Apenas pasado el mediodía el 169 ya no iba tan lleno como lo había estado antes durante parte del trayecto. La dirección indicada era General Flores e Iberia, un par de cuadras antes del Hipódromo de Maroñas si se va desde el centro de Montevideo. A un paso de la parada se ubica el liceo Nº 65, de segundo ciclo, a donde la diaria fue convocada para asistir a la muestra final del taller artístico y literario. En los pasillos había pequeños espacios que exhibían dibujos y fotos, y que eran algo así como un adelanto de lo que ocurría en el salón de actos. El gran público estaba conformado por los alumnos y unos cuantos profesores que acompañaban el proceso de trabajo de todo el año.

Los alumnos tocaron con sus bandas, leyeron poemas y narraciones escritas por ellos mismos (incluso algunos les pusieron música) y exhibieron un corto de ficción ideado, guionado y actuado por ellos, que tenía varias conexiones con la realidad. Esa muestra se combinó con un foro de animé, con la presentación del taller de informática y su trabajo con el robot proporcionado por el proyecto Butiá, de la Facultad de Ingeniería de la Universidad de la República, con una muestra del espacio musical y con la participación de un grupo musical invitado, Camerata da Capa, integrado por cuatro violines, una viola, un chelo y un contrabajo. Paralelamente, en el patio otros estudiantes afinaban los instrumentos de bandas “más ruidosas”.

Apropiación

El taller literario comenzó a funcionar en 2008; se desarrolla durante el espacio de coordinación docente, los miércoles al mediodía, y a él asisten voluntariamente alumnos del turno matutino y vespertino. Tanto docentes como estudiantes historiaron el crecimiento del espacio no sólo en lo numérico -al comienzo eran tres y ahora son más de 30 estudiantes- sino también en las áreas que abarca. Comenzó siendo sólo de literatura y hasta ahora ha integrado música, artes plásticas y la realización de cortometrajes, por eso cambió su denominación a “artístico y literario”.

Por otra parte, el espacio es integrador, concurren alumnos de todas las clases, ex alumnos y estudiantes de otro liceo de la zona, el 57, que es de primer ciclo. Si bien ésas son virtudes, no fueron las más destacadas: por separado, alumnos y docentes resaltaron que lo mejor del espacio es la relación entre ambas partes y la vida propia que ha adquirido el taller.

“Somos compañeros dentro del espacio, es algo horizontal”, dijeron Federico, Diego, Jorge y Matías, alumnos que intervinieron en la elaboración del corto. “No se pasa lista porque es en el espacio de coordinación [docente], es como una reunión. No hay autoridad, hay una relación horizontal, es un espacio en el que somos todos iguales y cada uno se expresa como quiere”, recalcaron. Indicaron que si los profesores que coordinan faltan un día al taller “lo hacemos nosotros, somos nosotros”. De hecho, el cortometraje llevó mucho tiempo de elaboración fuera del espacio semanal, incluso durante las vacaciones de julio, y no por eso disminuyeron el ritmo de trabajo; al contrario. “La mecánica de trabajo del taller se nos ocurrió a Walter -un profe de matemática- y a mí hace cinco años. Pero hoy por hoy tenemos un protagonismo muy satelital, estamos muy puntualmente en alguna cosa y la mecánica es muy libre. Aquellos a los que les gusta la música se juntan en un rincón, otros filman un corto, otros leen poemas, se pasan piques”, explicó Mariano González, docente de literatura. “Es muy caótico”, dijo, pero para él eso no representaba una debilidad sino una de las principales ventajas: “Hemos demostrado que es un sistema de trabajo que está bueno: sin planificación, sin objetivos, sin una estructura jerárquica”. El docente agregó que “lograr que los roles se desdibujen lo más posible es muy difícil, no sólo para los profesores sino para los alumnos”, pero valoró que eso lo enriquece como docente: “Cuando voy a dar clase lo hago de otra manera. Esta experiencia me hizo colocarme en otro lugar, descubrí que hay maneras menos solemnes de dar clase, en las que el arte y el humor básicamente son los dos faros”.

La dirección del centro de estudios ha colaborado proporcionando lo que se necesita, y González valoró también la relación de confianza mutua y colaboración entre los dos ámbitos. Ese margen de autogestión y vínculo de horizontalidad también se da en otros espacios, como el de música, que tiene un vínculo estrecho con el literario-artístico, o en el taller de animé, que es gestionado sólo por alumnos.

Curiosamente, varios de los adolescentes entrevistados, al ser consultados sobre qué carrera seguirían, respondieron “profesorado”.

Voz propia

El producto que se ha elaborado desde el comienzo es un libro, los textos de los estudiantes que son impresos, fotocopiados y armados en publicaciones totalmente artesanales. Pero ésa también es otra de las enseñanzas del taller: saber cómo funciona un proceso de publicación alternativo o autogestionado.

Algunos de los poemas que se leyeron eran de Valeria, una alumna de 6º año. Contó que nunca había participado en el espacio porque le daba vergüenza, pero como éste era su último año en el liceo, se animó. “Me ha aportado muchísimo, está muy bueno. Nunca había visto tantas colaboraciones entre alumnos y profesores; que un profesor te diga ‘bueno, le pongo música a tu poema y cantamos juntos’ y que un profesor te ayude a cantar, a escribir un poema, está muy bueno”. “Mucha gente que escribía y se lo guardaba aprendió a compartirlo”, dijo el grupo de varones. “Se empieza a perder eso de ‘qué me dirán’ si escribo tal cosa, si canto y desafino”.

“Vivimos en una zona peligrosa, acá hay gente con talento; vivimos cerca del Marconi, de Ituzaingó, del Borro, de Piedras Blancas, y hay gente que tiene ganas de expresarse. Siempre se puntualizan las cosas malas y nunca se intenta ver lo positivo. Hay que apuntar a lo bueno; eso es lo positivo de esto”, sintetizaron los varones, y tenían razón.

Subir a otro 169 de regreso ya no significaba lo mismo. Había recibido una buena dosis de arte, de realidad, de tantas ganas de hacer las cosas.