Estuvo bien el 3-2 definitivo. Mereció ganar Peñarol, dueño de una inteligente lectura de juego y capacitado para ejecutarla a la perfección. El detalle de un mal arbitraje de Fedorczuk, mayormente perjudicial para Nacional, no desmiente la supremacía carbonera. Con Jonathan Rodríguez y Luis Aguiar en un altísimo nivel y el Antonio Pacheco de siempre, el carbonero forzó una rareza ante un Nacional sin alma: ganar un clásico en su peor torneo en años y demostrar que en este tipo de partidos también hay margen para contradecir sentencias y seguridades previas. Que se dé muy de vez en cuando no quiere decir que no pueda ocurrir.

Gonçalves acertó. Planteó el partido que debía plantear. Esperó a un rival que tenía que ganar para subir a la punta y desnudó su ingenuidad defensiva con precisión y corridas de cancha: sus tres goles fueron en jugadas de mano a mano. Desde el arranque, el recuerdo del ausente Juan Manuel Díaz -expulsado tontamente en la fecha anterior- fue una especie de espada de Damocles que pendió sobre la cabeza tricolor. Su reemplazante, Maxi Moreira, sufrió ante Mauro Fernández. Por la otra punta, Pablo Álvarez pasó las de Caín con Jona Rodríguez, que marcó el camino hacia la victoria por la zurda. Hizo dos goles y dio el restante. Recogió un pase largo de Píriz para el primero. Combinó con Aguiar, a quien puso de cara al segundo. Se le fue a Moreira para el tercero, luego de un toque de billar de Pacheco.

Por si esto no alcanzara, Peñarol fue puntual para anotar. El primer gol cambió la ecuación previa apenas a los 16 minutos. El segundo llegó pegado al empate parcial de Iván Alonso. Dos minutos después, el mirasol estaba arriba otra vez. Iban 29. El tercero, que marcó la mayor diferencia, nació con el segundo tiempo. En adelante, circunstancias tales como la lesión de Rodríguez influyeron para que los de Gonçalves perdieran intensidad. Pero la renta de dos goles sería irremontable, aunque no indescontable.

Es que con un juego más deslucido que en el primer tiempo Nacional combatió su timidez con el ingreso de Álvaro Recoba. El Chino arrimó con remates de distancia. Por enésima vez puso una habilitación de gol para Diego Arismendi. Iban 85. En un ratito, Recoba había sido mucho más que Nacho, que se anotó el único mérito del centro en el tanto de Alonso. Tras el descuento del Mama, quedaban mucho más que cinco minutos, porque durante el complemento el partido se detuvo 11 minutos como consecuencia de incidentes en la Ámsterdam, incapacitada para celebrar una victoria parcial e inesperada de su Peñarol, cuando el marcador todavía era de 3-1. Enfrentamientos entre una Policía timorata y unos hinchas fuera de sí. Vallas de seguridad que volaron. Otra vez, la maldita y profunda herida social del país riéndosenos en la cara.

Fedorczuk debió suspenderlo, pero ante los problemas de la tribuna fue tan permisivo como ante los excesos de la cancha. Nadie podía decir ni mu si Joe Bizera y Damián Macaluso veían la roja de arranque. El primero le aplicó un codazo a Nacho González cuando sólo iban 2 minutos. No vio ni una amarilla. A los 12, el segundo achuró de atrás a Alonso y su amonestación pareció una baratija. Al final del primer tiempo, Andrés Scotti pagó a precio de ganga una patada sin intención pero fuerte ante Jona Rodríguez. También resultó impune Recoba, al que le zumbó un proyectil antes de levantar un córner, lo que provocó una reacción peligrosa, porque lo arrojó de vuelta hacia el talud de la Ámsterdam.

El Chino entró al mismo tiempo que Ismael Benegas y Alexander Medina. Sí, Arruarrena mandó los tres cambios a la vez. Fue un síntoma de disconformidad que dejó a su equipo con tres en el fondo. Peñarol no lo aprovechó, porque Fabián Estoyanoff no ingresó bien. En ataque Nacional no mejoró sustancialmente, porque el Cacique volvió a evidenciar que los clásicos no se ganan con estadísticas. Durante los más de diez minutos posteriores al descuento de Arismendi Peñarol no sufrió. Por fin tomaría un poco de aire en medio de un semestre para el olvido. Y los líderes River Plate y Danubio, tan contentos como el Tito.