La casi totalidad del contenido anecdótico crucial de esta película transcurre en los primeros 18 minutos, en los que las tres hermanas Koda (de entre 19 y 29 años) conocen a su media hermana de 14 y la invitan a vivir con ellas. Luego de eso, Nuestra hermana menor consiste en pequeñas escenas cotidianas de un tenor mucho menos dramático que lo que solemos esperar de una película. No faltan eventos en el guion que podrían dar lugar a esos diálogos exacerbados que los directores de Hollywood o de Broadway suelen concebir como oportunidades de despliegue actoral. Tenemos, por ejemplo, esa adolescente que perdió a los padres y tiene que acomodarse a una nueva familia en una nueva ciudad, noviazgos que se rompen y otros que parecen empezar, una persona muy querida fallece, un reencuentro inesperado, rencores y reproches acumulados. La película trata ese tipo de cosas en forma atenuada, elíptica. Más que esas crispaciones, parecen importar los hechos más prosaicos: una charla íntima, la valorización de la belleza del entorno, una comida rica, una corriente de sentimiento que no se puede expresar pero que vibra en el aire en un momento especial.
El título original, Umimachi diary, significa “Diario de un pueblo al borde del mar”. Es el título de la premiada serie de novelas gráficas en el género josei manga (es decir, historieta japonesa dirigida a mujeres y de carácter serio) en que está basada esta película. El pueblo playero en cuestión es Kamakura; fue capital de Japón en la Edad Media, está lleno de historia y quedó poco contaminado por el desarrollo. Ahí eligió ser enterrado el director Ozu Yasujiro.
Ozu falleció en 1963, cuando Kore-eda tenía un año de edad, pero la ubicación de la historia en ese pueblito, con omisión casi total de elementos característicos de la actualidad, propicia una notable continuidad entre ambos realizadores. Quienes estén familiarizados con la obra del viejo maestro van a percibir aquí unas cuantas permanencias: el espíritu del shomin-geki (cine intimista sobre personas “comunes” de clase media baja), el tipo de casa tradicional, la interacción amable, educada y serena entre las personas y, sobre todo, esa contemplativa y agridulce visión budista de ciclo vital, con sus componentes aparentemente contradictorios de fugacidad y legado. No cuesta mucho imaginarnos el personaje de Sachi interpretado por Hara Setsuko, la musa de Ozu. El ámbito de familia estándar aparece aquí trastocado: los padres dejaron el hogar, hay divorcios, adulterios y noviazgos con sexo (el primer plano de la película muestra a una de las chicas acostada con su novio). Pero, a la larga, la familia, aun si es menos convencional, sigue siendo el factor central de contención, identidad, formación, referencia, afectos profundos. Hay motivos que señalizan esa herencia particular (los licores preparados con las frutas del ciruelo del jardín “que la abuela plantó el año en que nació mamá”), rodeados de otros que integran tradiciones más amplias: el pequeño tren que surca las montañas, el culto a la belleza de los cerezos en flor, el festejo con fuegos artificiales, los quimonos, los ritos budistas, los paseos en bicicleta por paisajes que parecen salidos de los dibujos del estudio Ghibli.
En dos o tres escenas muy especiales tenemos de esos planos-contraplanos frontales a lo Ozu (quizá son sutiles citas estilísticas), pero la configuración más emblemática de la película es muy distinta, con las protagonistas mirando todas aproximadamente a la misma dirección, de modo que las vemos simultáneamente (y sólo a veces vemos, luego, lo que ellas ven). La cámara casi siempre traza unos suaves arcos horizontales alrededor de su objeto. La música es una preciosura y una bomba emotiva: está a cargo de Kanno Yoko, una compositora asociada sobre todo al anime, y sus temas evocan las vetas líricas de Beethoven, Schumann y Mahler. La música y el tratamiento etéreo de la cámara contribuyen a la sensación de que momentos dramáticamente insignificantes están teñidos de un extrañamiento, como si se valorizaran por la conciencia de lo irrepetible y de los recuerdos gratos que anticipamos que algún día van a suscitar.
Un mundo mejor
Hay algo de feel good en esta película, y algo de conformismo también. No hay ningún personaje malo o egoísta, tampoco hay más catástrofes que la muerte eventual de alguien por causas naturales, o una pareja que se rompe. Cada personaje desempeña su función con dedicación y al hacerlo aporta, humilde pero palpablemente, a un mundo mejor: Sachi como enfermera, su amante como pediatra, Yoshino como consultora financiera, Chika y su novio apoyando los deportes, la señora Ninomiya en su restaurante. La naturaleza es benévola, y cuando cesa de ser sencillamente bella es porque pinta líricamente alguna escena, como ese paseo de Sachi con la madre que empieza en lluvia y termina en sol, en forma acompasada con el pequeño acercamiento que se opera entre ellas durante esos minutos.
En todo caso, la discreción, delicadeza y maestría narrativa de la película la proyectan a una dimensión superior. Hay escenas de una ternura e intimidad increíbles, y cuando uno pensaría que se sacó todo el jugo a esas situaciones cotidianas, resulta que quedan otras resonancias en el aire. Algunas son explícitas (las similitudes entre los lugares preferidos del padre en Yamagata y en Kamakura), otras son implícitas y potenciales (hay unos cuantos indicios que habilitan la sospecha de algún involucramiento pasado entre el padre de las chicas y la señora Ninomiya, pero nadie nunca habla de eso; la conexión queda librada al espectador).
Es muy convincente la noción que la película construye de una etapa en la vida con suficientes cosas buenas como para que uno llegue a recordarla como “felicidad”. Esas cosas buenas son pequeñas y enormes como el amor entre hermanas. Kore-eda es uno de los grandes cineastas de la actualidad. Sus películas, aun cuando, como esta, terminan bien, tienen una dimensión de tristeza, porque es la felicidad profunda, entrañable, la que genera apego y hace dolorosa la fugacidad de la vida, y dejan la noción agridulce de que esos elementos pasajeros son lo que nos quedará para recordar y extrañar en nuestros últimos minutos de vida.
Nuestra hermana menor (Umimachi diary). Dirigida por Kore-eda Hirokazu. Basada en la serie de novelas gráficas de Yoshida Akimi. Con Ayase Haruka, Nagasawa Masami, Hirose Suzu. Japón, 2015. En Cinemateca, Life Cinemas 21 y Alfabeta.