Tras el fin de la dictadura, la publicación de testimonios, investigaciones y estudios académicos sobre la izquierda uruguaya en la segunda mitad del siglo XX se dedicó en forma muy mayoritaria a la historia de los tupamaros, pero en los últimos años se han editado varios sobre el Partido Comunista de Uruguay (PCU). Esto contrapesa la tendencia a consolidar un relato incompleto y sesgado, que omite aspectos cruciales para comprender cómo y por qué llegamos a la situación política actual.

El PCU desempeñó un papel importantísimo en el proceso de nuestra izquierda durante las décadas previas a la creación del Frente Amplio (FA), en la formación de éste y en su desempeño antes de la dictadura, durante ésta y en los años posteriores a la restauración de la democracia. La magnitud y la incidencia de la actividad que mantuvo el partido de los comunistas uruguayos en esos períodos superan a las de cualquier otra organización izquierdista. Por lo tanto, ningún análisis de fondo sobre la fuerza política que gobierna el país desde 2005 puede sostenerse sin comprender lo que fue y significó el PCU.

Sucede también que ese partido afrontó, en su crisis de comienzos de los años 90, problemas ideológicos, programáticos y organizativos que 20 años después son actuales para el FA, y lo hizo en forma catastrófica, ya que el desenlace (con alejamiento de casi todos sus principales dirigentes y pérdida de la mayor parte de sus afiliados y de sus votantes, que habían sido 47% del total del FA en las elecciones de 1989) ni siquiera dejó constancia ordenada de las posiciones de cada parte en el debate interno o del modo en que éste se desarrolló. La mayoría de la plana mayor de la fuerza más poderosa del FA, vencida y desplazada cuando quiso impulsar un proceso de “renovación”, se dispersó sin elaborar un relato colectivo acerca de lo que le había ocurrido, y quienes la sustituyeron al frente del PCU, por sus propios motivos, se han abstenido también de hacer público un análisis completo de la crisis.

Ahora la izquierda frenteamplista teme haberse quedado sin épica, y eso puede ocurrir porque se quedó sin programa, y eso puede ocurrir porque se quedó sin estrategia, y eso puede ocurrir porque se quedó sin teoría. Quizá por eso existe cierta necesidad social de revisar la experiencia del PCU, caracterizada por la forja de un sólido bloque en el que se unieron teoría, estrategia y programa, y por la construcción de una épica cimentada en ese bloque.

El libro “¿Nos habíamos amado tanto? Crisis y peripecias de un partido", de Federico Martínez, Juan Pedro Ciganda y Fernando Olivari, marca a su vez un hito en la producción bibliográfica sobre el PCU. Los autores fueron integrantes de su Comité Central en tiempos de la crisis y formaron parte de la derrotada corriente “renovadora”, pero sus trayectorias personales y sus modos de proceder, que se mantuvieron en la elaboración de esta obra, hicieron posible que confiaran en ellos, para transmitirles sus testimonios y opiniones, figuras que representan en buena medida la diversidad de las posturas adoptadas hace 20 años, incluyendo a dirigentes del grupo “histórico” u “ortodoxo” que los derrotó y permanece hasta hoy en el partido.

A partir de la riqueza de aportes recogida en 33 entrevistas, de sus propios relatos y de la revisión prolija de abundante bibliografía, Ciganda, Martínez y Olivari no elaboraron una tesis formal sobre la crisis, ni un veredicto sobre quiénes tenían razón, ni una nueva propuesta política. Su intención declarada es ayudar a que se comprenda mejor lo que pasó y lo logran, sentando bases indispensables para que cualquier intercambio futuro gane profundidad y fecundidad. No es poca cosa.

Casi nada lo del ojo

En un relevamiento cuidadoso y respetuoso, los autores identifican diversos factores que confluyeron para instalar la crisis e incidir en su desenlace. Desde las más obvias, como el derrumbe de la Unión Soviética (URSS), de su Partido Comunista (PCUS) y del llamado “bloque socialista”, que habían sido referencias centrales para la identidad del PCU (y que, al hacerse inocultable la falta de democracia y de respeto por los derechos humanos en aquellas experiencias, les movía el piso a los militantes que se la habían jugado contra el régimen dictatorial uruguayo); hasta el peso de “lo no dicho”: la ausencia de revisión, autocrítica y explicaciones, públicas o internas, acerca de la percepción antes del golpe de Estado de un sector “progresista” dentro de las Fuerzas Armadas, de la derrota que implicó ese golpe, de la mala preparación para la clandestinidad y de las consecuencias que eso tuvo, de las conductas ante la tortura (y de su difícil aceptación, tras haber sostenido que la firmeza en esas pruebas dependía de la convicción ideológica), de la existencia de un aparato armado y de la decisión de no utilizarlo. Sin olvidar la sensación, en muchos militantes, de que habían sido “estafados” por dirigentes que sabían y callaban acerca de todo lo que andaba muy mal en el “bloque socialista”.

