La adaptación cinematográfica de “El sorgo rojo” (1987) fue el debut como director de Zhang Yimou, y también el de su entonces esposa Gong Li como actriz. Gong Li se convertiría en la más famosa (en Occidente) de las actrices chinas, y Zhang, luego de una serie de películas extraordinarias y llamativas, llegaría a un cierto éxito masivo con “Héroe” (2002) y “La casa de las dagas voladoras” (2004).

Zhang integró la primera generación de estudiantes de la Academia de Cine de Beijing cuando se reabrió en 1978, tras la muerte de Mao y el fin de la revolución cultural. Egresados en 1982 y ante el vacío de creadores, Zhang y sus colegas se pusieron prontamente a ocupar posiciones de jerarquía en las producciones, configurando una oleada potente de cineastas que suele ser encuadrada como la Quinta Generación del cine chino (la película inaugural de esa barra fue “La tierra amarilla”, de Chen Kaige, 1984, en que Zhang participó como director de fotografía).

Con “El sorgo rojo” pasó a la dirección. Si las películas de sus cogeneracionales ya venían brillando en festivales y salas de cine de arte, con esta obra hubo un paso adelante: fue la primera película china estrenada comercialmente en Estados Unidos (posiblemente también en muchos otros países), luego de haber ganado una andanada de premios, sobre todo el Oso de Oro en el festival de Berlín de 1988. Su aspecto más inmediato era el poder visual, una verdadera orgía de colores fuertes, encuadres preciosistas y una sabia articulación con la dirección de arte. La segunda parte, ubicada durante la ocupación japonesa, propiciaba un cierto sabor de cine de acción combinado con “realismo” de denuncia, que impactaba por la violencia.

Pero la película sorprendía también por el abrupto cambio de tono: el episodio guerrero venía precedido de casi una hora de una historia bucólica de campesinos agrupados en torno a una vinería. Ambas mitades podían establecer una cierta continuidad con el cine de la revolución cultural (el enaltecimiento de la clase campesina, y luego su heroica resistencia contra el imperialismo nipón). Pero la forma en que estaban tratadas ambas mitades dejaban un sabor nuevo -y bastante inquietante-.
La primera parte involucraba aspectos sórdidos, apartados del esquematismo de los cuentos de la era maoísta. Aquí la muchacha campesina se casaba con un leproso, era atacada por bandidos, se dejaba seducir por otro campesino, y al asumir la dirección de la vinería lograba desarrollarla al descubrir que el pichí de determinado borracho operaba como catalizador para incrementar considerablemente la calidad del vino. Luego, la parte bélica, siendo más convencional, tiene su aspecto heroico matizado por un final amargo y por un tratamiento crudo, desprovisto de cualquier grandilocuencia.