con la distribución mediante la implantación gradual de una democracia social (educación, salud, protección laboral, de niñez, madres y jubilaciones como bienes públicos) basada en la calidad institucional de una democracia política de amplios canales de participación ciudadana y social con garantías y pluralismo.
La maduración del capitalismo y el avance de las fuerzas productivas requieren tanto de un clima propicio para la inversión privada como de un Estado estratégico capaz de preservar la acumulación endógena del capital del “imperialismo económico”.
En relación a la promoción de la inversión Frugoni señala que “…Los capitales empleados en actividades útiles y empresas de progreso colectivo son beneficiosos al país, y mucho necesitamos aun de su concurso para explotar las riquezas de nuestro suelo y dar impulso al desarrollo industrial y económico de la Republica…no incurrimos en la puerilidad suicida de cerrar los ojos a la función que los capitales desempeñan en la sociedad actual y a la necesidad de contar con ellos para desenvolver (…) la vida colectiva.”
Hasta la crisis mundial de 1929 el socialismo reformista defiende el libre comercio y una economía abierta a la competencia para mejorar la eficiencia de las empresas y reducir la inflación que castiga al proletariado – célebre polémica de 1917 entre el diputado socialista Celestino Mibelli, luego fundador del Partido Comunista, y Batlle y Ordoñez – y rechaza el “imperialismo económico” y el gran latifundio que frenan el dinamismo de las fuerzas productivas. Los sectores estratégicos y monopolios naturales deben pasar a manos de un Estado “socializado”, “eficiente”, “técnico” y bajo control de la ciudadanía: “deseamos preservar de la explotación de los … capitales extranjeros por el peligro de los imperialismos económicos, las bases naturales de la economía nacional y servicios públicos o esenciales, … y postulamos desde ahora la auténtica socialización (y no la simple estatización) de las industrias que están maduras, por la monopolización privada, para su absorción por la colectividad”.
La calidad institucional y el respeto a reglas es una dimensión fundamental del progreso: en toda nuestra acción nos preocupan las instituciones y los sistemas, no los hombres por sí mismos, explica Frugoni.
Por ello en la Constituyente de 1916 el socialismo coincide con el nacionalista Washington Beltrán en la defensa de las garantías del voto secreto contra el viejo sistema de fraude principalmente usado por el coloradismo y con la propuesta colegiada de Batlle y Ordoñez que disuelve la concentración personal del Poder en un continente de caudillos, dictadores, iluminados y política personalista.
En esa etapa histórica el socialismo reformista no sólo impulsa reformas sociales e institucionales para mejorar la condición obrera y la posición de la clase trabajadora sino que concibe al desarrollo como un proceso endógeno.
La base social es una amplia coalición de productores, medianos y pequeños empresarios, trabajadores y clases medias productivas: El Partido Socialista se erige, en todas partes, en defensor de la pequeña propiedad rural contra los avances de la gran propiedad y se esfuerza en librar a los productores autónomos del campo, de la tiranía del capital y de las exacciones del Fisco.
Dentro de la estructura productiva del Uruguay de las primeras décadas del siglo 20 ello supone resolver la cuestión agraria superando el rentismo agropecuario y la baja inversión en cambio técnico, el vacío poblacional inducido por el latifundio ganadero extensivo que emplea poca fuerza de trabajo, las relaciones patriarcales de dominación y la falta de tierras para la pequeña y mediana producción rural. En la Convención Constituyente de 1917 el Partido Socialista es la primera fuerza política que plantea la reforma agraria – “los medios que propone …conducen a eliminar el latifundio privado” – para lograr la subdivisión del latifundio ganadero mediante fuertes impuestos que castiguen el bajo nivel de inversión, el ausentismo o promuevan el arrendamiento de tierras a bajos precios asegurando el acceso a la tierra de los productores medianos o pequeños y creando una gran clase media rural: “amparar… la tierra en manos de quienes la emplean como único medio de vida, (promover) esa propiedad… para el Socialismo es un principio de justicia el que las herramientas y los elementos de trabajo —la tierra lo es— pertenezcan a los productores.”
Durante la primera mitad del siglo 20, y pese a choques externos brutales en 1914 y 1929, el Uruguay logró un crecimiento sostenido sin divergencias hacia abajo con Nueva Zelanda (país comparable por población, clima y tipo de producción) pero no logró resolver dos factores causales centrales del fuertísimo rezago que se manifestó durante la segunda mitad del siglo 20.
