Decía Meretta: “Las vanguardias serán las retaguardias del mañana”. Por eso, su búsqueda fue la de una sensibilidad renovada (así decía citando a Vallejo) valiéndose del arsenal clásico y de la multiplicidad de lecturas. La suya es una poesía por momentos erótica, por momentos desoladora, por momentos ensimismante, pero sobre todo, una poesía que se presenta ante el drama existencial como un posible asidero de acogimiento.

“El tiempo es como el viento”

El paisaje de los últimos años de Meretta ha sido desolador. He sido -no me place en absoluto jactarme de esto- testigo como nadie de su abandono. Salvador Puig fue de los pocos que timaron la soledad del cuarto piso de la calle Garibaldi. Ya cuando yo lo conocí, Salvador no estaba entre nosotros, y no es un juego de palabras aunque parezca (yo no fui a salvar a nadie). Me acerqué a Jorge con la más honda admiración, y el tiempo -y ciertos vientos a favor- nos convirtieron en amigos entrañables. Lo acompañé como pude, lo ayudé como pude, lo difundí como pude; siempre un hombre puede cuando la entraña aprieta. Pero siempre van a quedar cortas y pretenciosas las palabras cuando se trata de hablar de la amistad.

Lo que siguió a Garibaldi fue el sanatorio médico Villa Carmen y luego un residencial que nunca fue su residencia. Ya no esperaba otra cosa que la muerte. Me lo dijo y respondí jorobándolo: “Eso no es un problema: se resuelve solo”.

El 28 de junio organicé un homenaje, en el que presenté por primera vez el documental Jorge Meretta: la magia evolucionada. Fue una noche de lluvia y ausencias. Había invitado a cientos de personas; fuimos cinco. Finalmente no hubo discursos ni ceremonias (también había faltado uno de los disertantes ), pero Jorge igual se notó feliz y miramos en silencio la película. Sé que hubo un pequeño homenaje a Jorge después de fallecido. Sé que reunió gente. Decir lo que pienso por este medio sería recurrir a un eufemismo.

En los últimos años, había rejuvenecido tanto que parecía ir a contramarcha del tiempo. Sin embargo, como una premonición, la última vez que conversamos me dijo: “Me queda poco”. A la semana, el 7 de julio de 2012, me llamó Eliana, su hija, mi amiga: “Papá y mamá tuvieron un accidente”. Al día siguiente Jorge ya no estaba entre nosotros. No quiero hablar de ese dolor.

Un día, sentados en un banco, me dijo: “El tiempo es como el viento; lo liviano se lo lleva”. Él sabía algo que Selva Casal (otra gran creadora que merece más atención) había anticipado en su poesía: “Ya hay el reposo necesario para perdurar”. Es que Jorge Meretta, véase o no, ha sembrado un grano de luz para la 
eternidad.

Sin desprenderse de las raíces clásicas, su poesía es a la vez moderna; dialoga transversalmente con las distintas vanguardias y, no obstante, es auténtica, vital, personalísima.

La obra de Meretta es tan vasta -más de una setentena de títulos entre libros y plaquettes- como refinada. Desatenderla es desoír una de las expresiones de mayor sensibilidad artística de los últimos tiempos. Como sonetista tal vez no se encuentren referentes comparables desde la ausencia de Álvaro Figueredo, Juan Cunha o Concepción Silva Bélinzon, por citar algunos de los autores que hicieron culto de la forma endecasílaba.

Laberinto clave

Entrar en la poética merettana es abrir la puerta hacia un misterio tan exquisitamente concertado que ni siquiera el autor debe haber tenido entera conciencia del constructo de belleza universal que estaba pergeñando.

Por momentos, leer a Meretta es entrar en un laberinto. El lector avanza en un poema y, de pronto, se encuentra en un punto sin soluciones lógicas. La sensación es la de haber avanzado inocentemente hacia una emboscada; la de haber entrado por la puerta del sentido a un sinsentido aparente; un metasentido. Es la impresión de hallarse en una trampa epistemológica; o simplemente, la de verse deslumbrado frente al misterio. Como Meretta alguna vez dijo: “El problema es estar entre las palabras para llegar a ese enigma”.

Algunos de sus poemas muestran, a la manera de un símbolo urbórico, la delicada unión de los extremos, construyendo un corpus en el que las primeras palabras reaparecen -y no redundan- en el remate de la obra: “La palabra vil, por ejemplo / me cae a violín partido al medio / porque hay sonidos que debieran / cuidarse de contexto de lenguaje, / de fonemas y alófonos / que un día puedan / salvar al violín de la palabra”, dice el poema “Violín”, en Después de las puertas.

Es que en Meretta hay una preocupación formal sobresaliente. Además de la rítmica interna, hay un manejo preciso de las zonas de tensión -a la manera de una estructura narrativa- donde el autor es notoriamente consciente, por ejemplo, de la importancia del desenlace. Es destacable el carácter sentencioso y a la vez abierto de muchos de los finales de sus textos; por ejemplo, el poema VII de Laberinto clave: “También debería nombrarte / con un paso tardío / como en aquel patio perdido / a la deriva por tu piel; / sólo allí, como ayer, / sigues desnuda: / brillan tus hombros, arde tu cintura. / Sí, debería llamarte otra vez / o dejaría un hueco vacío para siempre, / un desamparo sin consuelo y unos claros cabellos. / Pero olvido hasta tu nombre para que nada te cubra”.

