Al entrevistar una obra filosófica pueden adoptarse diversas estrategias. Por ejemplo, puede interrogársele acerca de la tensión o el problema que la origina. Si se ejercitara tal opción respecto de Lógica Viva (quizá la principal obra filosófica de Vaz Ferreira) sería razonable formular una respuesta relativamente transparente: el problema que la motiva son las dificultades o limitaciones fácilmente constatables del argumentar ya en la vida cotidiana, ya en la práctica científica. Como ocurre muchas veces con nuestro filósofo, aunque las formulaciones netas poseen cierta innegable dosis de acierto interpretativo, es necesario proseguir el análisis para captar la profundidad de su aporte. Este caso no es la excepción.

El síntoma: el fracaso lógico tradicional

El punto de partida de Vaz quizá pudiera ubicarse en una constatación: la lógica tradicional (Vaz la llama “clásica”) no cumple su función primordial, a saber, formarnos para, por una parte, tornarnos más capaces de evitar el error argumental y, por otra, fortalecer nuestras capacidades de elaborar argumentos correctos. Esta comprensión de la teoría lógica como obligada a una suerte de atención doble no es exclusiva de la perspectiva de Vaz; por ejemplo, aparece en forma clara en Stuart Mill, un autor al que nuestro filósofo aparece claramente relacionado en esta materia. Pero merece anotarse que existe en el pensador uruguayo una especial preocupación por, digámoslo así, la evitación del error.

Esta sensibilidad lo lleva a prestar especial atención a cuán frecuentemente las personas caen en errores argumentativos más o menos triviales. Los ejemplos que presenta en su obra procuran respaldar esta convicción, evidenciando la diversidad de contextos en que tales equivocaciones acontecen. A veces se trata de la reflexión filosófica o científica, a veces se trata de la crítica musical o literaria, a veces se trata de discusiones prácticas. Más allá de su objetivo de evidenciar la pluralidad de contextos, Vaz es especialmente sensible a los efectos negativos que estos déficits poseen en determinadas situaciones, a saber: el debate público y, especialmente, aquel destinado a la asunción de decisiones colectivas. Su larga participación en espacios de decisión democrática, fundada en el intercambio dialógico, le permiten ejemplificar cómo afectan tales limitaciones la calidad del debate y, consecuentemente, la adecuación de las decisiones. Así pues, una primera tesis de Lógica Viva se refiere a esta ubicuidad del error argumental y sus consecuencias negativas, con especial énfasis en el caso de la calidad del debate democrático.

Pero, además, podríamos identificar una segunda tesis importante. La emergencia del error no puede atribuirse a una insuficiencia en educación; las faltas argumentales referidas por Vaz se presentan aun en personas lógicamente cultivadas. Luego, el origen del problema podría tentativamente ubicarse en la enseñanza de la lógica. Es decir, debiera corregirse el modo como se enseña esta disciplina a los efectos de lograr que ésta se transformara en la herramienta de superación del déficit de las capacidades argumentales, en especial, en la prevención del error argumental. Pero la modalidad (equivocada) de enseñar la lógica más bien es una consecuencia o reflejo del problema real: una equivocada concepción de la teoría lógica. O, dicho de otra forma, el corazón del fracaso lógico no reside (ni exclusiva, ni fundamentalmente) en una mala didáctica, sino en un aspecto central a la propia teoría lógica. ¿Cuál es ese aspecto? Esto conforma lo que podríamos llamar el diagnóstico vazferreiriano.

El diagnóstico: una mala metodología

Si la educación lógica ha fracasado, eso se debe en buena medida a que la lógica sin más fracasa. ¿Por qué? Dicho de una forma breve: por razones de método. El método que explota la lógica para caracterizar clases argumentales es ofrecer su caracterización esquemática. La noción de esquema en Vaz es muy amplia: parecería incluir desde una formulación verbal hasta una contrapartida puramente sintáctica. Permítasenos ilustrar tal metodología con un caso muy sencillo. El siguiente resulta (desde el punto de vista intuitivo) un argumento correcto lógicamente:
Si el salario real cae, entonces el descontento popular aumenta.
El salario real cae.
Luego, aumenta el descontento popular.

¿Por qué el argumento anterior es lógicamente correcto? Una respuesta rápida podría ser la siguiente: porque instancia o ejemplifica un esquema que asegura que, si se cumplen las premisas, se cumple la conclusión. En este caso tal esquema podría lucir así:
Si A entonces B. Y se da A. Luego B.

Luego este esquema permitiría caracterizar una clase de argumentos lógicamente correctos, aquellos que surgen de sustituir adecuadamente A y B por oraciones susceptibles de ser verdaderas o falsas. Así operaría la lógica valiéndose de esquemas (para caracterizar clases de argumentos incorrectos como correctos, aunque los esquemas puedan diferir bastante).

