No es fácil interpretar el proceso que vive Brasil, con masivas protestas populares que comenzaron por un aumento del precio del transporte urbano pero expresan otras demandas muy diversas.

Una de las hipótesis es que, tras diez años de gobiernos encabezados por el Partido de los Trabajadores, se ha desarrollado y fortalecido un sector de capas medias antes muy delgado, con una actitud cada vez más consciente y activa en el reclamo de sus derechos, incluyendo el de tomar la palabra y las calles para expresar su descontento y demandar cambios en las políticas públicas. Esto constituye una novedad en el escenario político-social brasileño, caracterizado tradicionalmente por una profunda brecha que separaba a los sectores más ricos, ilustrados y politizados, de multitudes con todo tipo de carencias, en gran medida convencidas de que no había lugar para ellas en el terreno de las decisiones, y de que poco o nada podían hacer para mejorar su situación. En otras palabras, los cambios de la última década habrían producido un aumento en la cantidad y calidad de las demandas que instala una “crisis de crecimiento”.

Si hay algo de cierto en esa explicación, que parece verosímil aunque probablemente no baste para explicar el fenómeno, es que las protestas que le complican la vida a la presidenta Dilma Rousseff son, a la vez y en forma paradójica, un triunfo de su partido, que reivindica desde hace décadas la construcción de ciudadanía como una clave para aprovechar el enorme potencial de Brasil y convertirlo a la vez en una potencia mundial y en un país realmente democrático. Una transformación que no por casualidad se asocia con la trayectoria personal casi mítica del propio Luiz Inácio Lula da Silva, un hijo de la pobreza rural que, mediante su pasaje por las escuelas de la vida urbana, la industria, el sindicalismo y la lucha por la democracia, llegó a ser líder partidario, presidente y celebridad planetaria.

Las diferencias entre Brasil y Uruguay son muchas y muy hondas, pero es interesante pensar si los años de gobierno nacional frenteamplista han producido algo semejante. Si, además de obtener resultados en el terreno de la actividad económica y en la mejora de diversos indicadores sociales, han creado un ambiente favorable a la formación de una masa crítica capaz de demandar e impulsar activamente el avance del país hacia metas más ambiciosas.

No da la impresión de que haya ocurrido eso. Las plataformas que movilizan a sectores de la actual ciudadanía uruguaya incluyen reclamos de nuevos derechos en algunos terrenos, y en otros se centran en el reclamo de mejores condiciones laborales y salariales, pero en general se caracterizan por ser, de un modo u otro, particularistas, y están lejos de convocar a multitudes. Ante numerosos problemas siguen predominando actitudes cercanas a la resignación, que seguimos confundiendo con sensatez y civismo. No es malo que aquí sean pocos los que quieren salir a “quemar todo”, pero tampoco es bueno que el ardor parezca en vías de extinción.