El libro Relato oculto. Las desmemorias de Víctor Hugo Morales, de Leonardo Haberkorn y Luciano Álvarez (Planeta, 2012, 224 páginas), viene causando un considerable revuelo, como era previsible. En la obra se revisa la trayectoria profesional de Morales hasta 1981, cuando comenzó a trabajar en Argentina, con el agregado de investigaciones sobre dos tipos de episodios: algunos a los que el relator se ha referido varias veces, en libros y declaraciones de tipo autobiográfico, y otros que nunca había mencionado. De esas investigaciones surge una impugnación documentada de la imagen que Morales ha querido construir, especialmente en lo relativo a su actitud hacia la dictadura uruguaya.

Morales ha sostenido en forma reiterada que su exitosa irrupción en el periodismo deportivo uruguayo tuvo un claro perfil opositor a la dictadura, mediante referencias veladas, y que la dictadura, consciente de ello, lo persiguió y hostigó durante aquellos años. Esto constituye una llamativa distorsión de los hechos para quienes teníamos, en esos tiempos, uso de razón y cierta familiaridad con las actividades clandestinas, semilegales y legales de resistencia al régimen. Últimamente Morales ha obtenido y divulgado documentos de los servicios de inteligencia dictatoriales en los que consta que se registraban y vigilaban algunas de sus actividades, pero eso era algo habitual en casos de personas con mucha menor relevancia pública que él y nada en esos documentos indica que la dictadura lo considerara algo medianamente parecido a un activista de izquierda. En realidad, no conocí durante aquellos años a nadie, en actividades de resistencia ni en el periodismo, que considerara a Víctor Hugo Morales un colaboracionista o una persona de derecha, pero tampoco conocí a nadie que le atribuyera un papel de alguna importancia como resistente u opositor, o que captara en su trabajo periodístico mensajes entrelíneas como los que se transmitían en el llamado Canto Popular, en obras de teatro, en medios de comunicación y de muchas otras formas.

Nunca pensé que eso empañara de algún modo los méritos de Morales como relator deportivo, que considero enormes y que le permitieron convertirse en el número uno, marcando un antes y un después, primero en Uruguay y luego nada menos que en Argentina. Tampoco desconozco que, desde 1981, el relator haya ampliado mucho los alcances de su actividad pública, mediante intervenciones relacionadas con cuestiones culturales, sociales y políticas en diversos formatos periodísticos, y apoyos activos a muchas causas. No tengo, además, motivos para dudar de que sus compromisos con esas causas hayan sido, en cada momento, sinceros.

Ocurre, simplemente, que el personaje público de las últimas décadas no es el que conocimos en Uruguay hasta 1981, cosa que por supuesto no tiene nada de malo en sí mismo. Lo que sí resulta incorrecto, e incluso difícil de comprender, es que a Morales no le baste con los laureles que puede portar en forma legítima, e insista en adornarse con otros que no le pertenecen.

Relato oculto pone los antecedentes en su lugar y profundiza sobre las características de algunos acontecimientos que Morales invoca como pruebas de su papel en la resistencia. En cada uno de ellos queda claro que la versión divulgada por el relator les da color a los hechos o los distorsiona, para politizarlos más allá de lo verosímil. Se presentan, además, varios testimonios sobre un asiduo vínculo social de Morales, desde 1975 hasta 1977, con militares que revistaban en el Batallón Florida, mediante visitas a la sede de esa unidad militar y salidas nocturnas recreativas en barra. Nada tremendamente grave, pero tampoco muy glorioso que digamos.

Hay, por otra parte, algunos problemas relacionados con el libro. Los autores afirman que decidieron escribirlo porque les molestaba que Morales se presentara como “medida de la dignidad periodística en el Río de la Plata” y se erigiera “en juez y fiscal de otros periodistas”, apartándose de la verdad al omitir, encubrir o falsear hechos que contradicen tales pretensiones. Y agregan que no quisieron “incursionar en la actualidad argentina”. Pero esto también omite, encubre o falsea los hechos. Es en la actualidad argentina en la que Morales formula juicios tajantes sobre la dignidad y la ética de otros periodistas, y a la actualidad argentina va dirigido en gran medida Relato oculto, con un texto en contratapa de Jorge Lanata sobre el “kirchnerismo” de Morales y su condición de “converso”.

Haberkorn y Álvarez realizaron un trabajo sólido y documentado, que casi siempre se limita a lo pertinente para contrastar los hechos del pasado con el discurso de los últimos tiempos (salvo en alguna referencia a problemas del padre del relator, revelados por éste en una entrevista de 1997, que realmente no aporta a la comprensión de la cuestión central). Pero es indudable, y no pudo pasar inadvertido para dos personas inteligentes y politizadas como ellos, que la publicación de ese trabajo en este momento proporciona municiones a uno de los bandos que, en la actualidad argentina, libran la batalla mediática entre oficialismo y oposición.

De todo esto resulta que, como a Haberkorn y Álvarez les molesta el modo en que Morales se erige en juez y fiscal de otros periodistas, publicaron un libro erigiéndose en jueces y fiscales de Morales. Si al comentar ese libro uno se erige en juez y fiscal de Haberkorn y Álvarez, otro puede erigirse luego en juez y fiscal de uno. Y así sucesivamente. Algo anda mal.