Dos modelos contrapuestos de cárceles nacionales son los protagonistas del envío uruguayo a la XVI Muestra Internacional de Arquitectura de la Bienal de Venecia. Prison to prison es el nombre de la propuesta ganadora del concurso organizado por la Facultad de Arquitectura, Diseño y Urbanismo (FADU) de la Universidad de la República, con la participación del Ministerio de Educación y Cultura (MEC). Por este motivo, la diaria conversó con parte del equipo curatorial, integrado por Diego Morera (curador), Sergio Aldama, Federico Colom, Jimena Ríos y Mauricio Wood.
¿Por qué presentarse a la bienal?
Jimena Ríos (JR): Creo que tiene que ver con llevar a un evento mundial una visión propia de cierta situación. Dentro de una subjetividad, se trata de poder hablar de algo macro representando a Uruguay, a la vez que se piensa en un proyecto propio que habla de lo que está sucediendo.
Sergio Aldama (SA): Es una oportunidad de tratar temas que tienen que ver con intereses personales, a partir del tema general que plantea la bienal [espacio libre]. Ese interés personal nace de una cuestión casi generacional sobre el discurso de la arquitectura, que no necesariamente está planteado mediante el proyecto. En el discurso sobre cómo mirar un fenómeno de la arquitectura está la oportunidad de darle voz a algo que nos interesa a todos.
Diego Morera (DM): Para el contexto académico es importante que nosotros como jóvenes tomemos la palabra y empecemos a hablar de temas que nos parecen urgentes, y que planteemos una posición con respecto a la dimensión cultural de la arquitectura. Nos interesa intentar dialogar de igual a igual con los demás países, por eso queremos llevar una propuesta que sea provocadora.
En ese sentido, visto desde acá, ¿cuál dirían que es el rol de la presencia uruguaya en la bienal?
DM: Por tratarse del mayor evento de la arquitectura mundial, es una oportunidad única de posicionar a la arquitectura en la discusión de la cultura uruguaya, y no sólo del ámbito académico. Por eso la propuesta tiene que tratar un tema que de verdad toque a otros actores, sin perder la especificidad de la arquitectura: queremos hablar del tema como arquitectos y no jugar a ser sociólogos. Usamos una frase que Hans-Ulrich Obrist toma de un artista y primer ministro de Albania [Edi Rama], que habla de considerar a la cultura como infraestructura y no como mera superficie. Entonces, nos planteamos trabajar con la cultura desde ahí, cuestionando las cosas desde la raíz, como si fuesen infraestructura, y en nuestro caso, vinculando a la cultura con lo arquitectónico.
SA: Hay un aspecto que es importante contar, y es que Uruguay tiene su propio pabellón dentro del predio de la bienal.
DM: Hay que tener en cuenta que de América Latina sólo Brasil y Venezuela tienen uno.
¿Cuál es el tema planteado por las directoras de la bienal?
Federico Colom (FC): El tema es Freespace –espacio libre–, y ellas lo plantean esquemáticamente: hablan de la generosidad de los espacios y, sobre todo, de la dimensión del espacio público, pero no necesariamente de los lugares que están pensados para ser espacios públicos, sino de aquellos espacios de apropiación en los que se generan actividades. Hablan de algo muy sencillo y hasta por momentos inocente.
SA: La bienal plantea un freespace de un statu quo; un espacio público democrático, de igualdad. En ese espacio democrático no me queda claro si está incluida la diferencia, en el sentido de que el espacio público es un lugar al que vamos a encontrarnos para conectarnos como iguales y no tanto para trabajar y negociar nuestra diferencia. Para nosotros el freespace es un diálogo constante. Esa libertad y espacio libre son una construcción y no un espacio dado.
JR: Creo que hay que pensar en el contexto desde el que viene la propuesta, y en las posibilidades con las que cuentan. Es una visión europea que está cargada de un montón de cosas, y una visión uruguaya de eso estará cargada de otras. Por eso el tema del contexto es muy importante.
