A nadie sensato se le puede ocurrir que reducir un poquito el tamaño de las imágenes truculentas cuya impresión en los envases de tabaco impuso el anterior gobierno sea relevante. Por otra parte, está bien que las autoridades deseen impedir que alguien sea inducido a pensar que un cigarrillo de los llamados light es inofensivo, pero eso no significa que todos los cigarrillos sean idénticos. Tomar caña brasilera sola o caipirinha es una opción entre dos formas de consumir un alcohol bastante dañino, pero son realmente dos bebidas distintas, y no tendría sentido que el Estado obligara a comercializarlas con la misma etiqueta.

Por lo antedicho, la arremetida de Tabaré Vázquez contra el gobierno encabezado por José Mujica parece desproporcionada y es difícil de entender si nos atenemos a los términos en los que fue planteada. Está claro que el incidente tiene un trasfondo de disputa por poder, pero también revela mucho sobre la mentalidad del ex presidente.

Para Vázquez, el combate al tabaquismo es algo irrenunciable, parte central de una lucha contra el cáncer a la que ha dedicado gran parte de su vida y que involucra su propia historia personal (en un período de seis años, cuando él era un muchacho, murieron de esa enfermedad sus padres y una hermana). Hay que tener eso en cuenta para entender por qué no muestra la misma hostilidad ante la comercialización de otros bienes y servicios que pueden causan graves problemas de salud.

Además, el ex presidente tiene una visión peculiar y un poco anticuada -digamos “positivista”- acerca de la ciencia y del vínculo entre ella y su profesión: cuando pretende afrontar cuestiones sociales con base en lo que asume como posiciones “científicas”, adopta posiciones tajantes como si fueran las únicas legítimas, y un ejemplo notorio es su actitud ante la iniciativa de legalización del aborto.

Por último, es preciso tener en cuenta que el prestigio en el ambiente médico es para él un bien muy preciado, comparable con lo que significa el respeto de “los compañeros” para quienes crecieron en el ambiente cultural de los militantes tradicionales de la izquierda (un mundo que no incidió en la formación de Vázquez, ya que él ingresó a la actividad política con más de 40 años).

Mujica habla de la complejidad del asunto, del gran costo que tendría un largo juicio contra Philip Morris y del riesgo de perderlo con costos muchísimo mayores, de la estrategia comercial actual de esa empresa en Uruguay y del daño que causa a sus competidores uruguayos. Parece que a Vázquez nada de eso le interesa; no quiere que se venda el rico patrimonio de su política sanitaria al bajo precio de la necesidad y seguramente piense que la única tabacalera buena es la tabacalera cerrada, con independencia de que sea nacional o extranjera y de los puestos de trabajo que ofrezca. En este caso ataca por el flanco izquierdo de Mujica, y critica la claudicación ante una transnacional. Da para pensar que si su formación profesional fuera otra, no se habría referido a los negocios de otras empresas del mismo tipo, antes, como inversiones beneficiosas para el país, pero cada uno es como es.

Sin embargo, incluso las cuestiones de principios tienen sus límites. Una de las razones que nos exponen a perder un juicio contra Philip Morris es que Vázquez decidió implementar parte de su política antitabaco mediante una simple ordenanza del Ministerio de Salud Pública, y no hace falta ser muy sagaz para darse cuenta de que eso se hizo para evitar un debate parlamentario en el que otros podían sacar rédito, explotando el fastidio de muchos fumadores que se sienten perseguidos. El ex presidente está convencido de que todos los tabacos son veneno, pero no quiso plantear su prohibición porque además de ser oncólogo es político, y sabe que una iniciativa de ese tipo podía tener considerable costo electoral. Y como es político además de ser oncólogo, sabe también que en una de ésas podría volver a ser candidato en 2014, que otros quieren evitar que eso ocurra y que en cualquier caso le conviene defender su obra, para despuntar el vicio.