El primero es tecnológico. Hacia 1910 la frontera tecnológica de Uruguay había llegado lejos y el país superó a Nueva Zelanda en productividad de la tierra mientras la cría selectiva había disminuido significativamente la diferencia en la productividad por unidad de almacén. Sin embargo el nuevo cuello de botella comparado era el manejo eficiente de las pasturas y la falta de adaptación de los suelos para cultivos en lugar de pastoreo. Los historiadores Javier Rodriguez y Rosemary Thorpe muestran como, pese a la creación de las facultades de Agronomía y Veterinaria, el pionero y pujante sistema de innovación científico técnico de institutos de investigación diseñado por Eduardo Acevedo murió antes de nacer en la crisis de 1914.
El segundo factor es la concentración de la tierra y el latifundio ganadero extensivo que en Uruguay determinan un modelo de población concentrada en la costa y fronteras con el carozo vacío mientras en Nueva Zelanda la población se distribuyó armónicamente en el territorio. Entre 1888 y 1940 en Nueva Zelanda el Estado retuvo el control del 40% de la tierra para garantizar el acceso de una vasta clase media de ovejeros, sobre todo arrendatarios, mientras hacia 1931 en Uruguay sólo restaba un 4% de tierra fiscal.
El tiempo histórico de promover la pequeña y mediana propiedad rural se terminaba. Tal vez la propia derrota reformista en la elección constituyente de 1916 selló para siempre la puerta de un desarrollo democrático agrario que impulsó el socialismo pero ante cuya trascendencia para el desarrollo nacional el propio Batlle y Ordoñez vaciló y consolidó una vía conservadora, concentradora y de baja inversión en el agro hasta épocas recientes.
Nueva izquierda
Desde fines de los años 20 y durante la década del 30 en el fragor de la oposición del régimen terrista se forma una nueva izquierda democrática. El reformismo radical del socialismo uruguayo se vuelve parte de un arco mucho más amplio de fuerzas inspiradas en el socialismo democrático con líneas diferentes y matices distintos pero confluyentes en un terreno común. Dentro del batllismo es Avanzar que propone un diálogo doctrinario y de acción entre marxismo y batllismo bajo la valiente y lúcida conducción de Julio César Grauert (asesinado por la dictadura de Terra en octubre de 1933) y logra una mayoría póstuma dentro de la Convención batllista. El socialdemócrata blanco avanzado Lorenzo Carnelli funda la democracia radical. Paulina Luisi, maestra y primera médica mujer, encabeza el movimiento feminista y confluye en la formación del PS para impulsar las conquistas del divorcio por la sola voluntad de la mujer y el sufragio femenino o la resistencia a la penalización del aborto.
En los años 30 nace un socialismo original afrouruguayo antifascista y antirracista liderado por brillante abogado negro Salvador Beterbide, malogrado tempranamente, creador del Partido Autonomista Negro, fundador y director de la revista Nuestra Raza (pionera de todo un estilo de humor nacional).
Se destaca la lucha de feministas afrouruguayas como María Esperanza Barrios desde el mismo periódico o la pionera feminista Iris Cabral fundadora del primer sindicato de trabajadoras domésticas. A través de Ildefonso Pereda la relación entre el socialismo negro y el socialismo reformista es directa.
En 1929 Carlos Quijano es electo diputado por la Democracia Social con una plataforma de izquierda antiimperialista, socialista democrática, nacional, antifascista, latinoamericanista y luego, en 1939, funda el Semanario Marcha como plataforma cultural y sociopolítica de las generaciones del 45 y el 62 y de la crítica del Uruguay del auge y declive.
El comunismo abandona la etapa sectaria estalinista y, como lo mostró López D’alessandro, inicia un aprendizaje racionalista y unitario, en los años del Frente Popular, de nuestra cultura política que incluye la recuperación de Artigas por Francisco Pintos. En 1955 Rodney Arismendi lidera la renovación postestalinista.
El freno de la hipertrofia y el socialismo crítico
Luego de la crisis mundial de 1929 la industria sustitutiva de importaciones realiza aprendizajes relevantes. A mediados de los años 50 la sustitución de importaciones tropieza con el muro infranqueable de la pequeñez del mercado interno sin competitividad industrial exportadora. Es muy débil la burguesía industrial protegida por el capitalismo de los amigos. Frugoni promueve los derechos sociales universales de ciudadanía y en ese marco impulsa los Consejos de Salarios e instituciones de concertación social desde su primer proyecto de ley de 1913 hasta su proyecto de 1941 que servirá de base para la ley definitiva de 1943 hoy vigente.
