Cuando te dicen “trabajador rural”, ¿en qué imagen pensás? Si tu respuesta es peón de estancia, tractorero, motosierrista, tambero y resulta que todos estos son hombres, tu imagen del campo uruguayo coincide con la de la mayoría que respondieron a esta pregunta. Cuando en cambio te dicen “mujeres rurales” ¿cuáles son las imágenes? Una ordeñando, otra en la cocina elaborando quesos, mermeladas, licores. Ésas son las respuestas más frecuentes. ¿Por qué casi nunca aparecen mujeres entre “los olvidados de la tierra”? ¿Por qué a las mujeres rurales no las visualizamos en el trabajo asalariado?
Los asalariados rurales junto a las trabajadoras remuneradas del hogar (más conocidas como “domésticas”) enfrentan desigualdades de género. Clase, género y residencia (rural o en barrios estigmatizados de las ciudades) determinan el trabajo precario, reproducen la marginalidad, la discriminación y la exclusión social de las mujeres que trabajan en “la naranja”.
Las "negras" de la naranja
Muchas de las mujeres que trabajan en la citricultura uruguaya escuchan en la calle, en la parada del ómnibus, en la escuela o en el liceo al que van sus gurises, referirse a ellas como “las negras de la naranja”.
Cuenta Celeste: “A nosotros nos ven como que somos unos vagos, como que no queremos trabajar. Porque somos naranjeros nos ven así. Porque somos rurales”. Llegan a escuchar de quienes trabajan en el empaque de frutas (en la industria), referirse a ellas como “¡esas negras de la chacra!”, e incluso amenazas desde el juzgado a menores infractores “¿por qué no te ponés a estudiar? ¿qué? ¿querés ser naranjero?”.
La discriminación que perciben por el trabajo que desempeñan tiene un fuerte impacto en las posibilidades que creen tener ellas mismas y sus hijos: “¿Qué querés hacer cuando seas grande?”, le preguntaron al hijo de una de ellas. “Naranjero” contestó él, “porque ya sabía que por más que estudiara no iba a ser otra cosa”, explica su madre.
El sector empresarial citrícola se aprovecha de las escasas posibilidades de empleo para las mujeres y la demanda de mano de obra “no calificada”, “flexible” y “responsable”. “No calificada” porque, por más capacitación a la que hayan podido acceder, ciertas tareas se reservan sólo para los hombres. “Flexible” porque tienen que atender las “tareas del hogar”, obligación que el sector empresarial conoce muy bien y por lo tanto aprovecha. Lo de “responsable” es en realidad el efecto de la política del miedo, el miedo a reclamar y ser despedidas, a las listas negras, a perder la única fuente de ingreso segura, cuando muchas de ellas son las únicas proveedoras de sus hogares.
¿Qué papel juega la educación? Lía empezó el liceo nocturno pero tuvo que dejarlo, ya que le quedaba muy lejos y tenía que ir en bici por la noche. Cuando no tenía empleo dejó su curriculum en tiendas del centro de Paysandú, pero “como que no te dan la posibilidad. Una porque no tenés estudio, otra porque tenés que tener buena presencia, y a veces por el barrio tampoco te toman”. Estuvo trabajando como empleada doméstica.
Cuando su patrona se enteró del barrio en el que vivía, la despidió. En el caso de Natalia, que tiene hasta tercero de liceo aprobado, el barrio donde vive parece incidir más que los años de educación formal: “Tenemos que inventar otra dirección, porque si ponés en cualquier lado la dirección de Río Uruguay, no te van a llamar. Si vos ponés otra dirección inventada, por lo menos te llaman para la entrevista”. En Salto la discriminación de barrios como La Tablada, también incide en la discriminación en el mercado laboral. Una referente territorial salteña comentó que a veces pesa más "la fama que tiene el barrio que lo que realmente pasa adentro del mismo. La gente tiene que mentir para conseguir un trabajo que no sea la zafra, dan otras direcciones. Porque si dicen que viven en La Tablada no los contratan (…) siempre te dicen, ‘no, no vayas para allá porque ahí están los minchos de La Tablada. Mincho es como un ser inferior. Es muy difícil para la gente que vive ahí relacionarse con los demás barrios”.
¿Un problema de oferta o de demanda?
Hay mecanismos de discriminación que no siempre son visibles, como los estereotipos de género y criterios sexistas detrás de la definición de escalafones, categorías y tareas consideradas típicamente femeninas o masculinas.
El jefe de personal de una de las empresas citrícolas explica que la división de trabajos -que realizan predominantemente varones o mujeres- es el resultado de la idiosincrasia de la sociedad uruguaya y de la rural en particular. ¿Lo es?
Para la inspección de cancro, tarea minuciosa que implica detectar una enfermedad en la fruta, al parecer las mujeres serían las más eficientes porque son más detallistas. ¿Más detallistas y eficientes, o menos exigentes porque “es lo que hay” para ellas? Otras tareas como riego, poda y manejo de maquinaria son, en su mayoría, realizadas por hombres. ¿Por qué? Porque las mujeres “tradicionalmente” no trabajan fuera de su hogar o no les interesan estas tareas, según el jefe de personal de la empresa.
Sin embargo, desde la perspectiva de una de las trabajadoras capacitada en el manejo de maquinaria agrícola por el programa del Instituto Nacional de Empleo y Formación Profesional (Inefop) para trabajadores rurales, se trataría en realidad de un problema de demanda. “Nos dijeron que eso a nosotros nos va a servir en el tema de conseguir trabajo y eso. Es sólo animarse. Pero acá no te dan oportunidad”, cuenta Florencia, a quien le negaron la posibilidad de realizar la tarea para la que estaba capacitada. Al ser mujer “iba a tener problemas con los otros tractoreros. Porque se iban a poner celosos” fue la respuesta de la empresa. La mayoría de los tractoreros no tiene libreta, cuenta Florencia, y ellos sí tienen la posibilidad de hacer horas extras, una oportunidad que ellas no tienen. La historia se repite con mujeres capacitadas por el Inefop en cursos de poda para trabajar en los arándanos y el citrus.
