-En tu post afirmás que lo visual estaría primando sobre lo textual en la literatura infantil por dos caminos: por un lado, las editoriales buscan entrarles más fácilmente a sus compradores a través de los ojos; por otro lado, estamos en una cultura en la que desde hace décadas prima lo audiovisual. ¿Te parece que el fenómeno está especialmente acentuado en nuestro medio?
-Mi post, en lo que refiere a los aspectos editoriales, considera una situación más global, que incluye básicamente a España y a Argentina, que son los medios que más conozco, además del uruguayo. En cuanto al predominio de lo audiovisual, es un fenómeno global. Las nuevas generaciones codifican y decodifican con más facilidad el lenguaje audiovisual que el escrito o el literario. En nuestro medio, en lo que refiere a los libros de literatura infantil y juvenil, hay dos situaciones paralelas: la de los libros que se hacen acá y la de los libros que se importan. En la de los libros que se hacen acá, cada vez se pone más cuidado en el aspecto visual (diseño e ilustraciones). Esa tendencia ya estaba presente en el resto del mundo, que es de donde nos venían los mejores libros ilustrados: de España, Argentina, México, Venezuela. Pero si vamos al punto específico de los libros para más chicos, considero que en Uruguay, y a nuestra escala, se da algo de lo que sucede en otros países. Pienso en el caso de una autora como Susana Olaondo, que debe de ser una de las que tienen mayor presencia en el mercado de literatura infantil y juvenil local, y que atiende a esa edad, la de los prelectores, menores de siete u ocho años. Ella prefiere identificarse como ilustradora antes que como escritora. Para ella el lenguaje visual tiene más importancia que el escrito. Lo digo sin hacer ningún juicio sobre la calidad de sus textos. La apuesta por sus libros fue fuerte de parte de su editorial. Su obra tuvo y tiene muy buena acogida en el público. Si voy a ponerme a criticar la calidad de los textos en la oferta de libros ilustrados, prefiero considerar los libros de autores extranjeros, que son bestsellers globales, que dibujan muy bien -aunque a veces respondiendo a muchos clichés-, incluyen ilustraciones muy vistosas, dispuestas en unos libros muy costosos, grandes, sofisticados, con mucho diseño de imagen, presentes en tres o cuatro formatos distintos, pero que se meten a escritores y lo que escriben es muy malo o, en el mejor de los casos, es completamente prescindible. Por suerte, también hay muy buenas propuestas de libros que vienen del exterior, de autores actuales que escriben e ilustran sus libros y hacen maravillas: pienso en Isol, en María Wernicke, en Roger Mello.
-¿Creés que el fenómeno también se da en la literatura juvenil o es más propio de los libros para niños pequeños?
-En Uruguay la literatura juvenil es un fenómeno incipiente y casi que no existe. No debe de haber más de cuatro o cinco novelas escritas para la franja de edad que va del fin de la primera adolescencia al inicio de la juventud (13 a 17 años), que es, además, la franja de edad en la que se pierden más lectores de literatura. Esas novelas no requieren ilustraciones. Otro asunto es el de las historietas, que tienen desde siempre mucho éxito entre adolescentes y jóvenes, justamente, por el predominio de la imagen. Ahora ha surgido la oferta de las novelas gráficas, que por lo general son adaptaciones de cuentos de autores clásicos ilustrados o adaptaciones de novelas clásicas. Me parece que está muy bien eso cuando se lo hace con cuidado. Pero aquí, de nuevo, pienso que la cuestión es hacer buena literatura. Un autor como Camilo Baráibar escribió la que para mí es una novela prototípica de lo que sería la literatura juvenil uruguaya: Médanos. Muy buena literatura. Sin embargo, tuvo dificultades para seguir trabajando en esa línea. Y es que el problema ahí es otro, no tanto el de la imagen sino el de los mediadores y el de las apuestas editoriales. Como la literatura juvenil no ha prendido, tampoco hay escritores haciéndola con rigor. En cuanto se vea que hay allí un terreno fértil, cuando las editoriales apuesten más en esa dirección, surgirán escritores para cubrir ese campo. Esperemos que con la misma calidad que tiene la novela de Baráibar.
-El año pasado decías en estas páginas que te llamaba la atención la falta de libros de poesía para niños y de libros-álbum.
