Surgió por oposición a la Feria Internacional del Libro de Buenos Aires y rápidamente consolidó un lugar propio en el circuito bonaerense. La Feria del Libro Independiente y Alternativa (FLIA) tiene hoy su propio puesto en el gran evento, pero además organizó, mediante asambleas abiertas, más de 20 ferias en La Plata, Chaco, Misiones, Neuquén, además de extenderse hacia Colombia, Chile, Paraguay y de sumarse a la delegación argentina en la Feria del Libro de Frankfurt. El fin de semana la FLIA llegó a Uruguay.
Tarros de pintura, sillas, cajones y algún par de caballetes sostenían las tablas que hacían de mesas el sábado en La Solidaria, una casa en la calle Fernández Crespo que hoy ocupa un colectivo vinculado a ideas anarquistas, que gestiona allí talleres y una biblioteca comunitaria. Alrededor de 15 editores artesanales, libreros y autores cruzaron el Plata para armar, en coordinación con un colectivo local aún innominado -integrado, entre otros, por el escritor Jorge Alfonso, el poeta y encuadernador Leonardo de Mello y Gabriel Till, miembro del grupo Descarrilarte & Cía-, la primera FLIA Uruguay.
La idea era asentarse el domingo en el callejón de la Universidad, pero la lluvia obligó a los feriantes a huir hacia el centro cultural Gato Encerrado, en la calle Isla de Flores. Fanzines, dípticos de poesía, revistas y ediciones independientes de Argentina y Uruguay poblaban las mesas. Sellos relativamente conocidos (y relativamente caros) como Eterna Cadencia y Mansalva, con autores como Fogwill y Francis Scott Fitzgerald, compartieron espacio con editoriales como Ñasaindy Cartonera, de Formosa, Eloísa Cartonera, de Buenos Aires, y la uruguaya La Propia Cartonera. Publicaciones nacionales under fotocopiadas, como la revista satírica Oligarca puto y las historietas Cómics de mierda, se mezclaron con sellos de cuidadosa gráfica como Yaugurú. Cuentos de Philip K Dick y Horacio Quiroga impresos en librillos caseros, ensayos de Isaac Asimov y ediciones artesanales de libros de Roberto Arlt o Aldous Huxley conformaban una extensa oferta de textos de calidad a precios muy bajos, para beneplácito de los compradores (aunque no tanto para los escritores o sus herederos).
Alejandra, del grupo Argentina Arde, no vino a Uruguay a comerciar. Bajo el lema “Se mira, se toca, pero no se vende”, el grupo -integrado por fotógrafos y periodistas- se dedica a cubrir hechos sociales de Buenos Aires y difundirlos por medio de la exposición de fotolibros. Uno de los más recientes, Sala Alberdi: Un teatro que resiste, es una crónica de la ocupación de la sala (que forma parte del Centro Cultural General San Martín) hace casi dos años, por parte de actores, músicos y docentes, tras la orden de desalojo del gobierno bonaerense con fines de privatizar el lugar.
Matías Reck, miembro de Milena Caserola y uno de los fundadores del grupo que creó la FLIA en 2006, comentó que la feria aspira “al trueque, al canje entre autores, a la venta al costo”. “Muchos autores empezaron a juntarse a través de la FLIA y a escribir libros en coautoría, y muchas editoriales empezamos a hacer coediciones. El libro no sólo está en papel sino también está el ‘libro en vivo’, la literatura oral, el libro en el cuerpo”, comenta, mientras señala un rincón del local donde, micrófono de por medio, se realizan lecturas de poesía, improvisaciones y presentaciones musicales (en ese momento, una gaita interpretaba música celta). “Aún no generamos un nivel de organización para tener un fondo común y planificar mejor los viajes”, cuenta; Lisandro, editor del sello Soquete Terrorista, nos comentaría más tarde que vino a dedo desde Rosario.
En Argentina, la vinculación de la feria con movimientos sociales y circuitos alternativos de difusión es clara y visible en los locales en los que, a través de los años, pasaron alrededor de 10.000 asistentes: fábricas recuperadas, centros culturales independientes, cooperativas, bachilleratos populares. Según el organizador, la FLIA se opone a la concepción comercial de la Feria Internacional de Buenos Aires, en la que “cobran entrada y se hace en La Rural, un predio relacionado con los dueños del campo, de toda la Argentina; ahí gana la publicidad por sobre el libro”.
“La FLIA está muy signada por la crisis de 2002”, comenta el argentino Simón Ingouville, cabeza de la distribuidora independiente La Gitana, que tiene el puesto más grande de la FLIA Uruguay. “Las editoriales habían cerrado o se habían vendido, y la gente que escribía no tenía ni una puerta donde golpear y esperar el rechazo”. El panorama fue fermental para las lecturas de poesía en vivo, que generaron diversos espacios de encuentro entre los autores y de intercambio de libros. Tras discutir mucho sobre qué es la FLIA, se llegó a la idea de que “es algo que surge cuando queremos. ¿Qué hace falta para que se genere una FLIA? Nada. La única condición es que se organice mediante reuniones abiertas”. Las ventas siempre son buenas, pero el mayor logro, según el distribuidor, es integrarse con los circuitos locales. Más que poesía y narrativa (géneros consumidos especialmente por autores), en las ferias se vende mucho el pensamiento filosófico y político: uno de los autores top es Spinoza.
Con más de 40 actividades en su haber, el colectivo organizador evaluó positivamente la convocatoria del sábado, y según Alfonso, la idea es hacer al menos una FLIA Uruguay una vez por año.