Golpean puertas, pero ninguna se abre.
Por supuesto que estos estereotipos de género se trasladan al lado de la oferta, es decir, a las expectativas laborales que tienen las mujeres, pero porque conocen perfectamente la discriminación desde el sector empresarial. La “calificación” de la mano de obra responde a criterios sexistas y las mujeres predominan en las categorías inferiores, sin o con poca posibilidad de ascenso en la citricultura, lo que determina a su vez un mayor o menor salario.
Por revoltosas
El problema comenzó porque Azucitrus, empresa citrícola en Pueblo Gallinal (departamento de Paysandu´), pensaba tardar más de los cinco días hábiles que tiene para pagar a los trabajadores. No era la primera vez que sucedía y había llegado a tardar quincenas sin pagarles. Ante esta situación, un grupo de mujeres convocó a una reunión en el pueblo para discutir ésta y otras irregularidades. Trabajaron una semana con normalidad hasta que les informaron de su despido. ¿La excusa? “Reducción de personal”. Notaron la coincidencia de sus cinco nombres entre las despedidas, y notaron además que mientras ellas cobraban la liquidación estaba ingresando personal nuevo. Con algunas de ellas nos conocimos en Montevideo, en la Dinatra, -Ministerio de Trabajo y Seguridad Social- cuando denunciaron su despido en medio de una reunión en la que participaron distintos actores interesados en discutir la “crisis” del sector citrícola uruguayo (sector empresarial y exportador, trabajadores del agro y del packing, dirigentes del PIT-CNT). ¿Qué compartían estas mujeres? Haber sido despedidas “por revoltosas”, es decir, por conocer y haber exigido sus derechos en un pueblo rural dedicado a la citricultura.
Ante tan vergonzosa denuncia en Montevideo, la empresa se vio en la obligación de retomarlas, aludiendo a un “error”. Pero cambiaron las reglas de juego: ya no trabajarían todas juntas en la inspección de cancro, como lo habían hecho hasta ahora, sino en la cosecha. Trabajarían además en cuadrillas separadas, una mujer por cada cuadrilla acompañada por veinticinco hombres, prohibiendo la presencia de otras mujeres. La sanción de la empresa incomoda a muchas mujeres por la falta de baños (que en realidad son los propios árboles frutales) y la exposición a potenciales situaciones de acoso en un ambiente a veces complicado: “Tenemos que mirar para qué lado están las otras cuadrillas para ver para qué lado salís.
Y cuando no, el capataz te controla. Porque en mi cuadrilla el capataz da asco. Si éramos poquitas, antes nos mandaban a todas juntas a trabajar mujeres con mujeres. Nunca trabajamos así, una sola con hombres.” Además, para estas mujeres las amenazas de despido son constantes: “que estamos bien marcaditas, y que la primera falta que tengamos vamos para afuera”. ¿Persecución sindical? En la reunión en el MTSS, el gerente agrícola de Azucitrus argumentó en contra de esta posible acusación, e incluso explicó que tampoco se trataba de reducción de personal. ¿Y entonces? Las habían despedido por las faltas. Pero como explican las mujeres: “un día antes se saca permiso y se avisa que vas a faltar. A veces una está enferma, o como todas tenemos hijos y no tenemos niñera (…) una tiene que faltar. Siempre avisamos. Pedimos permiso siempre”.
Estas cinco mujeres tienen clarísimo que se trata de persecución sindical. Fue porque llegaron a Montevideo en el momento preciso que su acción tuvo frutos, pero la impunidad frente a las represalias de la empresa continúa. “Ellos se apretaron y nos tomaron. Pusieron la excusa de que nos sacaron por faltar porque no les quedaba otra. No tenían otro argumento de dónde agarrarse (…). Y no fue válida la excusa ésa. Yo no tenía faltas.
Nosotras presentamos los recibos, habíamos pedido un certificado.”
¿Ley o paye?
Ésta es una pequeña parte de la historia de un grupo de mujeres “naranjeras” organizadas, que al intentar transformar su situación se encuentran con que a pesar del reconocimiento y promoción reciente de los derechos de los trabajadores rurales asalariados por parte del Estado, las mujeres continúan siendo discriminadas en el mercado de trabajo por el sector empresarial, y muchas veces dentro de los propios sindicatos. Si bien podemos hoy hablar de la revitalización de algunos sindicatos rurales y de la superación de ciertos límites a la ciudadanía del “trabajador rural”, las mujeres que han intentado hacer valer sus derechos encuentran obstáculos a su acción colectiva e individual. El grupo de mujeres en Pueblo Gallinal es un claro caso de persecución sindical. Sin embargo, la única sanción que ha recibido la empresa -tras la denuncia en Montevideo- fue verse obligada a retomarlas, aunque no sin represalias. Recordemos que más de año y medio ha pasado del despido de los 101 trabajadores y trabajadoras afiliadas al sindicato OSDOR por la empresa Forbel en Paysandú, con un primer fallo de la Justicia sanducera a favor de quienes sólo pedían que se respetara el convenio de 2011, y un segundo fallo desde Montevideo a favor de la empresa.
En este caso, también hay una “lección” del sector empresarial a los trabajadores rurales sobre las consecuencias de intentar hacer valer sus derechos. Cabe preguntarse entonces si para la Justicia en Uruguay los derechos de los trabajadores rurales asalariados, ¿son ley o son paye?