El Iron Man cinematográfico (del que éste es la continuación) fue una de las mejores películas recientes entre las franquías Marvel, y confirmó a Jon Favreau (director de la deliciosa Zathura, para niños grandes) como alguien capaz de hacer atrapantes películas de acción dotadas de un envolvente desarrollo de personajes, un ritmo planificado y equilibrado, giros originales, escenas memorables y una muy meditada dosificación de elementos mágicos contra un fondo naturalista. La película anduvo muy bien en la boletería y tuvo aceptación crítica, y no se sabe por qué diablos a los productores les dio por oír las protestas de algunos adrenalínicos que acusaron supuestas lentitudes y la también supuesta carencia de más escenas de acción. Tupieron esta continuación con escenas de pelea (algunos le dicen a eso “darle más ritmo”), en desmedro de un mayor desarrollo de personajes y situaciones. Hay tres líneas de acción principales: el generador que hace las veces de corazón de Tony Stark lo está envenenando y si no se halla un sustituto él va a morir; hay un conflicto con el gobierno porque la armadura de Iron Man es la nueva herramienta básica de defensa estadounidense y está en manos privadas y poco confiables, y surgió otro genio tecnológico -uno malvado y vengativo- que quiere derrocar a Stark. Apenas intervienen unas con otras, como mucho se sincronizan, y ninguna de ellas alcanza el espesor suficiente como para que nos llegue a importar mucho. El físico de Mickey Rourke es imponente, y él protagoniza, como Whiplash, una escena sensacional en el Grand Prix de Mónaco, pero por lo demás no hace más que gruñir y mostrar sus músculos maquillados, tan interesante como pueda ser un personaje de Titanes en el ring (da un poco de pena pensar que Rourke está haciendo en la vida real lo mismo que su personaje en El luchador; dicha pena se puede disipar si pensamos en la fortuna que debe de haber ganado por hacer esta pavada).

Hay momentos de humor medio delirante. Los éxitos empresariales de Stark y luego de Justin Hammer son mostrados como la literalización de una potencial metáfora: aparecen sobre un escenario frente a una multitud de espectadores fervorosos, el primero frente a una línea de bailarinas en hot pants, el segundo presentando una nueva línea de soldados robóticos mientras suena el himno de los marines. En el primer caso, la sensación es de revivir el mundo de Tommy, pero sin profundizar en la psicodelia, y el segundo caso parece pretender un poco de ironía antimilitarista a lo Robocop, pero muy lavada. Junto con el aspecto naturalista, marchó cualquier pretensión de lógica interna. Una de las mejores escenas de la película anterior mostraba a Stark laboriosamente practicando y fallando en ejercer el control sobre su armadura de alta tecnología. Ahora, de pronto, Rhodey, enojado porque el amigo anda borracho y haciendo macanas, se agarra él mismo una armadura de reserva y en pocos segundos la domina a la par de Stark, pretexto para una pelea improcedente que deja un montón de escombros y vidrios rotos por doquier, como para que Beavis y Butthead realmente se mueran de la risa.

Para colmo, el Tony Stark incorporado por Downey se convirtió en un ser difícilmente querible -engreído, vacío, narcisista-, a menos que uno comparta el trasfondo ideológico que asume el éxito y la victoria como automáticamente simpáticos. Para apreciar correctamente la película (empatizar con la facción buena) hay que responder en forma muy servil a ciertas codificaciones prefabricadas, sin que la película en sí preste ayuda para nuestras tomas de posición.

Hace mucho que ese mínimo de coherencia e inteligencia al que podemos llamar “calidad” se disoció de los megapresupuestos. Pero esta película parece realmente haber sido concebida tan sólo como un relleno, el episodio de una serial menor, dentro de un proyecto quizá demasiado ambicioso: el de todo un tejido multipelículas del Universo Marvel, a desembocar con la serie de Los Vengadores prevista para 2012. Downey ya hizo de Stark en la última versión de Hulk. Aquí, en la escena después de los créditos (casi nadie se queda a verla) surge el martillo de Thor (cuya película debe estrenar este mismo año). Aparece también Nick Fury en unas escenas bastante al dope (la gracia, en todo caso, es disfrutar un rostro estelar más, en el caso Samuel L Jackson, quien firmó un contrato sin precedentes para hacer el personaje en nueve películas, luego de que en las historietas empezaron a dibujarlo usando los rasgos del actor). Y también, traída de los pelos, aparece la Viuda Negra. Aquí, por suerte, cuenta el hecho de que Scarlett Johanson es aparentemente indestructible (la actriz, digo). Morocha y con el pelo ondulado, no es menos sexy que la Uma Thurman de Kill Bill, y es más convincente en dar la sensación de mortífera experta en artes marciales, proporcionando un par de islotes de encanto en medio de un mamarracho monumental.