La lectora o el lector que ha visitado Lógica Viva podría sentir justificadamente cierta alarma: Vaz no usa nunca ejemplos como el de arriba, ni nunca establece explícitamente su crítica con la terminología usada aquí. La lectora o el lector tiene razón; sin embargo, tenemos la convicción de que, en esencia, esta es la crítica de Vaz: la realidad psíquica correspondiente al argumentar es siempre más rica que cualquier esquematización. Luego los esquemas (más allá de sus variantes) fracasarían por idéntica razón. Si se interpreta así el núcleo de la crítica vazferreiriana a la lógica tradicional, es fácil advertir que su alcance es general: afectaría, por supuesto, a toda la teoría lógica. Dicho de otra forma, la aceptación de tal crítica impactaría sobre la teoría de las falacias o los paralogismos, pero también sobre la teoría de la argumentación válida, aunque esto pueda también resultar sospechoso para la lectora o el lector que nos ha acompañado hasta aquí. Ahora bien, si, efectivamente, no es posible captar exitosamente clases de argumentos vía esquemas por la razón antedicha, ¿no resultaría igualmente imposible tal tarea respecto de los argumentos correctos, así como de los argumentos falaces o paralogísiticos?

Si esta es la situación, si existe un insuperable desencuentro entre la complejidad de la realidad psíquica argumentativa y los modestos esquemas lógicos, es fácil entender el por qué del fracaso de la teoría en la prevención del error. Salvo casos triviales de manual, en que la primera se ajusta perfectamente a la segunda, la teoría falla en capturar los aspectos relevantes para la evaluación de los argumentos. Así, los casos de manual solamente pueden ser construidos “a medida”, no pueden provenir de la vida real; para estos últimos, precisamente, la teoría carece de respuesta. Por ello, aun personas lógicamente cultivadas cometen en la vida científica, profesional, política, etc. errores lógicos triviales. La teoría lógica resultaría efectiva si y solamente si la argumentación (en la vida real) fuese la ejemplificada en las páginas del manual de lógica. Pero esto no sucede.

La terapia: una comprensión revolucionaria de la teoría

La descripción de la crítica vazferreiriana a la lógica tradicional esbozada (rudimentariamente) en los párrafos anteriores no resuelve una ambigüedad: ¿se trata de un rechazo absoluto al recurso esquemático? Aunque admitimos que puede defenderse una respuesta positiva, sospechamos que es posible encontrar en el propio Vaz razones para una actitud más temperada. Es decir, podríamos afirmar que la crítica del filósofo debe entenderse no tanto como una objeción a todo uso del esquema en lógica sino a su uso exclusivo y excluyente. Si se nos permite una formulación sintética, la crítica anterior podría leerse no como una crítica a la apelación a esquemas, sino una crítica al exclusivismo esquemático.

Así entendida, la política auspiciada por Lógica Viva apuntaría a una comprensión renovada de la lógica tradicional, donde la apelación al esquema no puede ser mecánica, ni descontextualizada, a la hora de la aplicación a la argumentación. Dicho de otra forma, el filósofo no se propone una lógica nueva (en el sentido de un elenco novedoso de teoremas o un conjunto meramente ampliado de falacias); su objetivo es otro: una revisión revolucionaria del uso (para la evaluación argumental) de la lógica tradicional, a partir de la conciencia de los límites de la metodología esquemática.

“Aplicar” la lógica a la evaluación argumental adquiriría así un sentido nuevo, a saber: apelar al esquema en su justa medida, en el ámbito en que es pertinente, no más allá. Usar los esquemas de forma reflexiva, conscientes de sus virtudes y de sus límites. Esta variación drástica no supone un abandono absoluto de la lógica tradicional, sino una forma profundamente renovadora de aplicar esta última, a los efectos de convertirla en una herramienta potente para evitar el error y, especialmente, un recurso relevante para incrementar la calidad del debate público.

Asumido este marco, la estructura general de Lógica Viva se revela diáfana. No se trata, obviamente, de una exposición sistemática de una teoría lógica al estilo tradicional (tal como, para tomar un ejemplo caro a Vaz, la obra de Mill), ni consiste obviamente en una presentación contemporánea de la disciplina matematizada. Tampoco es una reflexión puramente filosófica sobre la teoría tradicional. Podríamos decir que se trata más bien de, expresado sintéticamente, un proyecto de exploración lógica. Más específicamente: de la fundamentación, exposición y ejemplificación parcial e ilustrativa de un proyecto abierto de exploración lógica, que anima, por una parte, una relectura de los contenidos tradicionales (tanto referidos a la argumentación correcta como falaz) y, por otra, supone una adición al tratamiento de las falacias con un estilo renovado, iluminador de aquella comprensión novedosa propuesta. ¿Es un programa de investigación? Sí. ¿Es solamente un programa de investigación? No. Pretende entrelazar, en forma indisoluble y al mismo tiempo, la invención teórica con la innovación pedagógica. A pesar de su sofisticación, el objetivo de Vaz puede enunciarse de un modo neto: hacer de la lógica un dispositivo que fortalezca prácticamente nuestras capacidades argumentales.

José Seoane es profesor titular de Lógica y Filosofía de la Lógica en la Facultad de Humanidades, Universidad de la República