Cuando se cumplen ciento cincuenta años del nacimiento de Anton Chéjov (1860-1904) sigue intacto el fuerte influjo que ejerce su producción teatral. Desde la interesante Espía a una mujer que se mata estrenada en la Sala Zavala Muniz (versión de Daniel Veronese de Tío Vania) hasta el estreno de Percovich de una versión de Las tres hermanas, en el examen de egreso de los alumnos de la EMAD, las distintas variaciones del original son una prueba de la plasticidad de esos textos que se prestan dócilmente a los dobleces, cortes y adornos que se les realizan.

Intervenidas, versionadas, reescritas, las piezas del escritor ruso se funden, en cada puesta en escena, con la mirada inquieta del dramaturgo, o del director  que trabaja sobre sus textos para plantearse nuevas preguntas (o las mismas que en el siglo XIX inquietaba a Chéjov) manteniendo ese  cierto aire de melancólica intrascendencia, de vidas aburridas, silencios y pausas, presente en su narrativa y en su obra dramática, y que termina por invadir a todos los personajes. Considerado el primer drama chejoviano de estados anímicos y atmósfera inestable, en La gaviota los personajes comparten con los de los cuentos de Chéjov la misma desilusión y una extraña sensación de estar en el sitio equivocado amando a la persona equivocada.

En esta versión, Mariana Percovich prescinde de algunos personajes de la pieza original, agrega frases con segundos sentidos y con claras referencias a nuestra comunidad teatral y las diferentes formas que puede asumir la función creadora,y traslada el terreno de la acción de un lugar al aire libre a la sala de un teatro, donde actúan, viven y sufren los actores de una compañía escénica.

La directora, con muy buen ojo para elegir espacios que aporten un gran porcentaje del efecto teatral, rodea al público de personajes que invaden la sala y como espectros de otros, se adueñan de palcos, corredores, escenario y del teatro todo, ignorando solamente la platea.

Los protagonistas son dos escritores que se enfrentan artística y sentimentalmente: Treplev (Gabriel Calderón), que propone una concepción nueva del teatro, y el exitoso Trigorin (Gustavo Saffores). Ambos compiten por el amor de Nina (Gimena Fajardo), aspirante a actriz, y la atención de  Arkadina (Gloria Demassi), actriz famosa, de fuerte personalidad.

El título de la obra refiere a la comparación simbólica entre el inocente planear de una gaviota en un lago que es herida por un cazador y el destino de la cándida Nina, que es seducida y luego abandonada por el escritor de fama y renombre. Su regreso al hogar es esperado con ansiedad por Treplev, quien, al ser rechazado, se suicida.

Esta sencilla trama es sólo un pretexto para llevar a escena las insatisfacciones de los personajes y sus monótonos diálogos que siempre terminan siendo monólogos y confesiones autocompasivas. Esta característica de los personajes chejovianos, que a medida que se desarrolla la obra van delineando cada vez más sus perfiles de profunda soledad, se concreta en una de las mejores escenas de la obra, en que los actores, ocupando el escenario, sentados en sillas y de frente al público, desatan sus confesiones en desgarrados soliloquios.

La nueva creación de Percovich tiene ritmo y lleva consigo la técnica y el espíritu de Chéjov, en la trágica mirada hacia una vida inútil y sin esperanza, que se deja ver delicadamente tras la aparente sencillez de sus personajes. Las actuaciones se reparten en  juegos de a dos que la trama solicita y en este relacionamiento se destacan las actuaciones de Ramiro Perdomo (el Profesor) y Verónica Mato (Masha) como las más convincentes.