Desde la visión del interés general horizontal de la clase trabajadora denuncia la ruta corporativa jubilatoria, basada en privilegios de categorías particulares sin sostenibilidad financiera “Ha primado… la demagogia de halagar y aún seducir a los gremios favorecidos… y corromper el (bien) público de la jubilación con (…) la fiebre de jubilarse con altas mesadas en plena juventud, y un derecho individual (sin) restricciones... (y sin) plantear la solución a fondo (para) los intereses de la clase trabajadora (…) sobre la base de jubilaciones obreras generales con financiación reforzada por fuertes contribuciones recabadas de los privilegios económicos”.
La hipertrofia de la expansión clientelar del Estado, la fragmentación corporativa y estratificada de servicios sociales de acuerdo al poder económico, político y de prestigio de cada categoría profesional beneficiada se ubican en el centro de la crítica del socialismo reformista o del alerta constante de Carlos Quijano desde Marcha. Hacia fines de los años 40 e inicios de la década del 50 la alianza socialista con el primer batllismo, que perduró en la oposición anti terrista, se convierte en oposición y crítica al neobatllismo y al bloque blanquicolorado plasmado en la “coincidencia patriótica” de 1948 con Herrera o la reforma colegiada de 1952 acordada entre Martínez Trueba y el caudillo blanco ampliando la coparticipación en todos los niveles del Estado y las clientelas cautivas de servicios sociales de punteros políticos.
En el semanario El Sol de fines de los 40 destacan las críticas al clientelismo y la falta de verdadero servicio civil: “Nuestros dirigentes políticos tradicionales no pretendieron nunca crear seriamente la carrera funcionarial (…) del Estado.
El puesto público ha sido, hasta ahora, el medio de pago de servicios políticos…se pide cantidad en vez de calidad, solidaridad política y no eficiencia técnica”
En 1944 Frugoni expresa su rechazo solitario al capitalismo patrimonialista mediante el contralor de cambios y de importaciones por el Banco República y una comisión honoraria: «Dejar en sus manos… la facultad de distribuir divisas y regular las cuotas correspondientes a cada industria, da lugar a ese juego tan perturbador y tan corruptor de las influencias particulares y personales. Se resuelve dejar (…) todo librado al criterio discrecional de (…) entidades que se sustraen a la fiscalización inmediata del Parlamento, para todas estas intervenciones que se prestan al favoritismo y obligan a los comerciantes a recurrir a gestiones e influencias que deberían descartarse».
Entre 1925 y 1978, 71 reglamentos de comercio exterior fueron aprobados para beneficiar a una sola empresa textil, y 39 para beneficiar a una empresa del caucho. Muchas regulaciones fueron hechas para beneficiar una sola empresa. El 22% de todo el gasto público se usó para subsidios y beneficios al sector industrial protegido.
Economistas socialistas jóvenes como Wonsewer denuncian el atraso de las capacidades técnicas del Estado uruguayo, falta de cuadros técnicos y estadísticas económicas serias para la toma de decisiones de políticos que no tienen “la más mínima preocupación de realizar un relevamiento normal de los datos más importantes para las decisiones adoptadas….siempre alrededor de un más o menos… sin censos, sin estadísticas o con estadísticas mal hechas”. El neobatllismo “a pesar de sus largos años de participación en el poder, no se preocupó por la formación de un equipo de (…) gobierno….(y) en el reino de improvisación y medidas empíricas se espera que los problemas surjan para entonces tomar medidas que a su vez originan nuevos problemas”.
Los socialistas proponen crear un Banco Central del Uruguay: “es necesario dotar al Departamento de Emisión de la suficiente autonomía y autoridad para convertirlo en los hechos en un Banco Central”.
Alertan sobre la inflación y el déficit fiscal, exigen responsabilidad fiscal, y piden diseñar un Plan Nacional de Desarrollo (sigue, entre otras, ideas del francés Jean Monnet, padre de la Unión Europea) anticipando la CIDE: “un plan técnico de vastos alcances(…) ensamblando(…) armoniosamente el crédito, la moneda, la reforma agraria, las finanzas y órganos de control democrático (no basta la existencia de un Parlamento libre) que impida la simple hipertrofia del aparato estatal para asegurar la predominancia de un partido político”.
