Pensando en Tania Ramírez, la muchacha molida a golpes en la puerta del boliche Azabache, ante la pasividad de los espectadores y del conductor del taxi que aparentemente “le garronearon” las golpeadoras a la golpeada, hay unas cuantas preguntas que se me ocurren.

La primera: ¿por qué nadie intervino? a) por legítimo miedo a terminar en el piso como la víctima. Bien, es posible, aunque cuesta creerlo en este caso, en que la paliza la dieron cinco mujeres (me refiero a que no fue una patota de quince marineros karatekas) en un lugar muy concurrido. b) Porque si intevenís, y se arma una batahola, lo más probable es que termines demorado y maltratado en una seccional, quién sabe cuántas horas, hasta que se aclare la situación. Esto es verdad, y es un problema, pero no se puede dejar que maten a alguien por no pasar un mal rato, me parece. c) Porque “no supe qué era lo correcto hacer”. Bien, pero evidentemente, lo correcto no es quedarse mirando pasivamente. Pero esta respuesta merece mayores comentarios, que van más adelante. d) Porque al ser mujeres, no sabría cómo pararlas sin pegarles, y no está bien visto pegarle a una mujer. Les recuerdo que la que estaba en el piso también era una mujer, pero si hubiera sido un hombre, es lo mismo. Al fin y al cabo, somos todos iguales.

¿Por qué el taxista se llevó a las cinco agresoras como si no hubiera pasado nada, y no paró en una comisaría, o al menos, tomó nota del lugar donde las dejaba para denunciarlas posteriormente? No se me ocurre una respuesta razonable para esto.

¿Por qué nadie anotó la matrícula del taxi? ¿Por qué nadie, habiendo tantos celulares en la vuelta, sacó una foto o filmó la paliza? La respuesta creo que es la misma que di antes: nadie reaccionó a tiempo, debido a lo inesperado de la situación.

El hecho es que tomar un número de matrícula o sacar una foto debería ser algo para lo que todos estuviéramos preparados. No voy a hacerme el héroe y decir “habría que haber frenado entre todos a esas mujeres”, cosa que no parece tan peligrosa o comprometida, si bien acepto que puede haber cierto riesgo; por ejemplo, si alguna de ellas llegaba a sacar un arma. Pero la absoluta pasividad de un grupo de personas ante una paliza es tan preocupante como la paliza misma, y favorece la impunidad de quienes tienen ese tipo de conducta.

Por otra parte, y cambiando el punto de vista, pregunto: si la víctima no hubiera sido una joven militante por los derechos humanos sino un plancha cualquiera, o un “negrito” de Palermo, o un cuidacoches, ¿se habría armado tanto alboroto, o simplemente la sociedad consideraría que “algo habría hecho”, y que seguramente las mujeres actuaron en legítima (y ejemplar) defensa propia? ¿No estamos defendiendo nuestro propio statu quo al colgar en el muro del facebook un cartel que dice “basta de racismo”, y subrayar la condición de militante y el color de piel de la víctima? ¿Está bien que cinco personas amasijen a un plancha, por el motivo que sea? Supongamos que el tal plancha, efectivamente, hubiera intentado robarlas, ¿es correcto darle una paliza tal que lo ponga al borde de la muerte? ¿O las leyes están hechas sólo para los otros? Ah, sospecho que muchos de los que colgaron el tal afiche en su muro piensan que sí. Es más, me consta.

Entonces, pienso, también estamos siendo racistas y clasistas. Porque cuando un negro demuestra “ser bueno”, y se dedica a actividades correctas, como militar por sus derechos (algo que, aclaro por las dudas, me parece totalmente válido y loable), entonces, parafraseando a Leo Maslíah, hay que defenderlo, porque “es un compañero”. Pero si es un cuidacoches borracho, entonces no. Que se joda por no adaptarse a las reglas de nuestra sociedad (sin distinción de banderas políticas); sociedad que deja disentir pero no transgredir, que defiende a las minorías cuando se portan bien, que permite (y desea fervientemente, y hace lo posible para) que los inadaptados se pierdan para siempre en las cloacas de la indiferencia.

Todo eso, opino, es tan grave como la propia violencia, sólo que mucho más siniestro, hipócrita y cobarde. Y es, en una proporción no despreciable, lo que la genera.