-Hablemos de Minimal Mambo, el más reciente proyecto que te vincula a Rossana Taddei y con el cual están estrenando disco.

-Minimal Mambo es la célula que encontramos por casualidad, se dio ante una fecha en que Patio de Filósofos, que es la otra formación con la que tocamos con Rossana, no se podía dar, por temas de coordinación, ya que los integrantes también forman parte de otros proyectos. Entonces nos presentamos a dúo en la Feria del Libro, con ese formato más experimental y lúdico, buscando el rescate del esqueleto y el alma de la otra formación, donde si bien faltan instrumentos se logró un sonido interesante sintetizando la melodía y el ritmo. Una formación con el formato White Stripes o Black Keys, de guitarra y batería, o a veces aun más pequeño, con guitarra, cajón y percusión. Rossana es muy buena rítmicamente en la guitarra además de que posee acá una gran libertad para el fraseo de la melodía, sustituyendo instrumentos con su voz. Además, este proyecto nos permite gran movilidad y la posibilidad de sumar invitados en un circuito que hemos ido creando desde 2008, que incluye las presentaciones en Europa.

-Además, próximamente te presentás con Tuya y Mía y con La Orquestita de Leo Maslíah.¿Siempre tocaste en tantos proyectos simultáneamente? ¿Qué tipo de necesidad te impulsa a hacerlo?

-No es una necesidad, es más bien una elección. No es por necesidad económica; digamos que me incluyo en esa categoría de músico sesionista o acompañante, que aporta ideas en cuanto a la producción, visto desde la óptica de generar bandas. Elegí el camino de músico independiente para así acompañar abarcando diferentes estilos. Se coordina todo, incluso cuando tocaba con Jaime Roos, que ya tocaba con Leo Maslíah, Darnauchans, Galemire, Dino, etcétera.

-¿Cuándo y cómo comenzaste a tocar?

-Arranqué a tocar por el año 1968 en el barrio, a los 14 años. Empecé yendo a los ensayos de unos amigotes del barrio que tocaban covers en una época de mucha efervescencia, cuando sonaban Santana, Yes, The Beatles, etcétera. Y el baterista de esa banda me pasaba piques de batería que yo aprendía después del ensayo, hasta que un día me invitaron a tocar las congas porque me sabía todos los temas. Entre los 16 y los 18 dejé la música porque conseguí un laburo formal de meritorio -así se llamaba el puesto- en el Banco República.

-Por lo que podría estar hablando con un gerente y estoy hablando con un baterista.

-Claro; tendría dos casas y tres autos... La cuestión es que volví a tocar, pero tocábamos porteñada y esas cosas, hasta que empecé a conocer a Mateo y El Kinto, ahí quedé como loco y no hubo vuelta atrás. Viví una época bastante diferente a la de hoy, en la que la música y el “negocio” de la música estaban más cerca; hoy hay un mundo más visible, comercial y uno paralelo -menos visible- en el que hay mucha música maravillosa, que va por otra vía.

-Es discutible, porque tal vez de los buenos que quedaban afuera del sistema nunca nos enteráramos.

-Sí, pero la diferencia está en que los buenos que vendían eran realmente buenos. Aunque lo que decís también sucedió, aquí está el caso de genios como El Príncipe [Gustavo Pena] o Mateo. A veces pasa que gente muy talentosa no llega a gustarle a una gran cantidad de gente, porque no se la difunde o porque está muy adelantada. Es muy curioso.

-Quizás por el bombardeo mediático de lo mediocre, porque antes si te bombardeaban con The Beatles te podía gustar The Kinks.

-Sí, el bombardeo mediático de lo mediocre hoy es tremendo. Es lo que te decía antes en relación a los 60, cuando hasta la música comercial tenía buen nivel. Nunca sabés muy bien cuál es la razón para que te presten atención o para que dejen de hacerlo. Supongo que si hay algo supermasivo de arranque por alguna razón natural le prestan atención, porque se vislumbra un negocio importante, pero si entra más despacio ya no es negocio y ahí es “arreglate como puedas”.

-Retomemos la historia.