La calidad de la oposición parlamentaria de Frugoni y Dubra en los años 50's - cuando el PS alcanza su mayor gravitación - al derroche fiscal y la ausencia de racionalidad macroeconómica combinada con la irrupción de la “generación renovadora” (Vivián Trías, Orosmán Leguizamón, Raúl Sendic, José Díaz, Reinaldo Gargano, Eduardo Galeano) de los años 50's que logra inserción social en el trabajo rural y el mundo sindical, o la Universidad y la FEUU genera un mix de reformismo, crítica de la parálisis de la sustitución de importaciones, y “tercerismo”. El tercerismo es otra avenida de la izquierda democrática tanto en relación a los dos bloques de la Guerra Fría como a sus modelos de desarrollo buscando un socialismo diferente y apoyando el movimiento de países no alineados (Conferencia de Bandung de 1955) al principio contra el propio Frugoni cuya visión internacional permanece bajo el shock de “La Esfinge Roja” (su experiencia en la Unión Soviética).
El impacto de la Revolución Cubana alcanza a todo el PS y Frugoni asume el tercerismo y rechaza el proimperialismo de partidos europeos…. “Uno de los deberes esenciales de los partidos socialistas en los países con territorios en ultramar es respetar el principio de autodeterminación de los pueblos, sobre todo cuando estos exigen la independencia, (la conducta del partido francés) es una afrenta a los postulados del socialismo internacional.”
De Maracaná a la máquina de autodestrucción: piedra fugaz y entierro
En este marco sobre el final de la década del 50 el PS vive un fuerte influjo de la ideología del nacionalismo popular y el peronismo argentino, victimizado tras el golpe de 1955, que culmina en la experiencia de la Unión Popular en 1961 como “frente nacional y popular” y congrega a intelectuales como el católico populista, que viene del ruralismo, Methol Ferré o el abogado Claudio Williman y jóvenes universitarios independientes junto al PS con el herrerista Enrique Erro. La UP es una piedra fugaz.
Es el final de un ciclo histórico de 50 años.
El socialismo reformista del primer batllismo y el socialismo tercerista de los años 50 quedan sin espacio electoral y su peso sociopolítico e institucional se desvanece durante un cuarto de siglo reducido a una pequeña organización militante en crisis de identidad permanente, con divisiones sucesivas de grupos que dan origen al MLN, el MUSP o van hacia el PCU, hasta la reconstrucción durante la lucha contra la dictadura militar. Como ha dicho López D’alessandro, la alianza de 1961 con un líder herrerista y lemas peronistas tras medio siglo de disputa con los simpatizantes locales, primero del imperialismo británico y luego del falangismo y el fascismo, era inaceptable para el electorado socialista que se fuga masivamente hacia la novel lista 99 de Zelmar Michelini.
Llegan tiempos de Revolución Cubana, el Che, autodescubrimiento de América Latina como hecho cultural, boom literario y música popular.
Es la revuelta mundial de la juventud como sujeto social y cultural, el auge de múltiples marxismos e ideologías revolucionarias, una revolución cultural en Occidente de individuación y rock and roll, explosión feminista, antirracismo y experimentación con el arte o la subjetividad.
El fin del socialismo reformista y el tercerismo llegan de la mano del entierro de los rastros de identidad del batllismo como izquierda democrática tras la muerte de Luis Batlle y son la expresión de un cambio radical y veloz en la conciencia nacional que primero se expresa en las elites y luego en la sociedad: el pasaje muy veloz desde la confianza en el “País Modelo” y “Como el Uruguay no hay” de Maracaná al “Uruguay como problema” y a su cuestionamiento como nación, alienación sin remedio de la “verdadera” América Latina.
En 1948 Frugoni finaliza “La Esfinge Roja” señalando que “intentar extender (el) régimen (comunista) a países que, como Gran Bretaña, Francia, Estados Unidos, Italia, Suiza, Suecia, Uruguay, han incorporado a su vida las normas y los principios liberales de la democracia política (…) es retroceder a sabiendas; es abandonar, arrojar por la borda adquisiciones institucionales que son reales y sagradas conquistas humanas. Eso ya no es, como en Rusia, un error trágico; eso es, a estas horas, un extravío criminal”.
El Uruguay es un país institucional y de avanzada.
