El Partido Socialista encarga una encuesta sobre intención de voto en Montevideo cuando faltan dos años para las elecciones departamentales, y concluye que el mejor candidato a intendente sería su senador Daniel Martínez. Al presidente de ANCAP, Raúl Sendic, le preguntaron si se postularía a ese cargo. Contestó: “No descarto nada”, y anunció que se retirará del puesto que hoy ocupa en octubre, dentro de seis meses y 25 antes de los comicios departamentales, para dedicarse a la reflexión político-electoral. La senadora Lucía Topolansky dijo preferir un nombre para la candidatura capitalina, al que no identificó, y que la actual gobernanta, Ana Olivera, “no ha manifestado mucha voluntad de reelección”. Habría que “hablar” con ella, agregó.

Este franeleo típico de la campaña electoral permanente en la que se ha convertido la política nacional revela un desdén olímpico hacia la gestión de Olivera, a quien el Frente Amplio (FA) apoya en los papeles mientras se la bombardea desde filas opositoras y, en cierto modo, también desde el oficialismo. El manejo de otros nombres como candidatos a sucederla desacredita el trabajo de la actual intendenta. Se puede interpretar hasta como una falta de respeto. ¿Por qué, en vez de mezclar, dar y volver a mezclar, no ponen la reina sobre el paño? ¿Por qué no empiezan por preguntarle a ella, como sugirió Topolansky?

La Mesa Política Nacional del FA ha reiterado desde 2011 declaraciones unánimes en apoyo a la administración de Olivera en general y a programas particulares, la última de ellas esta semana al avalar el proyecto del Antel Arena. Ese respaldo se contradice con cuestionamientos demasiado frecuentes. En setiembre, y en menos de 140 caracteres, el entonces secretario de Presidencia, Alberto Breccia, sugirió que la Intendencia de Montevideo (IM) sufría deficiencias en materia de “basura, luz, pavimentos y veredas, tránsito, espacios públicos, esparcimiento, deporte, cultura… felicidad”, al llamar por Twitter a la constitución de un incomprensible “partido de Montevideo”.

El socialista Martínez advirtió la semana pasada que “hay problemas en Montevideo”, que “a veces la burocracia frena políticas que existen desde el gobierno y a veces las políticas, por haber sido hechas demasiado en el escritorio, no le llegan a la gente”, que “a veces no alcanza con administrar bien”, que “hay que cambiar” y que quiere una ciudad “más linda, más limpia, más equitativa”. Hay que leer los manchones en la entrelínea: Martínez quiso decir que Olivera, correligionaria suya en el FA, está gobernando mal.

Ya se sabe que los políticos toman decisiones considerando las encuestas, pero sus manifestaciones también influyen sobre la opinión pública. La escasa vehemencia del FA para apoyar a Olivera y el manejo de otras figuras para sucederla deben de haber influido sobre el resultado de los últimos sondeos. Según el Grupo Radar, el puntaje promedio asignado por los encuestados a la gestión de la intendenta cayó del 5,5 sobre 10 en junio pasado (antes del exabrupto de Breccia) a 4,8 en marzo. Este mes, la firma Cifra calculó que 37% de sus entrevistados montevideanos votaría en las elecciones departamentales al FA, proporción menor al 43% obtenido en las de 2011. Óscar Bottinelli, de Factum, evaluó esta semana en El Observador que Olivera es objeto de “percepciones altamente negativas”.

El FA aplaude con discreción las obras de la IM (en especial las relativas a tránsito, limpieza, vivienda y descentralización), pero también desautoriza a la intendenta al no consultarle sus aspiraciones personales. Sí lo hizo en julio pasado el periodista Daniel Feldman, al entrevistarla para Uypress. Olivera eludió la respuesta directa: “De verdad te digo que no estoy pensando en un período siguiente” porque “eso lo va a definir el FA”, respondió.

De cualquier manera, la alocada danza de nombres demuestra, por lo menos, malos modales. Tabaré Vázquez no se presentó a la reelección como intendente porque fue candidato a la presidencia. Mariano Arana tuvo sus dos períodos. Para que Ricardo Ehrlich renunciara a la reelección hubo que asignarle un ministerio. A Olivera, en cambio, la están tapando con carteles de otros candidatos mientras aún está gobernando. En los corrillos de la IM se dice que la intendenta comunicó a sus allegados que no habrá otro período. Si eso fuera cierto, hacerlo público le permitiría cumplir con su tarea menos presionada por las encuestas.

Lo que no señalan esos sondeos es el efecto de dos características notorias de la intendenta: cualquier mujer y cualquier comunista pueden dar fe de que ambas circunstancias operan como obstáculo en una carrera política. La sociedad y el ámbito político están bastante marcados por el patriarcado y el anticomunismo, FA incluido.

Sea por la razón que fuere, el oficialismo oscila entre aplaudir y abuchear a Ana Olivera. Según el manual de psicología que se consulte, eso es síntoma de histeria, bipolaridad u otras dolencias. A los aspirantes a intendente les convendría arrancar el tratamiento con unos buenos ansiolíticos.