La declaración final de la cumbre del G20 realizada la semana pasada se refiere en su numeral 17 -sin nombrarlas- a “once jurisdicciones” que no han logrado adecuarse a los actuales estándares internacionales en materia tributaria, las urge a superar “las deficiencias identificadas” y advierte que el grupo está dispuesto a adoptar “contramedidas” si es necesario. Nicolas Sarkozy, anfitrión de la cumbre, puso mucho de su parte y cortó grueso en la conferencia de prensa final, cuando señaló por su nombre a nueve presuntos “paraísos fiscales” que serán “marginados de la comunidad internacional” si persisten en su “comportamiento inadmisible”, y mencionó entre ellos a Uruguay.
Lo del presidente francés fue injusto y prepotente. Nuestro país no presenta las características que tipifican técnicamente a un “paraíso fiscal”, los gobiernos del Norte buscan chivos expiatorios para esquivar sus propias responsabilidades en el origen de la crisis económico-financiera mundial, Uruguay se viene aproximando a lo que se le exige, etcétera, etcétera. Realmente no hace falta condimentar esos datos con referencias a la intervención de la OTAN en Libia, a la estatura de Sarkozy o a la biografía de su esposa.
Más allá de la mencionada búsqueda de chivos expiatorios, una de las consecuencias de la crisis mundial es que los países poderosos se han propuesto combatir con mayor intensidad la evasión de impuestos. En ese contexto hay que entender el énfasis del G 20, de la OCDE y de otras instituciones contra los llamados “paraísos fiscales”.* Un énfasis que comparte, como es lógico, el gobierno de Argentina, sumamente afectado en los últimos tiempos por la fuga de capitales.
Argentina y Brasil, socios de Uruguay en el Mercosur y países con los cuales nuestro gobierno se precia de cultivar lazos fraternos, integran el G 20. Pero no pueden imponer su voluntad en ese grupo, que incluye también a las mayores potencias del planeta, a favor o en contra de los intereses uruguayos. Y el presidente de Francia no tiene por qué hacerle mandados a nuestros socios regionales.
Aunque nuestros grandes vecinos no sean imputables por el exabrupto de Sarkozy, tampoco integran instituciones internacionales para proteger a su hermanito menor, sino por su propia conveniencia. Así ha sido y así será por mucho tiempo. Es una buena oportunidad para recordar que el Mercosur dista mucho de haberse convertido en una fraternidad, y que las cercanías ideológicas entre sus actuales gobiernos, además de ser relativas, difícilmente prevalecen sobre los intereses nacionales.
En todo caso, Uruguay no está en la lista por culpa de Argentina o de Brasil, sino debido a prácticas históricas propias, que se vienen corrigiendo pero aún no se adecuan a lo que reclaman hoy las grandes potencias. El sistema financiero uruguayo ha sido, sí, un haven (ver nota al pie), un refugio para personas deseosas de evadir impuestos en sus países de origen, mayoritariamente argentinas (y a esto se sumaron facilidades para otras prácticas poco santas, que se vienen desmantelando). Durante décadas las autoridades (y no sólo ellas) ampararon esos negocios que en el mundo actual dejan de serlo, por lo menos con base en Uruguay. Ha sido nuestro currito, nuestro esqueletito en el ropero, en diminutivos al igual que el personaje de Benedetti que “llamaba a la estafa [...] no calote sino calotito [...], como si en lugar de muertes y delitos estuviera hablando de juguetes o navidades”.
Dice el presidente del Banco Central, Mario Bergara, que en este momento la suma de los depósitos de argentinos en instituciones uruguayas es poco relevante, en relación con el total de dinero de argentinos en otros países y también como proporción del capital confiado a los bancos que operan aquí. Tanto mejor: así será menos traumática y riesgosa la inevitable adecuación a los tiempos que corren.
Habrá que seguir negociando con nuestros vecinos, para lograr acuerdos a la brevedad posible. El subsecretario de Relaciones Exteriores, Roberto Conde, ha señalado que Uruguay quiere articular esas negociaciones con otras en las que Argentina y Brasil deberían ceder para beneficio nuestro, como las referidas al comercio regional, a la complementación productiva o al financiamiento para el desarrollo integrado. A su vez, según destacó el vicepresidente Danilo Astori, es interés del Estado uruguayo que la cooperación tributaria sea acompañada por normas que impidan el doble cobro de impuestos (o sea, que permitan a un argentino realizar depósitos o inversiones en nuestro país sin que al costo tributario uruguayo por ese motivo se le sume otro en Argentina). Cada Estado buscará los resultados que le convienen y habrá que ver cómo le va al nuestro: no será fácil sacarle ventaja a quienes son más fuertes y además cuentan con viento internacional a favor.
Mientras tanto, aquí muchos aprovechan para llevar agua a sus molinos: los que acusan a Cristina Fernández de pérfida y traicionera, los que reprochan a nuestra cancillería una diplomacia “ideologizada” y el “descuido” de la relación con las potencias (como si hubiera sido posible que Obama le dijera a Sarkozy “No te metas con los uruguayos, que son amigos y socios míos”), los frenteamplistas que intrigan contra el astorismo, los adversarios del FA por izquierda y por derecha, los patrioteros de siempre, algún flamante antiimperialista y también gente como el asesor financiero Martín Litwak, que afirmó, en un artículo publicado el lunes 7 por El Observador, que funcionar como un paraíso fiscal “no tiene nada de malo”. Le faltó agregar “si no te descubren”.
*El término original en inglés es tax haven, que se usa por lo menos desde los años 60 y se puede entender como “refugio de los impuestos”. Fue mal traducido -justamente al francés- como paradis fiscal, por confusión de haven (refugio) con heaven (paraíso) y esa expresión, mucho más imprecisa, se propagó a otros idiomas. El gobierno argentino prefiere traducir haven como “guarida”, para subrayar una connotación negativa.