En 1964 la novela de Benedetti, Gracias por el Fuego muestra el Uruguay cáscara vacía de democracia y bienestar social, sin cultura propia, visto con los ojos de una joven clase media nihilista y culposa.
Las generaciones del 45 y del 62 se convierten en máquina de autodestrucción. La modernidad burguesa es un obstáculo y un disfraz que impide comprender nuestra verdadera condición de dependencia y por eso, al decir de Ramón Budiño, “seremos los últimos en liberarnos” mientras sólo la protesta cañera enciende la llama del atraso en que podemos reconocernos como latinoamericanos. Con la conciencia nacional y la autoestima se van la esperanza y la fe en la construcción reformista de una utopía nacional de país modelo como parte de una utopía internacional o latinoamericana en vez de imposibilidad que sólo puede resolverse mediante una ruptura revolucionaria sin antecedentes en la modernidad burguesa.
Cuando al calor de la lucha antipachequista se va constituyendo el Frente Amplio están todas las tradiciones, la invención tupamara que mezcla varias de ellas, la comunista, la demócrata cristiana, la batllista y republicana, pero el socialismo original reformista y radical, democrático y republicano es débil y casi ausente.
El enlace entre los factores causales del atraso agrario (rezago tecnológico y rentismo de grandes propietarios) y la hipertrofia del modelo de sustitución de importaciones producen una segunda mitad del siglo 20 uruguayo de estancamiento, decadencia e inestabilidad política y social. Las elites políticas abrazadas al modelo de Estado clientelar creado desde la coparticipación son reacias a la modernización técnica y se crea un foso con las nuevas generaciones de intelectuales orgánicos que culmina en la autonomía universitaria de 1958 concebida casi como una República independiente de los partidos del Estado.
Desde 1955 hasta 1968 el PIB de Uruguay se estanca en 0.1% con alta inflación y la pugna distributiva junto a la crisis política finalmente se llevan consigo a las instituciones democráticas a pesar de los esfuerzos de la izquierda y los sectores democráticos de los partidos históricos para impedirlo.
Vuelta a casa y nueva peripecia
Las ideas básicas de la izquierda de inicios del 60 combinan el populismo de un joven Methol Ferré, versiones de la teoría del imperialismo de Lenin (basadas en el liberal británico Hobson), las teorías iniciales de la dependencia con la crítica cultural al Uruguay alienado de la modernidad batllista.
La primera es que el desarrollo de las naciones avanzadas solamente es posible porque se basa en la extracción de excedentes económicos de los países de la periferia y por tanto desarrollo y subdesarrollo son dos caras de una misma moneda. Fuera del campo comunista liderado por la URSS sólo hay un sistema mundial de dependencia y división del trabajo entre países desarrollados y subdesarrollados, centro y periferia.
La segunda es que la dependencia del imperialismo es una traba para el desarrollo y el avance de las fuerzas productivas.
Por tanto sólo la “liberación nacional” para romper con sus lazos mediante el control estatal de las finanzas, el comercio y gran parte de los medios de producción puede permitir el desarrollo.
La discusión abierta entre comunistas prosoviéticos, radicales castristas o prochinos y socialistas independientes se concentra en el papel de la “burguesía nacional” en la liberación nacional y el carácter de las estructuras socioeconómicas de la región (es capitalista o incluye resabios feudales) y por tanto en diferentes alianzas de clases y políticas para conformar “frentes de liberación nacional”. Trías muestra la incapacidad de la burguesía nacional para cumplir esas tareas de desarrollo y dirigir ese frente.
La tercera idea es que el apoyo soviético a Cuba es una excepción y que la liberación sólo puede realizarse dentro de un gran espacio latinoamericano “creando uno, dos….muchos Vietnam”.
El renacimiento de la visión de Patria Grande no se asocia sólo al seguidismo de los cambios de Fidel Castro y la Revolución Cubana sino también al “nacionalismo popular” capitalista que no sigue el camino de la revolución democrático burguesa sino del pacto con las viejas oligarquías agrarias y la adopción de formas autoritarias y cooptación corporativa desde arriba de las clases populares y sus organizaciones.
