Apenas nos sentamos a la mesa del bar Tasende, a Solari se le ocurre ir a revisar si todavía aguanta un grafiti que pintó en el baño del local hace más de 20 años. Era la época en que cantaba y componía junto a Eduardo Darnauchans. No quedan registros de esa sociedad musical ni tampoco de la pintada en el baño, pero no importa: “Ahora el que grafitea es mi hijo. Yo nunca fui de pintar en la calle”, comenta la escritora.

Por aquellos años de las pintadas -principios de los 90- Solari publicó un par de libros, "Zack-novela" y "Zack-Estaciones", que, para bien y para mal, asociaron su nombre al movimiento de ciencia-ficción. La distancia entre aquel universo posapocalíptico y el de su más reciente novela, "El señor Fischer", ambientada en la Alemania de finales del siglo XX, parece enorme. Sin embargo, están unidos por más de una línea. La más notoria: el derecho adquirido a no transitar por caminos previsibles. De algún modo, la ciencia-ficción liberó a Solari de quedar reducida a la literatura femenina.

-Lo primero que publicás no deja de ser fundante: deja claro que de esta persona se puede esperar este tipo de cosa. Y como empecé por ese lado me salvé del cliché o más bien el cliché pasó a ser ése: esta persona escribe cosas medio raras, medio under. Zack es medio de culto; yo no lo sabía. Creo que tiene que ver con eso. Creo que en cierto modo, te salva. Si sos mujer se espera que hagas literatura femenina; si no es literatura femenina, poesía o literatura infantil. Son los tres rubros que se esperan automáticamente de una mujer que es escritora. Después de eso ya nadie sabe bien qué hacer contigo. No saben dónde meterte.

-Además, la ciencia-ficción también te despejó la vía para hablar de temas no necesariamente relacionados con el país.

-Después sí, está eso otro: un escritor uruguayo tiene que escribir de la tortafrita, del fútbol, del campito, de la patrona, del truco o de cosas vinculadas a la política, no importa que sea ficción o no, pero todo lo que se sale del paisito de Benedetti incomoda.

-Bueno, eso lo pone el lector. Por ejemplo, "El señor Fischer", como habla del nazismo, se termina relacionando con asuntos de nuestra dictadura.

-Es que en realidad es el tema de la memoria, y del perdón y la injusticia. Claro, no vas a comparar la dictadura uruguaya con todo lo ocurrido en la Segunda Guerra Mundial y el régimen nazi, pero el tema de fondo en parte sigue siendo el mismo: dónde estaba la ciudadanía, qué hizo, sabía o no sabía, qué hacés con esa gente, perdonás, no perdonás.

-¿Es cierto que pensaste la novela en alemán, como dice tu página en Wikipedia?

-A veces te das cuenta de que estás pensando en la estructura de otro idioma, de que la formulación sintáctica es de otro idioma. Como ocurre en Alemania y los personajes son alemanes tenía que hacer mucho switcheo. Si vos fueras alemán, aunque hablaras perfecto español yo ahora estaría hablando alemán contigo. No puedo hacerlo de otra manera.

-¿Pero la escribiste en alemán?

-No, era como si la pensara en alemán y la fuera traduciendo cuando la escribía. No me lo propuse, simplemente iba saliendo en dos idiomas. A veces pasa eso. En una que escribí en Italia, "El collar de ámbar" [2005], había fragmentos que me di cuenta de que los estaba pensando en inglés, porque la sonoridad es otra.

-El protagonista de "El señor Fischer" es una persona capaz de seguir trabajando en lo suyo, tanto en una oficina de una empresa como en la de un campo de concentración. Pero lo que impacta es una especie de metáfora de esa abstracción: la omisión que tiene hacia su hijo.

-A mí eso me impresionó mucho, cuando me di cuenta de que él sabía, de que había sido testigo de que su hijo pequeño estaba siendo abusado por un hombre y que realmente había estado detrás de un árbol mirando sin hacer nada. Cuando llegó ese punto, fue casi un infarto, casi se me paró el corazón de la decepción. A mí me caía bastante bien el señor Fischer, dentro de todo. Un tipo tonto pero no malo: banca el aborto de la mujer, se hace cargo de muchas cosas... pero cuando vi esa cosa, dije: mal lo tuyo, Fischer.

-¿Por qué decís “me di cuenta”?