Se registran también impactos negativos del terrorismo de Estado, de la derrota del “voto verde” en 1989 y de otras victorias cosechadas por orientaciones contrapuestas a la de los comunistas; desajustes no resueltos entre afiliados que venían de distintas generaciones y experiencias (exilios muy diversos, cárcel, clandestinidad y actividad semilegal ganando espacios al régimen); grandes dificultades para rearticular un partido que creció en forma explosiva a la salida de la dictadura, de unos 30.000 afiliados antes a unos 50.000 después, pero que había perdido por el camino a gran parte de los primeros, y quiso conducirlos restaurando en sus puestos, cuando volvió a la legalidad en la segunda mitad de los 80, a casi todos sus altos dirigentes de antes (y que, con esa cantidad inédita de afiliados, desplegó una militancia bastante escasa en la exitosa campaña electoral de 1989).

Por si fuera poco, se revisan problemas de forma y de contenido en el debate interno, heterogeneidades e indefiniciones de las posiciones “renovadoras” y “ortodoxas”; negaciones de la realidad; aceleraciones varias que llevaron el enfrentamiento al terreno sin retorno de las descalificaciones; dificultades graves para asumir que la crisis de la práctica comunista cuestionaba la teoría, sin dejar de reivindicar esa teoría para el autoanálisis; fragilidad de los acuerdos alcanzados en el XXII Congreso de 1990; y el papel muy discutido de algunos de los principales dirigentes, muy especialmente del indiscutido líder histórico Rodney Arismendi (defensor de la perestroika soviética pero también de que se luchaba en defensa de un socialismo triunfante y capaz de autocorregirse) y de su sucesor, Jaime Pérez, cuya gestión marcó el fin de una época en que los secretarios generales eran considerados infalibles.

La enumeración abruma aunque falten en ella contenidos del libro (que incluye anécdotas tan entrañables como significativas, la transcripción de 17 entrevistas, 28 páginas de cronología nacional e internacional, correspondencia de enorme importancia histórica entre Liber Seregni y Arismendi acerca de las internas de 1982 y otras encrucijadas de la salida democrática, e ainda mais). Es una proeza haber construido estas 567 páginas, con errores de corrección e incluso de ordenamiento, pero cuya lectura puede apasionar y resulta indudablemente valiosa, aunque omita algunas cuestiones relevantes.

Asuntos pendientes

“¿Nos habíamos amado tanto?” es un libro escrito a partir de esfuerzos por afrontar los vericuetos menos frecuentados de la crisis partidaria, y sin embargo se detiene ante algunos umbrales. Se anima a registrar varias opiniones que señalan como un error la elección de Pérez para la secretaría general, alegando que quienes adoptaron esa decisión en el Comité Central, por unanimidad, deberían haber tenido en cuenta la fragilidad física y psicológica del veterano dirigente, después de su terrible período como prisionero de la dictadura. A la hora de preguntarse por qué, si muchos conocían ese dato, de todos modos resolvieron encomendarle una tarea cuyas enormes dificultades podían prever, aparece como probable razón que la propuesta de nombrarlo viniera nada menos que de Arismendi. Pero esa idea no conduce a la que debería seguirla lógicamente: ¿por qué Arismendi, que también sabía cómo estaba Pérez, lo propuso?

Que algunas preguntas no aparezcan se relaciona, probablemente, con el hecho de que la obra se construyó “en familia”, desde las perspectivas de personas que integraron o aún integran el PCU. Agregar visiones “desde afuera” podría haber vuelto inmanejable la cantidad de material, pero no contar con ellas implica una debilidad, y de algún modo muestra en qué medida persisten viejas nociones de autosuficiencia.

El modo en que los comunistas uruguayos hicieron frente a problemas relacionados con el marxismo soviético parece extraño para quienes desarrollaron su formación marxista con otras referencias y elaboraciones. Pero la mera posibilidad de que el PCU, al acercarse a Marx con mediación exclusiva del santoral teórico de la URSS, haya cometido un error -un error, justamente, teórico- queda todavía fuera del alcance de los radares.

Por motivos quizá semejantes, otras maneras de vivir la cárcel, el exilio, la clandestinidad o la semilegalidad no se mencionan, como si no se pudiera aprender comparando. Da la impresión de que sigue en pie la idea de que la cantidad de represión sufrida demuestra algo sobre la importancia y calidad de la acción política.

El lastre de otras “certezas” dificulta la revisión profunda. Se registran los planteos de Arismendi, en sus últimos años, acerca de que debía terminar el tiempo de los partidos hegemónicos en el mundo comunista, pero no se profundiza en que del otro lado del “servilismo ideológico” que él se autocriticó había, justamente, hegemonismo, al punto de que los aportes sobre la necesidad de amplias alianzas al estilo frenteamplista, del PCU y del propio Arismendi (pese a la leyenda que lo consagra como reconocido teórico marxista) nunca fueron realmente tenidos en cuenta como algo que el comunismo debía incorporar en escala internacional. Un hegemonismo que moldeó parte de la praxis de varias generaciones de comunistas uruguayos, llevándolos -aunque procedieran con sus propios criterios en muchas cuestiones fundamentales- a concebir su identidad como algo que debía construirse por emulación de los hermanos mayores.

Y sin embargo, el libro se mueve y nos mueve. La tapa y contratapa portan un gris uniforme, desalentador. Pero en el centro de la grisura irrumpen, coloridos, personajes dotados de una poderosa vitalidad. La frontera entre el espacio en movimiento que habitan esos seres y el gris es nítida en su mayor parte, pero se hace difusa e irregular en el lado superior. La grisura y el colorido, la uniformidad y la diversidad se interpenetran y se influyen. Así fue en el PCU, y “¿Nos habíamos amado tanto?” da testimonio de ello.