DM: Lo que tomamos de freespace es la arquitectura como posibilitadora de situaciones, que se preocupa más por lo humano y por la generosidad de la arquitectura con el usuario, en vez de una arquitectura preocupada por la imagen y por lo banal. Se trata de una vuelta a una proporción más esencial, a lo que la arquitectura tiene que hacer, que es servir a lo humano.
Vayamos a la propuesta. ¿Qué es Prison to prison?
DM: Partimos de un hecho particular: el edificio más grande que se construyó en Uruguay en 2017 fue una cárcel, y también fue el primer edificio construido en la modalidad de participación público-privada. Se trata del módulo 1 de Punta de Rieles, que fue hecho por un consorcio de tres empresas; albergará a 1.960 presos y constituirá la segunda cárcel en número de personas. Entendemos que esto es algo que habla de la sociedad uruguaya y también de nuestra disciplina, en la medida en que la cárcel es uno de los edificios más arquitectónicos, ya que define la vida del usuario las 24 horas del día, tal vez por varios años.
Partimos de ese hecho, que puede llegar a entenderse como trágico, y lo unimos con otro que entendemos como irónico: comparte medianera con una cárcel preexistente [módulo 6 de Punta de Rieles], que tiene un modelo innovador, implementado en 2010, que es único en la región y, tal vez, en el mundo. El modelo es el de cárcel pueblo, cuya lógica consiste en imitar el afuera en el adentro, y se organiza como un pueblo en el que los presos pueden circular libremente dentro del predio de la cárcel, con límites de horarios a lo largo del día; hay avenidas, un polo industrial, un área comercial con locales que ellos mismos gestionan, una heladería, una pizzería, etcétera. Partimos de ese contraste irónico de que haya dos cárceles con modelos totalmente distintos –que no son sólo modelos de gestión, sino también modelos arquitectónicos y de entender lo humano, el castigo, la vigilancia–, que comparten terreno y que, además, fueron realizados durante el mismo gobierno. A partir de ahí empezamos a mirar las dos arquitecturas, y así fue como surgió la propuesta.
A diferencia de la Cárcel Pueblo, la nueva cárcel tiene un impacto mucho mayor cuando se ve desde la calle, no sólo por su tamaño, sino también por su imagen: está completamente rodeada por un muro prefabricado de cuatro o cinco metros de altura, que bordea las 25 hectáreas del terreno. Se organiza en diez celdarios, constituidos por celdas prefabricadas con equipamientos antivandálicos, apiladas como si fuesen cajas. Desde nuestro punto de vista es un edificio que va a promover una existencia abstracta. Es la típica cárcel de las series de televisión, donde los movimientos están totalmente controlados y las circulaciones y la apertura de puertas se manejan por videovigilancia. Es un modelo importado, con la participación de arquitectos locales que repitieron este modelo y lo aplicaron al lugar sin ningún cuestionamiento. La idea no se limita a ver al objeto de estudio en sí, que es lo que hacemos ahora al trabajar con los dos modelos, sino que se trata también de hablar de otras cosas. En ese conjunto de cárceles, empezar a ver otras dialécticas que puedan ser llevadas a cualquier otra yuxtaposición de modelos contradictorios.
SA: Esta curaduría es como un puente. No puede haber un relato lineal, sino un diálogo; un tema que se pone arriba de la mesa y que, en realidad, se va armando por diferentes capas y esferas de trabajo.
Desde la óptica del freespace, pareciera que en la cárcel nueva lo que cuenta son los espacios cerrados, mientras que en la otra ocurre lo contrario. ¿En la Cárcel Pueblo el espacio público es el que estructura el edificio?