En los modelos de la geopolítica (una tradición de origen reaccionario, nacida junto al nazifascismo o el imperialismo británico racista) y el realismo político internacional los pequeños estados nación no existen. Pero en cambio es posible mirar el sistema mundial desde los pequeños estados nación si se dispone de teorías adecuadas. En nombre de la Patria Grande a menudo se ha vuelto a negar a la viabilidad del Uruguay como estado nación contra la evidencia empírica de los problemas de inestabilidad de estados de tamaño intermedio o de situaciones lindantes con “estados fallidos” de grandes formaciones nacionales.
Durante los siguientes 30 años en el mundo y América Latina, aún bastante antes de la implosión de la URSS y el campo comunista, hay procesos evidentes que desmienten tanto la premisa del no desarrollo como la premisa de que sólo hay desarrollo basado en la extracción de excedentes de la periferia por el centro. Retrospectivamente esta observación no supone negar ni tendencias de una reestructura regresiva del régimen de acumulación global de capital tras la crisis del capitalismo democrático keynesiano en los países centrales a partir de 1974 ni el aumento de las desigualdades, ni la concentración de capital ni las nuevas dinámicas de sistema mundo en que se generan.
Pero los países nórdicos, “el milagro italiano” de posguerra, las reconstrucciones de Alemania y Japón, y más adelante los tigres asiáticos como Corea del Sur, Taiwán o Singapur; o (durante cincuenta años) países exportadores y pequeños como Nueva Zelanda muestran que el desarrollo capitalista exitoso de acuerdo a indicadores de desarrollo humano y maduración de fuerzas productivas es posible y que aún en modelos orientados hacia el mundo las matrices domésticas y endógenas son fundamentales, configurando diversos tipos de capitalismos contra la imagen de un capitalismo único – como sostienen dependentistas irredentos – o una sola globalización – como las teorías neoliberales.
Además el estudio de casos de “fordismo tardío” como la India, México o Brasil muestran tanto el desarrollo de fuerzas productivas como la heterogeneidad estructural, una industrialización débil en la producción de bienes de capital y profundas desigualdades. Es la ley del desarrollo capitalista desigual y combinado, al decir de Trotsky.
El legado entero de las teorías del imperialismo – el complejo militar industrial y su potente plataforma tecnológica son factores persistentes que definen el imperialismo hasta hoy, otra cosa es su asociación automática con trabas al desarrollo de fuerzas productivas en las periferias – y luego de las teorías de la dependencia debe ser hoy revisado y examinado. Como señala Alejandro Portes “La teoría de la dependencia predijo correctamente la creciente hegemonía global de las empresas multinacionales y de las instituciones capitalistas internacionales.”
También subestimó la capacidad endógena de ciertos estados nación, a partir de coaliciones sociales de base laboral y alianzas entre emprendedores y tecnoburocracias, para lograr inserciones exitosas en la globalización con intervenciones públicas vigorosas e innovadoras incluso, como lo mostró Peter Evans en su libro Dependent Development, usando en su favor ciertas “ventajas de la dependencia” que obligan a una reorientación de los estudios sociológicos del desarrollo.
Hace 11 años que la próxima Estación Finlandia del Frente Amplio de Uruguay debe ser la transformación profunda y estructural de nuestra educación, la implantación de un servicio civil moderno terminando con el Estado clientelar nacido en la Constitución de 1917 y los sistemas de coparticipación, el rediseño institucional territorial de las 19 intendencias heredadas del país del siglo 19 para crear poder local abajo y regiones de cierta escala económica, la selección de las cadenas productivas estratégicas con medidas concretas de promoción de medio y largo plazo centradas en la innovación, la renovación ecológica de la economía y la descarbonización, la apertura de nuevos canales de participación ciudadana en todos los niveles del Estado central.
Pero esas batallas, no importan las herramientas concretas, deberán ser parte de la lucha emancipatoria de un socialismo reformista que no reniega, junto con el tercerismo, ni de su rechazo a todos los imperialismos ni del horizonte de encuentro latinoamericano ni del internacionalismo ni de la diversificación del comercio internacional pero asume este rico legado y corriente interrumpida a comienzos del 60 y retomada después en los hechos por los gobiernos del Frente Amplio sin teorías ni ideologías ni activación de la participación de la gente en los asuntos públicos.
Lo asombroso es que las teorías estaban escritas y en gran medida ensayadas en la práctica en su comienzo. Desde Frugoni y Batlle y Ordoñez hasta el amplio arco de la izquierda democrática y nacional que vino después.
Había que volver a casa para empezar una nueva peripecia de socialismo democrático.
Eduardo de León