-Por suerte han cambiado algunas cosas en lo que refiere al libro-álbum. Hubo una apuesta por parte de editoriales locales, como Banda Oriental, que sacó una colección con cinco títulos, o Fin de Siglo, con un par de libros, la aparición de Criatura Editora, con algunos títulos, y se mantuvo el trabajo de las editoriales extranjeras con sede aquí, a pesar de la crisis en las casas matrices. De todos modos, sigue habiendo un déficit en la elaboración de propuestas de calidad en lo que refiere a libros que articulen texto e imagen. Se hacen cosas buenas, pero pocas. Con la poesía la situación es diferente. Está generalizada la idea de que no vende y está generalizada la idea de que la poesía no gusta a los niños: hay algo de verdad en ambas ideas, pero allí lo que falta es un trabajo muy grande de mediación. Mientras los adultos no lean poesía, los niños no la leerán y las editoriales no la editarán, o la editarán muy poco. No obstante, en mi experiencia personal, cuando un mediador preparado acerca la poesía a los niños, ésta les gusta. Y en todo caso, lo que me interesa hoy día es que se hagan buenos libros, más allá de este género o de aquel otro. Libros bien escritos, bien ilustrados, bien diseñados, bien editados y que se difundan bien para que sean bien leídos. Un libro de poesía para niños hecho así tendrá buena acogida.
-Decís también en tu post que la literatura para niños corre el riesgo de quedar en manos de los ilustradores, lo que la volvería “menos literaria”. ¿Qué te parece que se puede hacer desde afuera de la industria editorial para evitarlo?
-El título de ese post fue una provocación. Escribí el artículo para continuar un debate a propósito de un artículo de la española Ana Garralón que demandaba escritores que escribieran bien, dado que los textos publicados no están a la altura del trabajo de los ilustradores. Mi entrada en el blog termina diciendo que aquí tenemos un grupo de escritores de literatura infantil y juvenil preocupados por hacer buenos libros. Y, por cierto, los escritores no estamos en conflicto con los ilustradores. De hecho, la mayoría de los comentarios en mi blog son de ilustradores uruguayos. Todos muy respetuosos, sabedores de que los problemas mayores de los autores están en las etapas anteriores o posteriores a la de la creación. Pero es cierto que corremos el riesgo de que la literatura pierda calidad. Eso es patente. El acto creativo de leer tiene muchos competidores a la hora del ocio. Para evitar la pérdida de calidad literaria en los libros para niños y jóvenes, los creadores y los editores deben cuidar el trabajo y hacerlo a conciencia, con buenas ideas, con honestidad, preocupados por la obra, por el lenguaje, por los destinatarios. Hacer eso lo mejor posible. Desde afuera, lo que se necesita es formar buenos lectores y en todos los niveles: buenos lectores entre los padres que eligen libros para los chicos, buenos lectores entre los maestros, profesores y bibliotecarios que eligen libros para ofrecer a los estudiantes, buenos lectores en los medios de comunicación y buenos lectores entre los niños. Hay un trabajo de formación que en Uruguay no se está haciendo. La literatura infantil y juvenil no tiene presencia en la universidad y apenas la tiene en los ámbitos de formación docente. No tenemos revistas especializadas. Apenas tenemos ámbitos de intercambio y debate entre creadores y productores, y entre creadores y mediadores. En la última Feria del Libro Infantil y Juvenil se hizo, después de casi una década, un encuentro regional y no fue mucha la gente que se acercó. Quizá sea un primer paso. Pero lo cierto es que nos falta mucho en esa dirección. No es casualidad que la discusión que se generó ahora, y que continúa, haya sucedido en internet. Fue un intercambio entre gente de la literatura infantil y juvenil de España, de Argentina, de México y de otros países hispanohablantes, donde se ven más acuciantes algunos problemas que aquí no se perciben con tanta claridad. Así y todo, la entrada de mi blog tuvo más de 1.600 visitas en 20 días. Y si bien más de la mitad de esas visitas provino de Argentina y de España, me alegra saber que el blog convocó a un buen número de lectores uruguayos preocupados en estos temas. El asunto está arriba de la mesa: ahora hay que ver cómo seguir.