La semana pasada El Observador informó sobre la creación de una unidad antigraffiti dentro de la división de Espacios Públicos y Edificaciones de la IM. En diálogo con la diaria, el director de esta repartición, Daniel Espósito, aclaró que “no es la intención molestar a quienes hacen graffiti desde el punto de vista artístico en lugares previamente autorizados. Ésa no es nuestra intención, es más, lo hemos impulsado en lugares donde había pintadas de mal gusto, a través de convenios con el Instituto Escuela Nacional de Bellas Artes y con escuelas, para que esos muros tuvieran otro color, otra estética”.
Además de la propaganda de algunas agrupaciones políticas y gremiales, lo que preocupa especialmente a la IM son los tags (marcas de identidad grupal) que aparecen periódicamente en monumentos públicos. “Hemos identificado ‘tribus urbanas’ prácticamente en todos los barrios. Muchas veces hay peleas por el espacio territorial. Pasa en muchos lugares: una tribu o barra invade el territorio de otra e inmediatamente se ve en los muros”, dice Espósito.
Hasta ahora el equipo de la IM que se ocupaba del tema actuaba “a demanda”, en base a denuncias concretas, y también tenía otras tareas, como la reparación de infraestructura municipal. A partir de la creación de la brigada, se estará trabajando permanentemente en los espacios públicos, haya o no pedidos determinados. Esto incluirá la realización de recorridas periódicas y la inversión en recursos humanos y en maquinaria, como máquinas de hidrolavado y productos específicos para realizar tratamientos de limpieza.
La actual administración municipal lleva invertidos ocho millones de dólares en recuperación de espacios públicos. “Es preciso que todos los ciudadanos nos comportemos como tales. Hay gente que no se precia de la ciudad, porque aquí se agrede, se vandaliza y hasta se hurtan bienes públicos, como bronces, luminaria y hasta bombas de agua de algunas fuentes. Por eso tuvimos que poner cuidaparques y vigilancia de cercanía. Hay que tomar conciencia de que lo que se destruye lo pagamos entre todos. Hubiera sido muy bueno invertir en cosas nuevas y no reponer los daños del vandalismo”, opina el jerarca.
Para Espósito, el caso de la Plaza Primero de Mayo, refaccionada recientemente, es paradójico. “Homenajea a los mártires de Chicago y a todos los trabajadores, pero permanentemente tenemos que estar borrando pintadas gremiales”, dice Espósito. En el Parque Liber Seregni, en cambio, se construyó un espacio especialmente destinado al ejercicio del arte urbano. “Sin embargo, algunos vivos pintan fuera de los límites del muro autorizado. Tal vez haya que ampliarlo”, reflexiona. En la Plaza Gabriela Mistral “la situación es intolerable. La hemos refaccionado varias veces y vuelve a estar plagada de pintadas. Tengo parte de la figura de Mistral conmigo, porque la querían hurtar”, dice.
La nueva brigada no podrá reprimir directamente a los graffiteros que encuentre in fraganti; para esto tendrá que dar aviso a la Policía. “Tenemos un servicio de inspección general que actúa con la Policía”, explica Espósito.
El jerarca aclara que “los murales artísticos se van a respetar”. “En muchos lugares hay acuerdo entre los propietarios y los artistas, pensamos que está bien. Le dan alegría a la ciudad. Pero guambia, ésos son obras de arte. Otra cosa muy diferente es una pintada no artística o un mero símbolo. Tenemos que recuperar el orgullo de vivir en una ciudad hermosa. Para eso, hay que preservar el patrimonio que ha sido construido en décadas de trabajo urbanístico, arquitectónico y cultural”.
Ida y vuelta
En tanto las autoridades montevideanas prometen separar entre “pintada” y “arte”, varias ciudades del mundo han atravesado distintas etapas de graffitifobia y graffitimanía. En Nueva York, la campaña para limpiar los vagones del tren que comenzó a fines de los 70 se extendió durante 15 años y costó unos 150 millones de dólares. En San Pablo la consigna “ciudad limpia” cobró fuerza hace cinco años, durante la alcaldía de Gilberto Kassab, y se llegó a promulgar una ley antigraffiti. Pero en 2009 la tendencia sufrió un vuelco, cuando un mural de los hermanos Otávio y Gustavo Pandolfo, conocidos como Os Gêmeos (Los gemelos), fue repintado por personal municipal. El exceso de celo los llevó a destruir una obra que ocupaba 700 metros cuadrados en la pared de un edificio rodeado por la autopista 23 de Maio, y que había sido realizada con autorización oficial.
Finalmente, bajo la presión de artistas y de la propia directora de Paisajismo y Urbanismo, Regina Monteiro, la municipalidad de San Pablo confeccionó una lista de patrimonio artístico callejero, intocable para las brigadas de limpieza. Para algunos, ya es demasiado tarde: San Pablo se distinguía por sus graffitis pintados en lugares aparentemente inaccesibles por su altura, pero la mayoría de ellos ya fueron borrados.