DM: Eso es lo anecdótico, de donde partimos. Decimos que encontramos un freespace en el lugar menos esperado, como la cárcel, porque es su opuesto; es el espacio de la no libertad. Más allá de que sigue siendo una cárcel, es un freespace; una cárcel en la que existe el espacio público. No es 100% espacio público, pero utiliza la lógica de un barrio. Ese es el espacio con el que queremos trabajar.
FC: Visto desde afuera, tiene más elementos de espacio público que de lo contrario.
SA: Yo diría que salta de un modelo de arquitectura a un modelo más urbano, porque tiene una condición de espacio público, de calles, de plazas, de barrios dentro de barrios, de equipamientos deportivos, de lugares comerciales y culturales. En realidad, no sólo es urbano, sino que es un modelo territorial, ya que rebasa las propias lógicas de la cárcel, porque muchos de los emprendimientos y productos que se hacen tienen contacto con la ciudad. O sea que hay flujo de entrada y salida de personas, de materiales, de productos.
En la propuesta mencionan que casi todas las cárceles uruguayas están ubicadas en las periferias. ¿Entienden que esa urbanización espontánea de la Cárcel Pueblo es una forma de revertir aquella expulsión hacia la periferia?
DM: Sí. Uruguay es el país más urbanizado del hemisferio occidental y no podemos creer en la reinserción de alguien enviándolo al medio de la nada, a un lugar abstracto, cuando la reinserción debería estar vinculada a lo urbano; es una estrategia que en Escandinavia se ha usado –imitar el afuera en el adentro– y es la que mejor funciona.
Antes de pasar a lo específico de la exposición, me gustaría que nos contaras cómo se relaciona esta propuesta con temas precedentes.
DM: –Con Mauricio –que también forma parte del equipo curaturial– hicimos nuestro proyecto de final de carrera entre 2016 y 2017. En ese formato de taller, uno elige qué programa arquitectónico desarrolla y también puede imaginar escenarios en los que insertar su proyecto. Motivados por cosas que vimos en el viaje, empezamos a pensar en trabajar con una cárcel urbana. Propusimos un sistema de cárceles que se insertaban en las zonas más pobladas de nuestra ciudad y desarrollamos un modelo como caso de estudio de una cárcel en 18 de Julio. Proponíamos entenderla como un edificio de vivienda más adentro de la ciudad, que insertaba el espacio público –como las galerías de 18 de Julio– con un café y un anfiteatro, para romper con el distanciamiento o el tabú que genera entrar a una cárcel. Con la idea de volverlo algo habitual, en todas las decisiones materiales y estratégicas se incorporaba la imitación del afuera en el adentro.
Lo terminamos en mayo de 2017 y ya nos habíamos presentado al llamado para participar en las residencias artísticas del Espacio de Arte Contemporáneo, con la idea de hablar de la cárcel urbana dentro de una ex cárcel urbana, como es ex la cárcel de Miguelete. Nos seleccionaron y estuvimos ahí tres meses. Contamos con dos celdas, una para trabajar y otra para ir exponiendo lo que hacíamos, y realizamos tres líneas de investigación: una colección de maquetas de cárceles; una maratón de diálogos, en la que hicimos cerca de 20 entrevistas con distintos actores políticos –sociólogos, criminólogos, gente del sistema penal, etcétera–; y finalmente empezamos a trabajar en la Cárcel Pueblo. Fue entonces que descubrimos que al lado estaban construyendo una nueva, y surgió la idea de empezar a investigar ese otro caso, siempre con el planteo de trabajar estos temas desde la arquitectura, porque entendemos que en nuestra disciplina es algo que por lo general no se ve, y sólo se suele mirar desde el punto de vista de la seguridad, o de lo sociológico y político.
¿Qué llevarán a la bienal?
JR: La exposición parte de la idea de que, al trabajar sobre lo carcelario, no queríamos llevar a Venecia una mímesis de la cárcel ni queríamos tener una visión estigmatizadora, negativa o de golpe bajo. Intentamos llevar algo más esperanzador y trabajar desde la ironía y el humor.