-Nunca está planeado, nunca sé. Es todo inventado, pero no está planeado. Yo me voy contando a mí la historia. Si estuviera planeado no lo escribiría, porque ya me lo conté. En cambio, me siento y escribo y digo “está bueno esto”. Al otro día sigo. No tenía el más mínimo plan. Un domingo de julio, un día espantoso, lluvioso, fui a visitar a mi padre y venía por una callecita de Pocitos, de esas medio intrincadas, y veo un balcón horrible, que no pegaba con la fachada. Me quedé mirándolo pensando “pero quién vive en un lugar tan espantoso” y cuando llegué a mi casa me contesté “ahí vive el señor Fischer”. Y me senté y me pregunté “¿quién es el señor Fischer?”. Hasta entonces no tenía la menor idea de quién era. Así fue surgiendo la historia y fueron apareciendo los demás personajes. Los personajes que rodean a Lola me encantaban; el viejo y el amante ese horrible que tenía. Me daba pena que se fuera a terminar.

-¿Cuánto tiempo te demandó? Debe de ser, junto con "Las puertas de la misericordia", de Tomás de Matos, y "Dodecamerón", de Carlos Rehermann, una de las novelas más voluminosas publicadas aquí.

-Escribirla me llevó tres meses. Me sentaba y escribía 15 carillas. Después eran leídas en voz alta por mi compañero de aquel momento; si las leés en voz alta vas a ver que tienen un ritmo. Al otro día seguía, bien como un folletín. De hecho, no había capítulos. Los capítulos los puso uno de los editores de Alfaguara, porque si no era muy difícil para un lector no entrenado leer 500 y pico de páginas sin división alguna. Pero originalmente eran discursos.

-¿Ayudó a publicarla que hubiera ganado el premio de Narrativa Inédita del MEC [Ministerio de Educación y Cultura] en 2010?

-Estaba planteada la edición antes de que ganara el premio. Viviana Echeverría, de la editorial, la había leído y le había gustado mucho. Como siempre pasa en las editoriales, la fecha se atrasa y en el medio ganó el premio. Funcionó bien, no en ventas, pero la gente se enganchó. Por otra parte, grandes vendedores de libros acá no hay muchos. Pero de crítica estuvo bien y no me encontré con nadie que me dijera que es un mamarracho.

-Entre esta novela y la saga de Zack hiciste algunas cosas que te acercaban a las artes visuales, como el libro que ilustró tu hermano Héctor, "Apuntes encontrados en una vieja Cray 3386" [1998], y el cómic "Suburbia" [1995, publicado en la revista Postdata], junto con Martín Ansín...

-"Suburbia" es una novela que yo no quise que se editara. También había ganado un premio del MEC. Está ahí en el cajón. Es ciencia-ficción pero ambientada en Montevideo.

-¿Te sigue interesando la ciencia-ficción?

-Hace tiempo que no leo nada, pero no estoy leyendo nada de ficción. Si no, siempre recaigo en Ballard, Bradbury, Gibson.

-Igual la ciencia-ficción ya no está sólo en los libros, ¿no?

-Lo dijo Ballard: dejó de escribir ciencia-ficción porque ya era la realidad. Creo que tiene razón. Uno de los motivos por los que no tendría mucho sentido publicar "Suburbia" es que la novela es de 1995 y todo lo que aparece lo ves hoy en la calle. Era una especie de rebelión urbana contra una tiranía, aparecía Arana, el Legislativo era una discoteca fantástica en el Prado porque lo habían vendido para pagar deudas, había un puente hasta el Cerro sin terminar con gente viviendo en él. Es como el cómic, había un plano real y otro virtual que de algún modo se conectaban, cosa que ahora también es posible... entonces qué sentido tiene.

-Te enojaste mucho con el final de "Lost"...

-Qué decepción estúpida. Me pareció barato el final, sinceramente. Que en definitiva todo eso fuera el cielo y que todos fueran tan catolicones. No contestaron pila de cosas que quedaron planteadas, y eso en narrativa está mal. Si sos profesor sabés que una novela tiene que cerrar todo lo que promete. Y no lo hizo.

-Lo que decís confirma mi impresión de que vos transmitís claramente la idea de que hay una forma correcta de hacer las cosas.

-Eso es medio alemán, supongo.

-Lo traigo a cuento porque fuiste una de las pocas que presentaron argumentos sólidos cuando se discutió el nombramiento de Mercedes Vigil como ciudadana ilustre, hace dos años.

-En general yo te digo lo que pienso de cualquier escritor, independientemente de que te pueda gustar o no su obra. Cualquier escritor, si dice que es escritor, tiene que escribir correctamente. Me refiero a la sintaxis, a los tiempos verbales, a un vocabulario adecuado, a no redundar. Menos que eso no es creíble para mí, o conseguite a alguien que te corrija. No hablo de los contenidos, porque ahí cada uno hace lo que quiere.