O el poema IX de Escrito en casa: “Me he tumbado en la cama y eso es todo. / Fumo esperando a nadie si esperar / es escuchar cómo un reloj martilla / sobre el clavo del tiempo. Me desnudo / Regreso hasta mi cuerpo. Estoy mirándome / a los pies que reposan como piedras caídas en el charco de la noche. / Quiero dormir y fumo. Tengo frío. / Tiro de mí. Recojo mis cobijas. / Y me cubro de toda transparencia”. En la composición de Meretta impera un gran sentido de orden. La sucesión de fonemas está orquestada bajo tal concepto de equilibrio, que pareciese existir en el poeta un dominio magistral del lastre de cada palabra sobre el sopeso general de la obra. Nada es indeliberado, sino producto de la rigurosidad y de cierta obsesión estética.

Por otro lado, hay un Meretta aporístico que entreteje en los límites del lenguaje; un Meretta que aprieta y deshuesa la palabra interpelando su sentido. Es el del poema “A caballo”: “Gasto la piel / rascándome / a espaldas de mis uñas”; o el de “Del blanco”: “Padre: sólo el mirar / del no ver lo que se mira / es ojo”; o el de “El pozo”: “Cavo un pozo / y escarbo sin llegar al pozo/ el escondite del vacío”; o el del libro Basta, el poema IV: “Por una grieta / el tiempo escapa de una pared / Nadie puede saber cómo lo hace, cómo puede dejar a una pared tan sola / y no ser la grieta en la pared del tiempo”.

Premiado e ignorado

Quizá la médula rítmica, musical, de la poesía de Meretta tenga parte de su explicación en un oído cultivado por el jazz. Meretta fue ejecutante de vibráfono. Pero su carácter polifacético se extendió en múltiples actividades.

Durante cinco años fue panelista del programa De puño y letra en CX 26. Fue, además, un intervencionista editorial, habiendo participado en cada una de las tapas de sus libros, muchas de ellas bajo la estampa de otra de sus aficiones: la fotografía. Además de fotógrafo, fue presidente del Foto Club Uruguayo. Incursionó en cine como director y guionista del cortometraje Muñeca rota. Todo esto sin desatender su profesión de odontólogo, que le valió integrar el profesorado de la Facultad de Odontología de la Universidad de la República.

Comenzó a publicar a los 18 años de edad y ya desde entonces nos encontramos con un creador importante. Su poemario Ufanía del sueño (1958) revela esta calidad en sonetos como “Por la eternidad de tu imagen”: “Dime dónde está el mármol o el granito / que perdure la sabia de tu albura / y el cincel que burile tu figura / para plasmarte eterna como un grito”.

Entre Ufanía del sueño (1958) y Los espejos del fuego (2010) hay, por lo menos, 68 títulos, sin tener en cuenta algunos no registrados. Determinar la cantidad exacta es difícil, porque el poeta se había desprendido físicamente de más de la mitad de sus libros y en el archivo de la Biblioteca Nacional tampoco se encuentra la totalidad. En diferentes antologías y artículos se incurre repetidamente en el error de mencionar apenas una treintena de títulos editados.

Llama la atención que Meretta no proviniera de una familia vinculada a las artes. Su padre, Juan Pedro Meretta, registraba los cuadernos contables de la empresa textil Campomar & Soulas, y su madre, María Dolores Pomodoro, era un ama de casa dedicada a las labores domésticas. La primera vinculación de Meretta con la poesía fue por intermedio de su tío, Santiago Pomodoro, que le hizo llegar los sonetos de Julio Herrera y Reissig. Ahí surge un idilio entre él y la poesía, como si ambos se atrajesen desde tiempos inmemoriales. Si se puede hablar de ser poeta de raza, sin dudas Meretta lo fue.

Aclaración

El autor de esta nota, poeta, artista visual y documentalista, ya había publicado una versión previa en el blog muertosenflor.blogspot.com.

Al mismo tiempo, fue refractario a los círculos literarios, quizá porque su vocación no fue otra que la de escribir. Pero lo que resulta sorprendente, por decirlo de una forma eufemística, es el escaso conocimiento que hay de su obra y la falta de atención o indiferencia que demuestra la crítica vernácula. Recién a fines de la década del 90 se le prestó cierta atención. Era inevitable: en esos años Meretta se había llevado prácticamente todos los premios otorgados por el Ministerio de Educación y Cultura (1992, 1993, 1994, 1997, 1998, 1999), así como el Premio Internacional La Porte des Poètes (Francia, 1998). En 2008 la Biblioteca Nacional publicó su Obra selecta y en 2010 fue distinguido por la Academia Nacional de Letras como uno de los mejores poetas uruguayos vivos. Sin embargo, su nombre siguió faltando en muchas antologías de autores, más allá de que críticos como Gerardo Ciancio, Hebert Benítez Pezzolano, Rafael Courtoisie y el ya fallecido Hugo Emilio Pedemonte lo hayan señalado como un poeta fundamental. Sus libros, por supuesto, prácticamente no se difundieron ni, en consecuencia, se vendieron.

Es inexorable -imposible decir inminente- que exista una revisión de su obra; en todos los casos, el tiempo es soberano. O, para decirlo en Meretta, “durar sólo es dominio de los dioses”. Porque, acaso, “¿Qué se muere de entierro? / ¿Qué se entierra de un muerto?”.