DM: –Algo que lo posicione como un tema tan digno como cualquier otro.
JR: –Pensamos en trabajar con tecnologías y proponer un guion inmersivo, que no fuera literal. Sumamos al equipo a dos artistas, Juan Pablo Colasso y Marcos Colasso, que trabajan con iluminación y sonido. La idea es generar una experiencia sensorial en el visitante que se enfrente a este espacio intervenido por luces y sonido, y que el transitar de una cárcel a otra lo lleve a un viaje de forma abstracta, o tal vez poética, con escenas audiovisuales de estos dos modelos. Es un tránsito; una experiencia que no dura más de diez minutos pero es un golpe audiovisual para el espectador, un impacto al que se enfrenta. El objetivo es motivarlo para seguir investigando y que ahí acceda al catálogo.
DM: –No queremos que sea una exposición unidireccional, a la que uno entra y ya sabe lo que va a recorrer, sino que el visitante pueda apropiarse de la experiencia, sentarse, quedarse el rato que quiera. Al entrar a la antesala verá la mayor parte de la información más arquitectónica; ahí estarán el catálogo, un póster, y una gran pieza donde se presentan las dos cárceles. También esperamos que a los visitantes esta experiencia les permita vincular los temas con otras temáticas personales.
¿Qué están haciendo ahora?
JR: –Ahora estamos en el desarrollo de los contenidos del proyecto. Por un lado, trabajamos en lo vinculado a la exposición y el catálogo; por otro, en un proyecto de extensión que la Universidad de la República desarrolla dentro de la Cárcel Pueblo, en el marco del Programa de Integración Metropolitano.
DM: El proyecto de extensión lo presentamos el año pasado y salió ahora, con un equipo ampliado que también incluye gente de la Facultad de Psicología. En paralelo a la bienal, la idea es trabajar con estudiantes de la FADU dentro de la cárcel y, a su vez, trabajar el urbanismo de la cárcel con los presos, con la población de la zona y con la usina cultural.
JR: La usina Matices funciona dentro de la Cárcel Pueblo, y tiene una radio y una comparsa.
DM: Con ellos también trabajaremos para generar los audios de la exposición.
JR: También nos estamos ocupando del financiamiento, buscando patrocinadores.
¿El presupuesto no alcanza?
JR: Es que la arquitectura no tiene un papel muy importante dentro del MEC. Desde el MEC y desde la FADU se está haciendo un esfuerzo por revertir esto, pero por ahora estamos en una situación en la que Uruguay no cuenta con los fondos suficientes. En mi experiencia la plata nunca alcanza, y si bien el dinero que tenemos da para cubrir todo lo expositivo, no alcanza para los sueldos, ni para los viáticos –ya que todo el equipo tiene que viajar y trabajar allá–, ni para la infraestructura, como la pintura del pabellón, la mano de obra, etcétera.
FC: Si bien la experiencia inmersiva de luz y sonido es la adecuada para mostrar nuestra idea, también surgió de la restricción del presupuesto. En cierto sentido, fue lo que nos motivó a esta estrategia de casi no intervenir el pabellón en términos arquitectónicos –de no construir nada–, entre otras cosas porque después hay que volver a dejarlo como estaba. Tiendo a ver algo positivo en la falta de dinero: fue lo que terminó definiendo la propuesta.
¿Qué repercusiones creen que tendrá a nivel público y político este diálogo entre varios frentes?
DM: Queremos tratarlo con optimismo y posicionar la discusión sobre estos temas desde lo arquitectónico –que es algo innovador– y en el mayor ámbito que podamos para establecer estos diálogos que buscamos.
SA: Lo que seguro no esperamos es que estalle en los aspectos más negativos del tema, en lo más banal y mediático, sino que la conversación surja para poder desglosar un tema que es mucho más complejo que un fuerte titular de televisión o de diario.