-Hay grandes escritores que escribían “mal”, como Arlt.

-Estaba pensando en Roberto Arlt. Recuerdo haber leído que realmente escribía mal y que alguien lo arreglaba. Siempre me gustó. Las "Aguafuertes porteñas", "Los siete locos"... No sé qué pasaría si lo leyera ahora.

-Luego de la ciencia-ficción publicaste algunos libros muy autorreflexivos, centrados en el propio acto de escribir.

-Bueno, eso sería sólo "Scottia" [2000].

-Pero también "Hombre quieto" [2006], sobre un actor que reflexiona sobre el arte.

-Me interesaba saber qué pasa con alguien que es comido por el personaje que representa, una y otra vez, que no puede salir de él. Me interesaba la sordidez de su mujer, que además es terriblemente egoísta. Me dio mucho trabajo construir su personaje, porque no me gusta, me da asco. Y me gustó eso, porque si no estás trabajando con personajes que más o menos te caen bien.

-"El hombre quieto" está ambientada en Grecia y acabás de llegar de allí.

-Este segundo viaje fue casualidad. El primer viaje se dio porque yo me postulé para una residencia y me aceptaron y me fui un mes a escribir. El paisaje a mí siempre me influye, y además era pleno invierno, era un horror, estaba encerrada en lo que antes había sido la comandancia del gobierno turco durante la ocupación. Parecía la casa de Bergman en "Fanny y Alexander": cuadrada, protestante. El viento soplaba, un frío espantoso. Ahí conocí una traductora rusa que inspiró uno de los personajes. Como nunca sé lo que voy a escribir, no tengo problema en que se cuelen elementos de la realidad, como esta rusa, Elvira Mijailova, a la que le dediqué el libro.

-En ese sentido el señor Fischer también es un corte, porque está anclado en hechos históricos, reales.

-Sí. De todas maneras, mi hermano y yo seguimos leyendo y hablando sobre el tema, es casi una obsesión el régimen nazi, el III Reich, la Segunda Guerra, la destrucción, el diseño matemático de esa destrucción tan pensada, el papel del verdugo y la víctima. Es algo que nos persigue o nosotros seguimos tratando de entender. Creo que "El señor Fischer" responde a tanto tiempo de pensar en ello.

-¿Tu hermano también fue al Colegio Alemán?

-Sí, y es un tema que a los dos nos ocupa. Es, entre comillas, una especie de fascinación. Como la serpiente y la mangosta. Cómo pudo ocurrir esto. Ahora estoy leyendo al filósofo Giorgio Agamben, que trata el tema en "Lo que queda de Auschwitz"; va hasta la última capa para descarnar a víctimas y verdugos, para responder cómo es posible tal deshumanización. Quién sabe cuánto tiempo estuvo dando vueltas "El señor Fischer", después de tanto pensar y leer sobre el tema, comparando también con la dictadura de acá, pero sobre todo con la chilena, que fue más nazi que la nuestra.

-El año pasado se montó tu obra teatral, "Adiós, niño bonito", que toca lateralmente el tema de la dictadura. ¿Seguís buscando poder hablar de otros temas que no sean el Uruguay reciente?

-Sí, porque, en definitiva, una de las cosas que me siguen interesando es el individuo enfrentado a sí mismo, independientemente de los códigos sociales de su época. Cuáles son los principios, cuáles resignar, a qué dirías que no, ¿sos capaz de dejar de lado un principio en una situación límite o sos terco hasta el final? Eso me lo pregunto siempre. ¿Viste las horribles historias de los mártires cristianos, que eran tirados a los leones en el circo y decían “yo sigo creyendo”? Creo que viene de ahí. Porque eso, además, está rodeado del tormento metafísico y filosófico de una sociedad, que no deja de ser la del señor Fischer también. No importa que sea un circo real o metafórico, simbólico. Creo que ésa es la pregunta que me hago sobre el ser humano solo, ateo, sin dios. Porque Dios te salva de muchos cuestionamientos.

-¿Tuviste formación cristiana?

-Tuve educación católica y me salí. Soy atea. No creo. O más bien, creo que no hay, que es peor que decir “no creo”. A la gente no le gusta mucho eso, prefieren escuchar “soy agnóstico”. Pero yo creo que no hay. Ahí está la soledad del hombre, que es su propio demiurgo, su propio dios. Ese punto me interesa mucho, es a lo que le doy vueltas: la construcción de sí mismo.