-La primera banda profesional en la que participé fue por el 77 en el Teatro del Notariado, en un espectáculo dirigido por Alberto Restuccia sobre el libro Juan Salvador Gaviota. Fue un éxito durante cuatro meses. Un espectáculo muy particular, en plena dictadura, sobre la libertad. Ahí fue cuando conocí a Yamandú Pérez, quien después me llevó a tocar a De Querusa, donde conocí a Daniel Bartolone y Jorge Galemire.

-¿Después vino Epílogo de sueños?

-Eso es antes, por el 74; yo toqué en la etapa final de la banda. Cuando conocí a Galemire me llevó a tocar con varios tipos que eran mis ídolos, como Darnauchans y Dino. Por aquellas épocas no había muchos bateristas, los que venían de la generación anterior, con los que aprendí, ya no estaban en el país o no estaban tocando tan visiblemente. Me refiero al 78 y 79, ya por los 80 aparece Jaime Roos, quien ya me había visto en el espectáculo de Restuccia y me llamó para tocar por el año 82, año en que grabamos Siempre son las cuatro. Toqué con él hasta el 94. En aquella banda estábamos Galemire, Andrés Recagno, Carlos Boca Ferreira, Raúl Medina y yo. Aunque en el disco hay otra gente invitada. Por aquella época Jaime estaba prohibido por el régimen; por lo tanto, armó la banda del Sabalero [José Carbajal], en la que fui baterista y él bajista, para poder tocar.

-Me quedé pensando, Galemire dice que tocó la batería en Sansueña, de Eduardo Darnauchans, porque no encontró baterista, ¿vos dónde estabas entonces?

-En ese momento no nos conocíamos, era una época muy difícil para juntarse y ensayar. Parece joda, ahora a veces lo contás y nadie puede creer que en esa época se vivía así. Mucha gente junta era sinónimo de sospecha. Después de ese disco sí estuve, Galemire es de los primeros productores artísticos que hubo aquí, antes de que se pusiera de moda. En Sansueña tocó casi todo -es magnífico su trabajo-, en el disco de Dino Hoy canto también toca guitarra y bajo, aunque el baterista fui yo. Por el año 83 Jaime se va otra vez a Europa, viaje al que me sumé y ya a la vuelta se arrancó con todo. Empezó a sonar “Adiós, juventud” y a pasarse una especie de videoclip en Telecataplum que implicó el crecimiento de Jaime en popularidad, pero después de mucho tiempo, de casi cinco discos.

-En ese momento vos llegaste a vislumbrar el éxito que tiene hoy.

-Sí, yo lo percibía, sabía que eso iba a andar muy bien, tenía todos los ingredientes pero no fue rápido, el hecho de tener un público amplio y que te permita seguir haciendo discos no es algo fácil, justamente si no tenés un apoyo mediático, o de una empresa que apueste para que grabes. Por el caminito que vamos nosotros con Rossana es un mundo paralelo, no tan expuesto, pero es lo que uno elige. Capaz que si viene alguien que quiere financiar un disco lo recibimos de manos abiertas, pero respetando la música antes que nada. Ésa es la diferencia, porque muchas veces demuestran interés, pero yendo por caminos que se apartan demasiado del que vos querés transitar. Entonces chocás contra esa parte que es la encargada de juntar el arte con la gente. Supongo que debe de ser igual en el mundo entero.

-Aquí, incrementado por una cuestión de proporcionalidad, en lo que a público respecta.

-Exacto, acá es más difícil para todos, aparte que en determinados sectores, de poder, se estimulan algunas cosas exageradamente más que otras. Es lo que veo, aunque capaz que estoy equivocado. A lo que me acostumbré, por la época en que nací y por los tipos con los que me fui juntando, es a que primero que nada está la música y después viene todo lo demás. Esto es lo que hacemos y lo que queremos hacer, si hay apoyo de la prensa, bienvenido; si hay dinero para hacer un disco, fenómeno, pero la música es la que hay, ya sea con Rossana, con Tuya y Mía o con el trío con Andrés Ibarburu y Nicolás Mora.